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Capítulo 25

 

—Si no quieres que rompa la urna en pedazos, dile a tus chicos que me quiten las manos de encima —dijo Taka con calma.

Parecía ajeno a los monjes que lo flanqueaban, y Summer se alegró al ver que ni siquiera la miraba, porque no sabía si reír o llorar. Había estado intentando matarla. Lo sabía, siempre lo había sabido, a pesar de que había apartado la idea de su mente. Era como una serpiente venenosa que la había seducido mientras la conducía hacia la muerte, y no entendía por qué la había salvado una y otra vez, por qué había cambiado de opinión. Ni siquiera estaba segura de que eso tuviera alguna importancia. Las manos que la habían mantenido debajo del agua hasta que había empezado a ahogarse, que se habían tensado alrededor de su cuello, eran las mismas que la habían acariciado, que la habían amado, que la habían destrozado y la habían redimido.

El Shirosama se puso en pie, fue hacia él y alargó los brazos.

—Dame la urna.

Taka la dejó caer.

El hermano Heinrich se lanzó hacia ella, y consiguió atraparla antes de que se estrellara contra el suelo. Al ver que la urna estaba a salvo, el Shirosama retrocedió y dijo con tono decepcionado:

—Así no vas a poder rescatar a tu joven amiga, hermano Takashi:

—No me llames así —le dijo Taka con voz baja y amenazadora.

—¿Por qué no? Sabes tan bien como yo que quieres unirte a nosotros, lo que pasa es que te da miedo escuchar a tu corazón. Escúchalo, únete a nuestra hermandad, aún no es demasiado tarde. No pierdas el tiempo intentando oponerte a mí, hermano Takashi, porque soy imparable.

Summer no pudo apartar la mirada del rostro de Taka, que era tan engañosamente hermoso.

—Te he traído la urna. Dame a Summer, y nos iremos de aquí.

—No digas tonterías, sabías que en ningún momento tuve la intención de permitir que te la llevaras. Dudo que fueras tan ingenuo como para creer lo contrario.

La expresión de Taka permaneció inalterable.

—Cualquier cosa es posible, incluso que te hubieras convertido en un hombre de palabra.

—Mi palabra es la palabra sagrada de Dios.

—¿Dios te ha pedido que secuestres a una americana indefensa y que asesines a miles de personas?

—No voy a asesinar a nadie. El mundo va a purificarse, a recibir en cierta forma una especie de bautismo. Sólo mis fieles más devotos me acompañarán en mi último viaje.

—¿A qué viaje te refieres?

—No pensarías que les pediría un sacrificio así a mis seguidores sin estar dispuesto a hacer lo mismo, ¿verdad?

—Lo que pienso es que eres un psicópata mentiroso y taimado que le encuentra una justificación a todo lo que hace.

—Y yo pienso que ha llegado la hora de que te unas a tu amiga. La luna nueva ya está aquí, y todo está listo. ¿Oyes eso?

— ¿El avión? Sí, claro. Supongo que se acercan más esbirros tuyos para recoger las cajas llenas de armas biológicas que piensas esparcir por todo el mundo, ¿no?

—Mis seguidores más selectos se acercan para llevar la libertad de punta a punta del planeta.

—La tierra es redonda.

—Y no hay dónde esconderse. Hermano Heinrich, átalo y siéntalo junto a la mujer que intentó asesinar.

Taka permaneció impasible, pero el hecho de que no mostrara culpabilidad alguna fue más revelador que una posible protesta. Después de atarle los brazos y las manos, el hermano Heinrich lo sentó a su lado con tanta brusquedad, que chocó contra ella y estuvo a punto de tirarla. Summer se apresuró a apartarse de él, y se negó a mirarlo.

Al ver su gesto de rechazo, el Shirosama murmuró:

—¿Lo ves? Le he dicho que fuiste tú quien intentó ahogarla en la bañera, quien iba a matarla; probablemente, en estos momentos sigues pensando que será mejor silenciarla, pero eso ya carece de importancia porque en breve ambos estaréis muertos. A lo mejor os irá mejor en la siguiente vida.

Taka se limitó a colocarse bien en silencio, y finalmente comentó:

—¿Le has lavado el cerebro tan rápido?, pensaba que te costaría más.

—Le he dicho la verdad, y la ha aceptado como tal —le contestó el Shirosama—. Hermano Heinrich, ve al avión para comprobar que todo está cargado y que los discípulos están a bordo. Después vuelve con el último paquete medicinal, tengo que asegurarme de que todo va según lo previsto antes de dar el último paso.

El hermano Heinrich fulminó a Taka con la mirada antes de alejarse. El Shirosama parecía haberse olvidado de que tenía dos prisioneros, porque había empezado a entonar un extraño cántico que parecía compuesto por una mezcolanza de idiomas; después de espolvorear un polvo grisáceo sobre el fuego, hizo lo mismo con el incienso dulzón que solía utilizar. De repente, empezaron a emerger miembros de la hermandad vestidos de blanco del bosque circundante, y fueron apilando sus armas en un montoncito antes de formar un círculo alrededor del Shirosama y de empezar a entonar el mismo cántico sin sentido.

— ¡Su santidad! — Summer se obligó a teñir su voz de un tono de súplica lloroso, y añadió—: ya que vamos a morir, ¿puedo besar a Taka por última vez?

Taka no reaccionó ante su extraño comportamiento, y permaneció inmóvil sin mirarla. Estaba arrodillado a su lado, completamente alerta, y seguramente ella era la última de sus preocupaciones.

—¿Quiere besar al hombre que ha intentado asesinarla?, es usted una mujer muy insensata, pero no tengo inconveniente en que lo haga.

Cuando Taka se volvió hacia ella y la miró con una expresión inescrutable, Summer se inclinó hacia él, le cubrió la boca con la suya y susurró:

—Tengo un cuchillo, cabrón malnacido. Se ha escurrido hasta la parte delantera de la camisa, a ver si puedes alcanzarlo —el contacto de sus labios fue una agonía, pero lo peor era que quería besarlo de todas formas, a pesar de lo que le había hecho.

De repente, Taka se lanzó a sus rodillas y empezó a balbucear una tontería incoherente sobre amor y arrepentimiento; finalmente, y a pesar de que tenía las manos atadas a la espalda, consiguió meter la mano por debajo de la holgada camisa y agarró el cuchillo.

Los ojos medio ciegos del Shirosama miraban hacia ellos, y su rostro mostraba su desaprobación.

—Os juzgué mal a los dos, no sois dignos del gran honor que decidí concederos.

—¿Qué gran honor? —le preguntó Summer.

Taka seguía con el numerito de desespero y amor incondicional mientras cortaba sus ataduras, así que ella tenía que acaparar la atención del Shirosama.

—El gran honor de morir conmigo, señorita Hawthorne. Estoy seguro de que su madre habría sabido apreciarlo, y de que le habría encantado poder compartirlo, ya que es una de mis más fieles seguidoras; sin embargo, alguien se la llevó lejos, y no he tenido tiempo de buscarla porque he tenido que ocuparme de otros asuntos más importantes.

—¿Como secuestrar a mi hermana? —le espetó Summer.

Al ver que Taka se quedaba quieto, esperó con impaciencia a que se apoyara contra ella para quitarle las ataduras de una vez, porque estaban cortándole la circulación de los brazos; sin embargo, el Shirosama pareció perder el interés por hablar, y se volvió hacia uno de sus seguidores.

—Hermano Shinya, sácalos del círculo para que presencien la ceremonia desde cierta distancia.

Summer soltó una imprecación para sus adentros al ver que uno de los fieles se les acercaba. El tipo se daría cuenta de que Taka tenía un cuchillo, y su última esperanza de escapar se desvanecería. Pero había subestimado la aversión que el fiel sentía por los impuros, en especial por las mujeres. Se detuvo a unos pasos de ellos y los observó con repugnancia, como si apestaran.

—Retroceded —les dijo con firmeza.

Debían de parecer cangrejos retrocediendo con las manos y los pies atados, pero Summer ya había renunciado a su dignidad hacía tiempo, además de a la confianza, al amor, y a la remota posibilidad de disfrutar de un final feliz; al fin y al cabo, había depositado toda su fe en un asesino.

Cuando se alejaron a metro y medio del círculo, los fieles ocuparon sus puestos correspondientes y se arrodillaron en un semicírculo alrededor del Shirosama. Su líder había colocado la urna sobre el kimono antiguo, y en otras circunstancias, Summer se habría sentido horrorizada ante aquel sacrilegio.

Seguramente, lo habían robado al secuestrarla. Si Reno hubiera dejado la urna en su apartamento, habrían conseguido lo que querían y aquella pesadilla ya se habría acabado, al menos para ella, porque probablemente la habrían matado; en todo caso, si Taka no hacía algo pronto tampoco iba a seguir mucho tiempo con vida, y dejarían de importarle los kimonos antiguos, las piezas de cerámica y todo en general.

Aunque bien pensado, no sabía con certeza si cuando Taka se pusiera en acción iba a molestarse en salvarla.

El Shirosama se colocó en una posición de meditación, y todo pareció detenerse. Los cánticos cesaron, y todos permanecieron esperando en silencio.

Al cabo de un momento, el hermano Heinrich regresó.

—Ya están aquí, su santidad. La fuerza avanzada ya ha subido a bordo, y el hermano Neville y su mujer se han asegurado de que las cajas se cargaran correctamente en el avión. Desean recibir vuestra bendición antes de marcharse en su misión sagrada.

—Por supuesto. Tráelos, para que pueda impartírsela y enviarlos a su destino —se volvió hacia Summer y Taka, y comentó—: el hermano Neville es uno de los mejores científicos de Inglaterra, un experto en armas bioquímicas, y su mujer le asiste en su tarea. Los fieles devotos como ellos apuntalan el éxito de mi visión, porque aceptan el hecho de que la muerte sólo es la puerta que conduce al paraíso. Mi gente está en todas partes, es imposible detener lo que debe ocurrir.

Taka siguió en silencio, y al ver que se quedaba muy quieto, Summer se dio cuenta de que o había abandonado el intento de cortar las cuerdas, o ya lo había conseguido y estaba esperando el momento oportuno para actuar; fuera como fuese, no la había soltado, y estaba claro que no pensaba hacerlo. Era posible que saliera de aquélla con vida si él se las ingeniaba para detener a aquellos fanáticos antes de que soltaran el gas, pero en caso de que no fuera así, iba a tener que conformarse con saber que Jilly estaba a salvo. No la consoló demasiado saber que Taka moriría también, lenta y dolorosamente.

Los seguidores británicos del Shirosama se acercaron en silencio. El hombre era alto, llevaba gafas y parecía bastante insulso, y la mujer que lo acompañaba era igualmente anodina y parecía mayor que su marido. De repente, se dio cuenta horrorizada de que dos fieles seguían a la pareja, y que estaban arrastrando a alguien... alguien con el pelo rojo como el fuego, y vestido de cuero; al parecer, Reno había acompañado a su primo, pero no había servido de mucha ayuda.

El científico británico fue el primero en acercarse al Shirosama. Se arrodilló frente a él, y se inclinó en una profunda reverencia hasta que estuvo a punto de tocar el suelo con la frente. Al notar que Taka se tensaba a su lado, Summer supuso que habría visto a su primo.

—Saludos y bendiciones, maestro —dijo el hombre, con un acento británico de clase alta perfecto.

—Saludos y bendiciones, hermano Neville. Y saludos también a la hermana Agnes, los dos me habéis servido bien.

—Y vamos a continuar haciéndolo, su santidad. El mundo quedará purificado con fuego y sangre, y se alzará un nuevo orden mundial.

Summer luchó por morderse la lengua, pero su esfuerzo fue inútil. El hermano Neville parecía un personaje digno de una novela de Dickens, ya que era amanerado, delgado y se apoyaba en un bastón, como si hubiera estado enfermo recientemente, y su mujer habría sido la perfecta carcelera. No pensaba permanecer allí sentada con la boca cerrada, mientras se felicitaban por la inminente matanza que habían organizado.

—No sabía que iba a ser con fuego y sangre, creía que sería con plagas y veneno —dijo en voz alta, para que pudieran oírla bien.

—No le prestes atención, hermano Neville. Pronto estará en un lugar mejor —dijo el Shirosama con calma—. ¿A quién me habéis traído?

—¿No podéis ver, Shirosama?

—Mi ascensión ya casi está completa, y al fusionarme con mi predecesor me he quedado casi ciego; sin embargo, intuyo que hay alguien más con vosotros.

Cuando el hermano Neville miró brevemente a Taka, Summer creyó ver que le hacía un gesto de asentimiento casi imperceptible, pero se dijo que debía de habérselo imaginado... a menos que Taka fuera un seguidor del Shirosama, y que todo hubiera sido una mentira.

—Creo que el joven ha venido con vuestros dos invitados, su santidad. Lo atrapamos cuando estaba intentando sabotear el avión, y aunque me temo que está muerto, hemos decidido traerlo para que se una a la ascensión, ya que vuestra clemencia y vuestro perdón no tienen límites.

—Por supuesto. Colocadlo junto a sus amigos, se unirán a él en la liberación de las almas.

—Desearía que la hermana Agnes y yo pudiéramos estar aquí en ese momento trascendental —dijo el hombre.

—Es más importante que llevéis a cabo vuestro cometido, hermano Neville. Confío en que os aseguréis de que el material se distribuye de forma adecuada.

— Se hará tal y como se ordenó —murmuró el hombre.

Al oír su tono santurrón, Summer abrió la boca para hacer un comentario sarcástico, pero volvió a cerrarla cuando Taka consiguió darle un pequeño codazo de advertencia.

Cuando los dos fieles que llevaban a rastras a Reno lo dejaron caer a su lado, Summer se quedó mirándolo y tuvo ganas de llorar. A pesar de que la despreciaba y de que no había dejado de burlarse de ella, verlo allí tirado fue la gota que colmó el vaso, y un pequeño sonido estrangulado cargado de dolor consiguió escapar de su garganta.

Taka se volvió hacia ella, y se quedó mirándola con el rostro impasible durante unos segundos antes de volverse de nuevo hacia su primo. Fue entonces cuando Summer se dio cuenta de que Reno aún respiraba; de hecho, no estaba manchado de sangre ni parecía estar herido, aunque tenía los ojos cerrados y lo único que revelaba que seguía vivo era el movimiento rítmico y casi imperceptible de su pecho.

Apartó la mirada de él por miedo a que alguien se diera cuenta de que pasaba algo, y volvió a centrarse en la escena que estaba representándose en el escenario principal.

—¿Podemos presenciar al menos parte de la ceremonia, su santidad? —dijo el hermano Neville.

—De acuerdo. Hermano Heinrich, ha llegado el momento.

El germano se levantó, y cuando levantó las manos, la zona se iluminó con una luz casi cegadora. Había dos hombres con cámaras vestidos con el ropaje blanco de la hermandad, y enfocaron de lleno al Shirosama cuando éste se sentó delante del kimono y de la sagrada urna Hayashi, que parecía resplandecer como una obra de arte de hielo azul.

Cuando su santidad empezó a entonar unas palabras indescifrables mientras echaba en la urna algo que parecía tierra y grava, Summer se dio cuenta de que seguramente se trataba de los restos del anterior Shirosama, y esperó al siguiente acto de aquella función mientras se preguntaba si un geniecillo iba a salir de repente del humo y las cenizas, despotricando como Robin Williams.

Sin embargo, no pasó nada. Los trozos de hueso y las cenizas se aposentaron en la urna mientras el polvo chispeaba bajo la luz de los focos, y el Shirosama volvió a decir algo en aquella extraña mezcla de idiomas. Uno de sus seguidores se sentó a su lado, y empezó a interpretar de cara a las cámaras lo que decía en el lenguaje de los signos. El hermano Heinrich, su fiel mano derecha, estaba sentado a su otro lado, y sobre el kimono había una espada corta de plata.

Al ver el arma, Summer se dio cuenta de que se le había olvidado que iba a ver de cerca el ritual del sep-puku, y a juzgar por las películas que había visto, el hermano Heinrich procedería entonces a decapitar a su líder. Sintió que se le revolvía el estómago. Le parecía fantástico que el Shirosama estuviera a punto de desprenderse de las preocupaciones terrenales, pero no quería verlo en primera fila y nunca había sido una entusiasta de las cabezas cortadas; además, iba a dejar el kimono antiguo perdido de sangre.

Sin embargo, permaneció en silencio. Taka estaba completamente inmóvil a su lado, junto al supuesto cadáver de su primo, pero no estaba segura de si las cosas se habían descontrolado por completo y estaba a punto de morir, o si estaba pasando algo más en segundo plano y tenía una mínima posibilidad de seguir viva.

No podía hacer nada en ninguno de los dos casos, porque Taka no parecía dispuesto a desatarla, así que permaneció sentada y se dijo que siempre le quedaba la opción de cerrar los ojos cuando llegara la parte sangrienta, tal y como solía hacer cuando veía CSI.

Poco a poco, fueron apareciendo más fieles que formaron un círculo externo alrededor de los monjes arrodillados, mientras el científico británico y su mujer permanecían a un lado. Cuando el cántico fue ganando fuerza y el Shirosama empezó a abrir su túnica, Summer decidió que contemplar su cuerpo lechoso y flaccido podía resultar más aterrador que verlo suicidarse, así que apartó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Taka.

Se quedó boquiabierta al ver que él pronunciaba silenciosamente con los labios algo increíble, algo que estaba segura de que era «te quiero», y entonces supo con certeza que iba a morir y que él se había apiadado de la pobre gaijin enamorada. Pero al menos iba a morir sabiendo que él le había dicho aquellas palabras, y se sentía reconfortada a pesar de saber que eran mentira.

Cerró los ojos, pero volvió a abrirlos de golpe cuando Taka se puso de pie como una exhalación, y lo vio saltar por encima de los monjes arrodillados y agarrar al Shirosama antes de que éste pudiera hundirse la espada en el pecho. De repente, todo se llenó de gritos, de movimiento y de caos. A pesar de que Taka era mucho más fuerte que el Shirosama, la locura ciega pareció darle fuerzas a su santidad, y ambos rodaron por el suelo y derribaron la valiosa urna.

El hermano Heinrich se apresuró a levantarse, pero antes de que pudiera ayudar a su maestro, Reno se abalanzó sobre él. Summer luchó por librarse de las ataduras, pero no lo consiguió y tuvo que contentarse con apartarse un poco de lo que estaba convirtiéndose en una batalla campal. A pesar de que casi todos los combatientes llevaban la túnica blanca de la hermandad, parecían estar luchando los unos contra los otros, y no tenía ni idea de quién estaba ganando hasta que de repente vio que Reno se derrumbaba y se quedaba inmóvil en el suelo.

Taka había conseguido ponerse a horcajadas sobre el Shirosama, pero el líder espiritual seguía forcejeando y gritando algo que ella no alcanzó a entender. Lo que estaba claro era que el hombre había perdido por completo la razón. De repente, vio que el hermano Heinrich se levantaba, y que tenía una larga katana ceremonial con una afilada hoja de acero; por un momento, pensó que iba a ir a por Reno, pero entonces se volvió hacia Taka.

El barullo de la lucha se tragó su grito de advertencia, y Taka estaba demasiado concentrado en dominar al Shirosama para darse cuenta de que la muerte se le acercaba por la espalda.

Summer volvió a gritar cuando Heinrich alzó la katana, pero el germano se quedó paralizado de repente y el arma se le cayó de la mano. Se hundió de rodillas en el suelo antes de desplomarse hacia delante, y cuando cayó sobre el valioso kimono, la sangre que había empezado a manar del agujero que tenía entre los ojos manchó la antigua seda.

Al ver que la anodina mujer británica iba hacia ella, Summer intentó retroceder a rastras, pero entonces se dio cuenta de que había sido su esposo, el tal Neville, quien había disparado a Heinrich. El hombre estaba inclinado sobre el cuerpo inerte de Reno, y ya no tenía nada de insulso.

—Deja de retorcerte, Summer —le dijo la mujer, con un marcado acento británico—. No puedo desatarte si no te estás quieta.

Summer se quedó inmóvil, pero no le quitó el ojo de encima a Taka. Tenía agarrado al Shirosama del cuello, había empezado a apretar, y los ojos descoloridos de su santidad parecían a punto de salirsele de las órbitas.

—Va a matarlo —comentó con voz ronca.

La desconocida siguió la dirección de su mirada, y le dijo:

—No, no lo hará. A Hayashi le encantaría convertirse en un mártir. No te preocupes, Taka sabe lo que hace.

En cuanto tuvo las manos libres, Summer empezó a desatarse ella misma los pies a pesar de la punzada de dolor que sintió en el hombro.

—¿Quién demonios sois? —le preguntó a la mujer.

La lucha ya había terminado, y los silenciosos y cabizbajos miembros de la hermandad se habían puesto en medio y ya no podía ver a Taka y al Shirosama. Cuando se dio cuenta de que el hermano Neville parecía estar al mando de la situación, tuvo miedo de que aquello no fuera más que un golpe interno de la hermandad, que otro chalado fuera a ocupar el puesto del anterior; sin embargo, sus temores se esfumaron cuando él se acercó, la miró con unos fríos ojos azules, y alargó la mano hacia ella.

—¿Está bien, señorita Hawthorne?

Summer dejó que la levantara de un tirón, y le preguntó:

—¿Quién demonios sois? —seguía sin poder ver a Taka a través del muro de fieles silenciosos, y no pudo sofocar el pánico que iba creciendo en su interior.

—Takashi trabaja para nosotros, eso es lo único que necesita saber —se limitó a decirle él—. Tenemos que sacarla de aquí de inmediato, y al primo de Taka también. Ahora mismo, el avión está esperando.

—¿El avión con las armas biológicas?

—Las armas han sido neutralizadas —le dijo la mujer, que de repente parecía mucho más autoritaria—. Tenemos que llevar al primo de Taka al hospital, y creo que tú estarás deseando salir de aquí y volver a ver a tu hermana.

Summer se olvidó de Taka por un segundo.

—¿Sabes dónde está Jilly?

—Yo fui quien la sacó de Los Ángeles. Está con la mujer de Peter, esperando a que vayas —señaló con un gesto al hombre, y añadió — : él es Peter, Peter Madsen, y yo soy Isobel Lambert.

—La jefa del Comité. — dijo Summer.

A la mujer no pareció hacerle demasiada gracia que supiera quién era.

—Ya veo que Takashi ha sido demasiado parlanchín, suele ser mucho más discreto. ¿Qué ha pasado entre vosotros dos?

—Eso no es asunto tuyo, Isobel —le dijo Peter Madsen con calma—. Además, Takashi nunca se involucra durante sus misiones, sabe separar el trabajo de su vida privada.

Y ella era el trabajo, claro.

Los miembros de la hermandad se habían apartado lo suficiente para que pudiera ver el lugar donde habían estado Taka y el Shirosama, pero no quedaba ni rastro de ninguno de los dos. Sólo estaba el cuerpo sin vida de Heinrich, que seguía empapando de sangre el kimono.

—¿Dónde están? —les preguntó.

—Eso no importa —le dijo madame Lambert—. Se ha acabado, y lo mejor será que te olvides de los últimos días cuanto antes. Por ahora, tenemos que llevar al chico a un hospital, y hay que sacarte del país antes de que haya algún tipo de repercusión política. Seguro que estás deseando salir de aquí.

Summer miró a su alrededor. Uno de los arcos torii ceremoniales estaba destrozado, y la preciada urna Hayashi estaba tirada de lado en el suelo, completamente olvidada. Hacía mucho que había perdido la noción del tiempo, pero era como si acabara de llegar al Japón... y marcharse de allí significaba alejarse de Taka para siempre.

—Sí, estoy deseándolo —dijo, con voz inexpresiva. Un par de hombres estaban colocando a Reno en una camilla; aunque llevaban la túnica blanca de la hermandad, era obvio que trabajaban para el Comité, y sintió que la cabeza iba a estallarle de un momento a otro—. ¿Puedes decirme sólo una cosa?

—Lo dudo —le dijo Isobel Lambert, antes de tomarla del brazo y de empezar a conducirla hacia el avión, con cuidado de ir esquivando los cadáveres.

—¿Quiénes son los buenos y quiénes los malos?

La mujer se detuvo y dio media vuelta, y tras contemplar durante unos segundos los cuerpos desperdigados, se volvió de nuevo hacia ella.

—Nada es sólo blanco o negro en esta vida, Summer. Todo es relativo.