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Capítulo 21

 

Su santidad el Shirosama se encontraba en un estado de excitación inusual en él. En alguien normal podría haberse considerado una rabieta, pero hacía tiempo que su alma se había purificado de aquel tipo de emociones kármicas. No sentía lujuria cuando aleccionaba a las jóvenes recién llegadas a la hermandad, ni deseos de venganza al enviar al siguiente estadio existencial a aquellos que querían dañarlo; por supuesto, no sentía furia cuando sus planes se torcían, ni cuando una intrusa se infiltraba en la sede espiritual que su fe tenía en el mundo occidental, y le arrebataba a una importante conversa delante de las mismísimas narices de sus seguidores más diligentes.

No le satisfacía que los responsables de aquel error garrafal hubieran tenido la fortuna de avanzar hacia su destino kármico, porque el daño ya estaba hecho y el año nuevo lunar, la fecha en que estaba predestinado que se realizara la ascensión, se acercaba cada vez más. Si no podía encontrar la urna Hayashi, iba a tener que pensar en otra cosa.

El hermano Sammo se había precipitado al destruir la réplica del museo, pero se trataba de un discípulo que aún no había superado la barrera de las emociones terrenas, que ya se le habían desbocado al matar a los dos vigilantes. Ni siquiera él se había dado cuenta de que no era la verdadera urna la noche de la inauguración, así que habría sido capaz de engañar a cualquiera; al fin y al cabo, tenía los huesos y las cenizas de su predecesor... la urna de verdad no era imprescindible, quizás una reproducción razonablemente buena le serviría para realizar la ascensión.

Estaba escrito que iba a funcionar, pero el verdadero problema lo constituían dos personas muy molestas: Takashi O'Brien y la hija honoraria de Hana Hayashi.

Si pudiera atrapar a Summer Hawthorne, ella lo conduciría hasta las ruinas del antiguo santuario, el lugar donde debía llevarse a cabo la ascensión. Sus seguidores estaban preparados para transportar el cargamento de armas químicas y biológicas hasta allí, ya que sería el lugar perfecto desde donde desencadenar la oleada de destrucción que iba a generar un nuevo mundo.

Aunque no podía obviar el hecho de que Takashi tenía demasiados amigos... la organización fantasma para la que trabajaba, la yakuza, el gobierno japonés... por separado no podían compararse al poder de su visión y de la devoción de sus seguidores, pero juntos podían resultar peligrosos.

El hecho de que Takashi la hubiera llevado al Japón era mala señal, pero no habría de qué preocuparse mientras permanecieran en Tokio. Sólo faltaban dos días para que llegara el año nuevo lunar. Todo saldría tal y como estaba predestinado, y tanto Takashi como su zorra americana dejarían de ser una amenaza.

 

 

Takashi permaneció en silencio mientras la hermosa desconocida que estaba sentada delante suyo comía su oyakudon con una destreza que resultaba tanto inesperada como desconcertante. La había llevado a un pequeño restaurante, creyendo que iba a tener que explicarle brevemente el menú, pero ella había pedido de inmediato el plato de pollo con huevo y la sopa miso. No debería haberlo tomado por sorpresa, teniendo en cuenta que había tenido una niñera japonesa, pero no había podido evitar un cierto desasosiego, sobre todo cuando le había dado las gracias al cocinero con un perfecto «arigato gozaimasu». Cuando el tipo había sonreído como un tonto, había estado a punto de darle un puñetazo.

Summer había recuperado algo de color. Cuando habían bajado de la limusina, había creído por un instante que iba a desmayarse en medio de la calle, y eso habría atraído una atención indeseada. Faltaban dos días para el año nuevo lunar y el cerco del Shirosama iba estrechándose, no podía perder el tiempo levantándola del suelo ni explicándole a la policía qué le pasaba a su esposa norteamericana.

No debería haberla llevado al Japón, podría haber encontrado un sitio seguro donde dejarla si hubiera puesto algo de empeño, pero estaba cometiendo errores a diestro y siniestro y eso era algo muy peligroso para alguien en su situación. En cualquier otra ocasión, no habría confiado sin más en el hombre que había confundido por Crosby, y su instinto le habría alertado del peligro, pero Summer Hawthorne había conseguido bloquear su radar; la había abandonado sin tomar las precauciones necesarias, y ella había estado a punto de morir por culpa de su equivocación.

Había estado tan enloquecido por el miedo, que no se había parado a considerar otras posibles soluciones. Se había limitado a meterla en el avión creyendo que ya encontraría algún sitio donde ponerla a salvo al llegar a su país, pero no había sido así. No podía llevarla a casa de su tío, era demasiado peligroso acercarse siquiera a su propia casa, y había miembros de la hermandad trabajando en los principales hoteles de la ciudad.

En el mismo momento en que Summer se había levantado a toda prisa del asiento del avión en medio de la noche, se había dado cuenta de que no había decidido que permaneciera a su lado por necesidad, sino porque no quería separarse de ella. Lo había sabido al levantarse y seguirla hasta el aseo, y al cerrar la puerta tras de sí.

Mientras se la tiraba para someterla, para calmarla y que alcanzara el olvido a base de placer, sabía que en realidad lo hacía porque anhelaba perderse en ella.

Tenía dos opciones: un ryokan, o la casa de Reno. Su primo parecía la mejor opción, a pesar de que desprendía una hostilidad tangible hacia Summer; seguramente, ella creía que se trataba de racismo, pero lo cierto era que Reno tenía sus propias razones para odiar a los norteamericanos. Un ryokan no era buena idea, porque aquellas posadas tradicionales eran uno de los pocos vestigios que quedaban del Japón que el Shirosama quería resucitar, y probablemente tenía topos en puestos estratégicos.

Iba a tener que esperar un poco más para darse el baño que tanto ansiaba, y tendría que optar de momento por la casa de Reno. No era el lugar más lujoso de Tokio... constaba de dos habitaciones llenas hasta los topes de las cosas de su primo, incluida su adorada Harley.

—¿Estás lista?

Al ver que acababa de atrapar con los palillos el último grano de arroz que quedaba en el plato, no pudo evitar pensar con cierta acritud que seguramente sabía servir el sake y se le daba muy bien el ikebana; en todo caso, la comida parecía haber reavivado su atrevimiento, y lo miró con un brillo acerado en los ojos. Estaba claro que no había olvidado lo que había sucedido en el avión, por mucho que deseara poder hacerlo.

—¿Adonde vamos?

—A casa de Reno, es el sitio más seguro que se me ocurre —le dijo en voz baja.

—No sé si es una buena idea, creo que no le caigo demasiado bien.

—Ya te dije que no le gustan los norteamericanos, pero dejará que nos quedemos. Su casa es bastante pequeña, así que tendremos que compartir un futón.

—Ni hablar.

Taka se inclinó hacia ella, y le dijo con calma:

—Lo que hice en el aseo del avión no quiere decir que sea incapaz de mantener las manos apartadas de ti. No pienso follar contigo a metro y medio de mi primo.

—No vas a hacerlo nunca más, te mataré si lo intentas.

Taka soltó una suave carcajada, a pesar de que sabía que sólo iba a conseguir indignarla aún más. Pero quería que se enfureciera, porque necesitaba que se mantuviera firme.

—Soy un hombre difícil de matar, y no oí que te negaras en el avión.

A falta de un tenedor con el que poder ensartarle la mano, Summer optó por retraerse de nuevo, y se puso aquella máscara de indiferencia altiva y silenciosa que revelaba su desdén.

—Perfecto. La próxima vez, basta con que digas que no —añadió él.

Cuando salieron a la calle, ya estaba oscureciendo. La tomó del brazo para guiarla entre el gentío, y soltó una maldición ahogada cuando ella tropezó y le hincó el tacón del zapato en el pie.

—Sumimasen, a veces soy muy torpe —le dijo, con una sonrisa edulcorada.

Taka se quedó mirándola boquiabierto, porque hacía mucho tiempo que nadie había conseguido tomarlo desprevenido y causarle dolor. Por el bien de ambos, necesitaba alejarse cuanto antes de aquella mujer que conseguía que fuera peligrosamente vulnerable.

Sabía que no estaba acostumbrada a usar zapatos de tacón ni a la diferencia horaria, así que la llevó a casa de Reno dando un largo rodeo e incluso recorrió las mismas calles varias veces, mientras esperaba a que se quejara; sin embargo, ella no dijo nada ni cuando pasaron junto a la Torre de Tokio por segunda vez. Su primo vivía en Roppongi, entre enormes hoteles y clubes de estriptis, ya que era el lugar ideal para poder supervisar los muchos y variados negocios de su abuelo; lo más probable era que no estuviera en casa, pero eso carecía de importancia. Su primo no necesitaba cerrar con llave, porque nadie cometería la locura de meterse con el nieto del Oyabun.

Summer subió sin protestar las escaleras hasta el tercer piso, claramente dispuesta a cortarse la lengua antes de admitir cualquier debilidad. Abrió la puerta y se apartó un poco para que lo precediera, pero empezó a enfadarse de verdad al ver que ella se quitaba los zapatos de forma automática, porque no quería que estuviera cómoda en su mundo. Quería que fuera una extranjera, una gaijin, y quería tenerla lo más lejos posible.

La bolsa de golf estaba apoyada en una esquina del abarrotado apartamento, el kimono antiguo estaba extendido con gran cuidado sobre la mesa, y tanto la urna como el kimono barato estaban sobre un futón que su primo había extendido en el suelo. El hecho de que hubiera sabido de antemano que iban a ir era irritante y reconfortante a la vez.

La indignación de Summer superó su empeño en permanecer callada.

—¿Lo ha dejado todo aquí sin más? ¿Ha dejado la urna encima de un colchón y se ha ido sin molestarse en cerrar la puerta con llave, después de todo lo que hemos pasado?

—Nadie se atrevería a entrar aquí.

—El Shirosama y sus esbirros se atreverían a todo.

—Sí, pero no saben que estamos aquí... de momento.

—De momento —dijo ella, antes de sentarse en el futón.

A pesar de que era obvio que estaba exhausta, Taka sintió el deseo abrumador de apartar de una patada aquel tesoro de valor incalculable y cubrirla con su cuerpo, arrancarle aquella ropa elegante que la hacía parecer una hermosa desconocida, despojarla de todo lo que la ocultaba de su mirada.

Pero no quería arriesgarse a que su primo regresara de improviso y los pillara in fraganti... y no podía permanecer allí con ella, viendo cómo bostezaba y se estiraba como una gatita somnolienta.

—Voy a por Reno, tenemos que decidir lo que vamos a hacer —le dijo con voz cortante—. Será mejor que te cambies de ropa y duermas un poco, no sé cuándo volveré ni a dónde tendremos que irnos.

—¿Qué ropa quieres que me ponga?, no creo que la de tu primo me quede bien, y en la maleta que me diste sólo había algo de ropa interior. Está claro que la rama japonesa de tu organización no es tan eficiente como la de California.

Taka señaló el kimono que había sobre el colchón, el que había usado para envolver la urna, y le dijo:

—Póntelo, al menos es tuyo... o ponte el antiguo, me da igual.

—El antiguo no me queda bien. Intenté ponérmelo hace años, pero es para una liliputiense.

—Las mujeres japonesas suelen ser bastante delicadas.

—Sí, pero yo no.

Taka sabía que debería haber disimulado su diversión, pero le parecía increíble que pudiera sentirse tan insegura respecto a su cuerpo voluptuoso, a sus curvas sensuales y eróticas. Se sentía más que agradecido de que no se diera cuenta de cuánto lo afectaba, porque ya le costaba bastante controlarse teniéndola cerca. La enviaría a Londres en cuanto encontraran el santuario y le pararan los pies al Shirosama, y así podría concentrarse en hacer lo que quería su abuelo. Era la primera y única vez que le había pedido algo, y hasta se había encargado de buscarle a la novia ideal.

—Voy a cerrar la puerta con llave, no le abras a nadie.

—Crees que soy idiota, ¿verdad?

De hecho, creía que era demasiado lista, excepto en lo concerniente a él y a su súbita debilidad por mujeres americanas y curvilíneas. Bueno, por una sola mujer en concreto, que estaba volviéndolo loco de atar.

—El cuarto de baño está detrás tuyo, no te asustes con el retrete.

—¿El retrete de Reno da miedo?

—Mi primo tiene el retrete más completo del mundo, pero tú no estás acostumbrada al cuidado que los japoneses ponen en sus cuartos de baño.

—Eso no es verdad —masculló ella.

Tras unos segundos cargados de un silencio ensordecedor, Taka salió de allí, cerró la puerta con llave y bajó las escaleras de dos en dos tan rápido como pudo, para no darse tiempo a sentir la tentación de volver.

—Capullo —dijo Summer en voz alta. Le gustó cómo sonaba, así que añadió—: capullo imbécil y rastrero.

El insulto no acabó de satisfacerla, pero decidió que iría mejorándolo. Estaba sola, completamente sola por primera vez desde que había huido del hotel en el Pequeño Tokio y se había topado con los esbirros del Shirosama. No iba a volver a escapar, a pesar de que la tentación era enorme. Se limitaría a decir no una y otra vez.

—No —dijo en voz alta, saboreando la palabra. Sí, sonaba creíble; sin embargo, no pudo evitar pensar en Taka, en sus caricias y sus besos, y se apresuró a añadir—: no.

Al darse cuenta de que su voz había sonado mucho menos convincente, se apresuró a levantarse y murmuró:

—Capullo imbécil y rastrero.

Al entrar en el aterrador cuarto de baño de Reno, se dio cuenta de que Taka no había exagerado, porque el retrete parecía capaz de hacer cualquier cosa, desde preparar una tostada a cantar un aria. De todas formas, se atrevió a utilizarlo y se desnudó antes de ponerse el kimono que Hana-san le había hecho.

Su niñera le había dicho que no tenía ningún valor monetario, pero que estaba hecho con mucho amor. Había pintado a mano la escena de la espalda de la forma tradicional: los picos de las montañas estaban a un lado, y una grulla blanca volaba a poca altura. Al sentir el contacto de la seda sobre la piel, se sintió más fuerte y segura. Ésa era ella, y no la mujer atemorizada que huía sin cesar ni la sofisticada que había dejado sin habla a Taka. Ésa era Summer Hawthorne, o al menos le que quedaba de ella.

Se quitó las horquillas, se dejó el pelo suelto y se desmaquilló. Hacía un poco de frío, así que volvió a la habitación principal y buscó una manta o algo con lo que pudiera taparse. Aquel lugar estaba abarrotado de cosas, desde una Harley que ocupaba demasiado espacio hasta montones de libros. Algunos eran de manga, por supuesto, pero había otros de aspecto académico. También había un par de espadas antiguas y claramente valiosas colgadas en la pared, y un grabado original de Hokusai.

Al ver un montón de revistas porno apiladas, le picó la curiosidad y agarró una. Al parecer, iba de sumisión y sexo anal, porque en la portada un hombre de aspecto adusto estaba tirándose a una chica asiática que tenía unos pechos descomunales. Empezó a hojear la revista para ver si a la pobre le pasaba algo más agradable, pero de repente se dio cuenta de que no estaba sola.

Tenía a Reno a poco más de medio metro de distancia. No lo había oído entrar, y al verlo allí de pie, observándola con una hostilidad apenas velada, el poco japonés que sabía se le esfumó de la cabeza. Había muchas formas de disculparse, pero no sabía si su-mimasen era la adecuada para decir «siento haber manchado el suelo de sake», o «siento haber matado a tu madre».

—Lo siento —le dijo al fin.

Cuando le alargó la revista, él se acercó un poco más. Tras ver la portada, levantó la mirada hacia ella y se quedó observándola con expresión pensativa, como si estuviera valorando si era digna de participar en aquel tipo de actividades.

Summer sintió que se le hacía un nudo en el estómago. A pesar de que Taka la había advertido sobre su primo, no había dudado en dejarla a su merced.

De repente, Reno se encogió de hombros y dejó la revista sobre la mesa, antes de ir hacia la esquina que hacía las veces de cocina. Sacó una botella de cerveza de la pequeña nevera, agarró un vaso, y se sentó en una silla sin quitarle el ojo de encima.

A Summer le habría encantado tomar un trago, porque aquel tipo estaba poniéndola nerviosa. Cuando se sentó en el futón con cuidado de seguir bien tapada con el kimono, él soltó un sonido despectivo, como indicando que no era necesario que se molestara en cubrirse.

«Aprendiz de capullo imbécil y rastrero», pensó para sus adentros.

—¿Taka?

Summer se sobresaltó al oír su voz, porque era la primera vez que se dirigía a ella.

—Ha ido a buscarte.

Reno esbozó una sonrisa siniestra. Debía de tener unos veinticinco años, así que era menor que ella y demasiado joven para ser tan inquietante.

—No voy a tocarte.

Summer dio un respingó.

—¿Hablas mi idioma?

—Cuando me apetece.

Cuando él se quitó las gafas de sol y las dejó junto a las revistas porno, Summer se dio cuenta de que tenía unos ojos espectaculares, de un tono verde y brillante que quedaba acentuado por las lágrimas rojas tatuadas.

— Son lentes de contacto —le dijo él con calma.

—¿Puedes leer mentes, como tu primo?

—Eres... ¿cómo se dice...? Transparente. ¿Por qué te ha traído aquí?

—Porque ha creído que estaríamos a salvo.

—No, quiero decir que por qué te ha traído al Japón. Ni a su abuelo ni a su esposa va a hacerles ninguna gracia.

Summer sintió como si acabaran de darle una patada en el estómago, aunque no acabó de entender su reacción; al fin y al cabo, mentir sobre su estado civil era el menor de los crímenes de Taka.

— Su esposa no tiene de qué preocuparse.

—Sí, eso es verdad, pero no sé si ella pensará así. Al abuelo no le ha resultado nada fácil concertar el matrimonio, y ella estaría encantada de anularlo con cualquier excusa, porque Taka tiene sangre impura.

—¿No has dicho que es su esposa?

—Lo será tarde o temprano, si Taka hace lo que su abuelo le ha pedido. Pero mientras tanto tú eres un incordio, así que si me dices dónde están las ruinas, me encargaré de que regreses a tu país en un abrir y cerrar de ojos.

—No tengo ni idea de dónde está el santuario, pero Hana-san solía contarme historias sobre el norte de Honshu. ¿Habéis buscado en esa zona?

—Eso no reduce demasiado las posibilidades, pero a lo mejor puedo ayudarte a recordar.

—No puedes ayudarme a recordar algo que no sé —le dijo ella con nerviosismo. ¿Dónde demonios estaba Taka?, ¿por qué la había dejado con aquel aprendiz de psicópata?

La sonrisa de Reno le puso el vello de punta. Tenía una cara impactante... no llegaba a ser tan elegante como la de Taka, pero era más joven y traviesa. Aunque su actitud no era nada juguetona.

—Se me da muy bien hacer que la gente recuerde cosas que cree desconocer. Puede que a Taka no le guste causar dolor, pero yo no tengo ese problema — volvió a recorrerla de arriba abajo con la mirada, y comentó—: no creo que me cueste demasiado, pero como no tengo tanta experiencia como mi primo, dejo cicatrices. Hasta puede que cometa un error, que vaya demasiado lejos, y entonces sí que tendré un problema gordo.

—¿Deshacerte de mi cadáver?

—No, tengo a un montón de gente que puede ayudarme con ese tipo de cosas. El problema es que a Taka no le haría ninguna gracia.

—Pareces decepcionado.

—Lo estoy, porque no me caes bien. No me gusta lo que le has hecho a mi primo, y me encantaría hacerte daño para castigarte por ello.

—¡Yo no le he hecho nada!

Reno llenó su vaso de cerveza, y lo levantó hacia ella en un brindis burlón.

—Kampei. Lo que has hecho es joder a mi primo —se echó a reír al ver su expresión, y añadió—: no te escandalices tanto, no lo he dicho en sentido literal. Aunque doy por hecho que habéis follado, porque eres pasablemente atractiva y Taka es un buenazo.

—¿Qué? ¿Estás seguro de que hablamos de la misma persona?

—Bueno, al menos es un buenazo comparado conmigo. Si no hubiera sido tan sensiblero, te habría sacado la información hace días.

—No sé dónde está el santuario.

Reno se levantó de golpe, y apartó la silla a un lado.

—Vamos a ver si puedo ayudarte a recordar.

Summer se quedó paralizada al ver que se le acercaba, pero se sobresaltó al oír una voz brusca e inesperada.

—¡Aléjate de ella!

Reno se detuvo en seco ante la advertencia furiosa de Taka. Se volvió hacia él con una sonrisa inocente y le respondió en japonés, y de repente pareció un niño travieso en comparación con la gélida amenaza de Taka.

—Ya has hablado en su idioma, así que sigue haciéndolo —le espetó Taka con voz áspera—. ¿Qué demonios estabas haciendo?

—Intentar asustarla para que nos dijera lo que sabe. Estamos quedándonos sin tiempo y ya has intentado todo lo demás, ¿verdad?

—No sabe dónde está el santuario.

—¿Por qué estás tan seguro de eso?

—El sexo puede llegar a ser un método tan buen para conseguir información como la tortura, primito —le dijo Taka, antes de quitarse los zapatos con impaciencia y cerrar la puerta tras de sí.

— ¡Oye! —protestó Summer con voz queda.

—Entonces, quizás sería buena idea que nos la tiráramos los dos, para ver si se le ha olvidado algo. No es mi tipo, pero puedo dejar a un lado mis gustos personales y...

Taka le dio un puñetazo. El golpe fue tan súbito y brutal, que Reno no tuvo tiempo de intentar apartarse. La furia que reinaba en el ambiente era palpable, y Summer se apresuró a cubrir la urna para protegerla.

Sin embargo, Reno no intentó contraatacar, y ni siquiera intentó limpiarse la sangre que le manaba del labio partido.

—Vale, primo, es tuya —le dijo con tranquilidad—. Es la primera vez que te muestras tan posesivo, ¿quieres una cerveza?

Taka estaba respirando con dificultad, y Summer creyó por un momento que iba a volver a golpear a su primo. No se atrevió a plantearse por qué había tenido una reacción visceral ante aquel súbito acto de violencia, que había sido primario, posesivo y muy erótico.

Finalmente, Taka se relajó un poco y contestó:

—Sí. ¿Quieres una, Su-chan?

La habitación entera pareció quedar en suspenso. Taka había utilizado el apelativo cariñoso de forma instintiva, y los tres quedaron igualmente sorprendidos. Finalmente, Reno sacó dos vasos más del armario, se sentó y les sirvió la cerveza.

Summer se levantó del futón, y aferró el kimono para que no se abriera mientras iba hacia la mesa. En vez de aceptar el vaso que Taka le ofreció, tomó la botella, volvió a llenar el vaso de Reno y se lo dio.

El joven pareció perplejo por un segundo, y entonces esbozó una sonrisa.

—Kampei —dijo de nuevo, sin el tono burlón de antes.

Summer tomó su vaso de cerveza y se volvió para volver al futón, pero se detuvo en seco cuando Taka soltó una exclamación ahogada.

—¡Madre mía! —dijo Reno.

Summer estuvo a punto de salpicarse el kimono de cerveza cuando se giró de inmediato hacia ellos.

—¿Qué pasa?

Taka le quitó el vaso de las manos y se lo dio a su primo, la agarró de los hombros y la instó a que se girara de nuevo.

—Soy un idiota, me centré en el kimono equivocado — susurró.

—¿A qué te refieres?

Él empezó a trazar el dibujo de la espalda de la prenda, con una actitud completamente impersonal.

—Estaba aquí desde el principio.

Summer se estremeció al sentir que le trazaba la curva de la cadera con una mano.

—Esta montaña es White Crane —añadió él. Le colocó la mano en el trasero, y comentó—: aquí está el arco torii que lleva al santuario, y hay hasta un pájaro blanco. ¿Tienes un mapa?

—Claro —Reno se levantó de inmediato.

—Summer, quítate el kimono.

Al ver que la agarraba de los hombros y que empezaba a quitárselo sin más, Summer se apresuró a aferrarse a la prenda.

— ¡No llevo nada debajo!

—Americanos... —refunfuñó Reno. Fue a la habitación contigua, y segundos después volvió y le lanzó un yukata—. Póntelo, mientras le busco un mapa a tu novio.

Summer agarró la prenda azul y blanca de algodón, pero cuando hizo ademán de ir al cuarto de baño, Taka la detuvo y le dijo:

—Cambíate aquí.

— ¡No pienso...! —soltó un gritito cuando él le quitó el kimono sin más y se apresuró a ponerse el de Reno, que soltó una carcajada y dijo algo en japonés... seguro que otro insulto.

—Ya te he dicho que manos fuera —le dijo Taka en inglés.

Summer se dio cuenta de que quizás no había sido un insulto, y se volvió en cuanto terminó de atarse el cinturón. Reno había tirado el kimono antiguo al suelo, y Taka había colocado el regalo de Hana-san sobre la mesa; de repente, aquel dibujo tan familiar adquirió un nuevo significado cuando Taka colocó un mapa a su lado.

 —El abuelo tenía razón, te ha mostrado el camino —le dijo Reno.

—Y yo también tenía razón, porque Summer no sabía dónde está el santuario —le contestó su primo—. Summer, mira esto. La montaña que pintó Hana-san está justo aquí —le indicó un punto del mapa, y añadió—: y el arco torii está un poco más abajo, a las afueras de Tonazumi. Las ruinas del santuario deben de estar en algún lugar intermedio.

—Menos mal que no estamos teniendo un invierno demasiado frío, aunque debe de haber nevado en las montañas —comentó Reno.

—¿Crees que un poco de nieve detendría a alguien como el Shirosama? —le preguntó su primo.

—Ese viejo chalado es inofensivo.

—No, no lo es —intervino Summer.

Reno se quedó mirándola durante unos segundos con expresión pensativa, y finalmente se volvió hacia Talca.

—Voy a salir, volveré por la mañana y ya hablaremos de lo que vamos a hacer —fue hacia la puerta, y después de ponerse las gafas de sol sobre aquellos ojos extraordinarios, se volvió hacia ellos y añadió con una sonrisa—: podéis usar mi cama.

Se fue sin más, y los dejó solos.