Jilly fue despertándose poco a poco en medio de la oscuridad. No podía ver nada, ni siquiera la forma de la mujer que podía ser su salvadora, su torturadora o su carcelera, pero sabía que no estaba sola. El efecto de la droga iba desvaneciéndose con rapidez, y sentía que iba recuperando la movilidad. Flexionó un poco los músculos para comprobar que funcionaban de nuevo, con cuidado de que la desconocida no se diera cuenta de nada, y sintió una oleada de alivio al ver que podía mover incluso los dedos de las manos.
Tenía que decidir lo que iba a hacer. La mujer era muy fuerte a pesar de que su envergadura era menor, de modo que sólo conseguiría que volviera a sedarla si intentaba enfrentarse directamente a ella; al fin y al cabo, no le había dicho de forma explícita que estuviera dispuesta a ayudarla. Aunque lo cierto era que le había mentido a Shirosama, así que existía la posibilidad de que pudiera contar con ella.
Su cuerpo entero se tensó cuando la mujer le susurró al oído:
—Ya estás lista. Haz lo que yo te diga, y mantén la calma pase lo que pase.
Jilly no sabía cómo había podido darse cuenta de que se había recuperado, pero a pesar de que su advertencia no le resultó demasiado esperanzadora, se sentó y comprobó con satisfacción que tenía la cabeza completamente despejada. Cuando la mujer la tomó de la mano y la alejó del camastro, se preguntó si aquello sólo era un truco más para lavarle el cerebro, si estaba engañándola para conseguir lo que quería de ella, fuera lo que fuese. No tenía ni idea de dónde estaba su hermana, pero no se lo diría a aquellos chalados ni aunque lo supiera. Les habría contado todo lo que le hubieran preguntado sobre Lianne sin pensárselo dos veces, a pesar de que en el fondo la quería, pero Summer era punto y aparte.
El pijama blanco que le habían puesto no era lo más indicado para intentar escabullirse en medio de la oscuridad. No podía ver ni oír nada, pero al sentir una pequeña bocanada de aire fresco, se dio cuenta de que la mujer había abierto la puerta de la celda. Salieron tras unos segundos, y permaneció en silencio mientras la desconocida la llevaba de la mano.
Cuando por fin salieron al exterior y se detuvieron al amparo de las sombras que proyectaba el edificio, consiguió ver un poco mejor a su supuesta salvadora gracias a la luz que llegaba de la ciudad vecina. La mujer se había quitado las gafas, pero su pelo oscuro seguía perfectamente sujeto en el moño; a pesar de que llevaba zapatos de tacón, se las había ingeniado para no hacer ruido al andar.
—Vamos a tener que correr —le susurró la desconocida al oído—. Aunque va a tomarles por sorpresa, tendremos unos veinte segundos. ¿Ves aquel todo-terreno amarillo que hay aparcado debajo del árbol?
—¿No es un poco...? —la mujer la acalló de golpe al cubrirle la boca con una mano. Cuando la apartó, Jilly añadió en voz mucho más baja—: ¿no es un poco... llamativo?
—Confía en mí, soy una profesional. Puedo ponerlo en marcha con un mando a distancia, pero se darán cuenta en cuanto lo haga. Cuando te dé la señal, echa a correr hacia el coche.
A Jilly no acabó de gustarle aquel plan, porque lo más seguro era que acabara con una bala en la espalda. Bueno, quizás no, porque los secuaces del Shirosama no llevaban armas... seguro que mataban a la gente de aburrimiento. A pesar de sus dudas, acabó asintiendo, porque sabía que no tenía otra opción.
La mujer apuntó con su teléfono móvil hacia el todo-terreno, y las luces del vehículo se encendieron.
— ¡Corre!
Jilly echó a correr a campo abierto, descalza, sintiéndose como un blanco humano. Sintió gritos a cierta distancia, a la mujer corriendo a su espalda, y estaba a punto de llegar al coche cuando la desconocida cayó derribada.
— ¡Sigue corriendo! —le gritó la mujer, al ver que se volvía a mirarla—. ¡Sal de aquí!
Tenía el todo-terreno al alcance de la mano y con el motor encendido, pero Jilly no dudó ni por un segundo; a pesar de que varios miembros de la hermandad se acercaban corriendo hacia ellas, retrocedió hasta la mujer herida y la levantó un poco.
— ¡Déjame aquí, vete!
Jilly hizo caso omiso de su grito, le rodeó la cintura con el brazo y la llevó medio a rastras hasta el todo-terreno; sin perder ni un segundo, la metió dentro como pudo, se puso al volante y se alejó de allí a toda velocidad, en dirección a Los Ángeles.
Se oyó una pequeña explosión, y una de las ventanillas se rompió; al parecer, aquellos santurrones lunáticos sí que tenían armas. Lanzó una mirada hacia la mujer que tenía al lado. Estaba pálida, y la peluca de pelo negro se le había caído en el regazo y había dejado al descubierto una melena color rubio platino. No parecía estar sangrando, y sólo llevaba un zapato.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Creo que me he roto el tobillo —murmuró la desconocida. Tras soltar una sarta impresionante de palabrotas, le dijo—: ve hacia la autopista tan rápido como puedas, el Shirosama no podrá acercarse si nos detienen por exceso de velocidad.
—Vale. Aunque nos detendrán de todas formas si nos pillan, porque no tengo permiso de conducir.
La mujer reclinó la cabeza en el asiento, y soltó un gemido.
—Creía que todos los californianos tenían uno — comentó.
Su acento era británico, y parecía más joven de lo que Jilly había pensado al principio.
—Conduzco muy bien y me saqué el permiso el año pasado, pero me lo quitaron enseguida porque me gusta la velocidad.
—En estas circunstancias, es toda una suerte. ¿Sabes cómo llegar al Aeropuerto Internacional?
—Sí.
—Pues vamos tan rápido como puedas, nos largamos de aquí.
—No quiero parecer desagradecida, pero ¿podrías decirme quién eres? —Jilly se incorporó a la autopista a una velocidad que le habría puesto el vello de punta a su padre.
—Llámame Isobel, es lo único que necesitas saber de momento. Limítate a conducir.
Jilly no estaba de humor para ponerse a discutir. La boca le sabía a serrín, probablemente gracias a lo que le había inyectado la tal Isobel, y por sus venas corría un torrente de adrenalina. Quizás era una tonta por confiar en una desconocida, pero cualquiera era preferible al Shirosama; además, su instinto no solía fallar a la hora de juzgar a la gente. De momento, sólo tenía que concentrarse en conducir como si hubiera salido escopeteada del infierno, y después ya pensaría en lo demás.
Taka sacó el móvil, y contestó con un número identificativo. Summer no lo había oído sonar, pero algo debía de haberlo alertado de que tenía una llamada; en todo caso, él se limitó a contestar con monosílabos, así que no supo si lo que estaban diciéndole era bueno o malo.
Finalmente, se volvió hacia ella y le dijo:
—Tu hermana está a salvo.
El alivio que la embargó fue tan súbito y sobrecogedor, que Summer se mareó un poco. No se había atrevido a pensar en Jilly, le había dado demasiado miedo hacerlo, y sintió náuseas cuando ese miedo se esfumó.
—¿Dónde está?
—Mi jefa la ha rescatado, se encontrarán contigo en la terminal de Oceana Air del Aeropuerto Internacional de Seattle-Tacoma. Madame Lambert os llevará a un sitio seguro a las afueras de Londres, hasta que podamos eliminar la amenaza del Shirosama.
—¿Y se supone que debo confiar en ti?
—No —Taka se llevó el teléfono al oído, y dijo—: pon al habla a su hermana.
Summer sintió un pánico repentino cuando él le ofreció el aparato plateado; aquella pequeña pieza metálica abría puertas, desactivaba trampas mortales y hacía saltar casas por los aires, así que no quería ni pensar en lo que podía pasar si apretaba el botón equivocado. Pero entonces oyó el débil sonido de la voz de Jilly, y se olvidó de todo lo demás.
—¿Estás bien?, ¿te ha hecho daño ese cabrón?
—Estoy bien, Summer —le contestó su hermana, con su calma habitual.
A Summer le resultaba sorprendente que una chica que aún no tenía ni diecisiete años tuviera tanto autocontrol, pero Jilly siempre había sido así. Su hermana parecía haber nacido con un alma vieja.
—He estado jugando a espías, pero Isobel me ha rescatado justo a tiempo y hemos escapado en medio de una lluvia de balas. Ha sido emocionante.
Las náuseas de Summer se incrementaron.
—¿Dónde estás?
—Conduciendo por Los Ángeles. Isobel no puede hacerlo porque se ha hecho daño en el tobillo, pero conozco estas carreteras; además, a estas horas apenas hay tráfico. ¿Te has enterado de que vamos a ir a Inglaterra?
— Sí, me... —Summer no pudo seguir hablando, porque Taka le arrebató el teléfono de la mano.
—Dile a madame Lambert que se ponga.
Summer se imaginó la reacción de Jilly al oír aquella orden impasible, y si le hubiera quedado algo de energía, habría hecho una apuesta consigo misma sobre cuánto tardaría su hermana en protestar; sin embargo, en aquel momento estaba demasiado aturdida por el alivio que sentía, y apenas podía pensar en otra cosa. Jilly estaba a salvo, iban a sacarla del país, quedaría fuera del alcance de aquel loco.
No, no sólo a ella... iban a sacarlas de allí a las dos. La idea de no volver a ver a Takashi O'Brien en su vida debería compensarla al menos por la pérdida de su hogar; había perdido muchas cosas más, pero en ese momento no podía permitirse pensar en ellas.
Se sorprendió al ver que Taka cortaba la comunicación al cabo de unos segundos, porque eso indicaba que Jilly había renunciado al teléfono sin protestar. Aunque no debería resultarle tan extraño, ya que a pesar de que su hermana se habría resistido a una orden brusca, el control calmado de Taka resultaba muy... seductor.
—¿Qué pasa con los pasaportes? Tu jefa va a necesitarlos para llevarnos a Inglaterra, pero yo no tengo el mío y el de Jilly está en una de las cajas fuertes de su padre.
—Crear pasaportes falsos es pan comido. Además, como mi jefa suele viajar con inmunidad diplomática, nadie va a prestarles demasiada atención a sus acompañantes, sobre todo si son guapas, inocentes y jóvenes.
—Sí, eso le funcionará a Jilly, pero ¿qué pasa conmigo?
Summer apenas pudo creer que hubiera dicho algo así en voz alta. Daba la impresión de estar buscando cumplidos o consuelo, pero no necesitaba ninguna de las dos cosas. No, claro que no.
Se sorprendió cuando Taka soltó una carcajada, porque le había oído reír en contadas ocasiones. El suave sonido le resultó cautivador, hasta que se acordó de que odiaba a aquel hombre.
—Ah, sí, es verdad... eres horrible, cínica y vieja, ¿cómo puede habérseme olvidado?
—Si tuviera un arma, te mataría —masculló ella.
Taka metió la mano debajo del asiento, sacó una pequeña pistola, y se la puso sobre el regazo.
—Es muy fácil de disparar, sólo tienes que amartillarla, apuntar y apretar el gatillo. Aunque yo de ti esperaría a que salgamos de la autopista, porque tú también morirás si me disparas yendo a esta velocidad, y creía que habías superado las ganas de suicidarte que tuviste de adolescente. Aunque puede que te parezca romántico que muramos juntos.
Summer agarró la pistola.
—Si estás intentando convencerme de que no lo haga, no estás consiguiéndolo.
—Puedo parar en el arcén si quieres, así podrías echarme fuera después y seguir con el coche... aunque la verdad es que se mancharía todo.
— ¡Cállate!
Summer alargó la mano para dejarle la pistola sobre el regazo, pero cuando Taka la agarró de la muñeca, el arma cayó al suelo. Él la metió de una patada debajo del asiento, sin aminorar la velocidad ni soltarle la mano, y ella la apretó en un puño cerrado; sin embargo, no intentó soltarse ni cuando él posó un beso en su muñeca.
—En un par de horas te alejarás de mí, y podrás olvidarte de que existo —le dijo él con calma—. Eso será lo mejor. Mi jefa incluso tiene drogas que te ayudarán si quieres, y al cabo de un tiempo todo te parecerá una simple pesadilla.
—¿Y qué voy a pensar al darme cuenta de que una explosión ha destrozado mi casa? —Summer no entendía por qué no apartaba la mano, por qué el contacto de sus labios generaba una extraña calidez entre sus piernas.
—Pensarás que ha sido una pérdida necesaria —Taka le soltó la mano, y añadió—: a veces, hay que renunciar a lo que se ama para seguir con vida.
—¿Alguna vez has tenido que hacerlo?
Cuando se volvió hacia ella y se quedó mirándola durante unos largos segundos, Summer pensó que iban a tener un accidente, pero Taka parecía tener un sexto sentido a la hora de conducir.
—Pronto.
Después de aquella enigmática respuesta, Taka se volvió de nuevo hacia la carretera.