10
Pitt se sentía abrumado por la magnitud y el alcance de sus nuevas responsabilidades. Había mucho más que tener en cuenta que los asuntos relativamente menores sobre si la conspiración socialista en Europa podía llegar a ser peligrosa o tan solo una manifestación de la violencia esporádica que había tenido lugar en uno u otro lugar durante los últimos años. Incluso si se había planeado algún acto específico, era muy posible que no concerniera a Inglaterra.
La alianza con Francia lo obligaba a transmitir cualquier información importante a las autoridades francesas, pero ¿qué sabía que no fuera más que especulación? West había sido asesinado antes de que pudiera contarle lo que sabía. Al volver la vista atrás, pensó que era probable que Gower fuera el traidor. Pero ¿había habido algo más? ¿Acaso West había sabido quién más en Lisson Grove era… qué? ¿Un conspirador socialista? ¿Alguien a quien se podía comprar con dinero o con poder? ¿O no era tanto lo que deseaban conseguir como lo que temían perder? ¿Se trataría de un chantaje por una ofensa real o por algo así percibido? ¿Sería alguien a quien habían hecho parecer culpable, como a Narraway, pero esa persona había sucumbido a la presión para salvarse?
¿Era posible que Narraway hubiera sido amenazado y se hubiera rebelado? ¿O, conociéndolo, ni siquiera lo habían intentado y se habían limitado a destrozar su carrera profesional, sin previo aviso?
Thomas Pitt estaba sentado en la oficina de Narraway, que ahora era la suya, idea que le resultaba fría y escalofriante. ¿Sería el siguiente en ser destituido? Era difícil imaginar que él supusiera una amenaza, a quienesquiera que fueran, como sí lo había sido Narraway. Miró alrededor. La habitación le resultaba tan familiar desde el otro lado de la mesa que incluso de espaldas a la pared era capaz de visualizar las imágenes que solían colgar de ella. La mayoría de ellas eran dibujos a lápiz de árboles desnudos de hojas, con ramas delicadas y complejas. Solo había una excepción: una vieja torre de piedra en la costa, pero el fondo estaba pintado con exquisito detalle de luces y sombras, donde el mar formaba tan solo una sensación de distancia sin fin.
Preguntaría a Austwick dónde estaban y los colocaría en su sitio. Si Narraway regresaba algún día, Pitt se los devolvería. Los objetos de Narraway formaban parte del mobiliario de su mente y de su vida. Y con ellos tendría la sensación de su presencia, lo que era al mismo tiempo triste y reconfortante.
Narraway habría sabido qué hacer con aquellas variadas y a veces conflictivas tareas pendientes que estaban sobre la mesa de Pitt. Algunas le resultaban familiares, pero de muchas otras solo tenía una idea vaga. Eran casos de los que Narraway se había ocupado personalmente.
Austwick le había dejado notas, pero ¿cómo podía confiar en nada de lo que dijera Austwick? Sería estúpido si lo hiciera sin la corroboración de alguien más, y para ello tendría que invertir un tiempo del que en ese momento no disponía. ¿Y en quién podía confiar? No podía hacer otra cosa que seguir adelante. Tendría que comparar una información con otra, descartar lo imposible y sopesar el resto.
Con el transcurso de la mañana, mientras ayudantes de una u otra sección llegaban con nuevos documentos y más opiniones, Pitt cobró conciencia plena de lo aislado que había debido de sentirse Narraway. Ahora él estaba al mando, y no le estaba permitido mostrar vulnerabilidad ni confusión. No se esperaba que consultara con nadie. Y, aunque lo necesitaba, no había nadie en quien pudiera confiar realmente.
Miraba los rostros de sus subalternos y veía cortesía, respeto por su nuevo cargo. En algunos también veía envidia. En una ocasión reconoció el enfado por el hecho de que él, casi un recién llegado, hubiera ascendido antes que ellos. En ninguno veía el respeto necesario que pudiera inspirarle una lealtad personal que fuera más allá de su compromiso con el trabajo. Eso solo podía concederse si se había ganado.
Lo habría dado casi todo por que Narraway estuviera de vuelta. Consciente de que una estimación equivocada podría costarle la vida, Pitt añoraba con desesperación la presencia firme y sagaz de Narraway, y su apoyo sereno.
¿Dónde estaría? ¿En algún lugar de Irlanda, intentando limpiar su nombre de un delito que no había cometido? Pitt descubrió con un escalofrío que no estaba seguro de la inocencia de Narraway. ¿Era posible que hubiera mentido, robado, traicionado a su país y roto la confianza de quienes le conocían? Pitt jamás habría creído que Narraway fuera capaz de cometer ningún delito, ni siquiera por desesperación. Sin embargo, tal vez lo haría si su vida corriera peligro, o la de Charlotte. Esa idea hirió a Pitt de un modo inevitable.
¿Por qué se había marchado con él? ¿Para ayudarlo a combatir una injusticia, por lealtad a un amigo en una situación desesperada? ¡Qué propio de ella! Sin embargo, Narraway era amigo de Pitt, y no tanto de Charlotte. Aun así, por multitud de detalles, era evidente que Narraway estaba enamorado de ella, desde hacía bastante tiempo.
Pitt recordaba con exactitud el momento en que lo descubrió. Vio a Narraway volverse para mirarla. Estaban de pie en la cocina de su casa, en Keppel Street. Fue durante un caso bastante peligroso. Narraway había pasado a verlo a última hora de la tarde por algún motivo, un nuevo giro en los acontecimientos. Tomaron té. El hervidor humeaba sobre el fogón. Charlotte estaba de pie mientras este se calentaba de nuevo. Llevaba un vestido viejo, pues solo esperaba la llegada de Pitt. La luz de la lámpara brillaba en su cabello, resaltaba el color cálido e intenso, y el ángulo de su mejilla. La recordó cogiendo la manopla para no quemarse con el hervidor.
Narraway dijo algo, y ella lo miró y se echó a reír. En un instante, el rostro de él lo delató.
¿Lo sabría Charlotte? Había tardado lo que pareció una eternidad en darse cuenta de que Pitt estaba enamorado de ella, años atrás, al principio. Sin embargo, desde entonces, todos habían cambiado. Ella había sido una joven difícil, la hermana mediana de tres, a quien a su madre le costaba muchísimo encontrarle un marido aceptable. Ahora se sabía querida. Pero Pitt era consciente de que su justificada indignación por la injusticia que se había cometido contra Narraway la habría llevado a tomar acciones impulsivas.
Estaría furiosa por el hecho de que la reputación de Narraway se hubiera visto dañada, y se sentiría agradecida por que este hubiera contado con Pitt en la Brigada Especial cuando él tanto lo necesitaba. La vida podría haber sido muy dura para ellos. Y si Charlotte supiera que Narraway la amaba, podría sentirse aún más responsable, incluso en deuda con él. Pensar en ello como en una deuda era ridículo… ella no había demandado sus atenciones, pero Pitt sabía de la protección fiera que mostraba hacia los vulnerables. Y la amaba por ello. Perdería algo de una valía infinita si fuera distinta, más cauta, más sensata. Sin embargo, no dejaba de crearle problemas.
En la mesa se acumulaban documentos e informes que esperaban una respuesta, pero Pitt seguía pensando en Charlotte.
¿Dónde estaba? ¿Cómo podía averiguarlo sin exponerla a mayores peligros? ¿En quién estaba absolutamente seguro de poder confiar? Hacía una semana, habría enviado a Gower. De manera involuntaria, le habría proporcionado el rehén perfecto.
¿Debería ponerse en contacto con la policía de Dublín? ¿Cómo estar seguro de que podía confiar en ellos, a la luz de todos los planes y las tramas que parecían estar urdiéndose en su propia división?
Tal vez el anonimato fuera la mejor defensa, pero la impotencia resultaba demasiado dolorosa. Tenía todas las fuerzas de la Brigada Especial a su disposición, si bien ignoraba en quién podía confiar.
Llamaron a la puerta. En cuanto respondió, Austwick entró en la oficina, con aspecto serio y algo petulante. Llevaba documentos en la mano.
Pitt se alegró de que su presencia lo obligara a volver al presente.
—¿Qué me trae? —preguntó.
Austwick se sentó sin que se lo ofreciera. Pitt se dijo que no habría hecho lo mismo con Narraway.
—Más informes de Manchester —respondió Austwick—. Ahora sí que empieza a parecer que Latimer está en lo cierto sobre esa fábrica de Hyde. Están produciendo armas, aunque lo nieguen. Y también está el lío ese de Glasgow. Tenemos que prestarle atención antes de que empeoren las cosas.
—Los últimos informes hablaban de gente joven manifestándose —le recordó Pitt—. Narraway lo señaló como un caso en el que es mejor no intervenir.
Austwick contrajo el rostro en una mueca de desagrado.
—Bueno, creo que en los últimos tiempos Narraway no pensaba demasiado en los intereses del país. Por desgracia, no sabemos cuánto tiempo llevaba en marcha su… falta de atención. Léalo usted mismo y veamos qué opina. Me he estado ocupando del caso desde la marcha de Narraway y creo que hizo una valoración muy equivocada. Y tampoco podemos permitirnos pasar por alto el caso escocés.
Pitt se tragó la respuesta. No confiaba en Austwick, pero no debía permitir que aquel hombre notara sus dudas sobre él. Todo aquello le parecía una terrible pérdida de tiempo, del que ya le quedaba tan poco.
—¿Y qué me dice de los otros informes procedentes de Europa sobre los socialistas? —preguntó—. ¿Algo de Alemania? ¿Y qué hay de los emigrantes rusos en París?
—Nada relevante —respondió Austwick—. Y no nos ha llegado nada de Gower. —Miró a Pitt fijamente con gesto de preocupación.
Pitt mantuvo la compostura.
—No se arriesgará a ponerse en contacto a menos que tenga información valiosa. Todo pasa por la oficina de correos de la localidad.
Austwick negó con la cabeza.
—Sinceramente, creo que es de importancia secundaria. Puede que West fuera asesinado tan solo por principios, cuando descubrieron que era un informador. Es probable que no dispusiera de la información crucial que creímos que manejaba.
Austwick se movió ligeramente en la silla y miró con atención a Pitt.
—Llevamos años oyendo rumores sobre grandes reformas, ya sabe. La gente adopta posturas y pronuncia discursos, pero nunca ocurre nada serio, al menos no en Inglaterra. Creo que corrimos el mayor riesgo hace tres o cuatro años. En el East End de Londres se produjo una gran agitación, cosa que usted no ignora, aunque la mayor parte de los problemas tuvo lugar antes de que usted llegara a esta división.
El comentario fue un recordatorio manifiesto del poco tiempo que llevaba Pitt en su puesto. Al pronunciarlo, en la mirada de Austwick brilló un destello de rencor. Pitt se preguntó si la hostilidad que notaba se debería a que la ambición personal de Austwick se había visto frustrada. Entonces recordó a Gower inclinado sobre el cuerpo de West en el suelo, y la sangre. O Austwick no tenía nada que ver con aquel asunto, o disimulaba sus emociones mejor de lo que Pitt había imaginado. Debía tener cuidado.
—Puede que lo dejemos a un lado —ofreció.
Austwick volvió a moverse en la silla.
—Estos son los informes que hemos recibido de Liverpool, y encontrará algunas de las referencias a Irlanda. Nada peligroso todavía, pero debemos tomar nota de los nombres de esos tipos y vigilarlos. —Empujó una serie de papeles sobre la mesa y Pitt empezó a leerlos.
La tarde siguió la misma pauta: más informes, tanto verbales como escritos. Un caso de violencia en una ciudad de Yorkshire que parecía de índole política resultó no serlo. Un ministro del gobierno había sido víctima de un robo en Piccadilly, y la investigación ocupó a Pitt el resto del día. Al parecer, el ministro llevaba documentos confidenciales. Por fortuna, no fue Pitt quien hubo de decidir cómo habrían de reprenderlo por su falta de cuidado. Sin embargo, tuvo que decidir qué delito imputar al ladrón.
Lo sopesó con detenimiento. Interrogó al hombre, intentando descubrir si sabía que su víctima era un miembro del gobierno, y en tal caso, si sospechaba que el maletín contenía documentos oficiales. Varias horas después, seguía indeciso, pero Narraway no habría pedido consejo, y él tampoco lo haría.
Pitt decidió que los inconvenientes de dejar que la gente supiera lo fácil que era robar a un ministro despistado tenían más peso que el posible error de permitir que un hombre fuera acusado de un delito de menor importancia que el que pretendía cometer.
Regresó a su casa por la noche, cansado y con la sensación de haber logrado más bien poco.
Su humor cambió en el instante en que abrió la puerta y Daniel se acercó corriendo por el pasillo para darle la bienvenida.
—¡Papá! ¡Papá, he hecho un barco! Ven, mira. —Lo tomó de la mano y tiró de él.
Pitt sonrió y lo siguió de buen grado hasta la cocina, donde el aroma de la cena flotaba en el ambiente. Algo hervía en una olla grande sobre el fogón, y la mesa estaba cubierta de retales de periódico y un cuenco de cola blanca. Minnie Maude estaba de pie, con unas tijeras en la mano. Como era habitual, iba despeinada, con horquillas que le sujetaban el pelo de manera desordenada, como si hubiera perdido la paciencia con ellas. Ocupando un lugar principal entre el desorden, vio un barco bastante grande de papel maché, con dos palos como mástiles y astillas de distinto tamaño que formaban el bauprés, los penoles y la botavara.
Minnie Maude pareció avergonzada al verlo, sin duda antes de lo que lo esperaba.
—¡Mira! —exclamó Daniel con tono triunfal—. Minnie Maude me ha enseñado a hacerlo. —Se encogió de hombros—. Y Jemima ha ayudado un poco… bueno, mucho.
Pitt se sintió invadido por una repentina oleada de bienestar. Miró el rostro de Daniel, resplandeciente de orgullo, y después el barco.
—Es magnífico —comentó con la voz tomada por la emoción—. No he visto otro mejor.
Se volvió hacia Minnie Maude, que lo miraba con los ojos como platos. Era evidente que esperaba una reprimenda por jugar cuando debería haber estado trabajando para tener la cena en la mesa a su llegada.
—Gracias —dijo con sinceridad—. Por favor, no lo apartes hasta que puedas hacerlo sin riesgo de que se rompa.
—Y… ¿qué hay de la cena, señor? —preguntó la criada cuando recuperó el aliento.
—Recogeremos los periódicos y la cola, y comeremos alrededor del barco. ¿Dónde está Jemima?
—Está leyendo —se apresuró a responder Daniel—. ¡Se ha llevado mi revista Boys’ Own! ¿Por qué no lee libros para chicas?
—Porque son aburridos —respondió Jemima desde la puerta. Había llegado sin que nadie la oyera. Echó un vistazo al barco, en el centro de la mesa—. ¡Ya has puesto los mástiles! Es precioso. —Dedicó a Pitt una sonrisa radiante—. Hola, papá. Mira lo que hemos hecho.
—Ya veo —respondió él mientras le rodeaba el hombro con un brazo—. Es magnífico.
—¿Cómo está mamá? —preguntó con un leve tono de preocupación.
—Bien —dijo con naturalidad al tiempo que la estrechaba contra su cuerpo—. Está ayudando a un amigo que tiene un problema grave, pero pronto volverá a casa. Ahora recojamos la mesa, que ya es hora de cenar.
Más tarde, Pitt se sentó a solas en el salón, cuando el silencio ya se había instalado en toda la casa. Daniel y Jemima se habían acostado. Minnie Maude había terminado de recoger la cocina y también había subido. Oyó el crujido de los escalones con cada paso que daba. En lugar de resultar tranquilizadora, la ausencia de voces o de movimiento hizo que la opresión volviera a instalarse a su alrededor como una niebla densa. Las islas de luz de las lámparas de la pared hacían que las sombras parecieran más intensas de lo que en realidad eran. Conocía todas las superficies de la habitación. Sabía que estaban inmaculadas, como si Charlotte hubiera estado allí para supervisar a la muchacha nueva cuyo único defecto era no ser Gracie. Lo hacía bien, solo le faltaba coger confianza. El barco de papel maché le dibujó una sonrisa. No era algo trivial; en realidad, era muy importante. Minnie Maude era un éxito.
Se sentó en la butaca, recordando el orgullo de Jemima y la alegría de Daniel tanto rato como le fue posible. Al fin pensó en el día siguiente y en el hecho de que debía ir a ver a Croxdale para contarle la verdad sobre Gower y la traición que podría estar recorriendo la división.
El día siguiente en Lisson Grove estuvo lleno de las mismas banalidades que el anterior. Llegaron noticias de París, aunque poco perturbadoras: un aumento en la actividad de los hombres que la Brigada Especial estaba vigilando, aunque si eso tenía algún significado, Pitt no fue capaz de determinarlo. Trató el tema como lo habría hecho si Narraway hubiera estado allí, y él en su puesto. La diferencia era que el peso de la responsabilidad recaía sobre él; no podía remitir sus opiniones a un superior. Ahora todos acudían a él. Hombres que hasta entonces habían sido sus iguales se veían obligados a mantenerlo informado, pues Pitt tenía que estar al corriente de cualquier hecho que pudiera amenazar la seguridad del reino de Su Majestad, su gobierno, así como la paz y la prosperidad de Inglaterra.
A última hora de aquella mañana, por fin pudo entrevistarse con sir Gerald Croxdale. Sentía la necesidad de contarle el episodio de la muerte de Gower, y cómo había sucedido. Aún no habían recibido información al respecto, que él supiera, pero no tardarían en enterarse.
Pitt llegó a Whitehall por la tarde. El sol todavía calentaba y el viento era suave cuando cruzó el parque y la calle en dirección a la entrada. Varios coches de caballos pasaron junto a él; las mujeres ataviadas con sombreros de ala ancha para protegerse del sol, sus mangas de muselina agitándose con la brisa. Los jaeces de latón de las caballerías emitían brillantes destellos, y algunas puertas lucían los emblemas de las familias.
Pitt fue admitido sin objeciones. Al parecer, el lacayo sabía quién era. Lo acompañaron a las dependencias de Croxdale y lo hicieron pasar sin dilación.
—¿Cómo está, Pitt? —preguntó Croxdale con amabilidad mientras se levantaba para estrecharle la mano—. Siéntese. ¿Cómo marchan las cosas en Lisson Grove? —Su tono de voz era afable, casi informal, pero lo observaba con atención. Su gesto era serio, como si supiera que Pitt tenía noticias desagradables.
Aquellas palabras fueron la introducción que Pitt necesitaba para empezar a hablar.
—Esperaba poder contarle más, señor. Pero el episodio del asesinato de West y la persecución de Wrexham hasta Francia resultó más serio de lo que me pareció al principio.
Croxdale frunció el entrecejo y se irguió en la silla.
—¿En qué sentido? ¿Ha descubierto lo que quería decirle?
—No, señor. O por lo menos, no puedo estar seguro. Pero tengo una firme sospecha, y todo lo que he descubierto desde que volví la sostiene, aunque no proporciona ninguna conclusión.
—¡No se ande con rodeos, hombre! —dijo Croxdale con impaciencia—. ¿De qué se trata?
Pitt respiró hondo.
—Tenemos por lo menos a un traidor en Lisson Grove…
Croxdale se quedó paralizado; tenía la mirada severa. Su mano derecha, apoyada sobre la mesa, se tensó de repente, como si hiciera un esfuerzo para no cerrarla en un puño.
—Supongo que se refiere a otro, además de Victor Narraway —sugirió con voz queda.
Pitt tomó otra decisión.
—No creo ni he creído jamás que Narraway sea un traidor, señor. Si es culpable de una estimación errónea, o de un descuido, aún no lo sé. Pero, lamentablemente, todos nos equivocamos a veces.
—¡Explíquese! —dijo Croxdale entre dientes—. Si no es Narraway, y me reservo mi opinión al respecto, entonces ¿quién?
—Gower, señor.
—¿Gower? —Croxdale lo miró con sorpresa—. ¿Ha dicho Gower?
—Sí, señor.
Pitt notó que la furia empezaba a crecer en su interior. ¿Cómo era posible que Croxdale aceptara tan fácilmente que Narraway fuera un traidor y en cambio le costara admitir que Gower pudiera serlo? ¿Qué le habría dicho Austwick? ¿Cuán profunda y bien urdida era aquella trama de traición? ¿Acaso se estaba precipitando en una situación en que alguien más sabio y experimentado habría actuado con más cuidado, preparando antes el terreno? Sin embargo, no había tiempo para eso. Los antiguos compañeros de Narraway en la Brigada Especial lo consideraban un fugitivo, y solo Dios sabía si Charlotte estaba a salvo, o dónde y en qué circunstancias se encontraba. Pitt no podía permitirse el lujo de descubrir a sus enemigos con cautela.
Croxdale lo miraba con gesto crispado. ¿Debería contarle toda la historia o tan solo lo relativo al asesinato de West? En cualquier caso ¡quedaría como un estúpido! Pero había sido un estúpido. Había confiado en Gower, incluso había simpatizado con él. El recuerdo seguía siendo doloroso.
—En Francia sucedió algo que hizo que me diera cuenta de que solo dio la impresión de que Gower y yo llegamos juntos en el momento en que Wrexham asesinaba a West. En realidad, Gower llegó unos minutos antes y fue él quien lo mató.
—¡Por el amor de Dios! ¡Es absurdo! —estalló Croxdale, a punto de levantarse de la silla—. ¡No pretenderá que crea esa historia! ¿Cómo es posible que no…? —Croxdale se reclinó de nuevo en la silla en un esfuerzo por recobrar la compostura—. Lo siento. Me ha causado un impacto espantoso. Yo… conozco a su familia. ¿Está seguro? Es todo muy… poco sólido.
—Sí, señor, me temo que estoy seguro. —Pitt sintió una punzada de lástima por él—. Me inventé una excusa para dejarlo en Francia y volver solo…
—¿Lo dejó allí? —Croxdale volvió a quedarse atónito.
—No podía detenerlo —señaló Pitt—. No tenía arma, y él era un hombre joven y fuerte. Lo último que quería era informar a la policía de quiénes éramos, y de que estábamos allí sin su conocimiento ni permiso, vigilando a ciudadanos franceses…
—Sí, claro. Entiendo. Entiendo. Siga.
Croxdale estaba sonrojado y notablemente agitado. En otro momento, Pitt lo habría compadecido.
—Le pedí que se quedara a vigilar a Wrexham y a Frobisher…
—¿Quién es Frobisher? —preguntó Croxdale.
Pitt le contó lo que sabían de él y le habló de los otros hombres que habían visto entrar y salir de su casa.
Croxdale asintió con la cabeza.
—Entonces ¿había algo de verdad en el asunto de las reuniones de socialistas y es posible que estén tramando un plan?
—Es posible. Pero no tenemos nada concluyente.
—¿Y dejó a Gower allí?
—Eso creí. Pero cuando llegué a Southampton, tomé el tren a Londres. En ese tren me atacaron dos veces, y estuve a punto de perder la vida.
—¡Dios santo! ¿Quién lo atacó? —preguntó Croxdale, horrorizado.
—Gower, señor. La primera vez, un hombre lo detuvo, pero su valentía le costó la vida. Acto seguido, Gower volvió a atacarme, pero esa vez estaba esperándolo y fue él quien perdió.
Croxdale se pasó la mano por la frente.
—¿Qué sucedió con Gower?
—Cayó a las vías —respondió Pitt con un nudo en el estómago, sudando al recordarlo. Decidió no mencionar que lo habían detenido, porque entonces tendría que explicar que Vespasia lo había sacado de allí y prefería no implicarla en el asunto.
—Y… ¿murió? —preguntó Croxdale.
—A esa velocidad, señor, no hay duda.
Croxdale se echó hacia atrás.
—Qué terrible. —Exhaló lentamente—. Está en lo cierto, por supuesto. Teníamos a un traidor en Lisson Grove. No sabe cuánto me alegro de que fuera él y no usted quien cayera a las vías del tren. ¿Por qué diablos no me lo contó en cuanto regresó?
—Porque antes esperaba descubrir quién era el hombre que estaba detrás de Gower —respondió Pitt.
Croxdale palideció.
—¿Detrás… de Gower? —preguntó con extrañeza.
—Aún no lo sé —admitió Pitt—. No estoy seguro. No descubrí pruebas, ni a favor ni en contra, de que Frobisher fuera el impulsor de un nuevo alzamiento socialista, tal vez violento, o tan solo un diletante que bordeaba una trama real.
—No creemos que sea trivial —respondió Croxdale de inmediato—. Si Gower… Aún me cuesta creerlo… pero si Gower asesinó a dos personas, y también intentó acabar con su vida, entonces el peligro es muy real. —Se mordió el labio—. Por lo que me ha dicho, supongo que no le ha contado a Austwick nada de esto.
—No. Creo que alguien hizo parecer que Narraway era culpable de desfalco para quitárselo de encima y desacreditarlo de tal modo que nadie crea nada de lo que pueda decir en contra de esa persona.
—¿De quién? ¿Alguien relacionado con Frobisher? ¿O con Gower?
—Ni Frobisher ni Gower tenían la capacidad de hacerlo —señaló Pitt—. Tiene que ser alguien de Lisson Grove, alguien con el poder suficiente para tener acceso a los detalles de las cuentas bancarias de Narraway.
Croxdale lo miraba fijamente, con gesto compungido y las mejillas encendidas.
—Ya veo. Sí, claro, tiene razón. Entonces esta conspiración socialista parece muy seria. Tal vez el tal Frobisher sea tan peligroso como pensó en un principio, y el pobre West fuera asesinado para evitar que usted descubriera su verdadero alcance. Sin duda, Gower quiso arrastrarlo a Francia con él para poder embaucarlo haciéndole creer que Frobisher era inofensivo, de modo que esa información errónea llegara a Londres. —Croxdale esbozó una sonrisa sombría, solo durante un instante—. Gracias a Dios, fue lo bastante inteligente para descubrirlo, y lo bastante ágil para sobrevivir a su ataque. Es la persona adecuada para este trabajo, Pitt. Al margen de lo que pueda haber hecho mal, Narraway acertó cuando le ofreció un puesto en la división.
Pitt sintió que debía darle las gracias por el cumplido, y por su confianza, pero quiso objetar y comentar lo poco preparado que se sentía en realidad. Terminó por agachar la cabeza, agradecer sus palabras brevemente y seguir con el problema que les acuciaba en esos momentos.
—Señor, nos urge descubrir qué información pudo pasar Gower a Lisson Grove y, más concretamente, a quién. No sé en quién puedo confiar.
—No —respondió Croxdale con aire pensativo mientras apoyaba la espalda en la silla—. No, yo tampoco lo sé. Tenemos que examinar este asunto con mucha más atención, Pitt. Austwick me ha dado parte al menos tres veces desde que Narraway se marchó. Tengo aquí los documentos. Hemos de repasar esta información y debe comunicarme qué le parece exacto, o inexacto, y qué debemos comprobar. Así deberíamos ser capaces de sacar algo en claro. Lo siento, pero es posible que tengamos que dedicarle toda la noche. Pediré que nos traigan la cena. —Meneó la cabeza—. Dios, qué asunto tan espantoso.
No había discusión posible.
Croxdale tenía otras notas, no solo sobre lo que Austwick le había comunicado, sino anteriores, acerca de lo que Narraway había escrito. Resultaba curioso repasar los distintos documentos. La letra de Austwick era clara y las ideas estaban elaboradas y presentadas con esmero. Pitt observó las de Narraway con una súbita sensación de familiaridad, y de nuevo se hizo presente la ausencia de su amigo. La caligrafía de Narraway era más pequeña y fluida que la de su sucesor. No había duda. Había escrito aquella nota con previsión, sin el menor intento por su parte de disimular que daba la mínima información. ¿Sería un acuerdo entre ambos, y Croxdale sabía leer entre líneas? ¿O, simplemente, Narraway no se había molestado en ocultar que contaba solo una parte de lo que sabía?
Pitt estudió el rostro de Croxdale y no encontró la respuesta.
Leyeron los documentos con atención. Un criado les sirvió una bandeja con finas tostadas y paté, después queso, y finalmente un pesado pastel de frutas acompañado de coñac, que Pitt rechazó.
Ya había oscurecido. Se estaba levantando un poco de viento y algunas gotas de lluvia salpicaban las ventanas.
Croxdale soltó la última hoja de papel.
—Es evidente que Narraway creía que se estaba tramando algo en Saint-Malo, aunque nada grave. Al parecer, Austwick no está de acuerdo, y cree que es solo ruido, una pose. A diferencia de Narraway, no cree que nos afecte en Inglaterra. ¿Qué opina usted, Pitt?
Era la pregunta que Pitt había temido, pero era inevitable. No valían excusas, por fáciles que fueran de justificar. Sería juzgado según la precisión de su respuesta. Había permanecido despierto, sopesando cuanto sabía, con la esperanza de que la información de Croxdale inclinara la balanza hacia un lado o hacia el otro.
De nuevo, respondió sin apenas vacilar.
—Creo que Narraway estaba a punto de descubrir algo crucial, y que se libraron de él antes de que lo hiciera.
Croxdale esperó unos minutos antes de responder.
—¿Se da cuenta de que si eso es cierto, entonces está diciendo que Austwick es incompetente en grado sumo o, lo que es mucho peor, que es cómplice de lo que está sucediendo?
—Sí, señor, me temo que debe de ser así —convino Pitt—. Pero Gower daba parte a alguien, de modo que ya sabemos que al menos hay un traidor en nuestra división.
—Hace años que conozco a Charles Austwick —dijo Croxdale en voz baja—. Aunque quizá no conozcamos a nadie tanto como creemos hacerlo. —Suspiró—. He hecho llamar a Stoker. Al parecer, acaba de volver de Irlanda. Tal vez pueda verter algo de luz sobre el asunto. ¿Confía en él?
—Sí. Pero también confié en Gower —respondió Pitt con arrepentimiento—. ¿Y usted?
Croxdale le dedicó una sonrisa forzada.
—Touché. Escuchemos al menos lo que tiene que decir. Y la respuesta es no. No confío en nadie. Soy muy consciente de que no podemos permitírnoslo. No después de lo de Narraway y, según parece, de lo de Gower. ¿Está seguro de que no quiere una copa de coñac?
—Seguro. Gracias, señor.
Llamaron a la puerta y, tras la respuesta de Croxdale, entró Stoker. Parecía cansado. Estaba ojeroso y su expresión era de fatiga. Sin embargo, permaneció de pie hasta que Croxdale le dio permiso para sentarse. Stoker saludó brevemente a Pitt, solo por cortesía.
—¿Cuándo ha vuelto de Irlanda? —preguntó Croxdale.
—Hace un par de horas, señor —respondió Stoker—. El tiempo está un poco revuelto.
—El señor Pitt no cree la acusación de desfalco que pesa sobre el señor Narraway —prosiguió Croxdale—. Se le ocurre que pueda ser falsa, que se haya preparado para alejarlo cuando estaba a punto de descubrir información sobre una importante conspiración socialista violenta que afectaría a nuestro país. —No prestaba la menor atención a Pitt, pues miraba a Stoker con tal intensidad que parecía que estuvieran solos en la habitación.
—¿Señor? —dijo Stoker sorprendido, pero tampoco miró a Pitt.
—Usted trabajaba con Narraway —continuó Croxdale—. ¿Le parece probable? ¿Qué noticias nos trae de Irlanda?
Stoker apretó la mandíbula como si luchara por contener una intensa emoción. Se inclinó levemente hacia la luz y les descubrió su palidez. Parecía que el agotamiento le hubiera sorbido el color.
—Lo siento, señor, pero no veo ninguna razón para cuestionar las pruebas. Es increíble a lo que puede llevar la falta de dinero, y cómo puede cambiar la visión de las cosas.
Pitt se sintió como si le hubieran golpeado. Sus palabras resultaron tan hirientes que el dolor fue casi físico, aunque habría preferido que lo fuera.
Stoker siguió hablando con voz cansada y sombría.
—Señor, hay más. Lamento profundamente ser el portador de esta mala noticia, caballeros, pero ayer O’Neil fue asesinado, y la policía detuvo de inmediato a Narraway. Lo encontraron en la escena del crimen, prácticamente con las manos en la masa. Tuvo la dignidad de no negarlo. Ahora está en la cárcel, en Dublín, a la espera del juicio.
Pitt sintió que se estaban burlando de él. Hizo un esfuerzo para mantener cierto sentido de la proporción, incluso de la realidad. Miró fijamente a Stoker y después se volvió hacia Croxdale. Sus rostros se tornaron difusos y la habitación le pareció desenfocada.
—Cielos —dijo Croxdale lentamente—. Qué horrible noticia. —Se volvió hacia Pitt—. No podía saber nada de esa faceta de Narraway, y debo admitir que yo tampoco. Siento haber tenido al mando de nuestro departamento más delicado a un hombre así. Su extraordinaria habilidad enmascaró por completo ese lado más oscuro y claramente violento de su carácter.
Pitt se negó a creerlo, en parte porque no era capaz de soportarlo. Charlotte estaba en Irlanda con Narraway. ¿Qué le había pasado a ella? ¿Cómo podía averiguarlo sin descubrir lo que sabía? No quería implicar a Vespasia. Aquella mujer era un elemento a su favor, tal vez el único.
Stoker bajó la mirada y en voz baja, como si él también estuviera aturdido, añadió:
—Me temo que es cierto, señor. Al parecer, Narraway se peleó con O’Neil en público, sin esconder que lo creía responsable de fabricar pruebas para hacerlo parecer culpable de haberse quedado con el dinero destinado a Mulhare. Y, para ser honesto, bien podría ser verdad.
—¿Ah, sí? —preguntó Croxdale, con un ligero matiz de esperanza en la voz.
—De lo que deduzco, sí, señor, podría serlo —respondió Stoker—. El único problema es saber cómo consiguió la información necesaria para acceder a la cuenta de Narraway. He estado investigando y creo que encontraré la respuesta.
—¿Alguien en Lisson Grove? —preguntó Croxdale.
—No, señor —respondió Stoker sin inmutarse—. No que yo sepa.
Croxdale entornó los ojos.
—Entonces ¿quién? ¿Quién podría hacer algo así?
Stoker no dudó.
—Parece que podría haber sido alguien del banco del señor Narraway. Diría que en algún momento se habrá ganado algún enemigo. O podría ser alguien que buscara venganza. Estaría bien pensar que esas cosas no suceden, pero sería un poco inocente. Hay gente con el dinero suficiente para comprarlo casi todo.
—Supongo que sí —respondió Croxdale—. Tal vez Narraway lo descubriera. Eso explicaría muchas cosas. ¿Qué otras noticias trae de Irlanda?
Stoker le habló de los conocidos de Narraway, las personas con las que había entrado en contacto y de las reacciones que había observado, del enfrentamiento con O’Neil durante aquella velada. No mencionó a Charlotte ni una sola vez. Al menos algunas cosas de las que describía eran tan impropias de Narraway, su carácter nervioso y protector, que daba la impresión de que su personalidad se había desmoronado.
Pitt escuchó con incredulidad y cólera creciente lo que interpretó como una traición.
—Gracias, Stoker —dijo Croxdale con tristeza—. Un final trágico a lo que fue una excelente carrera. Haga llegar su informe sobre París al señor Pitt.
—Sí, señor.
Stoker se marchó y Croxdale se volvió hacia Pitt.
—Creo que eso aclara un poco más los hechos. Gower era el traidor, y debo admitir que aún me cuesta creerlo, pero lo que me ha contado lo convierte en innegable. Puede que hayamos conseguido contener el desastre, pero no podemos relajarnos. Investigue tan a fondo como le sea posible, Pitt, y manténgame informado. No pierda de vista lo que está sucediendo en Europa, y si hay algo que debamos comunicar a los franceses, así lo haremos. Mientras tanto, hay muchos otros problemas políticos que nos mantendrán ocupados, pero estoy seguro de que ya lo sabe. —Se levantó y le tendió una mano—. Cuídese, Pitt. Tiene un trabajo difícil y peligroso, y su país lo necesita más de lo que jamás llegará a valorarlo.
Pitt le estrechó la mano, le dio las gracias y salió a la noche, ajeno al fresco repentino. La sensación de frío ya se había instalado en su interior. Lo que Stoker había comentado sobre que alguien del banco hubiera traicionado a Narraway podía ser cierto, pero él no lo creía. El resto parecía una curiosa sucesión de exageraciones y mentiras. Pitt no podía aceptar que Narraway se hubiera desmoronado de una manera tan absoluta, ya fuera para robar dinero o para perder los valores fundamentales de su pasado hasta el punto de comportarse del modo que Stoker había descrito. Pitt no podía creer bajo ningún concepto que Narraway fuera un asesino despiadado. Además, en algún momento Stoker debería haber visto a Charlotte.
¿Sería Stoker el traidor de Lisson Grove?
Sentía que no pisaba suelo firme, como un hombre atrapado en arenas movedizas. Ninguna de sus decisiones parecía acertada. Había confiado en Stoker, y Gower incluso le había caído bien. Por Narraway habría apostado con su vida… Y aún lo haría, admitió. Tenía que haber algún error. El Narraway que Pitt había conocido únicamente mataría en defensa propia.
El coche de Croxdale lo estaba esperando para llevarlo a casa. Vio la mitad de la sombra de un hombre en la calle acercándose hacia él, pero no le prestó atención. El cochero le abrió la puerta, Pitt subió y, tembloroso y abatido, emprendió el viaje de vuelta a Keppel Street. Se alegraba de que fuera tarde. No le apetecía hacer el enorme esfuerzo de disimular su desilusión frente a Daniel y Jemima. Con un poco de suerte, también Minnie Maude estaría dormida.
Por la mañana, se encontraba a medio camino de su oficina en Lisson Grove cuando cambió de opinión y decidió ir a ver a Vespasia. Era demasiado temprano para una visita, pero estaba dispuesto a esperar a que se levantara. Su necesidad de hablar con ella era tan apremiante que no le importaba romper el protocolo, ni parecer desconsiderado, pues confiaba en que la tía de su esposa valoraría su determinación por encima de la descortesía.
En realidad, Vespasia ya estaba despierta y desayunando. Pitt aceptó un té, pero no sintió la necesidad de comer nada.
—¿Os alimenta bien vuestra nueva criada? —preguntó Vespasia con cierta preocupación.
—Sí —respondió Pitt, manifestando sorpresa en la voz—. De hecho, es más que competente y parece muy agradable. Pero no he… —Reparó en la sonrisa irónica de la mujer y se interrumpió.
—No has venido a estas horas de la mañana a pedirme que te recomiende otra criada —dijo por él—. ¿De qué se trata, Thomas? Pareces muy preocupado. Supongo que ha ocurrido algo nuevo.
Pitt le contó todo lo sucedido desde la última vez que habían hablado, incluida su consternación y su decepción por el súbito cambio en las lealtades de Stoker, y los crudos detalles con los que había descrito el desmoronamiento de Narraway.
—Al parecer soy un completo incompetente cuando se trata de juzgar a las personas —dijo con tristeza. Le habría gustado expresarlo con cierta mordacidad, pero se sentía tan inepto que temía sonar autocompasivo.
Vespasia escuchó sin interrumpirlo. Le sirvió más té, pero torció el gesto al notar la tetera fría.
—No importa —se apresuró a decir Pitt—. He tomado suficiente.
—Resumamos la situación —propuso Vespasia con gravedad en la voz—. Parece indiscutible que te equivocaste con Gower, como el resto de los hombres de Lisson Grove, incluido Victor Narraway. No solo tú eres falible, querido. Y, teniendo en cuenta que era tu compañero de trabajo, tenías derecho a dar por supuesta su lealtad. En ese momento no era tu labor tomar tales decisiones. Ahora sí.
—Me equivoqué con Stoker —señaló.
—Es posible, pero no saquemos conclusiones precipitadas. Solo sabes que lo que comunicó a Gerald Croxdale parecía inculpar a Victor, y que no era cierto en algunos aspectos. No mencionó a Charlotte, como has observado, y sin embargo debió de verla. Sin duda, estarás agradecido por tal omisión.
—Sí… Sí, por supuesto. Aunque daría lo que fuera por saber que está a salvo —coincidió. Tal vez Vespasia fuera la única persona capaz de entender que no exageraba.
—¿Comentaste con Croxdale tus sospechas sobre Austwick? —preguntó la anciana.
—No —respondió Pitt, y le explicó lo reacio que se había mostrado a confiarle más de lo necesario. Había guardado silencio por temor a que, como Croxdale conocía a Austwick desde hacía muchos años, pudiera sentirse más inclinado a creerlo a él.
—Muy inteligente —dijo Vespasia—. ¿Es Croxdale de la opinión que se está tramando algo muy grave en Francia?
—Solo vi un par de caras conocidas —respondió Pitt—. Y al volver la vista atrás, resulta que fue Gower quien me dijo que eran Meister y Linsky. Corrían rumores, si bien no más de los habituales. Se decía que Jean Jaures llegaría de París, pero no lo hizo.
Vespasia frunció el entrecejo.
—¿Jacob Meister y Pieter Linsky? ¿Estás seguro?
—Sí, eso dijo Gower. Conozco los nombres, claro. Pero solo estuvieron allí un día, puede que treinta y seis horas, y después se marcharon. Desde luego, no volvieron a casa de Frobisher.
Vespasia parecía desconcertada.
—¿Y quién dijo que se esperaba la llegada de Jean Jaures?
—Un posadero, creo. Unos hombres hablaron de ello en una cafetería.
—¿Eso crees? ¿Oyes un nombre como el de Jaures y no recuerdas quién lo mencionó? —preguntó con incredulidad Vespasia.
De nuevo, Pitt se sintió víctima de su propia estupidez. Con qué facilidad se había dejado engañar. No lo había oído, sino que se lo había dicho Gower. Lo admitió ante Vespasia.
—¿Mencionó a Rosa Luxemburgo?
—Sí, pero no dijo que fuera a llegar a Saint-Malo.
—Pero ¿mencionó su nombre?
—Sí. ¿Por qué?
—Jean Jaures es un socialista apasionado, pero un hombre amable —explicó—. Era un defensor de la reforma. Buscaba ocupar un lugar que en ocasiones logró, pero lucha por el cambio, no por el derrocamiento del gobierno. Por lo que sé, se conforma con limitar sus esfuerzos a territorio francés. Rosa Luxemburgo es otra cosa. Es polaca, ahora se ha nacionalizado alemana, y tiene una mentalidad más internacional. Tengo amigos rusos exiliados que temen que un día provoque verdadera violencia. Me temo que, en algunos lugares, la verdadera violencia se desatará con toda seguridad. La opresión en Rusia terminará en tragedia.
—¿Se extenderá hasta Inglaterra? —preguntó con recelo Pitt.
—No, pero hay que tener en cuenta que el mundo es un lugar mucho más pequeño de lo que creemos. Sin embargo, habrá refugiados. De hecho, Londres está lleno de ellos.
—¿Qué pretendía Gower? —preguntó Pitt—. ¿Por qué mató a West? ¿Acaso West iba a decirme que Gower era un traidor?
—Tal vez. Pero debo admitir que todavía no le encuentro sentido suficiente, a menos que se trate de algo mucho más serio que unos cuantos cambios en las leyes que afectan a los trabajadores franceses, o un descontento creciente en Alemania y en Rusia. Nada de esto es nuevo, y no preocupa en exceso a la Brigada Especial.
—Ojalá Narraway estuviera aquí —dijo Pitt con sentida emoción—. No sé lo suficiente para este trabajo. Debería habérselo dejado a Austwick… a menos que tenga la certeza de que Austwick también es un traidor.
—Supongo que es una posibilidad. —Vespasia seguía inmersa en sus cavilaciones—. Y si Victor es inocente, cosa que no dudo, entonces se estableció un plan muy inteligente y cuidadosamente diseñado para alejaros a ambos de Londres. ¿Por qué que no somos capaces de deducir cuál es, y su motivo?
Pitt regresó a Lisson Grove, consciente, mientras caminaba por los pasillos, de las miradas de los otros hombres sobre él, observadoras, expectantes, la de Austwick en particular.
—Buenos días —dijo Austwick, olvidándose de la palabra «señor» que habría añadido para saludar a Narraway.
—Buenos días, Austwick —respondió Pitt con cierta aspereza, sin mirarlo, avanzando hasta llegar a la puerta de la oficina de Narraway. Se dio cuenta de que aún la consideraba de Narraway, igual que pensaba en el puesto como suyo.
Abrió la puerta y entró en la habitación. No contenía ningún objeto de Pitt, ni fotografías ni libros, sino que se habían devuelto las pertenencias de Narraway, como si esperara también su regreso. Cuando eso sucediera, Pitt no tendría que fingir contento, y no sería únicamente por motivos desinteresados. Apreciaba a Narraway y era consciente de lo mucho que su trabajo significaba para él: era su vocación, su vida. Pitt se sentiría profundamente aliviado al devolvérselo. El puesto no se ajustaba a la capacidad ni al carácter de Pitt, por lo que lamentaba tener que ocuparlo en aquel momento.
En primer lugar abordó los asuntos del día más inmediatos y derivó todo lo que pudo a sus subalternos. Una vez hecho eso, les pidió que no lo molestaran. A continuación revisó los informes de Narraway sobre todos los delitos en los que había participado Gower durante el último año y medio. Leyó todos los documentos y se hizo una idea más amplia sobre los intentos de los revolucionarios europeos por mejorar las condiciones de sus trabajadores. También leyó el último informe que Stoker había enviado desde París.
Mientras lo hacía, la sensación de violencia se instaló sobre él como una sombra oscura, destructiva y carente de sentido. Sin embargo, no podía evitar compartir la indignación ante las injusticias. Le dolía que oprimieran a la gente y que la hubieran privado de una vida razonable durante tanto tiempo, que el cambio, cuando llegara, y debía hacerlo, estaría alimentado por el odio.
Cuanto más leía, mayor le parecía la tragedia de que el elevado idealismo de la revolución de 1848 hubiera quedado aplastado y el legado del cambio fuera tan escaso.
Los informes de Gower eran sobrios, como si hubiera suprimido el lenguaje emotivo. Al principio, Pitt creyó que se trataba simplemente de un estilo de escritura muy claro. Después empezó a preguntarse si podía haber más: una protección de sus sentimientos por temor a revelar algo de manera accidental y que Narraway pudiera identificar una conexión, una omisión, incluso una nota falsa.
A continuación sacó los documentos de Narraway. Había leído la mayoría de ellos con anterioridad, porque formaba parte de su trabajo cuando aceptó el cargo. Fuera como fuese, muchos de los casos le resultaban familiares, por conocidos dentro de la división. Seleccionó tres de ellos relacionados con Europa y el malestar social, los que tenían que ver con Inglaterra y con miembros de grupos políticos socialistas como la Sociedad Fabiana. Los comparó con los casos en los que Gower había trabajado y buscó anotaciones que pudiera haber hecho Narraway.
¿Cuáles eran los hechos que conocía personalmente? Que Gower había asesinado a West y había hecho parecer culpable a Wrexham. No le quedaba la menor duda de que Gower había sido muy astuto. ¿Habría sido su intención todo el tiempo… y habría contado con la colaboración de Wrexham? Pitt recordó la persecución por Londres y hasta Southampton. Pensó con amargura que le había parecido demasiado fácil. En las raras ocasiones en que pareció que Wrexham los había eludido, fue Gower y no él quien volvió a encontrar su pista. La conclusión era inevitable: Gower y Wrexham estaban conchabados. ¿Con qué fin? De nuevo, a juzgar por el resultado, solo podía haber sido para mantener a Pitt en Saint-Malo o, más concretamente, para mantenerlo alejado de Londres, donde estaría al corriente de lo que sucedía con Narraway.
Pero ¿con qué finalidad mayor? ¿Estaba relacionado con los alzamientos socialistas? ¿O era solo un subterfugio, un engaño?
¿Quién era Wrexham? Aparecía mencionado dos veces, brevemente, en los informes de Gower. Era un hombre joven, de ambiente respetable, que había ido a la universidad y había abandonado un curso de historia moderna para viajar por Europa. Gower insinuaba que había estado en Alemania y en Rusia, pero no parecía seguro. Era todo muy vago y contenía pocas pruebas. Sin duda, no había razón por la que Narraway hubiera tenido que vigilarlo o investigarlo más a fondo. Supuestamente, contenía la información suficiente para que Gower declarara más tarde que era un sospechoso en toda regla.
¿Habría tenido la intención de atacarlo en Francia?
Cuanto más estudiaba las pruebas, más seguro estaba de que debía de haber un plan más elaborado oculto tras los hechos aleatorios que había logrado conectar con fragmentos de aquí y de allá. La imagen final era demasiado elemental y la recompensa demasiado escasa para que un asesinato tuviera sentido. Todo era incierto, y excesivamente insignificante.
La cuestión más urgente era descubrir si se había previsto que Narraway pareciera culpable de robo como venganza por antiguas derrotas y viejos fracasos, o si la intención real había sido que lo destituyeran de Lisson Grove y hacerlo salir de Inglaterra. Cuanto más pensaba en ello, más creía Pitt en la segunda opción.
Si Narraway hubiera estado allí, ¿cómo habría interpretado la información? Sin duda, habría descubierto la pauta. ¿Por qué Pitt no era capaz de verla? ¿Qué estaba pasando por alto?
Seguía comparando un hecho con otro, buscando la relación entre ellos, cuando llamaron a la puerta. Había pedido que no lo interrumpieran. Más valía que fuera algo importante, o pondría de vuelta y media a quienquiera que fuera.
—Adelante —dijo con sequedad.
La puerta se abrió y entró Stoker, que volvió a cerrarla tras de sí.
Pitt le dirigió una mirada glacial.
Stoker pasó por alto su expresión.
—Intenté hablar con usted anoche —dijo en voz baja—. Vi a la señora Pitt en Dublín. Estaba bien y de buen humor. Es una dama de gran valor. El señor Narraway es afortunado al tenerla a su lado en la batalla por su causa, aunque diría que no es por él por quien lo hace.
Pitt lo miró fijamente. Tenía un aspecto algo distinto al de la noche anterior, cuando había ido a ver a Croxdale. ¿Era una diferencia en respeto? ¿En lealtad? ¿En afinidad personal? ¿O se debía a que en una ocasión mentía y en la otra decía la verdad?
—¿Vio al señor Narraway? —preguntó Pitt.
—Sí, pero no hablé con él. Fue el día que dispararon a O’Neil —respondió Stoker.
—¿Quién lo hizo?
—No lo sé. Es probable que Talulla Lawless, pero no sé si puede demostrarse. El señor Narraway se encuentra en un apuro, señor Pitt. Tiene enemigos poderosos…
—Lo sé —lo interrumpió Pitt—. Según parece desde hace veinte años.
—No me refiero a esos —respondió con impaciencia—. Ahora y aquí, en Lisson Grove. Alguien quería desacreditarlo y alejarlo de Inglaterra, igual que lo quería a usted en Francia, en otra dirección, donde no supiera qué estaba pasando aquí y por tanto no pudiera ayudar.
—Cuénteme todo lo que sabe sobre lo que sucedió en Irlanda —pidió Pitt—. ¡Y por el amor de Dios, siéntese!
Pitt no quería tanto una información detallada como la oportunidad de sopesar todo lo que Stoker decía, juzgar cuánto de verdad había en ello y descubrir con exactitud cuáles eran sus lealtades.
Stoker obedeció. Era posible que supiera la razón por la que Pitt se lo había preguntado, aunque su rostro no lo delató.
—Solo estuve dos días…
—¿Quién lo envió allí? —lo interrumpió Pitt.
—Nadie. Hice que pareciera que me lo había pedido Narraway, antes de que él se marchara.
—¿Por qué?
—Porque creo en su culpabilidad tanto como usted —respondió Stoker con amargura—. Es un hombre duro, listo, frío a veces, pero nunca traicionaría a su país. Se libraron de él porque sabían que descubriría lo que se está tramando, y le pondría fin. Creyeron que usted tal vez lo intentara, por lealtad al señor Narraway, aunque no estuviera al corriente de lo que están haciendo. No se ofenda, señor, pero no sabe lo suficiente para descubrir de qué se trata.
Pitt contrajo el rostro en un gesto de dolor, pero se quedó sin argumentos. Era penosamente cierto.
—Parece que el señor Narraway estaba intentando descubrir quién le había tendido una trampa para que pareciera que se había quedado con el dinero de Mulhare, probablemente porque eso le permitiría saber quién era el culpable aquí, en Londres —continuó Stoker—. No sé si lo descubrió o no, porque lo detuvieron por el asesinato de O’Neil. Lo tenían perfectamente planeado. Prepararon una pelea entre ellos delante de un buen número de gente, después consiguieron de algún modo que fuera a solas a casa de O’Neil y asesinaron al hombre justo antes de que Narraway llegara.
—Según las informaciones, la señora Pitt llegó justo detrás de él, pero Narraway juró a la policía que ella no estaba allí en ese momento, de modo que no la molestaron. Su esposa volvió a la casa de huéspedes donde se alojaba. Es lo último que sé de ellos. El señor Narraway fue detenido y, si no hacemos nada, lo juzgarán y lo condenarán a la horca. Pero aún falta una semana o dos para eso. —Stoker guardó silencio y dirigió a Pitt una mirada fija e inquisitiva.
Pitt sentía el peso de su autoridad como un abrigo de plomo. No tenía nadie al lado que pudiera aconsejarlo, ninguna opinión que escuchar y que utilizar como balanza. Quien fuera que había trazado el plan para que fuera él, y no Narraway, a quien enfrentarse, era sumamente inteligente.
Debía confiar en Stoker. Las ventajas eran superiores a los riesgos.
—Entonces disponemos de diez días para rescatar a Narraway —respondió—. Quizá quien está detrás de todo esto sepa lo mismo que nosotros. Es sensato suponer que llegado este momento ya habrán conseguido lo que fuera que planeaban, y para lo cual necesitaban a Narraway fuera de juego.
Stoker se sentó más erguido en la silla.
—Sí, señor.
—Y no tenemos la menor sospecha sobre quién lo ha planeado —prosiguió Pitt—. Solo sabemos que goza de gran poder y autoridad dentro de la brigada, de modo que no podemos confiar en nadie. Es probable que incluso sir Gerald decida creer a esa persona antes que a usted o a mí.
Stoker se permitió esbozar una ligera sonrisa.
—Tiene razón, señor. Y eso podría significar el fin de todo, sin duda el suyo y el mío, y por descontado también el del señor Narraway.
—Entonces estamos solos en esto.
Pitt ya había decidido que si tenía que confiar en Stoker, más le valía hacerlo por completo. No era el momento de que aquel hombre creyera que solo confiaba en él a medias.
Pitt sacó los documentos que había estado analizando y los colocó de lado sobre la mesa, para que ambos pudieran leerlos.
—Esta es la pauta que he encontrado de momento.
Señaló las comunicaciones, el contrabando de armas y los movimientos de radicales conocidos tanto en Inglaterra como en el continente europeo.
—No es una pauta clara —comentó Stoker en tono grave—. Me parece lo mismo de siempre. Ahí aparece Rosa Luxemburgo en Alemania y en Polonia, pero lleva años siendo muy vehemente. También está Jean Jaures en Francia, pero es inofensivo. Un simple reformador socialista. Algo más duro de vez en cuando, pero lo que pide es bastante justo, a decir verdad. Sin embargo, no tiene nada que ver con nosotros. Es más francés que las ancas de rana.
—¿Y aquí? —Pitt señaló la actividad de la Sociedad Fabiana en Londres y en Birmingham.
—En algún momento conseguirán algunos cambios a través del Parlamento —respondió Stoker—. Ese Keir Hardie hará alguna de las suyas, pero tampoco debería preocuparnos. Personalmente, le deseo buena suerte. Necesitamos algunos cambios. No, señor, se ha planeado algo importante, y bastante feo, y aún no hemos descubierto de qué se trata.
Pitt guardó silencio. Volvió a mirar los informes, releyó el texto, repasó las conexiones geográficas, los nombre de los implicados.
Entonces reparó en algo curioso.
—¿Es ese Willy Portman? —preguntó a Stoker al tiempo que señalaba un informe de agitadores conocidos en Birmingham.
—Sí, señor, eso parece. ¿Qué estará haciendo aquí? Menuda pieza, Willy Portman. Es violento. Si está implicado en el asunto, no podemos esperar nada bueno.
—Lo sé —coincidió Pitt—. Pero no se trata de eso. El informe dice que lo vieron reunirse con Joe Gallagher. Y esos dos hace años que están enemistados. ¿Qué podría llevarlos a juntarse?
Stoker lo miró fijamente.
—Y aún hay más —dijo en voz baja—. Vieron a McLeish en Sheffield en compañía de Mick Haddon.
Pitt conocía esos nombres. Ambos eran hombres sumamente violentos y, de nuevo, enemigos acérrimos.
—Y Fenner —agregó, y apoyó el dedo en la página en la que aparecía su nombre—. Y Guzman, y Scarlatti. Esa es la pauta. No sabemos de qué se trata, pero es lo bastante importante para reunir a enemigos en una causa común, aquí, en Inglaterra.
Una sombra de temor asomó en la mirada de Stoker.
—Me gustaría una reforma, señor, por muchas razones. Pero no quiero que todo lo bueno desaparezca también. Y la violencia no es el modo de conseguir las cosas, porque aunque parezca necesaria en un primer momento, nunca acaba ahí. Me parece que si se ejecuta al rey, se termina con un dictador religioso como Cromwell, que gobierna a la gente con más severidad que cualquier monarca, y después todo el mundo quiere librarse de él de todas formas… Y la otra opción es terminar con un monstruo como Robespierre en París, y el Terror, y después Napoleón. Y al final, se vuelve a restituir al rey. Al menos durante un tiempo. Prefiero que nos quedemos tal como estamos, con nuestros fallos, antes que pasar por todo eso.
—Yo también —convino Pitt—. Pero no podemos detenerlo si no sabemos qué es, ni cuándo ni cómo tendrá lugar. No creo que nos quede mucho tiempo.
—No, señor. Y perdone que lo diga, pero tampoco tenemos muchos aliados, y menos aquí, en Lisson Grove. Quienquiera que ensuciara el nombre del señor Narraway, lo hizo muy bien, y nadie se fía de usted, porque era su hombre de confianza.
Pitt esbozó una sonrisa triste.
—Va mucho más allá, Stoker. Soy nuevo en este puesto y no conozco los antecedentes, y ninguno de los hombres que trabaja aquí me creerá a mí antes que a Austwick, lo cual es comprensible.
—¿Es Austwick un traidor, señor?
—Eso creo. Pero es posible que no sea el único.
—Lo sé —respondió Stoker con voz muy queda.