OFICIO DEL AUSENTE

Yo ya no tengo sitio.

Lentamente el paisaje

se ha ido diluyendo

como la niebla, como

el color en otoño

y por esos olvidos

no sé si voy o vuelvo,

si estuve aquí ya antes

con ríos melancólicos

o entrando a los valles

o saliendo del sueño.

Todo es mío y lejano.

Cuando llego estoy lejos.

Soy de ninguna parte

porque a mí la distancia

me nutre como una

población de silencios.

Yo sé que no me queda

residencia posible,

que soy el que ha partido

en dirección del viento

y si acaso volviera

a mi sitio de ausencia,

dañaría la última

porción de la ternura:

esa muerte sin lágrimas

de los dulces recuerdos.

Yo ya no tengo sitio

con madres y nogales.

Mi niñez es un río

que ayer pasó y no ha vuelto.

A veces me detengo

en los atardeceres

y el olvido me mira

por los ojos de un perro.

Entonces sé que nadie

me aguarda tras las puertas

y que, en alguna mesa,

retiran mis cubiertos.

La buena gente cierra

con tres llaves la noche

y la ceniza baja

los párpados al fuego.

Solo yo sigo andando

el mapa de mi exilio,

galopando un sonido

que perturba los sueños.

—Quién anda ahí, preguntan

los dueños de la vida,

pero cuando se asoman

solo ven el invierno.

Luego, vuelven el rostro

hacia el amor y dicen:

—Es el viento, mujer,

ese maldito viento…