Capítulo 12

Ya estaba. Era Martes. Su día del juicio final. Por enésima vez Leisa recitó las palabras de los conjuros de invocación y derrota en su mente. Tenía que pronunciarlo perfectamente, lo sabía, pero eso no impedía que el pánico le clavara las garras en el estómago. Ni siquiera el consuelo de la presencia de Rez podía hacer eso. A pesar de su bravuconada, no quería ir al Infierno. Tenía que haber una oportunidad para redimirse, ¡tenía que haberla!

Al igual que tenía que haber una manera de mantenerse a sí misma, y por lo tanto a Rez, vivos.

No por primera vez, se encontró deseando que Lucifer hubiera tenido a bien dejarle a Rez los poderes Drakon intactos. Si metía la pata y Malphas quedaba libre, entonces Rez podría convertirse en su forma Drakoniana y patearle el culo. Como fuera, si metía la pata el demonio Destructor iba a desgarrarles en trozos y arrastrar su alma al Infierno.

—¿Estás seguro que tienes la traducción correcta? —preguntó a Rez una vez más. Él había escrito los garabatos extraños que supuestamente representaban el nombre verdadero de Malphas y los había convertido en sílabas en inglés, dándole a Leisa una traducción fonética lo más cercana posible. Pero aún así, ella seguía preocupada por no haber podido practicar el decir en voz alta el verdadero nombre de Malphas. Hacerlo supondría llamar al demonio Destructor antes de estar preparados para él. En su cabeza, el verdadero nombre del demonio sonaba como alguien haciendo gárgaras con enjuague bucal. Solo podía rezar para hacerlo bien.

—Cariño, puedes hacerlo, yo sé que puedes. Tengo fe en ti, así que sólo tienes que tener fe en ti misma. ¿Vale?

Él estaba siendo muy paciente con ella y lo apreciaba, de verdad que sí.

—Bien.

Excepto que no estaba bien ni de lejos. No había nada bien en esto.

—¿Estás lista? —preguntó Rez.

—Sí.

¡No!

Esperaba que todo lo que habían hecho fuera suficiente. Dio unas palmaditas a la bolsa de sal que había escondido debajo de su blusa. De acuerdo con el libro lo mejor era utilizar sal del Mar Rojo, al haber sido separado por la mano de Dios se consideraba particularmente santo. Como conseguir genuina sal del Mar Rojo no había sido una opción dado su limitado marco de tiempo, habían tenido que conformarse con simple sal marina comprada en la vieja tienda, le habían pedido a un sacerdote que la bendijera.

Leisa todavía no podía creer que el joven sacerdote no se hubiera inmutado cuando lanzaron la pelota e hicieron su estrafalaria petición.

—Estos son tiempos oscuros —fue todo lo que había dicho.

Ella se estremeció, recordando su intensa mirada sobre ella. No había sido difícil imaginar que podía ver la influencia nauseabunda de Malphas manchando su alma.

Había pasado todo el día de ayer tratando de no pensar en las almas, la muerte y la tortura eterna. Una vez que consiguieron todo lo que necesitaban, aprendió los hechizos de memoria y practicó la pronunciación de las sílabas del nombre del demonio en su cabeza una y otra vez hasta que finalmente Rez logró distraerla seduciéndola. Y agotándola hasta que se durmió.

La luz del sol bañaba la habitación, incongruentemente brillante y alegre dado la tarea oscura y peligrosa que se habían fijado. Leisa estaba profundamente agradecida porque el libro recomendaba realizar la invocación al filo de la medianoche. No creía poder manejar más oscuridad en su vida ahora mismo.

Se roció con agua bendita y besó la cruz que había sacado de su joyero. Luego se arrodilló para dibujar un círculo con un trozo de tiza blanca sobre el suelo de parquet del salón de Rez. Cuando lo hizo a su satisfacción, echó laboriosamente la sal por encima, con cuidado de que los granos formaran un anillo continúo.

Rez la ayudó a ponerse de pie. Mantuvo la mano en su cintura cuando ella comenzó a pronunciar las palabras rituales para convocar a su némesis. Esa mano en su cintura era todo el calor que Leisa podía sentir. Su cuerpo estaba muy frío, casi entumecido.

—Yo te invoco, oh Nysroghundepest, para que te presentes ante mí inmediatamente, dispuesto a obedecerme en todo.

El aire dentro del círculo se espesó y bulló, fusionándose en una niebla de color negro.

—Y con la pronunciación de tu verdadero nombre, yo te ordeno, Nysroghundepest, hacer y cumplir mi voluntad y propósitos, y obedecer todo lo te ordene sin daño para mí.

La oscuridad se contrajo en una masa amorfa, estallando hacia fuera y hacia arriba, pero restringida por los límites del círculo de sal.

—Por mi voluntad tu obediencia es mía hasta que elija liberarte de vuelta al Infierno. ¡Nysroghundepest, yo te invoco!

Una ola de sonido atronador y una ráfaga de repugnante luz verde.... Leisa sólo tuvo tiempo de parpadear y enfocar sus ojos antes de que Malphas apareciera frente a ella.

Apareció como un hombre humano normal. Altura media. Peso medio. Acogedor y fácil de olvidar. Ciertamente no le llegaba a la suela del zapato de la magnífica muestra de masculinidad que era Rez.

—¿Qué diablos crees que estás tratando de lograr, perra? —gruñó—. Me verás pronto, ¡te lo aseguro! O —meneó las cejas—, ¿estás tan ansiosa que no puedes esperar hasta la medianoche?

—Cuánto tiempo sin verte, Malphas. —Rez sonrió al Demonio—. Apuesto a que te estás preguntando qué pasa, ¿eh?

—Algo así. —Malphas frunció el ceño—. ¿Esto ha sido idea tuya, lagarto?

—Algo así.

—¿Cómo diablos supiste mi verdadero nombre?

—Ahora cómo te lo diría.

Malphas entrecerró los ojos y examinó a Rez de pies a cabeza. Se quedó boquiabierto.

—¡Fuego del Infierno! ¿Cómo te has convertido en humano?

—La idea de Lucifer de una broma. Pero basta de eso. Vamos a cortar por lo sano. Estoy unido a esta humana, así que no voy a dejar que la tengas. Libérala y encuentra otro humano al que arruinar.

Malphas echó atrás la cabeza y dejó escapar un chillido de risa tan fuerte que resonó por la habitación e hizo que los oídos de Leisa chirriaran.

—De acuerdo. Como que me importa una mierda si ella está unida al último Drakon o no. Puedes pudrirte por lo que a mí me importa. Ella es mía. Ya la he añadido a mi cuota del período. Es un hecho.

—Tal vez quieras reconsiderar tu postura, Malphas.

—¿O qué? ¿Me hablarás hasta matarme? Eres humano, Rez. Pero incluso si todavía tuvieras tus poderes Drakon, podría contigo.

—¿Eso crees? —Ahora fue el turno de Rez de reír a carcajadas—. Te has vuelto blando, Malphas. Solo estás interesado en las cuotas y números. No recuerdas cómo es luchar a muerte. Eres débil. Peor aún, eres un cobarde. Demonios, ni siquiera podías dejar que el libre albedrío entrara en la ecuación, ¿verdad? No podías dejar que ella se enfrentara a su crimen y fuera castigada, y quizás con el tiempo ser perdonada, porque eso llevaría demasiado tiempo y vaya, su alma podría escapar de tu alcance. Tú, Malphas, eres un excelente ejemplo de por qué la Demonarquía se está viniendo abajo.

—Muérdeme. —Se burló Malphas—. Estás de mierda hasta la cadera y te hundes rápidamente, Rezón. Dices que soy débil, pero tú eres el que puso el culo en juego al unirte a una humana de mierda. Y esta —lanzó una mirada despectiva hacia Leisa—, va a ser mi boleto a la gloria. La tomaré y te conseguiré a ti como premio. ¿Quién es tu papá, Rezón? —gruñó él, agarrándose los costados mientras se reía, prácticamente superado por su propia inteligencia—. Porque, si renaces, estate absolutamente seguro que seré yo. Voy a tener el control del gran Rezón, el último de los Drakon, el ex teniente de nuestro Rey. Y bueno, si por algún milagro no renaces y terminas hundido hasta el culo en el olvido, seré alabado por toda la eternidad como el demonio que te eliminó. Jódeme, no puedo perder.

—Realmente eres un bastardo arrogante, ¿no? —dijo Leisa.

El demonio Destructor frunció los labios y rió por lo bajo.

—¿Qué vas a hacer, perra? ¿Mantenerme en el interior de este círculo hasta que me muera de aburrimiento? Eres mía. Acostúmbrate a ello. —Se movió hasta el límite exterior del círculo, poniendo a prueba su fuerza.

Leisa dio un paso al frente con las manos apretadas a los costados, erizada de determinación.

—Por el contrario, Malphas. Tu culo es mío.

—En serio. —Dio un paso fuera del círculo y se puso los brazos en jarras sonriendo ampliamente ante su sorpresa—. Realmente eres una perra tonta, ¿verdad? ¿Sal común? ¡Por favor! ¿Y piensas que esa crucecita de oro alrededor de tu cuello te va a salvar? ¡Piénsalo de nuevo!

Leisa se echó hacia atrás, sus ojos abiertos de par en par.

Rez la agarró y la puso detrás de él.

—Si la quieres, Malphas, tendrás que pasar por encima de mí.

El demonio sonrió.

—Será un placer. —Su forma brilló, transformándose en una criatura horriblemente retorcida con rasgos que le recordaron a Leisa a un jabalí, ojos rojos entrecerrados, orejas peludas y un hocico aplastado con colmillos malvadamente afilados. Su cuerpo estaba cubierto de cerdas. Sus hombros eran anchos, brazos y muslos rebosantes de músculos fibrosos. Su estómago, sin embargo, era una rotunda panza cervecera. De la ingle sobresalía un pene erecto de unos sesenta centímetros de longitud. El brillante miembro morado era el peor rasgo en lo que se refería a Leisa. Era aún más feo y pervertido que la cosa a la que estaba unido.

—Echa una buena mirada a mi polla, puta —canturreó Malphas, rodeando el eje con las dos manos y bombeando las caderas—. Una obra de arte, ¿verdad? Y muy pronto la tendrás follándote.

—No lo creo, polla por cerebro —le dijo Leisa, saliendo de detrás de Rez. Antes de que Malphas pudiera siquiera acercarse para agarrarla, esta le arrojó un puñado de sal bendita a los ojos y comenzó a cantar—. Gran Espíritu de la Tierra, Agua, Aire y Fuego, escúchame ahora pues mi necesidad es extrema. Todopoderoso ayúdame en mi búsqueda, límpiame del mal, líbrame de su requerimiento.

Los ojos de Malphas comenzaron a burbujear en sus cuencas. Aulló, desgarrándose el rostro con las garras.

Leisa arrojó un puñado a su pecho.

—Cenizas a la tierra, dad a luz a mi propósito. Sangre al fuego, otórgame mi deseo, todo poderoso y libre ya no será este Demonio.

—¡Me has engañado! —gritó Malphas. La piel comenzó a desprenderse de su torso y un gran chorro de líquido negro explotó de su cavidad torácica. Se dejó caer de rodillas.

—Pero, por supuesto. —Leisa hundió la mano en la bolsa de sal para sacar otro puñado—. Solo usé sal común para dibujar el círculo. No podía ver el motivo de malgastar sal bendecida tirándola al suelo cuando teníamos un uso mucho mejor para ella. —Dejó escurrir un chorro de sal sobre la punta de su pene—. Todopoderoso, dame suficiente fe para aceptar mi destino, destierra este mal y bórralo.

El otrora orgulloso miembro de Malphas se ennegreció y marchitó, luego cayó. Él gimió una vez antes de caer de bruces al suelo.

—¿Crees que serás perdonado por tus crímenes, Malphas? —preguntó Leisa de manera coloquial—. Hmmmm. —Se llevó un dedo a los labios—. Dudo que Asmodeus le perdone por ser un ejemplo tan desesperado de la Demonarquía.

—¿Alguien llamó? —Apareció la imagen de Asmodeus en el espejo. El Rey Demonio examinó el trozo de carne que supuraba y que una vez había sido un demonio Destructor particularmente arrogante—. Ay —dijo—. Eso tiene que doler.

Leisa volcó el resto de la sal sobre lo que quedaba de Malphas y terminó el encantamiento.

—Por los poderes que el Gran Espíritu me ha investido, Nysroghundepest, yo te Derroto.

Los restos del demonio prendieron en llamas, ardiendo hasta que no quedó nada, excepto una gran marca de quemadura con la forma de Malphas sobre el suelo de parquet.

—Maldita sea —murmuró Rez—. Si no son tacones de aguja, son Demonios incinerados.

Leisa se inclinó para tocar la marca en el suelo, deslizando sus dedos sobre ella.

—Malphas está asado —le aseguró Asmodeus.

Ella se persignó.

—Gracias, Dios.

—¡Amén a eso! —hizo eco Rez.

El Rey Demonio gimió y se llevó ambas manos a las orejas. Entreabrió un párpado.

—¿Habéis terminado?

Leisa sonrió.

—Oh, sí.

—Impresionante —dijo Asmodeus—. Ese encantamiento tenía todo el poder de un verdadero Creyente detrás de él. No pensé que creyeras en Ya-Sabes-Quien.

Ella se encogió de hombros.

—Creo en ti. Creo en los demonios. Creo que tuve un roce con el mismo Diablo. No se trata más que de extender esa creencia a un poder superior, ¿verdad?

Asmodeus hizo una mueca de dolor.

—Rez, dile que se detenga, ¿vale? ¡Es demasiado cruel!

Rez rió y abrazó a Leisa tan fuerte que ella tuvo que gritar en señal de protesta.

—Buen trabajo, cariño. Esto, lo siento por Malphas —ofreció a Asmodeus — De manera poco sincera.

—Nunca me gustó mucho. —Asmodeus desestimó la desaparición del demonio Destructor con un gesto descuidado de su mano—. Era un Consejero lameculos. ¿Y esa forma primaria suya? Hablando de trillado.

—Por no mencionar su tendencia a la exageración —añadió Leisa, curvando el dedo meñique y meneándolo—. Evidentemente tenía problemas, este chico.

Rez estalló en risas que fueron de corta duración. Tenía asuntos serios en la cabeza.

—¿Puedes decir si Leisa está a salvo ahora que Malphas ha sido derrotado?

Asmodeus llamó por señas a Leisa al espejo. A pesar de que solo se enfrentaba al reflejo del Rey Demonio, sintió el calor abrasador de su mirada sobre su piel y el peso de él en su mente.

—Está limpia, Rez. Pero —el Rey Demonio levantó una mano a modo de precaución, deteniendo el grito de Rez de alegría—, mañana es tu cumpleaños y todavía hay algo de mierda seria por ahí. Yo no empezaría a celebrarlo por el momento. —Su reflejo comenzó a brillar y desvanecerse. Cuando se disipó por completo, la marca de quemadura en el suelo de Rez se transformó en finas motas de polvo que desaparecieron rápidamente y se dispersaron en un poco de brisa invisible, dejando el parquet prístino.

—Un bonito detalle —dijo Leisa, mordiéndose el labio y sintiéndose de repente terriblemente incómoda—. Muy bien, aquí está el trato. Trabajo cubierto. No me esperan en una quincena. Y ahora que el horrible demonio desagradable ya no dispara a mi alma, cualquier mujer sensata reservaría unas vacaciones en algún lugar lejos de aquí y trataría de olvidar toda esta mierda. Pero…

—Tú no eres una mujer común y corriente, Leisa.

Ella arqueó las cejas.

—Bien salvado. Si hubieras dicho que no era una mujer sensata, habría tenido que patearte el culo. Mira, Rez, de ninguna manera voy a dejarte hasta que sepa cuál es tu destino. El único problema es que no me siento lo bastante nerviosa como para caminar arriba y abajo mientras esperamos que llegue tu cumpleaños y podamos hacer frente a lo que sea que Cielo e Infierno han planeado. Y tampoco sugiero que saltemos a la cama y follemos hasta perder el sentido. ¡No estoy de humor ahora mismo!

Rez la tomó en sus brazos y le acarició el pelo.

—Por primera vez la idea no había cruzado mi mente. Solo el hecho de estar contigo y saber que tu alma está a salvo es un placer más que suficiente para mí ahora mismo. ¿Qué te parece si te invito a salir? Podríamos tomar una buena comida, beber un buen vino, hablar y aprender el uno del otro como… harían dos personas normales.

—¿Una cita? —Ella se retorció en sus brazos para mirarle, buscando su rostro—. ¿En serio?

—Mucho.

Leisa sintió una sacudida, como una pequeña descarga eléctrica en la región de su corazón. Tal vez este demonio era realmente un romántico de bona fide. Sin duda, lo estaba intentando. Tal vez todavía había esperanza para los dos. Sonrió.

—Acepto.