Taka tenía las manos manchadas de sangre. Eran hermosas, fuertes pero delicadas, y Summer las contempló mientras circulaban por las calles de Los Ángeles, que estaban muy animadas a pesar de lo tarde que era. Se sentía como hipnotizada por la sangre seca que él tenía en el dorso de la mano, por los dedos largos que agarraban el volante con una relajación excesiva teniendo en cuenta la velocidad a la que iban.
Tenía ganas de vomitar, de gritar y de golpear algo, pero el único blanco viable era Taka y si le golpeaba acabarían chocando contra otro coche. Seguramente, en aquel tanque rebotarían contra cualquier vehículo, pero no quería arriesgarse a provocar un accidente. Ya había muerto demasiada gente, incluyendo su dulce y encantador Micah, que hasta hacía poco había estado quejándose de su vida amorosa, del precio de la gasolina y del tiempo. A su amigo no volverían a preocuparle aquellas cosas, y sólo porque había intentado ayudarla.
Tenía frío, pero sus músculos estaban tan tensos que era incapaz de temblar. No quería llamar la atención de Taka más de lo necesario, sobre todo teniendo en cuenta que estaba enfadado con ella. Lo único que ansiaba era poder desaparecer, desvanecerse en la nada, creer que si no se movía, si no hablaba ni respiraba, acabaría evaporándose y ya no habría más sangre, ni más dolor, ni más...
— ¡Reacciona de una vez!
Summer exhaló de golpe, y sus músculos se relajaron de forma casi imperceptible. Taka había encendido la calefacción, y el aire cálido hacía que le escocieran las rodillas; seguramente, se había salpicado con el agua hirviendo que le había lanzado a sus perseguidores.
Bajó la mirada hasta sus manos enrojecidas, y al cabo de unos segundos, se volvió hacia Taka y le preguntó:
—¿Qué pasa?
—Respira hondo, lentamente, y piensa en el océano. No quiero que te pongas histérica.
—No voy a ponerme histérica —le dijo ella con calma—. Sólo estaba intentando decidir qué es lo que voy a hacer.
—¿Y qué has decidido?
—Nada.
Taka asintió sin apartar la mirada de la carretera, y comentó:
—Me parece perfecto, porque no tienes ni voz ni voto en el tema.
—¿Vas a decirme adonde me llevas?
—Es posible, pero antes tengo que decidirlo yo mismo.
—Genial, mi caballero andante ni siquiera sabe adonde vamos.
—Yo no diría eso.
—Entonces, ¿lo sabes?
—No cometas el error de creer que soy tu caballero andante —le dijo él con voz gélida.
La lluvia había empezado a amainar, y el tráfico iba disminuyendo paulatinamente. Aunque pareciera imposible, el estómago se le había asentado y volvía a tener hambre; de hecho, estaba famélica. Estaban dejando atrás un sinfín de locales de comida rápida, y a pesar de que se había planteado volverse vegetariana, se le hizo la boca agua al imaginarse una hamburguesa doble. No comentó nada al respecto, pero de todos modos, el tema de la comida se le esfumó de la cabeza cuando Taka tomó un giro a la derecha y se dio cuenta de hacia dónde se dirigía.
—Llevarme a casa de mi madre es una pérdida de tiempo, la vasija no está allí.
—Entonces, ¿dónde está?
¿Por qué demonios le había revelado que la del museo era falsa? Si no lo hubiera hecho, probablemente la habría dejado tranquila. Aunque entonces no la habría rescatado en el callejón, y sólo Dios sabía dónde estaría en aquel momento. A lo mejor habría acabado en el fondo de un barranco, como Micah.
Se sintió incapaz de soportar el dolor que le provocaba pensar en su amigo, así que se obligó a centrarse en otra cosa.
—¿Por qué es tan importante esa vasija? Aunque es preciosa y muy antigua, no vale la pena matar por ella.
—Eso es cuestión de opiniones, está claro que hay mucha gente que no piensa como tú.
—En ese caso, quizás sería mejor que se la diera para acabar con esta pesadilla.
El rostro de Taka permaneció imperturbable.
—No puedo permitir que lo hagas.
—¿Por qué no? Es mía, me la dio mi niñera...
—Creo que Hana Hayashi no te la dio, sino que la dejó a tu cargo. Pertenece al Japón, no a una gaijin de California incapaz de apreciar su valor.
—Está claro que tú mismo eres medio gaijin, así que no hace falta que seas tan engreído. Y la urna es del siglo XVII y pertenece al período Edo, probablemente la hicieron entre mil seiscientos veinte y mil seiscientos sesenta. Su valor aproximado debe de rondar entre los ciento cincuenta mil y los trescientos mil en el mercado del arte... probablemente trescientos mil, gracias al peculiar tono azul claro del vidriado. La gente no asesina por menos de medio millón de dólares.
—¿Cómo puedes ser tan ingenua? En algunas partes del mundo, hay gente dispuesta a asesinar por un puñado de monedas. El hecho de que hayas vivido tan protegida y aislada no implica que el resto del mundo esté tan bien protegido —su voz profunda carecía de emoción alguna. No estaba reprendiéndola, sino constatando una realidad.
Summer no pudo evitar estremecerse. Aunque se había esforzado por olvidarse de cómo había sido su vida antes de conocer a Hana, en ocasiones resurgían los recuerdos, y las palabras de aquel hombre arrogante y misterioso habían logrado que salieran a la superficie.
—No he vivido tan segura y protegida como tú crees —le dijo finalmente, con la mirada fija en las gotas de lluvia que descendían por la ventanilla. Seguían acercándose a la casa de su madre, y tenía que encontrar la manera de detenerlo.
—Eso parece —comentó él al cabo de unos segundos—. Si hubiera sido así, ya te habrías derrumbado, pero hasta ahora no te he visto llorar, ni siquiera por tu amigo. Impresionante.
Sus palabras fueron como un puñetazo en el estómago.
—Nunca lloro, pase lo que pase. Es una pérdida de tiempo. Llorar no hará que vuelva Micah, no cambiará nada. ¿Preferirías que estuviera berreando?
—Sí.
Ella se quedó mirándolo con asombro, y le preguntó:
—¿Porqué?
—Porque supone una anomalía, y eso es algo que no me gusta.
—Pues te jodes.
Summer creyó ver que su boca se curvaba ligeramente en lo que en otro hombre habría sido el comienzo de una sonrisa, pero se dijo que eran imaginaciones suyas; sin embargo, su atención se desvió de inmediato al ver que él enfilaba por la amplia calle donde estaba la mansión de su padrastro.
— ¡No!, ¡no está aquí! —exclamó con desesperación.
—Entonces, ¿dónde está?
Taka paró el coche junto a la puerta exterior de la mansión, y tecleó el código de seguridad que no debería saber antes de volverse a mirarla.
Cuando la puerta empezó a abrirse, el pánico de Summer se intensificó.
—Mira, ya te he dicho que no está aquí —insistió por enésima vez—. No hay razón alguna para que vayamos a la casa, ni para que involucremos a mi familia en todo esto... los pondremos en peligro.
—Fue tu madre la que te puso en peligro a ti, y ya están involucrados. La idiota de tu madre es una de las seguidoras más devotas del Shirosama, así que si sus secuaces no han pasado ya por aquí, no tardarán en venir.
— ¡No! No podemos... les daré la vasija, y...
—¿De qué tienes miedo? No me digas que estás intentando proteger a tu madre, porque ya te ha entregado a las fieras una vez y seguro que estaría dispuesta a volver a hacerlo.
Summer no se molestó en negar la verdad de aquellas palabras.
—Entonces, ¿por qué vamos a darle esa oportunidad? Vamonos de aquí.
—Ella no está en la casa.
—¿En serio?
—Tu padre se la ha llevado a Hawai esta mañana, para intentar alejarla del Shirosama; al parecer, no le sentó bien tener que gastarse cincuenta mil dólares en el agua donde se había bañado su santidad.
—¿Para qué quería mi madre el agua de su baño? —le preguntó ella, horrorizada.
—Para bebérsela, es parte del proceso de iniciación de la hermandad. Hay que beberse el agua donde se ha bañado el Shirosama para absorber su conciencia. También venden su sangre, pero es un poco más cara.
—No te creo.
—¿De verdad? — Taka se reclinó en su asiento, con las manos relajadas sobre el volante. Bajo la luz tenue, tenía un aspecto elegante y mortífero—. La Hermandad del Conocimiento Verdadero tiene un patrimonio que asciende a unos mil millones de dólares, y esa cifra se incrementa día a día. La venta de la sangre, del agua del baño, de las grabaciones y de los escritos del Shirosama es sólo un extra lucrativo, porque la mayor parte de sus ingresos procede de las donaciones de sus miembros. Se esfuerzan al máximo por reclutar a los inconformistas más adinerados. Necesitan a los estudiantes pobres por sus conocimientos científicos y para que realicen el trabajo pesado, y a los ricos para que les den dinero. Es un método que les ha resultado muy efectivo, porque en diez años la hermandad ha pasado de contar con un puñado de fieles a convertirse en una de las nuevas religiones más poderosas.
—¿Una religión que acepta el asesinato?
—La mayoría lo hacen, siempre y cuando consideren que su causa es justa... y todas creen que lo es.
Cuando Takashi empezó a abrir la puerta del coche, Summer lo agarró del brazo para detenerlo, y la sensación le resultó bastante rara. Él la había tocado en varias ocasiones al rescatarla, pero no recordaba haberlo tocado por iniciativa propia. Su brazo era duro y fuerte bajo la chaqueta, y a pesar de que podría haberse zafado de su mano fácilmente, se detuvo y se volvió a mirarla en el coche en penumbra.
—Por favor —le dijo ella con voz queda—, no es mi madre quien me preocupa.
—Tu hermana pequeña no está en la casa.
Summer sintió un alivio tremendo, pero la suspicacia no tardó en ocupar su lugar.
—¿Cómo sabes que tengo una hermana?
—Lo sé todo sobre ti. Tu hermana está pasando unos días en casa de unos amigos, y tardará bastante en volver. Permanecerá fuera hasta que se resuelva todo esto. Nos hemos asegurado de que no sea fácil encontrarla, y no tiene ni idea de lo que está pasando. No te preocupes por ella.
—¿«Nos hemos asegurado»?, ¿quién demonios eres tú?
Taka no contestó, pero ella ya no esperaba que lo hiciera. Sólo sabía con certeza que no era un burócrata japonés, que estaba a punto de entrar en la mansión de su padrastro, y que con eso sólo conseguiría atraer una atención indeseada sobre su hermana. Proteger a Jilly era lo único más importante que la promesa que le había hecho a Hana, y no pensaba cometer ningún error.
—Está en la casa de Micah.
Taka no pareció especialmente contento con su súbito arrebato de sinceridad.
—¿Por qué la dejaste allí?
—Porque fue Micah quien hizo... la réplica —su vacilación fue tan leve, que era imposible que Taka la hubiera notado. No quería que se enterara de que había más de una copia en circulación.
—De acuerdo —le dijo él, antes de poner en marcha el todo-terreno.
—No podemos ir allí, la casa estará llena de policías investigando su muerte y no van a dejarnos pasar. Seguramente, sus amigos también estarán allí... —su voz se rompió, pero no a causa de las lágrimas. No iba a volver a llorar jamás, pero el dolor que sentía era desgarrador.
—Aún no han identificado su cuerpo. Cuando lo hagan, alguien se encargará de que la policía no lo haga público hasta que yo dé el visto bueno, así que no nos molestará nadie —comentó él mientras conducía hacia la villa de estilo español de Micah.
Summer tardó un momento en recomponerse, y finalmente le preguntó:
—¿Cómo que aún no lo han identificado?, me dijiste que...
—Mi gente lo sabe. Que le quede claro, señorita Hawthorne: mi gente lo sabe todo.
—¿Y tu gente tiene el poder de controlar a la policía de Los Ángeles?
—Hay mucha gente que lo tiene —le contestó él, con una pequeña sonrisa que destilaba cinismo—. ¿Cómo es posible que seas tan inocente a los veintiocho años?
A Summer no le sorprendió que supiera su edad; al fin y al cabo, iba directo a casa de Micah sin que tuviera que indicarle el camino. ¿De qué más estaría enterado? Sintió que un sudor frío le cubría la piel. ¿Realmente lo sabría todo, incluyendo los sórdidos detalles de su niñez? ¿Conocía los secretos enterrados tan profundamente, que incluso ella había conseguido reprimirlos?
—No soy inocente —le dijo con voz tensa.
—Puede que tengas razón, pero no has llevado una vida normal. Estuviste a salvo en el internado, después te encerraste en un museo donde eras intocable, y una relación breve no constituye una experiencia sexual demasiado amplia.
El miedo de Summer fue acrecentándose por momentos. Sabía que tenía que cambiar de tema, que no podría soportarlo si él sabía la verdad, pero fue incapaz de controlarse.
—A lo mejor lo que me interesa no es el sexo, sino el amor.
Él soltó una carcajada seca, y comentó:
—Dudo mucho que creas en el amor; a juzgar por tu historial, no parece que te interese demasiado.
Summer se preguntó angustiada a qué historial se refería.
—Quiero a mi hermana pequeña, quería a Hana...
—No estamos hablando de esa clase de amor, sino del de verdad, del sexual, del que une a dos personas para siempre.
—No, en eso no creo —le dijo, mientras se preguntaba qué más sabía.
De repente, Taka detuvo el coche, y ella se sorprendió al darse cuenta de que ya habían llegado. La pequeña villa de Micah estaba a kilómetros de distancia de la mansión de Ralph Lovitz, pero el trayecto se le había hecho muy corto. La culpa la tenían tanto la velocidad de vértigo a la que conducía su acompañante como su habilidad para distraerla con sus preguntas demoledoras.
Micah había comprado la villa hacía diez años a muy buen precio, pero no había podido evitar su deterioro. Sabía por experiencia que las luces que había encendidas funcionaban con temporizadores, porque Micah detestaba la oscuridad y la falta de luz de los meses de invierno, y cuando vivía solo, no quería encontrarse la casa a oscuras al volver del trabajo. Uno de los gatos estaba rondando por el jardín; normalmente, su amigo ya habría llegado a casa, y los tres gatos callejeros que había adoptado estarían engullendo su comida. Iba a tener que ocuparse de los animales... siempre y cuando saliera de aquel lío con vida, claro.
—Tengo una llave, a veces me quedo a dormir aquí.
—Perfecto. No la necesito para entrar, pero facilitará las cosas.
Taka salió del todo-terreno y la esperó, y por un momento, Summer se planteó si debería aprovechar para intentar huir. No le importaba que Takashi O'Brien se apoderara de la urna, si eso significaba que podría alejarse de él y que su familia, su hermana, estaría a salvo.
Sería lo mejor. No sabía si podía confiar en él, y no le apetecía descubrir lo que había planeado hacer con ella cuando hubiera conseguido lo que quería. La verdad era que él la inquietaba, que la ponía nerviosa desde puntos de vista en los que prefería no pensar. La mitad de lo que le había contado era mentira, a pesar de que le había dicho muy poco.
—Ni se te ocurra.
No fue necesario que añadiera nada más. Taka parecía saber lo que estaba pensando antes que ella misma, y era obvio que la aventajaba en muchos sentidos. Si decidía huir de nuevo, iba a tener que pensar en algo mejor que un impulso repentino.
Salió del coche y cerró la puerta con cuidado, sin saber por qué estaba intentando actuar con sigilo. Si los vecinos pensaban que había algún intruso, llamarían a la policía y eso la beneficiaría, ¿no?
Sin embargo, sabrían que no había ningún problema si se asomaban y la veían, porque pasaba tanto tiempo allí, que tenía su propia habitación y una llave de la casa... además de ropa, gracias a Dios.
—Pareces un gato ahogado —le dijo él, mientras la recorría de arriba abajo con la mirada sin interés.
—¿Cómo lo sabes?, ¿es que has ahogado a muchos?
—No, no he ahogado a muchos... gatos.
Su voz carente de emoción hizo que Summer se estremeciera.
—Al menos se te da bien salvar a la gente —comentó.
—Tengo algún que otro talento. Ve a cambiarte, pero no tardes demasiado. Dime dónde tengo que empezar a buscar.
—Supongo que el lugar más lógico es el estudio de Micah, está en la parte posterior de la casa. Si no está allí, prueba en su dormitorio, está al lado de la cocina. Lo único que sé es que no está en mi habitación.
—¿Por qué tienes una habitación en su casa? Era gay, así que no erais amantes.
Summer tuvo ganas de darle un buen bofetón. Su comentario no era ofensivo, pero su fría omnisciencia resultaba exasperante.
—A veces también se acostaba con mujeres.
—Pero contigo no.
No era una pregunta, y negarlo habría sido una pérdida de tiempo.
—Tengo... problemas de sueño, lo que se conoce como terror nocturno. Me encanta mi casa, pero a veces necesito estar cerca de alguien.
Taka la contempló durante unos segundos interminables, y finalmente le dijo con voz suave:
—¿Qué puede causar terror nocturno en una mujer tan convencional?, a lo mejor se nos escapó algo en la investigación de tus antecedentes.
Estaban avanzando por el camino de entrada flanqueado de árboles, y Summer dio gracias por la oscuridad que ocultó su expresión. No necesitaba un espejo para saber que había palidecido y que sus ojos revelaban su pánico, pero al menos él no podía ver su reacción.
Cuando le dio la llave, él la aceptó en silencio, y deseó saber lo que estaba pensando. Fuera lo que fuese, estaba casi segura de que no era nada agradable, a pesar de la belleza austera de su exótico rostro.
—Tienes diez minutos, y no cometas el error de intentar huir otra vez —entró en la casa sin más, como si ella hubiera dejado de existir.
Summer les dio de comer a los gatos antes de nada, con manos temblorosas. Al menos seguía teniendo sus prioridades claras, y los animales le mostraron su gratitud. Sabía que Takashi estaba registrando el dormitorio de Micah, aunque no hacía ningún ruido. No sabía casi nada del hombre con el que había pasado las últimas veinticuatro horas, pero estaba convencida de que no dejaría rastro alguno de su presencia.
Fue a su propio dormitorio, y después de sacar unos vaqueros negros y una camiseta de un cajón, entró en el cuarto de baño. Se dio una ducha rápida, y al cabo de tres minutos ya estaba secándose con una toalla y examinando las quemaduras enrojecidas que tenía en las espinillas y en las manos. Ni siquiera se había dado cuenta de que el agua hirviendo la había alcanzado, pero como en el momento en cuestión estaba intentando salvar su vida, no era de extrañar.
Se puso el sujetador negro y las bragas, se sentó en la tapa cerrada del retrete, y agarró un tubo de crema hidratante mientras murmuraba una imprecación. Le dolía mucho, y ya estaban empezando a formarse ampollas. Incluso el roce de los vaqueros holgados iba a ser doloroso, pero no había nada que pudiera hacer.
No se dio cuenta de que la puerta que había cerrado con pestillo se abría, ni de que alguien la observaba con ojos inescrutables, hasta que su voz la sobresaltó.
—¿Cómo demonios te has hecho eso?