Trastorno de estrés postraumático. Así se llamaba, ¿no? Daba igual que estuviera sentada junto a la ventana en aquella preciosa casa de campo situada a una hora de Londres, que a pesar de que estaban en invierno, el jardín resultara relajante y estuviera precioso, y que su hermana pequeña no pareciera afectada por la traumática experiencia que había sufrido, y se pasara horas y horas en la cocina con su anfitriona, o leyendo los enrevesados libros de texto que Peter Madsen había conseguido para ella. Jilly estaba feliz y a salvo, y poco a poco iba ajustándose a la situación. Genevieve era una anfitriona perfecta que sabía ser acogedora sin resultar metomentodo, y Peter había resultado ser un tipo encantador. No era nada amenazante, a pesar de las dudas que había tenido al conocerlo.
Afortunadamente, madame Lambert se había mantenido al margen hasta el momento. Era una mujer fría, controlada y carente de emociones, y a pesar de que eso había sido toda una bendición en el vuelo inacabable que la había llevado a Inglaterra, su principal objetivo por el momento era mantener la calma, y la jefa del Comité le recordaba demasiado a la pesadilla de la montaña.
El Shirosama estaba en una institución psiquiátrica japonesa, completamente loco e incoherente, y le habría parecido demasiado conveniente si no hubiera visto su expresión enloquecida cuando rodaba por el suelo con Taka. La afamada urna Hayashi estaba expuesta en Kioto, la Hermandad del Conocimiento Verdadero estaba sumida en el caos, y a nadie parecía importarle lo más mínimo lo cerca que habían estado de que ocurriera una tragedia a escala mundial.
Se negaba a pensar en Taka. No, no iba a pensar en él ni por un segundo. Peter y su mujer nunca lo mencionaban, y alguien debía de haberle aconsejado a Jilly que no le hiciera demasiadas preguntas.
Pasaba mucho tiempo sentada allí, junto a la ventana que daba al jardín, contemplando la bella estampa que ofrecían las plantas en el frío invernal y aprendiendo a tejer. Aunque podía parecer un pasatiempo inútil, la relajaba. Mientras sus dedos trabajaban con la lana, su mente había ido sanando poco a poco, a pesar de que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba herida.
Hasta se las había ingeniado para soportar la visita relámpago de la contrita Lianne. No le había resultado demasiado duro, porque su madre había concentrado casi todo su sentimiento de culpa en Jilly y había aceptado su actitud silenciosa y serena con naturalidad, antes de marcharse a la India en su nueva búsqueda de la iluminación espiritual. Cuando Lianne se había marchado, Jilly y ella se habían reído de lo absurda que era.
Por las noches, permanecía tumbada en la enorme cama sin poder dormir, con los ojos secos de lágrimas y el cuerpo inquieto, vacío, pero aun así no se permitía pensar siquiera en él.
—Tendríamos que empezar a pensar en volver a casa —le dijo una mañana a Jilly.
Su hermana estaba leyendo un libro de Física y estaban solas en la antigua mesa de roble de la cocina, porque Genevieve estaba ocupada trabajando en su despacho.
Jilly levantó la mirada, y contestó:
—Yo no tengo prisa. Tengo mis libros, así que el próximo semestre podré incorporarme a las clases sin problemas; además, este sitio me gusta.
Summer miró hacia el jardín. Llevaban casi dos meses en Inglaterra, así que ya no hacía tanto frío; los árboles iban adquiriendo un toque de color, y hasta había narcisos en las zonas más soleadas. Todo volvía a la vida de nuevo, y ya era hora de que ella hiciera lo mismo.
—Tengo que encontrar otro empleo. En el Sansone no quieren saber nada de mí ni del escándalo, y no les culpo. Hay más solicitudes que vacantes en museos, así que será mejor que empiece a buscar para poder volver a mi vida normal cuanto antes.
—¿Es eso lo que quieres?
—Sí —le contestó con firmeza.
Que ella recordara, era la primera mentira que le había dicho a su hermana en toda su vida. No quería una vida normal, ni trabajar en algún museo de Los Ángeles, ni ir hacia el oeste. Lo que quería era poner rumbo al este, encontrar a Taka, estrellarlo contra la pared y obligarlo a que le dijera por qué la había engañado. ¿Por qué le había dicho que la quería y después se había limitado a esfumarse de su vida? Lo quería a sus pies suplicándole que lo perdonara, lo quería encima, debajo, detrás, dentro de su cuerpo. Quería acariciar su firmeza cálida, quería sentir su hermosa boca contra la suya, quería que sus ojos oscuros la miraran sin barreras ni mentiras, llenos de deseo, y quería saborear sus tatuajes.
En aquel momento, Genevieve entró en la cocina, con las gafas apoyadas en la parte baja de la nariz.
—Hoy va a hacer muy buen día, así que podríamos tomar el té en el jardín. Peter va a volver temprano a casa... lo más seguro es que Isobel venga con él, tendríamos que cambiarnos y ponernos vestidos apropiados para la ocasión.
Jilly soltó una carcajada.
—No vas a ponerme uno de esos vestiditos de Laura Ashley, soy más grande que tú y juego sucio.
—¿Isobel va a venir? —dijo Summer, sin inflexión alguna en la voz.
—No sé por qué no te cae bien, me salvó la vida —protestó su hermana.
Summer podría haber contestado que aquella mujer le había ordenado a Taka que la asesinara, pero permaneció en silencio.
—Isobel no es una mala persona —comentó Genevieve, mientras se servía una taza de café—. Es un poco fría, pero cumple con su trabajo.
— Creo que no tengo ningún vestido —le dijo Summer.
—No te preocupes, yo tengo un montón —le contestó Genevieve con voz animada—. Hornearé galletas, nos lo pasaremos genial.
—Genial —dijo Summer sin entusiasmo.
Había perdido unos cinco kilos más desde que estaba allí, porque a pesar de que su anfitriona cocinaba de maravilla, había perdido el apetito. Ninguno de los vestidos de Laura Ashley iba a quedarle bien, pero podía ponerse uno y jugar a la perfecta fiesta campestre para contentar a Genevieve. Últimamente, ya sólo llevaba colores pastel... era irónico que hubiera dejado de vestir de negro en una época en la que su alma estaba de duelo; parecía ilógico, pero el negro la deprimía y ya estaba bastante triste.
Al día siguiente iba a hacer una reserva de avión por Internet y dejaría todo aquello atrás, porque por fin se había dado cuenta de que él no iba a ir a buscarla. Había estado esperándolo sin darse cuenta, con la mirada fija en el jardín mientras tejía sin cesar.
Hacía un día espléndido, inusualmente cálido para aquella época del año. Genevieve preparó la mesa del jardín con un cuidado exquisito, sacó una mantelería hecha a mano y un servicio de té antiguo precioso; era una mujer encantadora, y a Summer le caía demasiado bien para sentirse irritada por tener que jugar a los disfraces. El vestido azul claro que su anfitriona le dejó prestado era la quintaesencia de la feminidad; se trataba de una prenda delicada y suelta, rematada con unos volantes y unos lacitos que no resultaban excesivos. Se dejó el pelo suelto, decidida a representar al detalle el papel de debutante de los años treinta, de sumergirse de lleno en la fantasía que Genevieve había decidido crear.
Cuando salió al aire cálido del jardín, se dio cuenta de que Jilly también había decidido participar en el juego, aunque el cinturón negro y ancho que se había puesto contrastaba con el vestido floreado color lavanda pálido, y le daba un ligero toque gótico; su hermana se había coloreado el pelo de punta con el mismo tono lavanda, y llevaba sus Doc Martens. Estaba rebosante de energía y de felicidad, y en ese momento, eso era lo único que importaba.
Al ver que iban a tomar Hu Kwa, no pudo evitar pensar que habría preferido un té japonés, pero se obligó a pensar en otra cosa de inmediato y se sentó en una de las delicadas sillas del jardín, con su labor en el regazo. Tenía que volver a casa cuanto antes.
Peter fue el primero en llegar. Tenía una leve cojera que iba desapareciendo, pero no le había preguntado qué le había pasado; sabía por Taka lo peligrosa que podía ser su profesión, y no quería pensar en ello.
Cuando Peter besó a su mujer en la mejilla, ella lo miró con tanta adoración, que Summer sintió que se le encogía el estómago de forma casi dolorosa. La expresión de Genevieve no era de adoración ciega, sino de una confianza sabia y consciente, como si hubiera contemplado el mismísimo corazón de la oscuridad y hubiera aceptado lo que había allí.
Summer se preguntó si ella sería capaz de hacer lo mismo, pero se recordó que no iba a tener esa posibilidad y se concentró en el complicado diseño que estaba tejiendo.
—Isobel está a punto de llegar —dijo Peter, mientras aceptaba la taza de té que le dio su mujer—. Ha tenido que hacer varias paradas por el camino.
—¿Pongo más agua a hervir? —le preguntó Genevieve.
—No hace falta, ya sabes que le gusta el té muy fuerte. Si quiere más, cuando llegue puedes ponérsela a calentar en el microondas.
—¡Eso es una blasfemia! —protestó ella. Estaba de cara al camino de entrada, y de repente entrecerró los ojos y añadió—: ¡ven conmigo a la cocina, necesito que me eches una mano!
—¿Ahora?, ¡pero si acabo de llegar! —protestó su marido.
—Sí, ahora. Jilly, ven tú también, quiero que traigas más galletas.
La joven, que hasta ese momento había estado leyendo un libro de texto, levantó la mirada y contempló a Genevieve con expresión confundida.
—Hay un montón en la mesa —comentó.
—Jilly, necesito que me ayudes —insistió Genevieve.
Su tono de voz de abogada implacable pareció arrancar a Jilly de la abstracción en la que la había sumido el libro de Física, y se levantó de la silla.
—Perdona, claro que te ayudo. Ahora volvemos, Summer.
—Yo también puedo... —Summer cerró la boca cuando los tres la interrumpieron con un no rotundo, y los siguió con la mirada, perpleja, hasta que se metieron en la casa.
Mierda. No era su cumpleaños, ¿verdad? Seguro que le tenían alguna sorpresita preparada, y no estaba de humor. Llevaban varias semanas observándola con atención, como si pensaran que iba a estallar de un momento a otro, a pesar de que había seguido con su vida con una calma absoluta. Era por la noche, mientras estaba sola en su habitación sin poder dormir, llena de dolor y sin rastro de lágrimas en los ojos, cuando admitía que el alma se le estaba desgarrando.
La culpa la tenía el trastorno de estrés postraumático. Seguro que había alguna medicina que pudiera curarla, y Los Ángeles era el sitio ideal para conseguir cualquier tipo de pastillas con receta. Sólo tendría que tomarse algo dos veces al día, y se olvidaría por completo de él.
Pero su cumpleaños era en mayo, así que no estaban preparando ninguna fiesta sorpresa. Sólo cabía esperar y rezar para que a Lianne no se le hubiera ocurrido regresar para proporcionar algo de amor maternal, porque no era tan buena actriz.
Dejó de tejer por un momento y alargó la mano para tomar su taza de té, pero en ese momento una sombra cayó sobre ella. Levantó la mirada, y vio a Ta-kashi O'Brien. Sí, era él... al verlo allí de pie, mirándola, se echó a llorar.
Taka le quitó la labor de punto, y la dejó caer sobre la hierba. Tras hincarse de rodillas delante suyo, se abrazó a su cintura y hundió la cabeza en su regazo, temblando de pies a cabeza. Summer empezó a acariciarle su largo pelo sedoso, mientras las lágrimas que le corrían por las mejillas lo salpicaban.
Summer no intentó sofocar los hipidos, los sollozos ni el temblor que sacudía su cuerpo en aquella liberación final. De repente, Taka se echó hacia atrás hasta ponerse de cuclillas, tiró de ella para que se levantara de la silla, la abrazó con fuerza y empezó a susurrarle en japonés palabras llenas de ternura y de amor, mientras dejaba que se desahogara llorando.
Era una mujer fuerte, y aquellas lágrimas que había contenido durante tanto tiempo la fortalecieron aún más. Con el corazón martilleándole cerca del suyo, Taka le apartó el pelo de la cara con manos firmes y tiernas, y bajó la cabeza para besarla. Summer se quedó sin aliento, pero no le importó lo más mínimo no poder respirar.
—Joder, ¿no podéis controlaros un poco?
Summer se apartó de Taka de golpe y vio a Reno observándolos con impaciencia, con un pequeño vendaje en la cabeza. Isobel Lambert se acercaba tras el joven, tan impecable como siempre.
—Hola, Reno —le dijo con la voz ronca por las lágrimas.
—Hola, gaijin. Quiero que sepas que no apruebo que vayas a entrar a formar parte de la familia. Lo acepto, pero eso no significa que tenga que gustarme.
—Reno, pórtate bien —le dijo Peter, al salir de la casa con una bandeja llena de copas de champán—. No eres tan duro como quieres hacerle creer a todo el mundo.
—Yo desayuno gaijin... —Reno dejó la frase a medias cuando Jilly salió de la casa con su vestido floreado, sus botas de combate, su pelo de punta y su juventud radiante. Se quedó mirándola completamente inmóvil, como si acabaran de darle un mazazo.
Jilly se detuvo en seco al ver a la exótica criatura vestida de cuero negro y con el pelo rojo que había irrumpido en el jardín.
—No hace falta que os mováis —les dijo Genevieve a Taka y a Summer, mientras les ofrecía dos copas de champán—. Parece que estáis muy cómodos.
Taka la tenía abrazada por la cintura y la apretaba con fuerza contra su cuerpo, y ambos tomaron sus respectivas copas con manos temblorosas.
—Por los finales felices —dijo Peter, al elevar su copa.
—Por el amor verdadero —dijo Genevieve.
—Por mi hermana —dijo Jilly, mientras se esforzaba por no mirar a Reno.
—Madre mía —murmuró el primo de Taka. Intentó recobrar la compostura, mientras se esforzaba por no mirar a la joven—. Estáis todos locos.
Summer miró a Taka a los ojos, y admitió:
—Sí, es verdad.
Él bajó la cabeza de nuevo, y volvió a besarla.
Fin