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ReUnir

A quella noche otro temporal llegó desde el Puerto. Aullaba por encima del río, arrancando tejas de los tejados y sumiendo a todo el mundo en un estado tenso e irritable.

Septimus estaba recluido en la Torre del Mago, bajo la mirada atenta de Marcia Overstrand. Empezaba los complicados preparativos para su primera proyección, que constituían un hito importante en los estudios de aprendiz. Tradicionalmente, en una primera proyección, el aprendiz tiene que elegir un objeto doméstico pequeño e intentar proyectar una imagen realista de ese objeto dentro de las zonas comunes de la torre con la esperanza de que sea lo bastante creíble para pasar por un objeto real. Todas las proyecciones eran imágenes especulares del original, pero mientras el aprendiz no eligiera ninguna que tuviera algo escrito en ella, daba igual qué objeto escogiese. A veces una «escoba» de aspecto inocente podía ser apoyada en un rincón oscuro, un pequeño «objeto decorativo» se colocaba en el alféizar de una ventana alta e inaccesible o la nueva «capa» se colgaba en el armario. En el momento de la primera proyección, en la torre reinaba un ambiente de nerviosismo y emoción mientras los magos, ocupados simulando hacer otra cosa totalmente distinta, deambulaban por ahí tocando todo tipo de objetos sospechosos y haciendo apuestas sobre qué proyectaría el aprendiz.

Con Septimus encerrado en la sala de proyección, Marcia comenzó a borrar las huellas de Escupefuego del patio, o mejor dicho, envió a Catchpole a que lo hiciera por ella. Sin embargo, aquella noche, Catchpole se había encerrado en el armario de los hechizos viejos y no quería salir.

Exasperada, Marcia envió un mensaje a Hildegarde, la submaga que estaba de guardia en el Palacio, para que se presentara en la Torre del Mago en aquel mismo instante.

Hildegarde llegó despeinada por el viento y sin resuello, después de correr por toda la Vía del Mago, emocionada al ser por fin convocada a la Torre del Mago, lo cual ansiaba desde hacía mucho tiempo. Pero en lugar de ofrecerle un cargo de maga ordinaria, a Hildegarde le dieron una escoba grande y un cubo aún más grande. Hildegarde, con la misma decisión de siempre, se arremangó y se puso a trabajar, diciéndose severamente a sí misma que cualquier trabajo en la Torre del Mago la llevaría un paso más cerca de su sueño. A la mañana siguiente, Hildegarde era la primera dienta de Terry Tarsal. Se compró un par de resistentes botas de agua.

Con la escrutadora Hildegarde fuera de Palacio, Merrin empezó a envalentonarse. Ya no caminaba sigilosamente por los pasillos sino que andaba con aire arrogante. En dos ocasiones casi choca con Jenna, que doblaba inesperadamente una esquina. La segunda ocasión estuvo tentado de acercarse y comprobar si ella había notado algo, pero en el último momento lo pensó mejor y se escondió detrás de una cortina.

Jenna no se habría percatado de la presencia de Merrin aunque hubiera pasado por delante de sus narices. Estaba demasiado preocupada pensando en Nicko y el mapa. Incapaz de apartarse del Manuscriptorium, pasaba a ver a Beetle como mínimo dos veces al día. Beetle tenía sentimientos encontrados a ese respecto. Le encantaba verla, pero cada vez que la puerta hacía «ping», o mejor dicho «pi-ing», del modo en que, estaba convencido, solo hacía cuando la empujaba Jenna, se veía obligado a decirle que seguía sin noticias de Ephaniah Grebe. Pero, al tercer día que Jenna se dejó caer por allí, Beetle ya tenía noticias, y no eran buenas.

Era última hora de la tarde y los oscuros nubarrones hacían que pareciese aún más tarde. Beetle acababa de encender una vela y la había colocado en su despacho. Se estaba preparando para hacer la última ronda del día —la ronda del cierre— cuando «ping», la puerta se abrió y entró Jenna. Cerró la puerta, se apartó de los ojos el cabello que el viento había despeinado, se afianzó bien la diadema de oro en la cabeza y preguntó con una mirada de ansiedad:

—¿Hay noticias?

Beetle temía aquel momento.

—Bueno, sí… pero, hummm, me temo que no son buenas noticias. Esta nota estaba en mi despacho esta mañana.

Le dio a Jenna un gran trozo de papel blanco. En él estaba escrito: ASUNTO: FRAGMENTOS DE PAPEL ANTIGUO, FALTA TROZO VITAL. POR FAVOR, CONSEJO.

—Supongo que no es de extrañar —opinó Beetle con un suspiro.

—Pues buscaremos por todas partes —protestó Jenna—. Y volveré a mirar por donde pasé. Y por donde pasé al día siguiente, para estar seguros. No puede ser… —Su voz se fue apagando. Ahora que pensaba en ello, sabía que habría sido un milagro que no faltara ningún fragmento.

—Fui a preguntarle a Sep qué podía hacer, pero no me dejaron verlo —dijo Beetle—. Ni siquiera dejarle un mensaje. Dijeron que no se le podía molestar. Es como si Marcia lo tuviera prisionero allí arriba. Estoy seguro de que él conseguiría encontrar el trozo perdido. Debe de haber algún hechizo o algo así.

—Podríamos preguntarle a Ephaniah —dijo Jenna—. Él podría saber un hechizo. Tal vez nos lo pueda hacer un mago ordinario.

A Beetle le parecía una probabilidad muy remota, pero no se le ocurría otra cosa.

—De acuerdo —dijo.

El Manuscriptorium estaba vacío. Todos los escribas se habían ido a casa; les dejaban salir antes porque el viento era más fuerte al caer la noche. Incluso Jillie Djinn se había retirado al piso de arriba, a los aposentos del jefe de los Escribas Herméticos. Mientras el viento sacudía la puerta de separación de la oficina, Jenna y Beetle pasaron sigilosamente por entre las filas de mesas, que se levantaban por encima de ellos como centinelas esqueléticos; a Jenna le producían escalofríos. En lo alto de los escalones del sótano había una cesta con las ofrendas del día: un par de hechizos de reajustar y un viejo tratado que necesitaba que lo volvieran a encuadernar. Beetle los cogió y se los llevó con ellos.

Beetle y Jenna abrieron la puerta verde de fieltro y accedieron a los sótanos, que casi resultaban cegadores de tanta luz, en contraste con el sombrío Manuscriptorium. Como la otra vez, los sótanos estaban vacíos, pero esta vez los cruzaron a paso ligero y se dirigieron al último. Allí encontraron a Ephaniah Grebe mirando a través de una gran lupa, encorvado sobre la mesa, que estaba llena de cientos de pequeños trocitos de papel colocados como un inmenso rompecabezas imposible.

—Te he traído la cesta —dijo Beetle dejándola en el suelo.

Ephaniah se sobresaltó y se volvió para saludarlos. Tanto Beetle como Jenna se armaron de valor y se prepararon para ver la cara de la rata, pero esta vez Ephaniah estaba envuelto en un pañuelo y lo único que vieron fueron sus ojos verdes ampliados detrás de las gafas de culo de botella. El escriba encargado de la conservación les indicó con gestos que se acercasen mientras emitía una especie de chirrido grave. Les dio un fragmento de papel en el que estaba escrito: HE CONSEGUIDO ReUnir TODOS LOS PAPELES EXCEPTO UNO.

Ephaniah hizo gestos con la mano hacia unos papeles pulcramente apilados en una estantería que estaba detrás de él.

—Bueno, mira esto —dijo Beetle intentando alegrar a Jenna—. Están todos juntos. Solo se ha perdido uno… no está tan mal, ¿no? Apuesto lo que quieras a que el trozo que se ha perdido es solo de garabatos de barcos, tenemos un montón. Hay bastantes probabilidades de que no sea importante, solo un garabato.

Jenna estaba a punto de decir que todos los garabatos de Nicko eran importantes para ella, cuando Ephaniah colocó otro papel delante de ellos: HE REFORZADO TODOS LOS PAPELES, PERO, PARA MÁS SEGURIDAD, DEBERÍA PEGARLOS. ¿ME DAIS PERMISO?

Jenna asintió.

Ephaniah sonrió con los ojos, le encantaba ese trabajo. De un cajón de la mesa sacó dos gruesos trozos de cartulina, envueltos en tela púrpura rojiza, los nuevos colores corporativos que Jillie Djinn había impuesto en el Manuscriptorium. Cogió una perforadora e hizo cinco agujeros en un lado de cada cartulina y luego levantó la hoja de papeles ReUnidos y los apretujó entre sí. Luego, Ephaniah cogió un largo trozo de cinta azul y enlazó hábilmente las tapas para que las notas y apuntes de Nicko estuvieran encuadernados y protegidos entre las gruesas cartulinas rojas. Después, el escriba encargado de la conservación ató las esquinas con otra cinta; y luego, con una floritura final, sacó un gran sello y lo estampó en la tela. Cuando levantó el sello quedaron las palabras: CONSERVADO, COMPROBADO Y GARANTIZADO POR EPHANIAH GREBE, impresas en oro sobre el rojo.

El pañuelo blanco se arrugó como si, debajo de él, los bigotes de rata se movieron con una sonrisa, y el escriba conservador entregó con orgullo los papeles bellamente encuadernados a Jenna.

—¡Oh…, gracias! —dijo dando un hondo respiro.

Ahora que por fin tenía los papeles de Nicko otra vez en sus manos, Jenna sintió una gran sensación de alivio. Todo iba a salir bien. Iría a ver a Sep, examinarían juntos el mapa y buscarían la manera de llegar a la Casa de los Foryx, y luego traerían a Nicko.

Sus pensamientos se aceleraron y Jenna empezó a pensar cómo podría convencer a Jillie Djinn para que concediera a Beetle algo de tiempo libre; sería fantástico que Beetle pudiera acompañarles. Justo cuando Jenna estaba planeando qué respondería a la negativa de la señorita Djinn a conceder una excedencia a Beetle, la voz de este interrumpió sus pensamientos.

—¿Has visto lo que falta? —preguntó con nerviosismo.

—¿Falta? —Jenna bajó a la tierra de golpe.

—Sí. El trozo que no se a ReUnido. ¿Cuál era?

—¡Oh! —Jenna abrió el libro que Ephaniah había encuadernado maravillosamente y empezó a pasar páginas, que ahora estaban limpias y fuertes, con la escritura clara y sin borrones y sin ningún signo de haber sido pegadas; el escriba encargado de la conservación había hecho un trabajo estupendo.

Había muchas cosas que Jenna no había visto: listas de provisiones, ropa, una solicitud para dos permisos de viaje, numerosos listados de deberes y varias listas de cosas urgentes. Luego estaban las cosas que recordaba haber visto en el desván de Marcellus: los garabatos de barcos, los gráficos de nudos, la lista del mercado de invierno, los juegos a los que Nicko y Snorri habían jugado… Estaba todo excepto una cosa: el mapa.

Jenna miró la mesa desordenada con desesperación. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos amenazando salir, cuando cayó en la cuenta de que la clave para encontrar a Nicko estaba extendida delante de ella en un millar de pedazos, con una nota al lado escrita en la clara caligrafía de Ephaniah: «Incompleto».

Ephaniah había observado la expresión de Jenna y escribía apresuradamente: «NO TODO ESTÁ PERDIDO. TAL VEZ UN HECHIZO DE BUSCAR CONSIGA ENCONTRAR EL FRAGMENTO PERDIDO. PREGUNTA A MAEX».

—¿Quién es Maex? —indagó Jenna.

Ephaniah volvió a coger la pluma, pero Beetle dijo:

—La maga extraordinaria. Es La abreviatura que usamos aquí. Como JEH es Jefe de los Escribas Herméticos o EGOPI soy yo. Pero nadie lo usa porque es más corto decir Beetle.

—¿EGOPI? —preguntó Jenna.

—Encargado General de la Oficina Principal e Inspección.

—¡Ah! —dijo Jenna—. Bueno, EGOPI, ¿vendrías conmigo a buscar a Marcia… por favor? Si vamos los dos no tendrá más remedio que escucharnos. —Se volvió hacia Ephaniah y dijo—: Gracias, señor Grebe. Gracias por devolverme las cosas de Nicko.

Jenna apretó contra su pecho el precioso libro. Ephaniah asintió y sacó una tarjeta pulcramente escrita, que presentó a Jenna con una floritura: HE DISFRUTADO MUCHO DE SUS VISITAS, PRINCESA. SERÍA UN HONOR VOLVER A VERLA Y ESPERO SERLE DE UTILIDAD EN EL FUTURO.

Jenna sonrió.

—Gracias, señor Grebe. Volveré muy pronto con la MAEX y entonces podrá hacer el hechizo de ReUnir definitivo —dijo con una voz que reflejaba más seguridad en sí misma de la que sentía.