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Capítulo 9

 

El interior del coche estaba muy oscuro. Ella intentó apartarse de él al verlo entrar, pero el espacio era limitado y la atrapó con facilidad antes de colocarse encima suyo. Ella no intentó resistirse, y a pesar de las sombras, vio sus claros ojos azules y el miedo que intentaba ocultar. Cuanto más alargara aquello, más la haría sufrir, así que enmarcó su rostro con las manos y le acarició la mandíbula y el cuello con los pulgares, consciente de que iba a tener que empezar a apretar.

Su cuerpo era increíblemente suave y mullido debajo del suyo. A él le gustaban los cuerpos duros, las mujeres delgadas y con musculatura, así que ella no era su tipo, pero era tan maravillosamente suave...

Quería besarla para averiguar si su boca era tan aterciopelada como el resto de su cuerpo; podía hacerlo, y ella no se daría cuenta de que moría mientras sus labios la acariciaban.

Summer sabía lo que iba a pasar, y cuando cerró los ojos con resignación, él se acercó más y apoyó la frente contra la suya, respirando con lentitud. Sus dedos la sujetaban del cuello, sus pulgares se lo acariciaban, y en ese momento recordó las cicatrices de sus muñecas y la oscuridad que había visto en sus ojos. A lo mejor estaba dándole lo que quería... o quizás no. Sólo sabía que no tenía alternativa. Tuvo ganas de decirle que lo sentía, pero aquello era absurdo. Nunca antes lo había sentido.

Ella permanecía completamente inmóvil, pero notaba el latido acelerado de su corazón, aquel latido que estaba a punto de detenerse. Bajó un poco la cabeza y le rozó los labios con los suyos en una caricia que era al mismo tiempo bendición y despedida, y empezó a tensar los pulgares.

Su móvil empezó a vibrar de repente, y la soltó como si se hubiera quemado con su piel. Se apresuró a salir del coche y abrió el teléfono, que no tenía nada que ver con los modelos normales que se vendían en las tiendas. Al colocarse de espaldas al coche, se preguntó si Summer intentaría aprovechar para huir; aunque no quería tener que perseguirla, tenía que concentrarse en el mensaje. Aunque quizás podía dejarla marchar...

Pero entonces caería en manos de otras personas, que le harían mucho más daño para obligarla a que les revelara dónde estaba el santuario. Era posible que Summer ni siquiera lo supiera y que muriera sufriendo un dolor terrible, o que al darles la información que buscaban acabara sufriendo lo mismo, que murieran muchas más personas y se desatara el caos. No podía tener piedad, la última vez que había caído en aquella trampa, el resultado había sido desastroso.

Después de oír el mensaje, cortó la conexión y se volvió de nuevo hacia el coche. Summer estaba sentada en el asiento con la puerta abierta, pero su rostro estaba oculto por las sombras y no alcanzó a ver su expresión; sin embargo, no tenía tiempo para preguntarse lo que estaría pensando o sintiendo.

—Tenemos que irnos —le dijo con calma.

Ella se levantó, y tras permanecer apoyada en el coche durante unos segundos, avanzó un paso. A pesar de su nerviosismo, mantenía la compostura, así que al menos no iba a hacerle perder el tiempo. Permaneció inmóvil mientras él se quitaba la chaqueta y envolvía la urna con cuidado, y finalmente la condujo hacia la puerta del garaje, cerró la puerta cuando salieron y la tomó de la mano.

Sabía que tenía frío, pero ella no se volvió a mirarlo en ningún momento. Su actitud no debía importarle, lo único que contaba era que no intentara resistirse, y estaba seguro de que no lo haría. Él era la muerte, y sospechaba que Summer había estado buscándolo durante la mayor parte de su vida.

—Larguémonos de aquí —le dijo.

Ella permitió que la condujera hacia el todo-terreno sin decir palabra.

 

 

Isobel Lambert soltó una imprecación; a pesar de los esfuerzos del Comité, la situación se estaba descontrolando. Alguien había irrumpido en el Museo Sansone, y dos vigilantes habían muerto; además, la urna falsa había aparecido hecha añicos en el suelo de mármol, y era imposible saber si el destrozo había sido un accidente, o si los ladrones se habían dado cuenta de que era una réplica. Si ése era el caso, tenían un problema muy gordo.

Tenía que admitir que la idea de exponer una réplica había sido brillante, quizás demasiado si Summer Hawthorne era realmente inocente. Si no tenía ni idea del valor de aquel objeto, ¿por qué se había tomado tantas molestias para protegerlo? Era poco probable que fuera sólo por el cariño que le había tenido a su niñera.

Al principio, aquello había carecido de importancia. Taka tenía órdenes muy claras de eliminarla antes de que la hermandad pudiera atraparla, y lo que supiera era irrelevante. Pero Taka no había cumplido con lo que se le había ordenado. No podía enviar a nadie en su busca en aquel momento, pero él era uno de los mejores y tendría que ingeniárselas para solucionar aquel lío.

La vida de una inocente era una pérdida aceptable, sobre todo teniendo en cuenta que escondía en su mente una información tan peligrosa. La pérdida de su amigo y colaborador era una muestra del caos que se formaría si permitían que Summer siguiera con vida y el Shirosama la atrapaba.

Sin embargo, la chica de dieciséis años era un caso aparte. No estaba dispuesta a tolerar la muerte gratuita de una adolescente, así que tenían que liberarla de inmediato, antes de que la hermandad la sometiera a sus imaginativas técnicas de lavado de cerebro y la convirtieran en un cascarón resquebrajado. Si su hermana se enteraba de que la habían secuestrado, haría lo que fuera para salvarla.

Todo sería mucho más simple si Summer Hawthorne ya estuviera muerta. El Shirosama habría tenido que encontrar el santuario por sus propios medios, y llevaba diez años intentándolo de forma infructuosa. Si Summer estuviera muerta, no habría secuestrado a Jilly, porque su madre ya estaba dispuesta a darle todo lo que quería con el beneplácito de su marido.

Si Taka hubiera obedecido las órdenes, todo habría acabado, al menos aquel año; pero tal y como estaban las cosas, la hermandad había obtenido una valiosa moneda de cambio, y no podían permitirles que se salieran con la suya.

Cerró los ojos, y se reclinó en la silla con cansancio. Estaban participando en un juego de ajedrez repugnante, en el que las fichas eran personas de carne y hueso. Ya era bastante duro cuando se trataba de soldados, asesinos y guerreros sin conciencia por parte de ambos bandos; de vez en cuando, había que sacrificar algún peón y tomaba la decisión con ecuanimidad, pero aquellas decisiones le resultaban cada vez más duras conforme iba pasando el tiempo.

Tenía que haber alguien a quien pudiera enviar, alguien que sirviera de refuerzo y que fuera capaz de cumplir con la misión si Taka era incapaz de hacerlo. Bastien estaba fuera de toda consideración, porque a pesar de que había vuelto en una ocasión para ayudar a Peter Madsen, había empezado una nueva vida con una esposa, hijos y una existencia tranquila en una casa en medio de la nada. Había hecho más de lo que podía pedírsele, y ya era hora de dejarlo tranquilo.

Peter tampoco podía ir, porque aún tenía que usar un bastón y tenía que cumplir con las promesas que había hecho, tanto a su esposa como a sí mismo. Era su segundo de a bordo, sólo realizaba tareas de despacho, y era más que capaz de lidiar con las duras decisiones que había que tomar a diario.

Los demás estaban desperdigados por todo el mundo, y la mayoría de ellos estaban inmersos en misiones encubiertas; por lo tanto, sólo le quedaba una opción.

Se pasó las manos impecables por el pelo con impaciencia, y masculló una palabrota. Detestaba volar, no soportaba aquellas largas horas sin poder fumarse un cigarro, odiaba el aire viciado de un sitio cerrado, pero lo que aborrecía más que nada era que otra persona tuviera el control absoluto de su vida y su seguridad.

Sin embargo, no tenía elección. Jilly Lovitz no era una pérdida aceptable, y alguien tenía que liberarla de las garras del Shirosama antes de que la destrozara, antes de que Summer Hawthorne le diera todo lo que quería para provocar una matanza. Ella era la única agente disponible.

 

 

Summer estaba helada. Takashi O'Brien la llevaba hacia el enorme todo-terreno negro, y la fuerza implacable con la que la tenía agarrada de la mano reprimía los escalofríos que luchaban por sacudirla. Cuando él le abrió la puerta del vehículo en un gesto caballeroso, estuvo a punto de echarse a reír, pero sabía que si lo hacía quizás fuera incapaz de aguantar las lágrimas, y no podía recordar cuándo había llorado por última vez. Sólo sabía que hacía muchos, muchísimos años, y que llorar no era una opción.

Taka rodeó el todo-terreno, colocó la vasija en el asiento trasero con mucho cuidado y se puso al volante.

—Abróchate el cinturón, vamos a ir bastante rápido —le dijo, sin dignarse a mirarla.

—Claro, porque hasta ahora has conducido despacio, ¿no? — su voz sonó ronca, pero a Summer le pareció milagroso poder articular palabra.

No le importó que no le contestara; de hecho, lo prefería, porque no tenía ganas de entablar una conversación con él, al menos hasta que hubiera asimilado lo que había pasado en el coche. Se preguntó si estaría enloqueciendo. Aquel hombre la había rescatado una y otra vez, parecía haberse adjudicado por alguna razón desconocida la tarea de ser su salvador personal, el hecho de que siguiera con vida lo demostraba... entonces, ¿qué era lo que había pasado en el coche?

La había cubierto con su cuerpo fuerte y duro, le había acariciado la cara, y ella había permanecido inmóvil. No había gritado, no había llorado ni se había quedado paralizada. Al mirar aquellos ojos oscuros e implacables había sabido que iba a morir, pero no le había importado. No había sentido deseos de moverse, de huir, no había tenido miedo, sólo había sido consciente de la presión de su cuerpo duro contra el suyo.

Y entonces la había besado. Su boca sensual había tocado apenas la suya con un ligero roce de los labios, pero el momento se había roto de repente. Había empezado a temblar en cuanto él se había apartado, y no estaba segura de poder detenerse.

Al menos, él no se había dado cuenta. Debía de pensar que estaba loca... demonios, la verdad era que estaba como una cabra, y no era de extrañar. El secuestro y la muerte no formaban parte de su vida habitual, y a pesar de que Taka no había entrado en detalles, sabía que su vida estaba en juego y que él era lo único que la separaba de una muerte segura.

El hecho de que siguiera a su lado a pesar de que ya había conseguido la vasija debía de significar algo, el problema era que ella no sabía de qué se trataba. Era una locura pensar que quería hacerle algún daño.

Taka había puesto la calefacción al máximo al incorporarse a la carretera. Le lanzó una mirada rápida y vio que parecía ajeno al frío, a pesar de que había dejado la chaqueta alrededor de la urna y sólo llevaba una fina camisa oscura.

Cerró los ojos, y luchó por controlar los temblores que la sacudían. Estaba tan tensa, que la piel le dolía, y poco a poco empezó a relajarse. Los temblores fueron remitiendo hasta que por fin desaparecieron, y entonces exhaló con calma y se reclinó en el asiento mientras avanzaban a toda velocidad en medio de la noche.

Taka conducía muy rápido, y seguramente morirían en el acto si tenían un accidente, pero no le importó. No tuvo que abrir los ojos para saber que estaba observándola; a aquellas alturas, conocía muy bien aquella sensación. Había marcado el comienzo de aquella pesadilla cuando él la había vigilado en la fiesta de inauguración, pero en aquel momento, lo único que quería era dejar la mente en blanco. ¿Qué era lo que le había dicho...?, ¿que pensara en el océano? El océano azul verdoso, las olas bañando la orilla con un ritmo estable... pausado... inmutable... el susurro arullador...

El ruido de la sirena la arrancó de su trance, y abrió los ojos de golpe. Con el rostro impasible, Taka detuvo el todo-terreno en el arcén, apagó el motor y mantuvo las manos sobre el volante; obviamente, estaba acostumbrado a tener que tratar con la policía, y permaneció inmóvil cuando dos agentes se acercaron.

—Identificación y permiso de conducir. Sin movimientos bruscos.

Taka se inclinó para abrir la guantera, y Summer sintió una punzada de miedo al creer que iba a sacar una pistola; sin embargo, en el compartimiento sólo había unos documentos, y Taka los sacó y se los entregó a uno de los agentes.

El hombre miró hacia el interior del vehículo con una linterna, y cuando le enfocó de lleno la cara, Summer luchó por aclararse las ideas, convencida de que debía de parecer una cervatilla asustada. Aquélla era su oportunidad de ponerse a salvo, de pedir ayuda para que la rescataran.

Cuando abrió la boca para hablar, Taka la agarró de la mano. Los agentes debieron de interpretar aquel gesto como una muestra de apoyo, pero ella reconoció la advertencia implícita.

—¿Se encuentra bien, señorita? Parece un poco alterada —le preguntó uno de los hombres, mientras el otro regresaba al coche patrulla para comprobar la documentación.

Taka no podía impedirle que hablara, no podía impedirles que la ayudaran si se lo pedía. No debería dudarlo ni un segundo, lo único que sabía del hombre que tenía a su lado era que podía llegar a ser muy peligroso.

—Estoy... estoy bien —le dijo al agente, mientras sentía que la mano de Taka la apretaba con más fuerza—. Mi novio me ha invitado a dar una vuelta, pero conduce muy rápido.

Por el amor de Dios, ¿por qué había dicho aquello? ¿Por qué había afirmado que era su novio, como si fueran una parejita de adolescentes?, ¿por qué había dicho que tenían algún tipo de relación? Se volvió hacia Taka, pero él permaneció inexpresivo.

El otro agente regresó en aquel momento, y le dijo a su compañero:

—Está limpio, tiene inmunidad diplomática. Deja que se vayan, tenemos que ir al Museo Sansone. Ha habido un intento de robo, y han matado a varios vigilantes.

Como ya habían dejado de enfocarla con la linterna, no vieron su respingo de sorpresa, ni oyeron el sonido de protesta que escapó de sus labios antes de que Taka volviera a apretarle la mano.

—No conduzca tan rápido, señor Ortiz —dijo uno de los agentes con voz dura—. Es un invitado en este país, y estoy seguro de que quiere comportarse con corrección.

—Me esforzaré al máximo. Gracias, agente —le contestó él, con un ligero acento español.

En aquel momento, hasta su aspecto parecía hispano, y Summer se quedó mirándolo boquiabierta mientras los agentes volvían a su coche y se alejaban de allí. Cuando él la soltó, flexionó los dedos instintivamente.

—¿Por qué no les has pedido ayuda?

—No querías que lo hiciera, ¿verdad? Pensaba que con el apretón en la mano estabas indicándome que permaneciera callada.

—No estaba convencido de que eso bastaría para detenerte.

—No, no habría bastado. ¿Ahora eres el señor Ortiz?

—La gente ve lo que quiere. ¿Ahora soy tu novio?

Summer ya no tenía frío; de hecho, estaba acalorada y avergonzada, aunque parecía una reacción ridícula y banal después de las últimas veinticuatro horas.

—He dicho lo primero que se me ha pasado por la cabeza. ¿Qué ha pasado en el museo?

—Un intento de robo, me han informado antes.

—¿Sabes lo que se han llevado? —lo que menos la preocupaba en ese momento era la vasija falsa. Las maravillas que estaban expuestas en el Sansone eran casi como sus hijos, y se le rompería el corazón si les pasara algo.

—No se han llevado nada.

—Pero...

—La urna falsa estaba hecha añicos en el suelo. Está claro que era lo que buscaban, porque no han tocado nada más.

—Gracias a Dios. Entonces, seguro que han decidido olvidarse del tema. Como se les ha roto la vasija, no les queda más remedio que rendirse.

—Puede que tengas razón, pero también es posible que se hayan dado cuenta de que era una réplica en cuanto la han tenido en sus manos; en ese caso, estarán más decididos que nunca a atraparte a ti... o a cualquiera que pueda impulsarte a darles lo que quieren.

—¿Qué quieres decir?

Taka le lanzó una breve mirada, y le dijo:

—Nunca subestimes a un fanático religioso —sin darle tiempo a contestar, volvió a incorporarse a la carretera.