Mientras veía pasar el paisaje del sur de California a toda velocidad por la ventanilla del coche, Summer reflexionó sobre lo increíble que era la mente humana. A pesar de que su hermana estaba atrapada en las garras de un sociópata mesiánico, y de que estaba muriendo gente, era capaz de permanecer sentada junto al hombre que la había traicionado sin echarse a gritar como una loca. Increíble.
Aún no tenía ni idea de las razones que lo habían llevado a hacerlo. Le había dicho lo que quería saber, así que no ganaba nada reduciéndola a un nivel tan elemental. A lo mejor lo había hecho para probar que podía.
Y a lo mejor conseguiría tener la cabeza de Takashi O'Brien ensartada en una estaca, si conseguía sobrevivir.
Si fuera por ella, se rendiría sin más, pero no estaba dispuesta a permitir que le pasara nada a su hermana pequeña. Taka le había dicho que el Shirosama había secuestrado a Jilly, pero no parecía estar dispuesto a hacer nada al respecto.
Se negaba a mirarlo, porque cuando lo hacía, la invadía una furia tan intensa que la cegaba y le impedía pensar con claridad, y necesitaba mantener la calma y el autocontrol. Más tarde podría abrir las compuertas de su rabia de par en par, pero de momento tenía que mantener la misma calma mortal que él.
—Mi hermana —dijo, sin dejar de mirar por la ventana.
—¿Qué pasa con ella?
—¿No vas a ayudarla? A mí me has rescatado varias veces, se te da bien.
—Mis órdenes eran mantenerte alejada del Shirosama, tu hermana no es de mi incumbencia.
Summer cerró los ojos por un momento, y luchó por pensar en un plan mientras recordaba el rostro querido y testarudo de Jilly. Habían cambiado el todo-terreno por un sedán que había en el garaje de la casa, pero bajo el modesto exterior del vehículo se ocultaba el motor de un coche de carreras.
A Taka parecía gustarle conducir a toda velocidad, pero al menos no estaban en la autopista, sino en una carretera secundaria que se adentraba en el campo. Era posible que tuviera alguna posibilidad si intentaba tomarlo por sorpresa, y no le importaba si él conseguía sobrevivir o no. Lo único que quería era alejarse de él para ir a rescatar a su hermana, entregarle al Shirosama lo que le pidiera a cambio de la libertad de Jilly.
Miró a su alrededor con disimulo, para intentar encontrar algo que pudiera utilizar a modo de arma. Sabía que sus manos desnudas eran inútiles contra aquel hombre y que sólo tendría alguna posibilidad de éxito si conseguía tomarlo por sorpresa, aunque no iba a resultarle nada fácil.
—No lo hagas —le dijo él con calma.
Ella se negó a volverse a mirarlo, y mantuvo los ojos fijos en el paisaje.
—¿A qué te refieres?
—Ni lo pienses siquiera, no voy a quitarte el ojo de encima.
—¿Y qué pasa si tengo que ir al lavabo?
—Que iré contigo.
—Ni lo sueñes.
Él no contestó, porque no hacía falta. Era como un gorila de trescientos kilos, que podía hacer lo que le diera la gana sin que ella pudiera impedírselo, y lo habría aceptado sin luchar, se habría rendido, si no estuviera en juego la vida de su hermana. De repente, se preguntó si llevaba una pistola, porque no había visto ninguna en aquellos dos días; al parecer, no necesitaba ningún arma para matar.
Sintió que se le formaba un nudo en el estómago. Taka no había matado para protegerla a ella, sino a la información que tenía. Se preguntó por qué se molestaba en mantenerla con vida, a pesar de que ya sabía dónde estaba la urna. Quizás no estaba convencido de que le hubiera dicho la verdad, porque ya le había engañado dos veces con las réplicas. A lo mejor no se desharía de ella hasta que consiguiera la verdadera.
Lo que no podía decirle era de dónde procedía, porque Hana nunca se lo había dicho; si realmente había salido de un misterioso santuario japonés, el secreto de su ubicación había muerto con su niñera.
Bajó la vista hacia el suelo del sedán. A lo mejor podría distraerlo si le daba un codazo en la cara, aunque como era más alto, le resultaría difícil alcanzarlo; además, estaba sujeta con el cinturón de seguridad.
Sólo tenía al alcance el termo de café y la lata vacía de Tab; ninguna de las dos cosas le haría mucho daño, pero el termo era más grande y pesado. Si pudiera golpearlo en la cara con él, le obligaría a apartar la mirada de la carretera y a quitar el pie del acelerador, y a lo mejor tendría tiempo de abrir la puerta y saltar.
Retrasando el momento sólo conseguía ponerse más nerviosa, así que se inclinó un poco para agarrar el termo... y Taka la detuvo. No tenía ni idea de cómo lo había hecho, pero le había atrapado ambas muñecas en un agarrón terriblemente doloroso. De inmediato recordó el daño que le había hecho hacía unas horas para sacarle la verdad... y lo que le había hecho después.
—Ya te he dicho que ni lo pienses —le dijo él con calma.
Summer se dio cuenta de que no había aminorado la velocidad; seguían yendo a unos ciento treinta por hora... aquello supondría una muerte segura en caso de que tuvieran un accidente.
— Sólo quería beber un poco de café.
—No te gusta.
—¿Cómo lo sabes?, que beba un refresco por las mañanas no significa que...
—No tenías café en tu casa.
—No sabes todo lo que tengo en mi casa.
—¿Quieres apostarte algo? Lo sé todo, hasta dónde guardas el porno.
—No tengo porno...
—Pues la literatura erótica, llámalo como quieras. Te gusta la ciencia ficción, el sexo interplanetario.
Dime, ¿te ha gustado más lo que te he hecho yo?, ¿soy lo bastante extraño para ti?
—Supongo que sería una pérdida de tiempo decirte lo mucho que te odio —le dijo ella con voz tensa.
—Al menos, eres sincera —le soltó las manos, y mientras ella se frotaba las muñecas, le lanzó una breve mirada y añadió—: y si estás intentando distraerme, se me ocurren varios métodos más efectivos. Podrías intentar hacerme una felación, a ver si eso me distrae lo suficiente para que puedas saltar.
—Eres un capullo — Summer se sintió enferma al pensar en aquello, al sentir la traicionera respuesta entre sus piernas, al darse cuenta de que quería inclinarse para ver lo que él hacía si lo intentaba, al admitir que aquélla no era la razón por la que quería hacerlo.
Las casas cada vez escaseaban más, así que no tendría ningún sitio al que ir si conseguía saltar. Se preguntó por qué estaría llevándola a una zona tan apartada, y se dio cuenta de lo absurda que era su pregunta. Ella era tan prescindible como su hermana, así que estaba llevándola a algún lugar donde pudiera matarla tranquilamente, donde nadie la oyera gritar, donde pudiera esconder su cuerpo...
—Déjalo ya.
Sus palabras la sobresaltaron lo suficiente para hacer que se volviera a mirarlo. Tenía la mirada fija en la carretera casi vacía, y parecía completamente centrado en la conducción.
—¿Qué quieres decir?
—Que dejes de pensar en la muerte, me gustaba más cuando estabas pensando en el sexo.
Summer no se molestó en preguntarle cómo sabía en qué estaba pensando. Siempre se había esforzado en ocultar sus sentimientos, porque era demasiado peligroso ser vulnerable con una madre como Lianne; sin embargo, Taka parecía conocerla por dentro y por fuera, había sido así incluso antes de que la hubiera tocado de forma tan íntima.
—¿Y por qué debería importarme lo que te guste o no? Y no me digas que porque eres lo único que se interpone entre el Shirosama y yo, porque lo recibiría con los brazos abiertos en este momento.
—No lo dudo, pero sería un grave error por tu parte.
—Ah, sí, se me olvidaba, tú eres mucho más amable que él.
—La amabilidad no tiene nada que ver en esto.
—Ya me he dado cuenta.
Taka había aminorado la marcha de forma casi imperceptible, y al ver que tomaba un camino de tierra lateral, Summer pensó que estaba sentenciada. Si saltaba del coche, moriría y así le evitaría la molestia, pero en ese momento no le apetecía evitarle nada. Si tenía la sangre fría de mirarla a los ojos mientras la estrangulaba, volvería de la tumba para atormentarlo.
—¿Cómo piensas hacerlo?
—¿El qué? —Taka apenas le prestó atención, ya que estaba concentrado en el camino.
—Matarme. Nunca te he visto hacerlo, sólo el resultado final. ¿Vas a estrangularme, o prefieres romperme el cuello? ¿Vas a apuñalarme?
Summer cometió el error de mirarlo para valorar su reacción. Cuando él le devolvió la mirada y esbozó una sonrisa con aquellos labios sensuales, ella deseó destrozárselos a martillazos.
—Lo más probable es que te corte en pedacitos, te hierva y te devore.
—Qué gracioso. ¿Significa eso que no piensas asesinarme?
Él apartó la mirada, y contestó:
—Preferiría no hacerlo si puedo evitarlo, a menos que me toques mucho las narices.
—Entonces, ¿qué hacemos en medio de la nada?
—Usa los ojos, Summer.
A ella no le hizo ninguna gracia que pronunciara su nombre, pero sería un poco ridículo pedirle que empezara a llamarla de usted. Miró a su alrededor mientras él iba aminorando la marcha, y entonces se dio cuenta de que estaban llegando a un campo enorme y árido que servía de pista de aterrizaje, y que había varios aviones pequeños junto a un edificio metálico bastante destartalado.
—No pienso subir a un avión —dijo con voz tensa.
—¿Te da miedo volar?
Sí, pero aquello no era de su incumbencia.
—No pienso abandonar a mi hermana a su suerte, no pienso ir a ningún sitio hasta que sepa que está a salvo.
—Vas a hacer lo que yo te diga —le dijo él con calma, mientras aparcaba junto al edificio.
—Antes tendrás que matarme.
Él suspiró, y Summer creyó por un segundo que iba a hacerle caso.
—Hay alguien que está encargándose de tu hermana —admitió él al fin.
—¿Quién?, ¿el Shirosama? No me mientas.
—Un colega va a rescatarla, no tienes de qué preocuparte.
—¿A quién te refieres?, ¿es que un miembro de la yakuza va a intentar infiltrarse en su cuartel general como si nada?
—Creo que se te ha olvidado que la Hermandad del Conocimiento Verdadero se originó en el Japón, y que casi un tercio de sus fíeles son japoneses. No creo que un miembro de la yakuza desentonara demasiado.
—A menos que le vieran los tatuajes.
—Buena parte de los seguidores del Shirosama son criminales de diferentes países. Deja de discutir conmigo de una vez, tanto tu hermana como tú estáis vivas. No va a pasarle nada.
—¿Por qué no me lo has dicho antes?, no te habría dado tantos problemas.
—Tú eres sinónimo de problemas —comentó él con ironía mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad—. Baja del coche, pero te dispararé si intentas escapar.
—No llevas pistola.
—Sí, sí que llevo. Y la usaré si tengo que hacerlo.
Summer no dudó ni por un segundo que lo decía muy en serio.
Jilly Lovitz estaba resultando ser una discípula bastante difícil. Se negaba a beber el agua sagrada que le llevaban, y parecía capaz de cerrar su mente a las palabras divinas que le transmitían a través de los altavoces. Algunos de los jóvenes científicos más brillantes del mundo trabajaban para él y seguían su camino, les había ofrecido un sendero hacia la salvación a químicos, expertos en explosivos, médicos, ingenieros y jóvenes rebeldes que vivían en la calle, pero Jilly Lovitz se le resistía.
Era difícil de creer que fuera hija de Lianne Lovitz, quien apenas tenía cerebro dentro de su hermosa cabeza. Se parecía mucho más a Summer, su hermana mayor, porque era demasiado inteligente, demasiado cínica y desconfiada; sin duda, lo último se debía a su madre, ya que Lianne era capaz de hacer sospechar a un santo... y en la hermandad había pocos miembros que pudieran ser santificados.
La muchacha también se negaba a comer, e incluso se había echado a reír cuando le habían llevado chocolate, a pesar de que le habían informado que era su debilidad. Había conocido a pocas mujeres capaces de resistirse al canto de sirena de los dulces, pero aquella joven de dieciséis años estaba desconcertándolo a muchos niveles.
Tampoco importaba demasiado. Estaba en una de las celdas de iniciación bajo la atenta mirada de sus devotos seguidores, y a pesar de que todo era posible, era poco probable que una mujer como Summer Hawthorne hubiera puesto en peligro a su hermana pequeña revelándole sus secretos. Jilly sólo era una moneda de cambio, y cuando Summer se diera cuenta de que la tenía en su poder, se entregaría con la urna y con todos sus secretos. Sólo tenía que esperar.
No estaba seguro de si debía alegrarse o lamentarse por el hecho de que la yakuza estuviera involucrada en aquel asunto. Takashi O'Brien era el sobrino nieto de Hiro Matsumoto y tenía unos contactos impresionantes, así que estaba claro quién lo había enviado. No le importaba que la yakuza persiguiera el mismo objetivo que él, lograr que el Japón volviera a ser una potencia mundial... la potencia más poderosa, en el nuevo orden mundial que se avecinaba, pero ellos seguramente pensaban sólo en los beneficios que podían obtener, mientras que él sabía que el único futuro real consistía en la purificación total.
Pero se trataba de una preocupación menor, porque Summer Hawthorne había sido elegida por alguna razón en concreto. Hana no le habría confiado un tesoro tan valioso a alguien que no pudiera mantenerlo a salvo, ni le habría revelado sus conocimientos. Era trágico que él no hubiera sido capaz de sacarle la información a la vieja, había pecado al permitir que su furia lo dominara, y al matarla antes de que le dijera lo que quería saber.
Pero en aquel entonces era mucho más joven, y apenas empezaba a entender su destino. Estaba escrito que atropellara a su tía antes de poder encontrar la reliquia familiar que buscaba, el tesoro que le aseguraría la ascensión y la transfiguración.
No había sido el momento adecuado; en aquellos tiempos, sólo tenía varios cientos de discípulos, y no tenía tan claro su camino. Todo estaba desarrollándose según estaba predestinado, y cada obstáculo era una prueba para que demostrara que estaba listo. Iría enfrentándose a todos los obstáculos conforme fueran surgiendo.
La muchacha le había tirado el agua sagrada al hermano Kenno, y era una suerte que no hubiera cometido tamaña blasfemia con el hermano Heinrich. Se había asegurado de mantener al joven alemán alejado de ella, porque tenía herramientas variadas y no hacía falta utilizar un hacha cuando bastaba con una daga; en aquel momento, no ganaría nada permitiendo que Jilly Lovitz recibiera las imaginativas atenciones de Heinrich.
A lo mejor se la regalaría a su fiel seguidor cuando llegara el momento, aunque le había prometido a la hermana mayor. Heinrich preferiría sin duda la suave piel virginal de la más joven, pero la rabia que sentía hacia la mayor avivaría su placer. Aún era demasiado joven, estaba demasiado cegado por las gratificaciones efímeras del mundo terrenal para asumir el propósito más elevado que lo esperaba.
Pero eso iba a cambiar, porque todo iba encajando en su lugar. Podía sentir los vientos de cambio, y sabía que su tiempo como mortal estaba acabando. Se acercaba el día más adecuado para realizar la ceremonia de reunificación, la hermandad conseguiría la urna autentica, y descubrirían dónde estaban las ruinas del viejo santuario. Summer Hawthorne era el único ser humano que poseía aquella información, aunque al parecer no era consciente de ello, pero él la ayudaría a recordar... en cuanto consiguiera quitarse de encima al yakuza y quebrantara la resistencia de la hermana pequeña.
Todo se desarrollaría tal y como debía ser, y se pondría en marcha el fin del mundo. Él ascendería, se desataría el caos, y después no quedaría nada salvo un bendito vacío.
El Shirosama entrelazó las manos sobre su vientre, cerró los ojos, y empezó a meditar lleno de satisfacción. Todo sucedería tal y como estaba escrito... ojala pudiera encontrar el resto del texto.
La mujer avanzó con paso firme por los pasillos del cuartel general de la Hermandad del Conocimiento Verdadero. La habían llevado hasta Los Ángeles desde Alemania porque era una experta en métodos de interrogación, con y sin dolor. En el fondo de su bolso descansaba su estuche de herramientas, envuelto en seda.
Los miembros de la hermandad la ignoraron, fieles a su entrenamiento, ya que su confianza en el Shirosama era absoluta. La mayoría de las discípulas eran devotas, llevaban las típicas vestiduras sencillas y la cabeza afeitada; a pesar de que aquélla vestía con el blanco requerido, cualquiera que se hubiera fijado se habría dado cuenta de que el traje era de diseño, y de que su moño de pelo negro y su rostro perfectamente maquillado eran una afrenta a sus costumbres.
Incluso sus zapatos resultaban ofensivos, y su taconeo parecía burlarse de los pies descalzos del resto de fieles; sin embargo, estaba allí por alguna razón de peso, así que debía de seguir las enseñanzas del Shirosama a pesar de su apariencia impúdica.
Cuando la mujer se dirigió hacia la celda donde se encontraba la joven ruidosa, los miembros de la hermandad apartaron la mirada y apretaron el paso para alejarse. Sabían que no debían dejarse llevar por la curiosidad, porque su santidad no admitía que se cuestionaran sus decisiones y era posible que la joven gritara. Algunos de ellos eran débiles y quizás intentaran ayudarla si pedía auxilio, así que era mejor no ponerse a prueba.
Cuando la mujer llegó a la puerta de la celda, el pasillo ya se había quedado desierto. Abrió el cerrojo y entró con el bolso en la mano, mientras sobre el ala sur del cuartel general de la Hermandad del Conocimiento Verdadero descendía un silencio absoluto.