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Capítulo 18

 

Estaba deseando que amaneciera, porque tenía que sacarla de su vida lo antes posible. Estaba convirtiéndose en lo más importante... más incluso que respirar y que vivir. Tenía que alejarse de ella, porque no quería dejarla marchar.

No tenía ni idea de qué era aquella especie de locura que se había apoderado de él. Habían estado a punto de matarlos en Bainbridge porque había sido incapaz de mantener las manos apartadas de ella, y aunque habría podido inventarse un montón de excusas plausibles y falsas, todo se reducía a algo muy simple: ardía por penetrar en su cuerpo, por hacer que volviera a gritar de placer. El deseo que sentía por ella lo consumía y lo enloquecía, y cuando la dejara marchar, sería para siempre.

¿Había renunciado alguna vez a algo a lo que amaba para seguir con vida?, ¿lo había destruido? No sabía qué la había impulsado a plantearle aquello, ni por qué había aparecido en su propia mente una respuesta inmediata que había tenido que silenciar: sí, había tenido que renunciar a algo que amaba... había tenido que renunciar a ella.

Summer se había encerrado otra vez en sí misma, y se permitió el lujo de observarla conforme la luz del amanecer fue inundando el interior del coche. Tenía ojeras, parecía exhausta, las pecas que le salpicaban la nariz resaltaban contra la palidez de su piel, y la trenza en la que había logrado recogerse el pelo estaba medio deshecha.

De repente, sintió un deseo sobrecogedor de acabar de soltarle el pelo y enterrar la cara en él, de inhalar su aroma. Demonios, probablemente olía a humo y a ceniza a causa de la explosión de la casa, seguro que su piel tersa y pálida olía a miedo, pero quería hundirse en ella de todas maneras.

Estaba loco, como una cabra, pero al menos ella no se había dado cuenta de nada. Prefería que fuera así, porque estaba seguro de que sólo necesitaba un poco de espacio para conseguir aclararse la cabeza. Cuando sus caminos se separaran, no volvería a acordarse de ella.

Estaba claro que Summer estaba deseando perderlo de vista. Estaba tensa, evitaba mirarlo, y su boca tenía un gesto testarudo... no había tenido tiempo de disfrutar de aquella boca, de descubrir de lo que era capaz de hacer... y sabía que debería sentirse agradecido por ello.

Todo estaba listo. Madame Lambert la llevaría con su hermana a Inglaterra, y ambas se quedarían con Peter y su mujer mientras él se iba en dirección contraria, hacia el Japón. Una vez allí, dejaría la dichosa urna en manos del gobierno, a través de su tío abuelo Hiro. Aquello le pararía los pies al Shirosama, al menos de momento, y les daría el tiempo necesario para encontrar el santuario y destruir lo que quedara de él, para localizar las armas biológicas y químicas que la hermandad había ido acumulando, para poder salvar el mundo.

Con un poco de suerte, su jefa le daría a Summer las drogas necesarias para que se olvidara de él. No era necesario que supiera que lo había conocido, y si en el futuro sentía una repulsión ilógica por los hombres asiáticos, no sabría por qué.

El tráfico en dirección al aeropuerto era bastante denso, porque había muchos vuelos que salían temprano, y la presencia de la policía lo obligó a aminorar la velocidad. Podría haber utilizado cualquiera de sus muchos alias si lo paraban, pero no era necesario complicar aún más las cosas. No le preocupaba que Summer intentara pedir ayuda, porque sabía que no haría nada que la obligara a permanecer junto a él más tiempo del necesario. Quería recuperar a su hermana, alejarse de él, calma y seguridad, e Isobel Lambert le ofrecía la oportunidad de recuperar la normalidad de su vida. Estaba convencido de que su jefa podría mostrar una fachada maternal si quería, porque era capaz de cualquier cosa.

Summer y su hermana estarían a salvo, llegarían a ser felices con el paso del tiempo, y él dejaría de pensar en ella en cuanto le diera la espalda y la perdiera de vista; al fin y al cabo, se había convertido en un experto en alejarse de las cosas, de la gente.

Cuando llegaron al aparcamiento subterráneo reservado a las personalidades importantes, Summer salió del coche sin decir palabra. Parecía increíblemente pálida bajo las luces artificiales. Al ver que tenía una mancha en la mejilla, levantó la mano para limpiársela, pero volvió a bajarla de inmediato porque no quería volver a tocarla si no era absolutamente imprescindible.

—Alegra esa cara. Estás a punto de perderme de vista, debería ser el día más feliz de tu vida.

Ella no se tragó el anzuelo. Le habría resultado más fácil si le hubiera dado una respuesta mordaz, pero parecía haberse quedado sin ganas de luchar... aunque lo cierto era que ya había ganado, porque madame Lambert no había protestado cuando él le había dicho en su última comunicación que no estaba dispuesto a matarla. Un par de minutos más. En un par de minutos más, podría alejarse de ella.

La tomó del brazo mientras avanzaban por el nivel inferior de la terminal, y ella dejó que la condujera por los pasillos casi desiertos hacia las secciones más bulliciosas, permaneció callada cuando pasaron por la puerta de seguridad reservada a los empleados sin ningún problema. Sabía que debería soltarle el brazo, pero no lo hizo. Quería tocarla, quería aferrarse a ella hasta el último momento.

Llegaron a la puerta once, donde los esperaba el hombre que debía contactar con ellos, Crosby. Estaba vestido con el uniforme del personal de mantenimiento, llevaba una gorra que le ocultaba parcialmente el rostro, y tenía un cubo con una fregona. Seguro que en el cubo había armas más que suficientes para proteger a Summer si alguien intentaba acercarse a ella; a pesar de que aquella vez habían cubierto su rastro a la perfección y era muy improbable que surgiera algún problema, era tranquilizador contar con alguien que pudiera servir de apoyo.

En la terminal había un número ideal de personas... suficiente para que la situación fuera segura, pero sin llegar a resultar excesivo. La puerta once estaba desierta, ya que el siguiente vuelo aún iba a tardar cinco horas en salir, así que condujo a Summer hacia las duras sillas de plástico que miraban hacia el pasillo. Podría haberla llevado a alguna de las salas vips, pero sería el primer lugar donde mirarían los matones del Shirosama. Era mejor estar al descubierto. Madame Lambert había elegido aquel lugar, y sabía cuál era el mejor punto de recogida posible.

Como ya no le quedaba ninguna excusa plausible para seguir tocándola, le soltó el brazo y le echó una mirada a su reloj, impaciente por alejarse de ella cuanto antes.

—Mi jefa llegará dentro de cuarenta y cinco minutos. Crosby, el tipo de la fregona, se asegurará de que estés segura mientras tanto. Nadie te molestará, pero si surge cualquier problema, grita lo más fuerte que puedas.

Cuando ella levantó la mirada hacia él, se quedó sin aliento.

—¿Por qué me miras así? Estás a punto de conseguir lo que querías, vas a ver a tu hermana y las dos estaréis a salvo... y no volverás a verme nunca más. ¿Por qué pareces tan angustiada?

—No lo entenderías —Summer bajó la mirada.

Taka fue incapaz de controlarse. La agarró por la barbilla, y la obligó a alzar el rostro.

— Vale, tu casa está destruida, tu mejor amigo muerto, y has perdido una vasija que usabas para guardar galletas y un par de kimonos que tenían un gran valor sentimental para ti, pero estás viva. Estás viva, tu hermana también, y las dos vais a estar a salvo; además, vas a perderme de vista, porque tú te vas a Inglaterra y yo al Japón, y mi jefa se asegurará de que te olvides de que me has conocido si se lo pides. Seguramente, lo hará sin necesidad de que le digas nada, así que en breve dejarás de soportar el odio que sientes por mí.

—No te odio.

Dios del cielo. Aquellos ojos azules que nunca lloraban tenían el brillo de las lágrimas... no, era imposible... pero aquella expresión perdida y angustiada hablaba por sí sola.

—No lo hagas —le pidió con voz ronca.

—¿El qué? —le preguntó ella.

—No me mires así, o voy a...

—¿A qué?

Taka no tenía ni idea de lo que iba a hacer, no sabía si iba a besarla o a pegarle un tiro. Estaba enloqueciéndolo, y no podía permitirlo.

—¿Qué es lo que quieres de mí? —le preguntó con voz baja y dura, consciente de que Crosby podía oírlos, de que seguramente estaba grabando la conversación.

No lo sorprendió que no le contestara, porque ni ella misma sabía lo que quería y estaba demasiado exhausta y confundida para pensar con claridad. Él era la única constante de su vida en ese momento y tenía miedo de dejarlo marchar, era algo comprensible que no tenía nada que ver con él en concreto. De modo que se limitó a decirle adiós antes de alejarse de ella sin volverse a mirarla ni una sola vez, y saludó con la cabeza a Crosby al pasar junto a él.

Avanzó entre el gentío con rapidez. Su contacto, Ella Fancher, estaba esperándolo junto a su coche, vestida de azafata de vuelo.

—Empaquétalo todo y mételo en mi avión —le dijo en un murmullo, mientras le daba las llaves del vehículo—. No sé lo que es importante y lo que no.

Ella asintió, y le dio el material que había solicitado: un pasaporte nuevo, el billete de avión, y nuevas tarjetas de crédito.

—¿Dónde has dejado a la chica?

—¿Por qué crees que no la he eliminado?

Hacía unos cinco años que conocía a Ella, incluso habían sido amantes durante un corto período de tiempo, y habían quedado como amigos.

—Porque te conozco, Taka. Haría falta algo más que las órdenes de Isobel Lambert para obligarte a matar a una inocente, y ella lo sabía. Por eso te eligió para esta misión en concreto.

—Me eligió por mi procedencia, y la «chica» está sentada cerca de la puerta, esperando a que Lambert la recoja. Crosby la vigila para asegurarse de que nadie la molesta.

—¿Crosby? —Ella palideció—. Crosby está muerto.

Taka sintió que la sangre se le helaba en las venas.

—¿Qué quieres decir?

—Lo mataron en el tiroteo del lago Arrowhead, ¿quién te dijo que iba a estar aquí?

—Recibí un mensaje de texto de Lambert —le dijo con voz tensa mientras se apresuraba a guardarse los documentos en el bolsillo.

—No te lo ha mandado ella, será mejor que vayas...

Taka ya había echado a correr. Recorrió los pasillos desiertos a la carrera, mientras el corazón le martilleaba en el pecho. La había dejado sin comprobar antes que la situación era segura, porque había estado desesperado por huir. Summer iba a morir por culpa de su estúpida debilidad... como había tenido miedo de no ser capaz de dejarla, la había abandonado. Ella iba a morir por su culpa, y no estaba seguro de poder soportarlo.

 

 

Summer seguía sentada en aquella incómoda silla de plástico, mientras contemplaba la terminal casi vacía. El hombre que estaba custodiándola no parecía prestarle ninguna atención mientras iba acercándose poco a poco, limpiando el suelo, y sabía que tendría que sentirse aliviada al tener a otra persona que la protegiera, a alguien normal, a alguien que no tenía nada que ver con un ser tan exótico, hermoso y cruel como Taka.

¿Cómo demonios había llegado a aquel extremo? Al verlo alejarse, había tenido que controlarse con todas sus fuerzas para no suplicarle que se la llevara con él, y no entendía por qué. Aunque había soñado con ir al Japón desde que Hana-san le había contado historias sobre su infancia, no quería hacerlo en compañía de un asesino de la yakuza, en medio de una especie de cruzada por salvar el mundo.

Además, ¿desde cuándo les interesaba salvar el mundo a los miembros del crimen organizado?, ¿no deberían estar más interesados en venderle la urna al mejor postor que en entregársela al gobierno japonés?

Aunque tampoco podía estar segura de que Taka fuera un asesino de la yakuza, claro. Había creído que era un gángster por la cantidad de personas a las que había matado desde que la había sacado del maletero de la limusina, y por los tatuajes que le cubrían la espalda, pero lo cierto era que sólo había matado para protegerla.

¿Qué era el Comité que había mencionado?, ¿quiénes eran sus miembros?, ¿quién era la tal «madame Lambert» que iba a llevarla junto con Jilly a Inglaterra? Necesitaba estar con su hermana, necesitaba refugiarse en un sitio seguro donde estuviera a salvo del Shirosama, y aquel estúpido anhelo de volver junto a Taka sólo era un caso de locura transitoria, de querer ver cómo acababan las cosas entre ellos... pero era una idiota, porque todo había acabado ya.

Aquellas ganas de llorar estaban completamente injustificadas. No podía echarse a llorar, porque sabía que no podría detenerse y no podía correr ese riesgo; al menos, hasta que estuviera a salvo y lejos de allí.

Buscó con la mirada a su ángel guardián, pero sólo vio el cubo de la fregona junto a una pared.

—¿Señorita Hawthorne?

El pánico que había empezado a adueñarse de ella se esfumó, se volvió de inmediato y levantó la mirada hacia el rostro del guardaespaldas. Tenía una mirada inescrutable, una pistola en la mano, y la gorra que llevaba no acababa de ocultar su cabeza completamente calva.

—Tenemos que actuar con discreción —murmuró el hombre. Su voz tenía un acento que Summer no alcanzó a reconocer—. Si tengo que pegarle un tiro, es posible que resulte herida más gente, y no creo que quiera ser responsable de eso después de haber causado ya tantas muertes.

—Yo no he causado ninguna muerte.

—Ha rechazado la protección de su santidad, y el hombre que la acompaña es un asesino sin escrúpulos. Venga conmigo, aléjese de aquí para que no mate a nadie más.

—Ya se ha ido, no le importa dónde estoy... puedo quedarme aquí, y...

—La mujer que va a venir a buscarla es igual de peligrosa. Ya ha matado a su hermana, y planea hacer lo mismo con usted.

—Entonces, está amenazando con pegarme un tiro para evitar que ella me mate, ¿no? —le dijo Summer con serenidad. Se negó a creer que lo que acababa de decirle aquel hombre fuera cierto—. Eso no tiene sentido.

—Esta pistola tiene un silenciador, y nadie se dará cuenta. La dejaré en el asiento para que parezca que está dormida, y nadie notará nada raro hasta que empiece a formarse un charco de sangre debajo de la silla.

Summer se levantó poco a poco, consciente de que hablaba muy en serio.

—¿Adonde me lleva?

—A un lugar donde estará bajo la protección del Shirosama.

—Ya no tengo la urna, no tengo nada que él pueda querer.

—Eso lo decidirá su santidad. Camine lentamente, y no cometa el error de intentar llamar la atención de alguien. Las órdenes del maestro son muy claras: debo llevarla ante él si es posible, pero no puedo permitir que las fuerzas de la oscuridad vuelvan a apresarla.

—¿Las fuerzas de la oscuridad? —Summer deseó poder encontrarle la gracia a aquel melodrama—. No voy a ir a ningún sitio, y no me creo que mi hermana esté muerta. Lo sabría si fuera así, lo sentiría.

Lo que sintió fue la presión de la pistola contra sus costillas.

—Va a venir conmigo, señorita Hawthorne, y va a dejar de discutir.

Summer lanzó una mirada a su alrededor. La terminal seguía estando bastante vacía, y no había ni rastro del servicio de seguridad.

—Por aquí.

El hombre la empujó hacia delante a punta de pistola, y no tuvo más remedio que echar a andar. La llevó hacia una rampa de cemento que según el rótulo conducía a una zona reservada al personal autorizado, y al empezar a bajarla y ver que desembocaba en estrecho pasillo en penumbra, supo que lo más probable era que acabara muriendo allí, de un tiro en la cabeza. Era demasiado tarde para hacer lo que le había dicho Taka y gritar, demasiado tarde para intentar huir.

—Deténgase —le dijo el hombre, en cuanto acabaron de bajar la rampa.

Todas las puertas que había a lo largo del pasillo estaban cerradas, y Summer se apoyó contra la pared, consciente de lo que iba a pasar. Al menos, Jilly estaba a salvo... estaba completamente segura de ello, a pesar de las ominosas palabras de aquel tipo. Y Taka también estaba a salvo, iba camino del Japón y quizás ni siquiera llegara a enterarse de lo que le había pasado. En parte quería que la recordara, dejarle al menos un poco de culpa o de pesar, pero sabía que no era un hombre dado a arrepentirse de sus acciones, y tenía que admitir que se había esforzado por salvarla. Lo que pasaba era que se le había agotado la suerte, nada más.

Miró a su secuestrador sin miedo y creyó ver otra silueta tras él, en la rampa oscurecida por las sombras; seguramente, los matones trabajaban en parejas.

—¿Va a arrastrar el Shirosama su gordo trasero hasta aquí para venir a verme? —dijo con ironía.

El rostro del hombre se contrajo de furia.

—¿Cómo se atreve a insultar a su santidad?

— Su repugnante santidad no va a aparecer por aquí, ¿verdad? No pensaba llevarme ante él, iba a matarme sin más desde el principio... ¿por qué no lo hace de una vez? — Summer consiguió aparentar indiferencia.

— Se supone que debo matarla si no coopera.

El hombre agarraba con fuerza la pistola, que era más grande de lo que había creído al principio... lo suficiente para hacerle un buen boquete.

—Pero los dos sabemos que eso no importa, ¿verdad? Tiene una excusa para poder matarme, así que va a hacerlo y le dirá al psicópata chalado de su «maestro» que he intentado escapar.

—Va a ir a un lugar más puro —le dijo el hombre. La mano con la que aferraba la pistola le temblaba un poco—. Debería bendecir a su santidad por su compasión.

—¿Asesinarme le parece compasivo? —le preguntó ella, con tono burlón. Se dio cuenta de que la sombra que había a la espalda del hombre se movía, pero mantuvo la mirada fija en el hombre que según Taka iba a protegerla.

— Se alejará del pecado y de las preocupaciones mundanas, y avanzará hacia un plano de consciencia superior.

—Gracias, pero me gusta mucho este plano —le dijo con calma, mientras se preguntaba quién se ocultaba entre las sombras tras su secuestrador.

No sabía si se trataba de su salvación o de su sentencia de muerte. Era posible que estuviera a punto de morir, y sin poder ver a Taka de nuevo... aunque probablemente era una suerte, porque se comportaría como una tonta si lo viera. Él era lo único en lo que podía pensar, a pesar de que su vida estaba a punto de llegar a su fin. Su único consuelo era la esperanza de que Lianne se sintiera muy, pero que muy culpable por su muerte.

—Merece morir, aunque sólo sea por su falta de respeto —le dijo el hombre.

—¿No cree que tendría que consultarlo antes con el Shirosama? Apuesto a que no le gusta que se incumplan sus órdenes —fuera lo que fuese lo que había visto en la rampa, había desaparecido. No había nada que se moviera, nadie iba a rescatarla, Taka no iba a surgir de repente de entre las sombras.

Dependía de sí misma, y sabía que el tipo se limitaría a disparar si lo ponía nervioso.

—Me arriesgaré —le dijo él.

Al ver que levantaba la pistola y le apuntaba justo al centro de la frente, se dijo medio enloquecida que estaba a punto de conseguir un tercer ojo... a lo mejor llegaba a alcanzar la iluminación del verdadero conocimiento, después de todo.