Summer oyó aquel sonido característico de un disparo con silenciador que había oído tantas veces en la tele y en el cine. No sintió nada, pero por lo que había leído, las sensaciones tardaban un poco en superar el momento de conmoción inicial. Aunque si aquel tipo le hubiera pegado un tiro en la cabeza, ya estaría muerta, ¿no? Pero seguía viva... ¿no debería tener la cara llena de sangre?
—Ya puedes dejar de portarte como un sacrificio virginal, no va a matarte.
Summer abrió los ojos de golpe, y vio a Taka delante suyo. Bajó la mirada hacia el cuerpo sin vida que tenía a sus pies, y que ni siquiera había oído caer, y volvió a alzarla hacia el rostro tranquilo del hombre que acababa de salvarla.
—¿Por qué has tardado tanto? —le dijo con voz serena.
—Tenía tantas ganas de perderte de vista, que no he prestado suficiente atención —le dijo él con voz fría y carente de emoción—. Supongo que vas a tener que aguantarme un poco más.
Summer fue incapaz de moverse durante unos segundos, porque tenía miedo de que si lo hacía se lanzaría a sus brazos y se echaría a llorar, y eso era inadmisible.
—Creía que habías decidido dejar de ser mi caballero andante.
—Y yo creía haberte dicho que nunca lo he sido.
Aquello era cierto. Taka le había dicho un montón de cosas que no eran ciertas, pero le había salvado la vida una y otra vez. Había pensado que en aquella ocasión no iba a aparecer para rescatarla... por eso necesitaba apoyarse en la pared para permanecer de pie.
—Me ha dicho que han asesinado a Jilly.
—No es verdad. He comprobado mis mensajes mientras venía hacia aquí, y tu hermana está bien. Se la llevan a Inglaterra directamente, sin ti.
—Así que mientras volvías a rescatarme del asesino con el que me habías dejado por error, te has parado a comprobar los mensajes del móvil, ¿no? —Summer sintió que el miedo iba dejando paso a una furia ardiente.
—Puedo hacer más de una cosa a la vez. ¿Estás lista para apartarte de la pared, o quieres que te lleve en brazos?
Summer levantó la cabeza en un gesto de orgullo, y se alejó de su punto de apoyo.
—Ni se te ocurra ponerme la mano encima.
—Entonces, ponte en marcha. Falta menos de hora y media para que salga nuestro vuelo.
—¿Qué vuelo?, no voy a ir a ningún lado contigo.
—Voy al Japón, y está claro que aquí no estás segura. Vamos.
—¿Vas a poder conseguirme un pasaporte falso y un billete en tan poco tiempo?, ¿y qué ha pasado con la urna?
—Ya está en el avión. Recogeremos los documentos en la ventanilla de Oceana Air.
—¿Puedes conseguirlos con tanta rapidez?
—Sí. Lo más probable es que lleguen a la ventanilla antes que nosotros. ¿Estás lista?
Summer no estaba dispuesta a caerse ni a darle una excusa para que la tocara, ya que probablemente Taka no tenía ningún deseo de acercarse a ella. Irguió la espalda, y alzó la cabeza con soberbia.
—Siempre he querido ir al Japón —comentó, mientras sorteaba el cadáver que tenía a los pies.
—No tendrás tiempo de hacer de turista. Te quedarás en la casa de mi tío, y volverás a Los Angeles en cuanto yo entregue la urna y nadie te quiera para nada.
—Dudo que alguien me quiera para algo en este momento —comentó Summer con falsa indiferencia—. ¿A cuánta gente has matado desde que me conociste?
—No está muerto.
La embargó un alivio tan irracional como innegable. Aquel hombre había estado a punto de pegarle un tiro en la cabeza y merecía morir, pero no por medio de las manos ya ensangrentadas de Taka.
—Bien. Bueno, vámonos —le dijo, antes de apartarse el pelo de la cara. Sabía que estaba hecha un desastre, que tendría que ir a un cuarto de baño para intentar arreglarse un poco... y que a Taka su aspecto le resultaba completamente indiferente.
Por fin había dejado de temblar. No recordaba haber reaccionado así en toda su vida, pero la desesperación por volver junto a Summer había sido tan angustiosa, el torrente de adrenalina que le había inundado las venas había sido tan poderoso, que cuando la había visto desaparecer por la rampa, su cuerpo entero había empezado a temblar violentamente de alivio y de furia.
Había estado a punto de perderla. Si hubiera actuado con torpeza, si se hubiera precipitado o hubiera sido demasiado lento, el hombre habría disparado de forma instintiva y habría dos cuerpos tirados en medio del pasillo. Pero había elegido el momento exacto, y el matón del Shirosama se había desplomado en cuanto la bala le había dado de lleno en la columna vertebral.
Lo más probable era que el tipo muriera, y a pesar de que no le importaba lo más mínimo que fuera así, había optado por no decírselo a Sumner para que no se pusiera histérica. Estaba claro que ella había rebasado el límite de su control, y necesitaba llevarla al avión con la máxima discreción.
La posibilidad de ducharse y cambiarse de ropa se había esfumado, así que iban a tener que pasar trece horas en un espacio cerrado apestando a humo.
La condujo por la terminal de Oceana Air, aliviado al ver que ella lo seguía en silencio y sin protestar. No se inmutó cuando Ella chocó ligeramente contra él y le dio los documentos antes de alejarse como si nada, arrastrando una pequeña maleta. Era una suerte que a la agente le gustara volar, porque su tapadera como asistenta de vuelo resultaba muy útil.
—Por aquí —le dijo a Summer, al ver que hacía ademán de ir hacia el mostrador de seguridad.
La llevó hacia un ascensor privado, cerró la puerta antes de que alguien más pudiera subir, y lo detuvo a medio camino entre dos plantas con uno de los botones programados en su unidad móvil. Era un aparato muy útil, y le proporcionaba una hora sin que nadie se diera cuenta de que el ascensor estaba fuera de servicio, pero no necesitaba tanto tiempo.
—¿Qué haces? —le preguntó Summer, que se había alejado todo lo posible de él en aquel espacio limitado.
—Comprobar la documentación —le contestó él con calma.
—¿De dónde la has sacado?
—Eso es un secreto del oficio.
Taka abrió el sobre que Ella le había dado y sacó dos pasaportes, uno japonés y otro americano. Según el suyo, era Hitoshi Komoru y tenía treinta y dos años. Al ver que también había varias tarjetas de negocios de la Corporación Santoru, supuso que alguien había querido hacerse el chistoso, aunque a él no le hizo ninguna gracia. La Santoru era propiedad de su abuelo, quien consideraba su mestizaje una mancha en el honor familiar.
Intentó ocultar su consternación al abrir el pasaporte americano, ya que lo habían hecho a nombre de Susan Elizabeth Komoru, su esposa de veintiséis años. Se quedó mirando la foto, en la que Summer estaba muy sonriente, y se dio cuenta de que no la había visto sonreír de verdad ni una sola vez... aunque aquello era bastante comprensible.
—¿Qué pasa?
Taka se limitó a darle el pasaporte, y ella lo contempló durante unos segundos.
—¿Cómo han conseguido esta foto?
—Nunca hago preguntas. ¿Acaso tiene alguna importancia?
Ella no contestó. Tras unos segundos de silencio, le preguntó:
—¿Quién es Susan Komoru?
—Mi esposa.
Summer fue incapaz de ocultar lo mucho que la impactaron aquellas palabras.
—¿Estás casado?
A Taka le extrañó aquella reacción, porque estaba convencido de que ella lo odiaba.
—Quiero decir que vas a hacerte pasar por mi esposa. Yo soy Hitoshi Komoru, y tú eres mi mujer.
Al ver que ella se quedaba mirándolo como si todo aquello fuera demasiado difícil de asimilar, Taka bajó la mirada de nuevo hacia la documentación y se centró en volver a meterla en el sobre, para que ella no pudiera verle los ojos. Aunque quizás no hacía falta, porque Summer parecía incapaz de leerle la mirada y de darse cuenta del torbellino de sentimientos que lo atormentaba.
Quería cruzar el pequeño ascensor, tomarla en sus brazos, apretarle la cabeza contra su hombro y decirle que todo iba a salir bien. Quería consolarla, a pesar de que ella se esforzaba por aparentar que no necesitaba consuelo.
No debería haberla besado en la isla, porque aquel instante de descontrol había acabado de destruir su determinación y lo había sacado por completo del juego que tenía que llevar a cabo. Si le hubiera sacado la información mediante métodos mucho más desagradables, la culpa estaría corroyéndolo, pero era imposible que fuera peor que lo que estaba sintiendo... sobre todo porque sabía que las caricias habían sido sinceras, que no había estado fingiendo con ella.
Apretó un botón y el ascensor se puso en marcha de nuevo con una ligera sacudida. Meterla en el avión iba a ser fácil, y por fin podría relajarse cuando estuvieran en el aire; durante doce horas, no tendría que pensar en lo que era ni en lo que estaba haciendo, Summer estaría completamente a salvo, y él podría dormir.
En primera clase tenían todas las comodidades posibles: licor a mansalva, asientos que se desplegaban hasta convertirse prácticamente en camas, y hasta masajistas. Después de sentar a Summer en su lugar correspondiente, le puso un vaso de whisky en la mano y esperó a que se lo bebiera. Ella apuró hasta la última gota, hizo una mueca, y alargó la mano para que le diera otro. Se había planteado sedarla, pero no quería hacerlo delante de testigos a pesar de que los asistentes de vuelo eran la discreción personificada.
Además, había calculado mal cuando lo había hecho en el hidroavión que les había llevado a Bainbridge, y había tenido que esperar a que se despertara. Aquellas horas en las que la había tenido abrazada mientras el avión se mecía en el agua se le habían hecho interminables, había tenido demasiado tiempo para pensar, y no quería arriesgarse a que volviera a suceder algo así. Tenían que estar preparados para ponerse en marcha de inmediato en cuanto llegaran a Narita, porque el Shirosama tenía más seguidores en el Japón que en ningún otro lugar y todos ellos estarían buscándolos.
Sólo quería que se mantuviera tranquila y dócil mientras cruzaban el Pacífico; con un poco de suerte, podría permitirse el lujo de quedarse dormido y descansar un rato. Ella estaba esforzándose visiblemente por mantener la calma, pero era obvio que su pánico a volar empezaba a resurgir a pesar del whisky.
Era algo que no tenía sentido. Summer se había enfrentado a la muerte en incontables ocasiones a lo largo de los últimos días, así que no tendría ni que inmutarse al volar en un avión en perfecto estado, y con unas condiciones meteorológicas ideales; sin embargo, ya se había dado cuenta de que no era una persona demasiado lógica, porque a pesar de que había visto que su mundo estallaba en mil pedazos, a pesar de que él la había invadido en cuerpo y alma, lo había mirado con aquella extraña expresión cuando estaba a punto de perderlo de vista.
Qué mujer más desquiciada.
Estaba confundida, pero el hecho de que le costara distinguir a los buenos de los malos no era de extrañar, ya que a veces ni él mismo sabía si existía alguna diferencia. Aunque estaba protegiéndola, él era lo peor que le había pasado en toda su vida. La única opción que tenía era seguir adelante con la misión hasta eliminar el peligro, y había tenido que aceptar a regañadientes que iba a asegurarse de que Summer sobreviviera.
Después de abrocharle el cinturón de seguridad, intentó olvidarse de ella, apartarla de su mente por completo, pero no pudo evitar mirarla cuando el avión empezó a avanzar por la pista de despegue. Tenía los ojos cerrados, la cara muy pálida, y las manos apretadas con fuerza en el regazo mientras luchaba por controlar el miedo. Eso era algo en lo que era una experta: en soportar todo lo que la vida le echaba a cuestas.
Al notar que el avión empezaba a elevarse, la agarró de la mano. Summer no lo miró, ni siquiera abrió los ojos, pero volvió la mano y entrelazó los dedos con los suyos. Cuando el avión estaba ya sobre el Pacífico, se quedó dormida y su mano se relajó, pero él no la soltó y permaneció aferrado a ella mientras se quedaba dormido por primera vez en setenta y dos horas.
La oscuridad era como un sudario aterciopelado que la sofocaba. Summer se despertó sobresaltada, y parpadeó mientras intentaba orientarse. Se sentía rara, desconectada, como si flotara, y de repente descubrió horrorizada que realmente estaba en el aire, que estaba atrapada dentro de un avión que sobrevolaba el océano Pacífico.
No podía respirar. Tenía un demonio sentado sobre el pecho que le arrebataba el aire de los pulmones con su peso, apenas podía distinguir las siluetas que la rodeaban porque todo estaba envuelto en sombras, no había ningún asistente a la vista, y todos los viajeros dormían como cadáveres... incluso Taka.
No podía respirar.
Se esforzó en quitarse el cinturón silenciosamente, pero no pudo evitar hacer ruido por culpa del temblor de sus manos. Taka se movió un poco a su lado y se estiró en el asiento reclinable, pero siguió durmiendo mientras ella se liberaba de las correas que la aprisionaban.
Fue a toda prisa hacia el aseo que había justo detrás de sus asientos, entró como una exhalación, cerró la puerta, se aferró al lavabo y fijó la mirada en la mujer enloquecida del espejo, la que no podía recuperar el aliento; sin embargo, debía de estar respirando, porque podía oír sus propios jadeos acelerados.
Abrió el grifo y se refrescó la cara con agua, pero fue inútil. El reducido espacio iba estrechándose aún más mientras las paredes iban cerniéndose sobre ella, y sabía que iba a desmayarse o a gritar; no sabía qué opción era preferible, ni si iba a poder elegir.
No podía gritar, porque Taka iría a ver qué pasaba y además era peligroso atraer la atención de la gente. Se apretó un puño contra la boca para intentar silenciar los jadeos, pero empezó a soltar pequeños gemidos entrecortados que empeoraron aún más la situación.
Normalmente, era capaz de controlar los ataques de pánico. Había invertido mucho tiempo y dinero en intentar superar su fobia, así que sabía cómo alcanzar aquel lugar tranquilo de su mente donde podía respirar rodeada de serenidad. El problema era que hacía varias horas que dicho lugar había volado en pedazos en una explosión.
No sabía qué hora era, y le daba igual. Todo se solucionaría si pudiera respirar, pero su garganta se había cerrado y el pánico la atenazaba.
De repente, se dio cuenta de que alguien estaba empujando la puerta, intentando entrar; al parecer, el cerebro le funcionaba tan mal como los pulmones.
—Está ocupado —dijo a duras penas. No podía recordar si había echado el cerrojo, no quería que nadie la viera así, estaba perdiendo el control y se iba a poner a gritar de un momento a otro...
Se le había olvidado que las puertas cerradas no eran ningún obstáculo para su acompañante. El aseo era pequeño, aunque parecía casi palaciego comparado con los que solía haber en clase turista, y Taka cerró la puerta tras de sí.
—No puedo... no puedo respirar...
Cuando él la tomó en sus brazos y le tapó la boca con la mano, Summer deseó poder decirle que así no estaba ayudándola demasiado, pero el grito de pánico que iba ascendiendo por su garganta le impidió pronunciar palabra. Iban a estrellarse, a morir incinerados en aquel pequeño espacio, sus pulmones iban a empezar a arder, y...
Enmudeció de golpe cuando Taka la levantó y la colocó en el borde del lavabo. Sin darle tiempo a reaccionar, le bajó los pantalones y las bragas con una mano, se bajó la cremallera de la bragueta, y la penetró con tanta fuerza que golpeó el espejo con la espalda.
Su rostro masculino y exótico parecía casi brutal bajo la luz tenue, y cuando apartó la mano con la que le cubría la boca, la besó y le insufló aire para que pudiera respirar mientras la embestía una y otra vez.
Ella se quedó atónita ante la respuesta inmediata e incomprensible de su cuerpo. Cuando él le levantó las piernas y la instó a que le rodeara las caderas con ellas, se agarró de forma instintiva al borde del lavabo para poder apoyarse en algo, pero al cabo de unos segundos le rodeó el cuello con los brazos y dejó que la poseyera. No le importaba nada, y se limitó a tomar grandes bocanadas de aire mientras su corazón martilleaba al mismo ritmo que sus caderas.
Cuando él salió casi del todo, soltó un gemido y lo agarró de las caderas parta intentar volver a meterlo en su interior. Quería más, necesitaba que la penetrara hasta el fondo, necesitaba olvidarse de todo, dejar de pensar y limitarse a sentirlo, a recibir sus acometidas.
—No grites, no hagas ningún ruido —le dijo él al oído, en un susurro ronco y lleno de pasión.
Él le dijo más cosas, cosas que no alcanzó a entender, pero sólo fue consciente de que la levantaba del lavabo y la penetraba de lleno. Sintió que su cuerpo estallaba en llamas, que todos y cada uno de sus músculos y de sus células ardían de placer. Abrió la boca, pero no emitió ningún sonido mientras el clímax la sacudía, sólo un silencio interminable que se rompió con un pequeño gemido gutural cuando sintió que él se arqueaba y eyaculaba en su interior.
Al cabo de una eternidad, Taka se apartó y la sentó en el suelo, temblorosa y más que consciente de la humedad que le bajaba por los muslos. Aunque no quería mirarlo, se vería a sí misma en el espejo si se volvía hacia el otro lado, y eso era mucho peor; finalmente, optó por apoyarse en el retrete y cerró los ojos.
Pensaba que él iba a dejarla allí sin más. Cuando oyó que se abrochaba la bragueta, esperó a que se alejara de ella, a que la dejara en el suelo para que recuperara la compostura sola, pero se sorprendió cuando la apartó a un lado con mucho cuidado y abrió el grifo del lavabo.
Se quedó tan sorprendida al sentir que le abría un poco más las piernas y que empezaba a limpiarla, que se quedó quieta y dejó que hiciera lo que quisiera. Después de tirar las toallitas de papel sucias, Taka agarró sus bragas y sus pantalones del suelo y empezó a ponérselos con cuidado. Permaneció temblorosa y débil, y no opuso ninguna resistencia. Cuando terminó de vestirla, mojó otra toalla de papel y le lavó la cara con la actitud tierna de un amante.
Summer levantó la mirada, y lo observó con expresión de aturdimiento y de incredulidad.
—Aterrizaremos dentro de dos horas, vuelve a tu asiento y duerme un poco.
Summer fue incapaz de pronunciar palabra, a pesar de que quería gritarle a pleno pulmón. ¿Por qué lo había hecho?, ¿por qué se lo había permitido ella? Pero lo cierto era que no habría podido detenerlo ni aunque hubiera querido, y al menos ya podía respirar... aunque no estaba segura de querer hacerlo.
Taka abrió la puerta para que saliera. Todo el mundo estaba dormido, y a pesar de que tuvo que apoyarse en la pared para evitar caerse, consiguió llegar a su asiento indemne; sin embargo, pareció perder las pocas fuerzas que le quedaban al sentarse, y permaneció inmóvil mientras él le abrochaba el cinturón, mientras la besaba con un beso profundo y cálido.
—Summer, sólo ha sido un polvo. Quería que recuperaras el control.
Ella contempló aquellos ojos oscuros y despiadados, y por un momento creyó ver algo más en sus profundidades... algo humano. Pero aquello era imposible, tanto como que se quedara dormida en cuanto cerró los ojos.