Capítulo 11

Gideon recibió a Felicity Pomeroy y a su tía en la biblioteca, disimulando la sorpresa que le causaba verlas allí tan avanzada la tarde. Al levantarse para saludarlas notó que estaban preocupadas. Y Harriet no estaba con ellas. Parecía haber algún problema.

—Buenas tardes, señoras —dijo, mientras ellas tomaban asiento frente al escritorio—. ¿A qué debo el honor de esta inesperada visita?

Effie echó una mirada a Felicity, que le hizo un gesto de aliento. Luego se volvió hacia Gideon.

—Doy gracias al cielo por haberlo encontrado en su casa, señor.

—Esta noche voy a cenar aquí —murmuró él, a modo de explicación. Y cruzó las manos sobre el escritorio, esperando con paciencia que Effie llegara al nudo de la cuestión.

—Esto resulta algo bochornoso, milord. —Effie echó otra mirada incierta a la sobrina, que volvió a animarla—. No estoy segura de haber hecho lo correcto al molestarlo. No sé cómo explicar esto, ¿sabe usted? Pero si en verdad ha ocurrido lo que tememos, nos enfrentamos a otro desastre de proporciones monumentales.

—¿Otro desastre? —Gideon enarcó una ceja inquisitiva, dirigiéndose a Felicity—. ¿Eso significa que se trata de Harriet?

—Sí, milord —dijo la muchacha, con firmeza—. Es obvio que mi tía se resiste a explicar el asunto, pero yo no me andaré con rodeos. El hecho es que mi hermana ha desaparecido, señor.

—¿Qué ha desaparecido?

—Creemos que pudo ser raptada y que en estos momento la llevar a Gretna Green.

Gideon tuvo la sensación de haber dado un paso hacia el abismo. Era lo último que esperaba oír de esas dos mujeres. ¡Gretna Green! Sólo había un motivo por el que se iba a Gretna Green.

—Por todos los diablos ¿de qué está usted hablando? —interpeló, en voy muy baja.

Effie se acobardó ante la aspereza de ese tono.

—No estamos seguras de que la hayan raptado —se apresuró a aclarar—. Es decir, existe una posibilidad de que suceda algo parecido. Pero aun si ella hubiera partido hacia el norte, podría ser que lo hiciera por propia voluntad.

—Tonterías —aseguró Felicity—. No puede haber ido por propia voluntad. Está decidida a casarse con St. Justin, aunque él la exhiba ante la gente bien como si fuera una mascota exótica.

Gideon clavó en la muchacha una mirada ceñuda.

—¿Una mascota exótica? ¿A qué demonios viene eso de la mascota?

Effie giró hacia su sobrina sin darle tiempo a responder.

—Está con lady Youngstreet, Felicity. Y si bien la señora es célebre por su excentricidad, nunca supe que secuestrara a nadie.

Gideon alzó una mano.

—Necesito una explicación clara y sucinta, por favor. Creo que podría comenzar usted, señorita Pomeroy.

—De nada sirve fingir ni tratar de disimular. —La muchacha lo miraba de frente—. Creo que Harriet ha sido raptada por ciertos miembros de la Sociedad de Fósiles y Antigüedades que se han excedido en su celo.

—Buen Dios. —La mente de Gideon conjuró instantáneamente las miradas de adoración que Applegate echaba a Harriet. ¿Cuántos otros habrían sucumbido a sus encantos?—. ¿Por qué piensa usted que ese grupo la ha secuestrado?

Felicity lo miró con intención.

—Esta tarde mi hermana fue a una reunión de la Sociedad. Poco después recibimos una nota suya, diciendo que algunos amigos la llevarían a visitar a un coleccionista de dientes fósiles, pero tengo motivos para pensar que no es cierto.

Gideon ignoró a Effie, que murmuraba sus dudas, y se concentró en la sobrina.

—¿Qué le hace pensar que Harriet no está viendo una colección de fósiles, señorita Pomeroy?

—Interrogué al joven lacayo que nos trajo la nota. Dijo que Harriet, lady Youngstreet, lord Fry y lord Applegate habían subido al coche de viaje, no al carruaje que se usa dentro de la ciudad. Más aún: Insistiendo con mis preguntas descubrí que, antes de partir, se habían cargado varios bolsos en el vehículo.

Gideon tenía el puño apretado. Se obligó a aflojar los dedos, uno a uno.

—Comprendo. ¿Por qué sospecha usted que han ido a Gretna Green?

Felicity apretó ceñudamente la encantadora boca.

—Tía Effie y yo acabamos de visitar la casa de lady Youngstreet. Interrogamos al mayordomo y a un par de criadas. Al parecer, el cochero reveló a una de las criadas, poco antes de partir, que se le habían dado instrucciones de prepararse para un rápido viaje al norte.

Effie suspiró.

—Últimamente, lord Applegate ha estado murmurando ciertas cosas sobre salvar a mi sobrina de casarse con usted, señor. Eso nos hace sospechar que pueda haber querido tomar la cuestión en sus manos. Y al parecer, lady Youngstreet y lord Fry lo han ayudado a hacerlo.

Las entrañas de Gideon se estaban convirtiendo en hielo.

—No sabía que Applegate estuviera interesado en rescatar a mi novia.

—Bueno, difícilmente habría mencionado la idea en su presencia, milord —apuntó Felicity, tranquilamente—. Pero lo cierto es que ha hablado mucho del tema, lo suficiente como para provocar grandes rumores.

—Comprendo. —Gideon cayó en la cuenta de que nadie le había repetido esos rumores. Se dirigió a la tía—. Me resulta interesante que acuda usted directamente a mí, señora Ashecombe. ¿Cabe deducir de esto que le parezco mejor marido para su sobrina que Applegate?

—No del todo —dijo Effie, sin rodeos—. Pera ya es demasiado tarde para cambiar las cosas. Applegate, con esta loca idea de fugarse con ella, va a provocar más escándalos de los que ya existen.

—Con que yo soy el menor de los dos males —observó Gideon.

—Justamente, señor.

—Me alegra ver que mi propuesta matrimonial merezca su preferencia por motivos tan prácticos.

Effie entornó los ojos.

—La situación es pero de lo que usted imagina, St. Justin. Creo que ha llegado a la ciudad la noticia de que usted y Harriet pasaron una noche en esa horrible cueva. Anoche, en la velada de Wraxham, capté una levísima indirecta. Añadiendo esto a los otros chismes, la gente no tardará en imaginar que usted ha comprometido el buen nombre de mi sobrina. Y la reputación de Harriet no resistirá este asunto del rapto.

—No nos preocuparíamos tanto si Harriet aceptara a casarse con Applegate —explicó Felicity, pragmática.

—Ah, claro. —Gideon apretó entre los dedos una estatuilla de pájaro que tenía sobre el escritorio.

—Pero sabemos que, aun si la llevan a Gretna Green, mi hermana no se casará con él.

Gideon deslizó el pulgar por el ala del ave.

—¿No?

—Se considera comprometida con usted, milord y Harriet no es capaz de faltar a su palabra. Cuando regresen del norte sin haberse casado, la ciudad entera murmurará. Y ya nos enfrentamos a demasiadas especulaciones sobre su inminente boda con usted.

Effie lanzó un gemido.

—Todos dirán que la pobre Harriet huyó a Gretna Green para escapar a las garras de la Bestia de Blackthorne Hall, pero que al llegar allá Applegate se echó atrás. Mi querida niña quedará deshonrada dos veces.

Gideon se levantó para llamar a su mayordomo con un toque de campanilla.

—Tienen razón. Ya corren demasiados rumores. Me encargaré inmediatamente de esto.

Felicity echó una mirada a Owl, que acababa de abrir la puerta.

—¿Irá usted tras ellos, milord?

—Por supuesto. Si viajan en el anticuado coche de lady Youngstreet, tenga usted la seguridad de que los alcanzaré en muy poco tiempo. Ese carruaje tiene veinte años, cuando menos; es pesado y tiene mala suspensión. Y los caballos son casi tan viejos como el vehículo. No podrán mantener un buen paso.

—¿Sí, milord? —inquirió Owl, con su voz de cementerio.

—Ordena que enganchen a Cíclope y a Minotauro al faetón y que lo traigan inmediatamente, Owl.

—Muy bien, milord. Pero permítame advertirle que la noche no será buena para salir. Se acerca una tormenta.

—Correré el riesgo, Owl. No demores mis órdenes.

—Como usted guste, señor. Pero no diga después que no le advertí. —Owl se retiró, cerrando suavemente la puerta.

—Bien. —Effie se levantó, ajustando las cintas de su toca—. Supongo que debemos volver a casa, Felicity. Hemos hecho todo lo posible.

—Sí, tía Effie. —La muchacha se puso de pie, clavando en Gideon una mirada penetrante—. Milord, si los alcanza…

—Tenga la certeza de que los alcanzaré, señorita Pomeroy.

Ella estudió su expresión por algunos segundos. Luego aspiró hondo.

—Cuando lo haga, señor, espero que trate bien a mi hermana. Estoy segura de que ella podrá explicar satisfactoriamente todo esto.

—Lo explicará, sin duda. —Gideon abrió la puerta a las dos mujeres—. A Harriet nunca le faltan explicaciones. Que sean satisfactorias o no, eso es otra cuestión.

Felicity frunció el entrecejo.

—Debe usted darme su palabra de que no la tratará con dureza, señor. Si hubiera sospechado que se enojaría con ella no habría insistido en recurrir a usted.

Esa preocupación despertó la impaciencia de Gideon.

—No se preocupe, señorita. Su hermana y yo nos entendemos muy bien.

—Eso es lo que ella dice —murmuró la muchacha, mientras salía detrás de la tía—. Espero que ambos estén en lo cierto.

—A propósito —dijo Gideon—. En cuanto llegue a su casa, prepare un bolso para mi novia. Pasaré por él al salir de la ciudad.

Effie lo miró con súbita desconfianza.

—¿Teme usted no poder traerla sana y salva antes del amanecer?

Fue Felicity quien respondió a eso.

—Es obvio que no nos la traerá esta noche, tía Effie. ¿Quién sabe qué distancia habrán recorrido Harriet y sus amigos? De cualquier modo, supongo que Harriet estará casada cuando volvamos a verla, ¿no es cierto, milord?

—Tiene usted mucha razón —aseguró Gideon—. Es hora de poner fin a todas estas tonterías. No puedo permitir que medio mundo trate de rescatar a mi novia de la Bestia de Blackthorne Hall. Este tipo de cosas puede convertirse en una terrible molestia.

* * *

Owl se había equivocado en su pronóstico meteorológico. El cielo estaba cubierto, pero no llovió y la ruta estaba seca. Gideon pudo avanzar a buen paso por las calles de la ciudad y, en cuanto se vio libre del tránsito, dio a sus caballos la señal de aumentar la velocidad. Cíclope y Minotauro estallaron en acción, golpeando el suelo con la implacable y rítmica potencia de sus grandes cascos.

No oscurecería del todo por dos horas más. Tenía tiempo de sobra para alcanzar al pesado coche de viaje de lady Youngstreet.

Tiempo de sobra para pensar. Tal vez demasiado.

¿Iba tras una novia raptada o tras una novia que huía de la Bestia de Blackthorne Hall?

Ansiaba creer que Felicity no se equivocaba al asegurar que Harriet se consideraba comprometida con él. Pero Gideon no podía ignorar la posibilidad de que la joven hubiera corrido voluntariamente a los brazos del enamorado Applegate. El día anterior, durante el paseo por el parque, se había mostrado muy fastidiada. Recordó el pequeño sermón sobre sus supuestas tendencias dictatoriales. Ella había dejado en claro que no estaba habituada a recibir órdenes, aunque fueran emitidas con las mejores intenciones.

Gideon apretó los dientes. Por lo visto, ella había estado pensando mucho sobre lo que significaba el casamiento. Quería especificar que no estaba dispuesta a renunciar a su independencia después de la boda.

El problema, tal como él lo veía, era que Harriet había disfrutado de esa independencia por mucho tiempo, obligada a tomar decisiones por ella y por otros, durante varios años. Estaba habituada a deambular sola por las cuevas.

Estaba habituada a la libertad.

Gideon contemplaba la ruta, distraído y sintiendo apenas el juego de las riendas en las manos. Había elegido a Cíclope y a Minotauro tal como lo elegía todo en este mundo: por su fuerza y su resistencia, no por su aspecto. Sabía desde mucho antes que la belleza superficial valía de poco en caballos, mujeres y amigos.

El hombre obligado a enfrentarse al mundo con las facciones desfiguradas y la reputación arruinada, al verse evaluado sobre esa base, pronto aprendía a mirar bajo la superficie.

Harriet era como sus caballos, reflexionó. Estaba hecha de material resistente. Pero tenía voluntad propia.

Quizás había decidido que la vida sería más agradable si se casaba con alguien como Applegate, que jamás soñaría en darle órdenes. Applegate tenía mucho que ofrecer, incluyendo un título y una fortuna. Por añadidura, compartía su interés por los fósiles. Harriet bien podía haber descubierto un irresistible atractivo en el cerebro del muchacho.

Casarse con él le ofrecería muchas ventajas y ninguno de los inconvenientes que acompañarían, con certeza, a la vida matrimonial con la Bestia de Blackthorne Hall. Gideon se dijo que, si él hubiera sido un auténtico caballero, le habría permitido huir con Applegate.

Luego la imaginó en los brazos de ese joven y, de pronto, se sintió descompuesto. Imaginó a Applegate tocando esos dulces pechos, besando la boca suave, pujando dentro de esa calidez apretada y acogedora. Entonces lo recorrieron la angustia y una desquiciante sensación de pérdida.

Era imposible. Comprendió que no podía renunciar a ella. La vida sin Harriet era demasiado sombría.

Recordó algo que Felicity había dicho: que él exhibía a su hermana ante la gente bien como si fuera un extraño animalillo de regiones remotas. Apretando las riendas entre las manos reconoció para sus adentros que eso era muy posible.

«La única mujer de la tierra que no teme casarse con la Bestia».

Aflojó las riendas, instando a los caballos a acelerar la marcha. Sólo cabía rezar a ese dios que lo había abandonado seis años antes, pidiendo que Harriet no hubiera huido por propia voluntad.

* * *

Los vapores del coñac llenaban el interior del enorme coche, que se bamboleaba en la ruta hacia el norte.

Harriet abrió una ventanilla, mientras lady Youngstreet acompañaba a lord Fry en una entusiasta interpretación de otra canción de taberna; en verdad se preguntaba dónde habría aprendido la señora esos versos.

Había una damisela nacida en Maladeta

Que ofrecía por dote dos magníficas tetas.

Desde el otro lado, lord Applegate pidió perdón a Harriet con la mirada. Y se inclinó hacia delante, para hacerse oír por encima de la atrevida canción.

—Espero que esto no la ofenda demasiado, señorita Pomeroy. Son de otra generación, menos refinada ¿comprende usted? Pero no tienen malas intenciones.

—Lo sé —dijo Harriet, con una sonrisa melancólica—. Por lo menos se divierten.

—Me pareció mejor que nos acompañaran. La presencia de ellos prestará respetabilidad a nuestra fuga —explicó Applegate, con seriedad.

—Hace ya rato trato de explicarle, milord, que no tengo intenciones de casarme con usted, aun en el caso de que lleguemos a Gretna, lo cual me parece muy improbable.

Applegate le echó una mirada anhelante.

—Tengo la esperanza de hacerle cambiar de idea, querida. Tenemos varias horas para que lo piense mejor. Le aseguro que seré un esposo devoto. Además, tenemos muchas cosas en común. ¡Imagine, explorara juntos en busca de fósiles!

—Suena delicioso, señor, pero insisto en recordarle que ya estoy comprometida. No puedo quebrar mi compromiso con St. Justin.

Los ojos de Applegate se llenaron de admiración.

—Su sentido del honor es admirable, querida, pero nadie pretenderá que usted permanezca fiel a ese hombre. Al fin y al cabo, se trata de St. Justin. Con su reputación no tiene derecho a exigir lealtad y respeto a una persona tan dulce encantadora e inocente como usted.

Harriet, cansada de dar explicaciones, decidió probar otra táctica.

—¿Y si yo le dijera que no soy tan inocente, señor?

El joven se puso tieso.

—No lo creería, señorita Pomeroy. Basta mirarla para saber lo inocente y virtuosa que es.

—¿Basta mirarme?

—Por supuesto. Por añadidura, recuerde que tengo la ventaja de haber establecido un contacto intelectual íntimo con usted. Una mente tan bien cultivada como la suya sería incapaz de rebajarse a pensamientos impuros, mucho más de llevarlos a cabo.

—Es una conclusión interesante —murmuró Harriet. Cuando ya iba a rebatir el argumento, notó que el coche aminoraba la marcha.

—Digo yo… —Lord Fry interrumpió la canción para echarse otro trago a coleto—. Nos detenemos para comer algo, ¿verdad? Excelente idea. No nos vendría mal visitar Jericho ya que estamos por aquí.

—Caramba, Fry. —Lady Youngstreet le dio un golpe juguetón con el abanico y le echó una mirada divertida—. No sea tan poco delicado delante de los jóvenes.

—Cierto, cierto. —Fry hizo una profunda reverencia a Harriet—. Mil perdones, señorita Pomeroy —agregó, gangoso—. No sé qué se ha apoderado de mí.

—Yo sí lo sé —declaró lady Youngstreet, gozosa—: una botella de mi mejor coñac. Devuélvamela, señor. Al fin y al cabo es mía y quiero beber el resto.

Fuera sonó un grito. Harriet oyó un tronar de cascos en la ruta. Otro carruaje se aproximaba a toda velocidad desde atrás. Ya estaba casi oscuro, pero reconoció el faetón amarillo y los grandes caballos que, de súbito, se instalaron junto al coche de lady Youngstreet.

El nuevo vehículo, más liviano y rápido, pasó como un rayo. Harriet pudo ver al conductor: usaba un abrigo pesado y un sombrero encasquetado hasta los ojos, pero habría reconocido en cualquier parte esos grandes hombros.

Gideon acababa de alcanzarlos.

Otro grito contestó desde el pescante, seguido por una sarta de furiosas maldiciones; el coche de viaje seguía aminorando la marcha.

—Maldición —protestó Applegate, ceñudo—. Algún tonto nos ha obligado a apartarnos hacia la vera del camino.

Lady Youngstreet dilató los ojos legañosos.

—Puede que nos haya detenido un asaltante de caminos.

Fry la miró con furia.

—Nunca he sabido que los asaltantes usaran faetones.

—Es St. Justin —anunció Harriet, con calma—. Ya les dije que vendría en cuanto se enterara de lo ocurrido.

—¿St. Justin? —Fry parecía atónito—. ¡Por todos los diablos! ¿Nos ha descubierto?

—Tonterías. Nadie está enterado de lo que íbamos a hacer esta noche. No puede habernos descubierto. —La señora tomó un buen trago de coñac y guiñó astutamente un ojo.

—Pues ha venido —dijo Harriet—, tal como yo dije.

Applegate esta pálido, pero cuadró los hombros con decisión.

—No tenga miedo, Harriet. Yo la protegeré.

La joven se alarmó ante esa audaz declaración. Lo último que necesitaba era un despliegue heroico de su enamorado. Sabía que Gideon no reaccionaría bien ante eso.

El coche se había detenido por completo. Harriet oyó que el conductor hablaba en tono agrio con Gideon, preguntando qué ocurría.

—No voy a detenerte por mucho tiempo —dijo el vizconde—. Creo que llevas allí a alguien que me pertenece.

Harriet oyó el resonar de sus botas en el empedrado, señal segura de que no estaba de buen talante. Entonces lanzó a sus compañeros una mirada de advertencia.

—Escuchad bien, por favor —dijo—. Dejad que sea yo quien se entienda con St. Justin, ¿entendéis?

Applegate la miró con horror.

—No permitiré que usted se enfrente sólo a la Bestia, por cierto. ¿Por qué clase de hombre me toma?

La portezuela se abrió de par en par.

—Buena pregunta, Applegate —comentó Gideon, con voz oscura y amenazadora. Su aspecto era totalmente peligroso. El abrigo negro flotaba a su alrededor como la capa de un hechicero. Las lámparas interiores del coche iluminaron su cara desfigurada.

—Ha llegado usted, St. Justin —dijo Harriet, con suavidad—. Ya me preguntaba si tardaría mucho más en alcanzarnos. Le aseguro que el paseo ha sido muy agradable. Qué noche tan encantadora, ¿verdad?

Los ojos de Gideon recorrieron a los ocupantes del coche, uno a uno, hasta posarse en ella.

—¿Ya ha tomado usted aire suficiente, querida? —preguntó.

—Por cierto, gracias. —Harriet recogió su bolso e hizo ademán de apearse.

—No se mueva, señorita Pomeroy —ordenó Applegate, con valor—. No voy a permitir que este bandido la toque. Antes la defenderé hasta mi última gota de sangre.

—Y yo tendré el placer de asistir a mi compañero, querida —anunció Fry, en voz alta—. Ambos la defenderemos hasta la última gota de sangre de Applegate.

—Un par de ebrios tontos —murmuró Gideon. Y cerró las grandes manos en torno de la cintura de Harriet, sacándola del coche con toda facilidad.

—Deténgase. Deténgase de inmediato. No voy a permitirlo. —Lady Youngstreet le arrojó su bolso contra el pecho, sólo para que rebotara al suelo del vehículo—. Déjela donde estaba, monstruo. No se la llevará.

—Digo yo… Queremos salvarla de usted —explicó Fry.

Harriet lanzó un gemido.

—Oh, caramba, ya temía que esto fuera difícil.

—Será algo más que difícil, Harriet. —Gideon quiso cerrar la portezuela, pero Applegate la abrió de un empellón, balbuceando:

—Un momento. No puede llevársela.

—¿Quién lo va a impedir? —preguntó Gideon, suave—. ¿Usted, quizá?

Applegate parecía muy leal.

—Con toda seguridad. Mi mayor interés es el bienestar de la señorita Pomeroy. He asumido la responsabilidad de protegerla y así lo haré.

—Escuche, escuche. Adelante, jovencito —rugió lord Fry, con voz alcohólica—. No deje que la Bestia ponga las garras sobre esa muchacha. Protéjala con su sangre, Applegate. Yo estaré en todo momento detrás de usted.

—Y yo, lo mismo —declaró lady Youngstreet con voz resonante, aunque algo gangosa.

—Oh, demonios —murmuró Gideon.

Applegate, sin prestar atención al dúo de ebrios, se inclinó hacia delante para decir, por la portezuela abierta.

—Hablo en serio, St. Justin. No permitiré que se lleve a la señorita Pomeroy de ese modo. Le exijo que desista de inmediato.

Gideon esbozó su sonrisa lenta y fría, la que ponía sus dientes al descubierto y le torcía la cicatriz.

—Quédese usted tranquilo, Applegate. Tendrá sobrada ocasión de protestar cuando yo le exija satisfacción por este episodio.

Applegate parpadeó varias veces según iba comprendiendo. Luego enrojeció con un tono oscuro. No por eso se echaría atrás.

—Como guste, señor. Estoy dispuesto a aceptar su reto. El honor de la señorita Pomeroy me es más precioso que la vida.

—Mejor así —replicó Gideon—, porque de eso estamos hablando, justamente: de su vida. ¿Supongo que prefiere batirse a pistola? ¿O es usted del tipo anticuado? Hace mucho tiempo que no uso el estoque, pero recuerdo con toda claridad que, en la última ocasión, resulté vencedor.

Los ojos de Applegate volaron a la cicatriz. Tragó saliva con dificultad.

—A pistola, estoy de acuerdo.

—Excelente —murmuró Gideon—. Ya veré de procurarme un par de padrinos. Siempre hay en los clubes unos cuantos caballeros a quienes encanta este tipo de cosas.

—¡Por Dios! —Fry se encontraba de pronto muy sobrio—. ¿Estamos hablando de duelo? Digo yo… eso es llevar las cosas demasiado lejos.

—¿Qué es esto? ¿Un reto? —Lady Youngstreet miraba a Gideon con los ojos entornados—. Veamos, veamos. No ha ocurrido nada. Sólo tratábamos de salvar a la muchacha.

Applegate mantuvo una expresión estoica.

—No le tengo miedo, St. Justin.

—Así me gusta. Quizá cambie usted de idea cuando nos encontremos al amanecer, dentro de algunos días.

Harriet comprendió que esa tontería se estaba tornando peligrosa; adelantándose de inmediato, apoyó la mano en el brazo de Gideon para contenerlo.

—Suficiente, St. Justin —dijo, seca—. No quiero que aterrorice a mis amigos, ¿entendido?

Gideon le echó una mirada de soslayo.

—¿Sus amigos?

—Son amigos míos, por supuesto. De lo contrario no estaría con ellos. Sus intenciones eran buenas. Y ahora, basta de tonterías. No habrá ningún duelo por algo que se reduce a un malentendido.

—¡Malentendido! —le espetó Gideon—. No creo que un secuestro sea un simple malentendido.

—No hubo ningún secuestro —le aseguró la joven—. Y no toleraré ningún duelo, ¿se me ha entendido?

Applegate levantó el mentón.

—No se aflija, señorita Pomeroy. No me importa morir por usted.

—Pero a mí sí —dijo ella, sonriéndole por la ventanilla—. Es usted muy amable, lord Applegate, y muy valiente. Pero no puedo permitir que nadie se bata en duelo por algo que, para mí, fue solo un paseo por el campo.

Lady Youngstreet se reanimó.

—Exacto. Un paseo por el campo. Eso fue todo.

Fry parecía dudar.

—Algo más que eso, querida. Recuerde usted que íbamos a casar a la muchacha.

Harriet, sin prestarle atención, miró la cara ceñuda de Gideon.

—Vamos, St. Justin, que se hace tarde. Debemos permitir que mis amigos inicien el regreso a la ciudad.

—Sí, por cierto —manifestó apresuradamente lady Youngstreet—, tenemos que regresar. —Y se apoderó del bastón de Fry para dar unos golpes en el techo del vehículo, ordenando en voz alta—: Vuelva grupas, hombre. Y dé se prisa.

El cochero, que había escuchado el intercambio con aire de aburrimiento, bebió un último sorbo de su propia botella antes de recoger las riendas. Hizo que los caballos describieran un amplio giro y el pesado coche se alejó ponderosamente hacia Londres.

Applegate permaneció ante la ventanilla, mirando con tristeza a Harriet, hasta que el vehículo desapareció tras un recodo.

—Pues bien —dijo alegremente la joven, enderezándose la toca—. Esto ha terminado. Creo que nosotros también debemos emprender el regreso, milord. El viaje a la ciudad será muy largo.

Gideon le sujetó la barbilla para obligarla a levantar el rostro, impidiéndole ocultar los ojos bajo el ala del sombrero. Ya era casi noche cerrada, pero Harriet vio con claridad su expresión ceñuda.

—No vaya usted a pensar que este asunto está terminado, Harriet, ni por un minuto.

Ella se mordió el labio.

—Oh, cielos, ya me temía que usted se mostraría fastidiado.

—Eso es muy poco decir.

—Lo cierto es que sólo ha habido una molestia para todos los involucrados —le aseguró ella—. Mis amigos no tenían mala intención. Admito que usted ha debido tomarse muchas molestias y en verdad lo siento, pero de lo que ocurrió, nada justificaba que usted amenazara a Applegate de una manera tan detestable.

—¡Diablos, mujer, ese hombre trató de fugarse con usted!

—Pero puso mucho cuidado en traer consigo a un par de chaperones. Cuando se trata de observar el decoro, el hombre es irreprochable.

—Pero por Dios, Harriet…

—Aun si hubiera logrado llevarme hasta Gretna Green, cosa muy improbable, no habría ocurrido nada horrendo. Simplemente habríamos vuelto a Londres sin novedad.

—Me parece increíble estar discutiendo con usted en plena ruta. —Gideon la tomó del brazo para conducirla al faetón—. Ese hombre tenía toda la intención de llevar a cabo un casamiento de fugitivos.

Y depositó a Harriet en el asiento como si nada pesara. Mientras ella se acomodaba las faldas, subió de un brinco y recogió las riendas.

—No pensará usted que yo me habría casado con Applegate, milord. Estoy comprometida con usted.

Gideon le echó una mirada oblicua. La yunta describió un giro y partió hacia Londres, sin prisa.

—Eso no quita que sus amigos hayan tratado de rescatarla de entre mis garras.

—Bueno, ellos no comprenden que yo estoy a gusto entre sus garras, milord.

Eso no obtuvo respuesta. Gideon calló por un rato, como si estuviera perdido en sus pensamientos. Harriet aspiraba profundamente el aire helado de la noche. Las nubes comenzaban a abrirse, dejando aparecer las estrellas.

El camino, en plena noche, resultaba muy romántico. Nada parecía del todo real. Era como estar atrapada en un mundo de sueños con Gideon y los caballos, galopando hacia la noche por una cinta de misteriosa ruta que podía llevar a cualquier parte.

El faetón giró en una curva. A la distancia aparecieron las luces de una posada.

—¿Harriet? —murmuró Gideon.

—¿Sí, milord?

—No quiero volver a pasar por este tipo de locura.

—Comprendo, milord. Sé que ha sufrido usted una gran molestia.

—No me refiero a eso. —Gideon mantenía la vista fija en las luces de la posada—. Lo que quiero decir es que me gustaría poner fin al compromiso.

Harriet quedó aturdida por el golpe. No podía creer en lo que estaba oyendo.

—¿Poner fin al compromiso, milord? ¿Por qué cometí la tontería de dejarme llevar hacia el norte?

—No. Porque temo que haya más incidentes como éste. Reconozco que esta vez no hubo daño alguno, peor ¿quién sabe lo que ocurrirá la próxima vez?

—Pero, milord…

—Es posible que algún otro admirador intente medios más drásticos para salvarla de la Bestia de Blackthorne Hall —dijo Gideon, sin mirarla, concentrado como estaba en conducir el carruaje.

Harriet clavó una mirada flamígera en su duro perfil.

—No vuelva usted a llamarse con ese apodo horrible, St. Justin, ¿me ha entendido?

—Sí, señorita Pomeroy, he entendido. ¿Se casará usted conmigo en cuanto consiga la licencia especial?

Harriet apretó su bolsito.

—¿Casarnos? ¿Inmediatamente?

—Sí.

Se sentía estupefacta.

—¿No quería usted poner fin al compromiso?

—Sí, cuanto antes. Por medio del casamiento.

Ella tragó saliva, inundada de alivio, y ordenó sus pensamientos dispersos.

—Comprendo. Bueno, en cuanto al casamiento, esperaba que tuviéramos más tiempo para conocernos mejor, milord.

—Lo sé, pero no creo que eso cambie mucho las cosas. Usted ya conoce lo peor y eso no parece deprimirla indebidamente. Su tía opina que, tras el incidente de esta noche, habrá más chismes que nunca. El casamiento los acallará un poco.

—Comprendo —repitió Harriet, aún incapacitada de pensar con claridad y lógica—. Muy bien, milord, si eso es lo que usted desea.

—Lo es. Bien, estamos de acuerdo. Creo que sería mejor detenernos esta noche aquí, en vez de continuar hasta la ciudad. De ese modo podremos casarnos antes de llegar a Londres.

Harriet miraba fijamente la posada.

—¿Pasaremos la noche aquí?

—Sí. —Gideon guió a los caballos hacia el patio. Los grandes cascos repiquetearon en el adoquinado—. Esto será más eficiente. Por la mañana conseguiré la licencia. Después del casamiento, supongo que lo mejor será ir directamente a Hardcastle House para presentarla a mis padres. Hay cosas inevitables.

La puerta de la posada se abrió antes de que Harriet pudiera responder. Un niño corrió a ocuparse de los animales. Gideon se apeó del faetón.

—¿Y mi familia, señor? Han de estar preocupadas por mí.

—Les enviaremos mensaje desde aquí, diciéndoles que usted está sana y salva y que vamos a Hardcastle House. Cuando volvamos a la capital, los rumores se habrán acallado un poco. Y yo la tendré bien asegurada entre mis garras.