~~ 28 ~~
El barco de la Búsqueda
M arcia se iba tropezando por la Torre del Mago sin poder ver nada. Gritaba con desesperación:
—Septimus… Septimus… ¿Dónde estás?
—¡Estoy aquí, estoy aquí! —contestó Septimus.
—Vuelve a dormirte —murmuró Jenna.
—¡Uaaaaaa! —murmuró Beetle, que estaba en mitad de un sueño en el que Jillie Djinn lo encerraba en una mazmorra con una rata gigante.
Dormían, o al menos lo intentaban, en el suelo de un pequeño almacén a la entrada de los dominios de Ephaniah. Jenna y Beetle volvieron a dormirse, pero Septimus estaba muy despierto, su sueño de Marcia ciega aún le daba mucho miedo. Se sentó mientras los acontecimientos del día anterior acudían agobiantes a su memoria. ¿Qué había sucedido en la Torre del Mago? ¿Ya habría descubierto Tertius Fume su huida? Y si era así, ¿había enviado a alguna persona, o mejor dicho, a algún fantasma en su busca? ¿Y qué le estaba pasando a Marcia? ¿Se encontraba bien? Septimus introdujo la mano en el bolsillo, buscó su último recuerdo de la Torre del Mago y sacó el amuleto de mantente a salvo que Hildegarde le había dado. Era tan amable Hildegarde, pensó. Bajo la luz amarilla y tranquilizadora del anillo dragón, miró con cariño el amuleto de mantente a salvo, y una sensación brutal de miedo le atravesó como un cuchillo. ¡No! ¡No, no, no, no, no! No podía ser. No era posible. Septimus contempló la pesada piedra de lapislázuli oval que tenía en la mano, y la B de oro profundamente incisa le lanzaba burlones destellos. Y, cuando le dio la vuelta, el número veintiuno empezó a aparecer y Septimus tuvo la horrible certeza de que lo que sostenía en la mano era la piedra de la Búsqueda.
Contempló la piedra intentando recordar lo que Alther le había dicho en el cónclave, pero lo tenía todo confuso; solo la frase «Una vez aceptas la piedra, tu voluntad no es tuya», acudió a su cabeza.
Septimus intentó pensar con claridad, pero él no había aceptado la piedra de la Búsqueda, ¿verdad? Había aceptado lo que pensaba que era un amuleto de seguridad. Así que seguramente era distinto, ¿no? Examinó fijamente la piedra. Era un objeto hermoso; suave como la seda, algo iridiscente, con delicadas vetas de oro serpenteando a través del azul brillante. Y la temida B, que también era hermosa. El oro estaba incrustado en lo más profundo de la piedra, y pulido con tal lisura que al pasar los dedos por ella no se notaba ninguna junta. De hecho, casi se convenció de que la B no estaba allí, pero en cuanto bajó la vista hacia la piedra que descansaba en la palma de su mano, allí la vio, parpadeando en el débil fulgor amarillo, negándose a desaparecer.
Septimus volvió a guardar la piedra de la Búsqueda en el bolsillo. Decidió ignorarla. Tampoco se lo contaría a Jenna ni a Beetle. Ya tenían bastantes preocupaciones para añadir una estúpida Búsqueda, que además no pensaba emprender.
Septimus se tumbó de nuevo sobre la dura esterilla y se tapó la cabeza con la fina manta de emergencia del Manuscriptorium. Intentó apartar la piedra de la Búsqueda de sus pensamientos, pero no lo consiguió. Empezó a recordar algo más de las palabras de Alther: que la piedra era mágica y a medida que el buscador se acercaba a su meta, cambiaba de color. Y que al final de la Búsqueda se ponía de un color azul oscuro, tan intenso que parecía negro, salvo a la luz de la luna llena. Alther también había pronunciado un verso a toda prisa para transmitirle tanta información como le fuera posible, pero en aquel preciso instante Septimus no quería ni pensar en ello. Llegó a la conclusión de que no tenía ninguna necesidad de hacerlo. No iba a ir a la Búsqueda. Cerró los ojos e intentó dormir, aunque con poco éxito.
Una hora más tarde, Ephaniah observaba el cambio del Ullr nocturno, desde el otro lado de la puerta del almacén. Mientras la pantera dormía, Ephaniah vio el color anaranjado de la punta de la cola extenderse y crecer, y el vivo color viajó por la criatura como el sol alejando las sombras. Y, al crecer, el pelaje brillante de la pantera se convirtió en unas motas atigradas de color naranja y los músculos de su cuerpo se encogieron tan rápido que Ephaniah estaba seguro de que Ullr desaparecería por completo. Y en realidad, cuando la transformación se completó, parecía como si casi hubiera desaparecido, el Ullr diurno era un gato pequeño y esmirriado, que parecía necesitar una buena comida. El único recuerdo de su apariencia nocturna era la punta negra de su cola, preparada para el momento en que el sol volviera a ponerse.
Ahora que el almacén solo estaba custodiado por un pequeño gato, Ephaniah se atrevió a despertar a sus ocupantes. Jenna, Septimus y Beetle se levantaron medio adormilados de sus esterillas y las volvieron a guardar en las ordenadas estanterías. Y entonces, tras la insistencia de Ephaniah, se reunieron en torno a la gran mesa de trabajo del primer sótano y comieron las gachas que había cocinado en un pequeño hornillo que solía usar para fundir pegamento. Después de que Jenna lo convenciera, Ullr aceptó con mucha cautela el cuenco de leche que Ephaniah le ofrecía.
No fue un desayuno demasiado animado.
Jenna estaba deseando partir hacia el Puerto.
—Si nos damos prisa podemos tomar la barcaza que sale a primera hora de la mañana rumbo al Puerto —dijo rebañando el último grumo de avena, que estaba sorprendentemente buena.
—Bien —dijo Beetle, a quien costó mucho convencer de que pasara la noche en su viejo lugar de trabajo y quería salir de allí lo antes posible.
Ephaniah volvió después de haber puesto su trabajo del día anterior en la cesta que había en lo alto de la escalera. Agitó las manos, haciéndoles señas para que esperasen, y puso una gran hoja de papel junto a los cuencos. Estaba llena de su caligrafía, ahora familiar para los chicos. Señaló con el dedo las palabras: EL VIAJE A LOS BOSQUES DE LOS PAÍSES BAJOS ES LARGO Y PELIGROSO POR BARCO, PERO HAY OTRO CAMINO. HAY UN VIEJO PROVERBIO QUE DICE: «UN VIAJE A UN BOSQUE ES MEJOR QUE EMPIECE EN UN BOSQUE».
Jenna conocía el dicho, pero nunca había entendido lo que significaba.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
Ephaniah escribió: EN EL BOSQUE HAY ANTIGUAS VÍAS QUE CONDUCEN A OTROS BOSQUES. MORWENNA LOS CONOCE. PUEDO LLEVAROS AL BOSQUE SANOS Y SALVOS POR LAS VIEJAS TRAZAS DE LOS CARBONEROS.
—Solíamos usarlos en el ejército joven —dijo Septimus—. Las brujas aún los usan. Algunos de los caminos van a sus cuarteles de invierno.
Ephaniah asintió y escribió: ENCONTRAREMOS A MORWENNA. LE PEDIRÉ QUE OS ENSEÑE LAS VÍAS DEL BOSQUE.
—¿Tú qué opinas, Jen? —preguntó Septimus.
Jenna compartía la desconfianza de Sarah Heap hacia las brujas de Wendron, pero si aquello servía para encontrar a Nicko, y para alejar rápidamente a Septimus del Castillo, entonces a ella le parecía bien.
—De acuerdo —dijo—. Hagámoslo.
—¿Beetle? —preguntó Septimus.
—Sí —dijo Beetle—. Cuanto antes salgamos de aquí, mejor.
Ephaniah Grebe iba al frente del grupo por la Calleja del Liquen, un largo y oscuro callejón que daba al cobertizo donde se guardaban los botes del Manuscriptorium.
El cobertizo era una cabaña en ruinas que se encontraba en una ensenada oculta junto al Foso. Dentro estaba la barca del Manuscriptorium, un bote de remos poco usado que se había librado de los nuevos colores corporativos de Jillie Djinn. Septimus y Beetle se brindaron a remar, pero Ephaniah insistió en coger él los remos. Remar era algo que le encantaba cuando era joven, antes de sus días de rata, y hacía mucho tiempo que no salía en barco.
Era una mañana fría y borrascosa, pero sentaba bien salir al aire libre una vez más. Ephaniah no había perdido sus facultades para el remo y maniobró el bote con habilidad sacándolo del corte. Pero mientras remaba en las resacosas y grises aguas del Foso vieron algo inesperado: un velero exótico, de tres mástiles, estaba amarrado en el viejo embarcadero de la Torre del Mago. El embarcadero se hallaba en pésimas condiciones, pues las fabulosas épocas de los magos extraordinarios marinos habían pasado hacía ya tiempo, pero el barco estaba amarrado a uno de los pocos palos cubiertos de lapislázuli y oro que aún quedaban. Se mecía suavemente en las pequeñas olas del Foso, y mientras la marea acercaba el bote de remos del Manuscriptorium, a pesar de los esfuerzos de Ephaniah por alejarse, vieron el gastado casco azul y dorado, las raídas amarras azul celeste y los descascarillados mástiles dorados que en otro tiempo debieron de brillar al sol.
Solo Septimus podía ver la mortecina bruma mágica de color púrpura que rodeaba el barco, pero cuando una repentina ráfaga arrebató el remo de las manos de Ephaniah e hizo girar el bote hacia el pelado casco azul, todo el mundo pudo ver el nombre pintado con desgastadas letras doradas en la proa: BÚSQUEDA.
Beetle agarró el remo perdido de Ephaniah justo antes de que desapareciera en el agua. Ephaniah se lo agradeció con un chillido. Se movió para dejar espacio a Beetle y juntos consiguieron controlar el barco, pero no antes de que este golpeara bruscamente contra el casco del Búsqueda con un sonido fuerte y ronco.
Mientras Beetle y Ephaniah intentaban alejarse frenéticamente del barco de la Búsqueda, se oyó un sonido de pasos sobre la cubierta del Búsqueda. Rápidamente, Jenna se quitó la capa roja y se la puso a Septimus, tapando su característico cabello rubio y su túnica verde, para que los tres guardianes de la Búsqueda que oteaban desde un costado del barco, vieran a una temblorosa princesa, que abrazaba de manera protectora a una viejecita jorobada que cruzaba el Foso. De dónde había sacado la princesa a aquella viejecita no era asunto del interés de los guardianes; estaban más interesados en saber qué había ocurrido con el último buscador.
El último buscador bajó del bote de remos y se aventuró a echar un último vistazo al Búsqueda. No era un mal barco, pensó. Parecía rápido y muy maniobrable: el tipo de barco que le gustaría a Nicko. Pensar en Nicko hacía que Septimus olvidara sus propios problemas.
Ephaniah abría camino a través de la ribera, pasando por delante del Hospital con sus velas matutinas que alumbraban las pequeñas ventanas; aún quedaban algunos ancianos víctimas de la plaga que estaban recuperando sus fuerzas. Tomaron el sendero que rodeaba la parte trasera del Hospital y por fin estuvieron fuera de la vista del barco de la Búsqueda. Septimus abandonó su pose de viejecita y le devolvió la capa a Jenna, que la prendió cuidadosamente con el precioso alfiler de oro de Nicko.
Detrás del hospital había un camino lleno de maleza, hundido entre dos profundas roderas, trillado hacía tiempo por generaciones de carboneros. Los muchachos seguían a Ephaniah mientras avanzaba con dificultad entre los helechos y los montones de hojas que cubrían el viejo sendero, y pronto llegaron a una roca escarpada y baja, que parecía cerrarles el paso. Ephaniah se volvió y apuntó hacia un estrecho agujero en la roca. Con alguna dificultad (la última vez que realizó aquel viaje había sido catorce años atrás, y estaba un poco más delgado), el hombre rata lo atravesó y Septimus, Beetle, Jenna y Ullr lo siguieron con facilidad.
Delante de ellos se extendía un hondo y estrecho paso a través de las rocas, sombreado por los altos árboles que se inclinaban sobre él.
—Los cauces de los carboneros —gritó con orgullo Ephaniah, complacido de haber descubierto el camino después de todos aquellos años—. El mejor modo para entrar en el Bosque.
—Me gustaría que Stanley estuviera aquí —dijo Jenna—. Él podría contarnos lo que dice Ephaniah.
—Con el tiempo podría —sonrió Septimus—, pero primero nos contaría que su tercer primo segundo siguió una vez una rata gigante hasta el Bosque y nunca volvieron a verlo, y luego nos contaría lo de aquella vez que él y Dawnie habían…
—Vale, vale —rió Jenna—. Tal vez me alegre de que Stanley no esté aquí.