Capítulo 10

¡Fuego del Infierno! Rez se arrastró sobre su cuerpo, temblando de miedo. Su corazón, literalmente, latía con un ritmo atronador en el pecho. ¿Había mentido Asmodeus sobre el calendario de la muerte de Leisa? ¿Se la estaba llevando Malphas ahora mismo, ante sus propios ojos?

Alargó la mano hacia ella y se echó hacia atrás como si a ella le hubieran crecido colmillos y estuvieran tomando un pedazo de él.

Lágrimas silenciosas de risa le manchaban las mejillas. Ella le echó un vistazo a la cara fruncida de consternación, puso los ojos en blanco y se acurrucó en una bola de temblorosa alegría.

Rez la agarró y la desenrolló, miembro a miembro. La extendió y se tumbó a su lado, aprisionando su barbilla y obligándola a mirarle.

—¿Qué. Es. Tan. Jodidamente. Divertido?

—¿Un demonio dragón? ¿Tú? —Dejó escapar un hipo—. ¡Oh, por favor! ¡Estás loco!

—No estoy loco.

—Entonces demuéstrame tu cosa demonio. Haz algo aterrador y alarmante. Demuéstralo.

—No puedo. Te lo dije, Lucifer me hizo humano.

—De acuerdo. Que conveniente. Entonces, ¿dónde está la cámara?, ¿eh? Todo esto es un retorcido Reality show, ¿verdad? Recoges a crédulos en un bar y luego tratas de convencerme de que eres un demonio. ¡Buena! —Le golpeó y trató de quitárselo de encima, pero él se negó a ceder.

—Ojala fuera una broma de mal gusto —respondió él, tocando con el pulgar la humedad de sus mejillas—. En todo el tiempo que te he estado observando, nunca te he visto reírte ni una vez. Y me duele que ahora, cuando tu alma está en juego, finalmente encuentres algo de lo que reírte.

Se calmó debajo de él, el humor huyó cuando sus palabras penetraron.

—¿Me has estado vigilando? ¿Cuánto tiempo?

—Durante el año pasado.

—¡Maldito pervertido!

Rez se encontró las manos llenas de un infierno femenino que siseaba, escupía y mordía empeñada en hacerle daño. Una rodilla se abrió camino entre las piernas, pero ahora era más sabio y le apretó la rodilla entre sus muslos duros como piedras.

—¿Vas a cortar eso? Vas a hacerme un daño serio si me pegas en las pelotas de nuevo. ¡Te estoy diciendo la verdad, Leisa!

Ella gritó una imprecación en su oído.

—¡Ardiente infierno! Eso es…

—No va bien para ti, ¿verdad, Rez?

La voz salió del enorme espejo colgado en la pared donde la mayoría podían poner una pantalla LCD. La superficie del espejo brilló de manera deslumbrante y el rostro apuesto de Asmodeus tomó forma.

—Creía que tenías la reputación de ser capaz de encantar cualquier cosa que se pareciera vagamente a una mujer.

Rez levantó la vista y aceptó un golpe de codo sobre su rostro.

—¡Ehhhhhh! —Se llevó ambas manos a la nariz y rodó al suelo—. ¡Evidentemente no a esta mujer! —murmuró. Se limpió la nariz con el dorso de la mano y, al sentir la humedad, sólo pudo mirar la mancha de sangre sobre su piel.

Asmodeus se echó a reír a carcajadas.

—¡La gatita infernal te ha dado uno bueno! Mejor que te pongas una toalla o mancharás de sangre tu agradable alfombra blanca. ¿Estás absolutamente seguro de que ella es la indicada para ti?

—Estoy empezando a preguntármelo —se quejó Rez—. Mantén un ojo sobre ella por mí, ¿lo harás? —Se puso de pie y se abalanzó hacia el cuarto de baño.

Leisa se incorporó sobre los codos para mirar boquiabierta el espejo.

—¡Recuerdo tu voz de anoche! ¿Quién demonios eres tú?

—Asmodeus, rey de los demonios, a tu servicio. —Le guiñó un ojo—. Mmmmm, un coñito precioso, por cierto, pero podría ser mejor que te taparas antes de que Rez vuelva. No es que me importe el espectáculo, querida, pero los Drakon han sido conocidos por reaccionar de forma enormemente exagerada en lo que se refiere a que otros miren de manera pervertida las partes íntimas de una compañera.

—¡Ooooh! —Leisa tiró para bajarse el vestido, ruborizándose con fuerza desde los dedos de los pies a las raíces del cabello.

—Supongo que las arrancó en el calor de la pasión y luego no ha tenido la decencia de conjurar otro par. Típico. Cabrón egoísta.

—¿Quién es un cabrón egoísta? —preguntó Rez cuando volvió a entrar en la sala de estar, después de haber taponado el flujo de sangre de la nariz.

—Tú, lagarto torpón. Por no haberle conseguido otro par de bragas para que no tuviera que pasearse con el culo al aire. Es poco caballeroso.

Rez gruñó a su rey antes de ofrecer a Leisa una mueca de disculpa.

—Lo siento. Debería haber pensado en ello esta mañana.

—En lugar de prestarle un par de las tuyas —dijo Asmodeus—, algo que simplemente no haría por mí, crearé unas solo por esta vez.

Un par de bragas de encaje de color rosa cayeron con ligereza en el regazo de Leisa.

Ella las levantó. Eran la pareja exacta para su sujetador e idénticas a las que Rez le había arrancado de su cuerpo ayer por la noche. Retorció el material de gasa fina entre las manos, mirando fijamente de Rez a la figura en el espejo y de nuevo a Rez.

—¿Me vigilabas? ¿En eso?

Él asintió con la cabeza.

—¿Todo es cierto? ¿Lo qué dijiste?

—Si te refieres a Rez siendo un Drakon, Malphas siendo el demonio que te influenció para asesinar al gilipollas de tu cuñado y tu inminente muerte —interrumpió suavemente Asmodeus—, entonces sí. Todo es cierto.

Leisa palideció, abanicándose la cara con una mano fláccida.

—Rez mencionó a Lucifer. He soñado con algo. Pero no fue un sueño, ¿verdad? Él estuvo aquí.

—Sí. No exactamente en persona, pero sin duda, estuvo en esencia. —Asmodeus hizo pucheros como un niño con la mano atrapada en el tarro de galletas—. Y créeme, cariño, incluso cuando Él se siente magnánimo, estar cerca de manera personal con la esencia del Príncipe del Infierno es más que suficiente para cualquiera. Incluso para un rey demonio totalmente cabrón como yo.

Leisa tragó saliva.

—Oh. Dios. Mío.

Asmodeus se estremeció teatralmente.

—¡Ay! Rez, haz que deje de hablar sobre el El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado, ¿quieres?

—Por desgracia —dijo Rez, haciendo caso omiso de las molestias de su Rey—, parece que Dios y el diablo están en esto, aunque para qué, no tengo ni idea. ¿Y tú, Asmodeus?

—Oh —el Rey movió su mano descuidadamente—, va a ser la oportunidad de cumplir un destino final previsto incontables milenios atrás, bla, bla. Ya sabes cómo va.

—En otras palabras —Rez arqueó una ceja sardónica ante la reflexión de su Rey—, tampoco tienes ni puta idea.

—Bueno, no. Lo siento. Sin embargo, es grande, y se me ha, eh, sugerido que no debería interferir. Estás solo.

—Y, sin embargo, ¡aquí estás! —resopló Rez dejando escapar un suspiro de incredulidad—. Realmente te gusta vivir en el borde, ¿no, Asmodeus?

—Cuando se trata de desobedecer a Lucifer no, de verdad. Sin embargo, no estoy por encima de buscar un agujero y explotarlo, de ahí la utilización de tu espejo.

—Gracias, viejo amigo.

Leisa se frotó la cara con las manos.

—Está bien. —Se irguió y se sentó recta en el sofá—. Así que estoy programada para morir e ir al Infierno. —Se encogió de hombros, dejó escapar un suspiro profundo y ensayó una sonrisa torcida—. He tenido cinco años para acostumbrarme a eso. Dios sabe que me lo merezco después de lo que he hecho.

—Mierda. —Rez le frunció el ceño—. ¡Y tú irás al Infierno por encima de mi cadáver!

—Eso, amigo mío —dijo Asmodeus con voz sedosa—, es una clara posibilidad.

Rez le dirigió una mirada virulenta que, si hubiera sido Drakon, habría fundido el cristal del espejo.

—Basta de cháchara —intervino Leisa—. ¿Entonces por qué estás aquí, Su Majestad? —preguntó a la imagen del espejo—. ¿Qué sabes que pueda ayudarnos?

—¿Cómo presumes de saber que yo lo sé, humana? —bramó Asmodeus.

—Oh, corta la gran mierda del gran demonio aterrador y malvado —respondió Leisa con desdén—. Ya imagino que tienes que ser un hijo de puta realmente desagradable para gobernar sobre todos los otros malvados demonios, por lo que considérame adecuadamente encogida de miedo. ¿Está bien?

El rey Demonio probó a hacer otro puchero.

—¡Oh, por favor! —Leisa intentó no reírse—. Ahora bien, si eres tan artero y solapado como creo que eres, oh Gran Rey Demonio, te habrá cabreado infinitamente que no te hayan contado lo que estaba pasando. Voy a apostar que lo escondieron todo hasta que lograste oír algo acerca de este asunto que está sucediendo entre Rez y yo. Apuesto a que has unido todos los fragmentos y elaborado tus propias conclusiones. ¿Estoy en lo cierto?

La mirada de Asmodeus giró hacia Rez.

—Parece que ella no ha tenido éxito en ahogar todas sus células cerebrales en alcohol, ¿eh?

—Que te jodan, Su Majestad —dijo ella.

—Ooooh. Peleona. Me gusta.

La burla de Rey Demonio desplegó la ira creciente de Leisa.

—¡Suéltalo! Estás perdiendo un tiempo precioso, aquí. Mi tiempo y el de Rez. A menos que esté muy equivocada, eres lo más cercano que tiene a un amigo, ¿verdad? Así que ¿cuándo vas a dejar de ser un listillo y empezar a ayudar?

Rez suspiró y se hundió en un sillón.

—Genial. Mi rey y el amor de mi vida enzarzados en un concurso de meadas. ¿Qué demonios he hecho para merecer esto?

Leisa cerró la boca de golpe. Le miró con ojos asombrados.

—¿Quién es el amor de tu vida?

—Tú, perra tonta —dijo el rey—. Y teniendo en cuenta cuántos años tiene, eso es digno de un desfile.

Ella parpadeó y se tomó un momento para digerir este sorprendente hecho.

Rez habría matado por saber lo que estaba pensando. Examinó su rostro minuciosamente, pero no daba pistas. ¡Maldita sea, apestaba esta mierda de ser humano!

—¿Y cuántos años tienes, exactamente? —preguntó finalmente.

Rez ladeó la cabeza mientras pensaba.

—Tengo seis mil seiscientos quince años, trescientos sesenta y dos días, según el método humano de contar —anunció—. Para ser más preciso.

Asmodeus sorprendió a ambos exhalando con un resoplido.

—Bien, ¡fóllame!

—No, gracias —murmuró Leisa.

—¡En tus sueños, cariño! —disparó Asmodeus.

—Pesadillas, más bien.

Rez se quejó. No creía que pudiera soportar mucho más de esto. Su cuerpo humano estaba demostrando ser demasiado frágil para enfrentarse a esta situación. Sus pelotas todavía estaban tiernas, la nariz le dolía como el Infierno, e incluso su pobre cerebro había empezado a doler. Apestaba ser humano.

—Pronto es tu cumpleaños, ¿verdad? —le preguntó Asmodeus.

Rez asintió con la cabeza.

—El miércoles.

—¿Y cuántos años tendrás el miércoles, Rez? Vamos —Asmodeus cerró los dedos con impaciencia—, haz las cuentas.

—Tendré… Vaya —exhaló Rez con los ojos muy abiertos—. Voy a tener seis mil seiscientos dieciséis. Siempre que siga vivo, por supuesto. Lo que sigue siendo tema de debate.

Leisa tragó, tratando de ocultar su sorpresa por la simple forma en que él había anunciado su edad.

—Aparte de eh, el asunto de la longevidad, que es suficiente para romperle la cabeza a cualquiera, podría agregar, ¿por qué es tan importante cuántos años vas a cumplir?

—Es una edad de extrema importancia, ya que encapsula el Número de la Bestia — explicó Rez.

—¿Pero ese no es el 666?

—Un error muy común —dijo Asmodeus—. El Número de la Bestia es en realidad 616, como te darías cuenta si tuvieras en tus manos una copia del Libro de las Revelaciones que data del siglo III que vosotros, los humanos lograsteis desenterrar. El número exacto ha sido históricamente un gran hueso de discordia entre los humanos estudiosos de religión desde el primer momento. Una facción insiste en que es 665 y algunos seguidores de un autor de ciencia ficción, Heinlein creo que era su nombre, incluso teorizó en una de sus novelas que era el seis a la potencia de seis a la potencia de seis. Pero eso es…

—¡Me provocas dolor de cabeza! —dijo Leisa.

—Sé exactamente cómo te sientes —murmuró Rez.

—Oh, id a tomar una aspirina, ¡por la madre que me parió! —El Rey Demonio arrugó la nariz con disgusto—. Los dos. Ahora. Antes de que pierda la paciencia.

—Después de que nos digas lo que viniste a decirnos. —Leisa entrecerró los ojos y apretó los labios—. Hasta entonces sufriremos en silencio.

Asmodeus puso los ojos en blanco.

—Siempre y cuando no os quejéis, realmente me importa una mierda si tenéis dolor de cabeza o no. Soy demonio, niña. Toda mi raison d’être es provocar dolor y sufrimiento a los humanos. ¡Acostúmbrate a ello, cariño!

—¡No soy tu cariño! —Leisa saltó de su asiento y caminó para enfrentarse a la imagen del Rey Demonio—. ¡Rez, haz que nos lo cuente!

—No puedo, Leisa. Ahora soy humano, ¿recuerdas?

—Si dices “por favor”, te pones de rodillas y ruegas podría considerar la posibilidad de contároslo —respondió Asmodeus—. Pero es posible que desees ponerte las bragas que conjuré. Simplemente por decencia.

—¡Oooooh! —Leisa echó humo—. Por favor, tú… tú…

—¡Asmodeus! —gruñó Rez.

—Conozco el verdadero nombre de Malphas —dijo Asmodeus, cediendo—. Se me ha prohibido decíroslo, pero nadie ha venido y me ha prohibido hacer esto. —Conjuró un trozo de pergamino y una pluma, escribió algo y lo levantó para que Rez lo viera—. Echa una buena mirada. No puedes permitirte ningún error o usarás las tripas como ligas.

Rez se puso de pie de un salto, su rostro iluminado con una esperanza feroz. Se acercó al espejo, entrecerró los ojos con intensa concentración mientras descifraba el escrito.

—Lo tengo.

—¿Estás seguro?

—Sí. —Rez golpeó el aire con el puño—. ¡Sí!

—¡Exactamente! —El rey sonrió—. ¿Soy un hijo de puta retorcido o qué?

—¡O qué! —Estuvo de acuerdo Rez, agarrando a Leisa por la cintura y girando con ella. La besó profundamente.

—¿Pero qué hay de bueno en saber su verdadero nombre? —jadeó ella cuando él la soltó en busca de aire.

—Significa que serás capaz de convocar a Malphas.

—Y —añadió Asmodeus—, si lo haces bien, serás capaz de derrotarle, lo que romperá su poder sobre ti.

—¿Y si lo hago mal?

Definitivamente, le acompañarás de vuelta al infierno. Como… de inmediato.

—Caramba —dijo Leisa—, gracias por eso. Me siento mucho mejor ahora.

Asmodeus sonrió.

—Me gusta, Rez. Tiene más a su favor que un culo atractivo.

Rez le besó la coronilla.

—Yo pensé lo mismo. Aunque su culo fue lo que me atrajo en primer lugar.

Ella se revolvió en su abrazo lo suficiente para golpearle en el brazo.

—¡Pervertido!

Rez movió las cejas sugestivamente.

—Si tienes suerte.

—¡Ah, el amor verdadero! —suspiró Asmodeus—. Perdonadme mientras voy a buscar un cubo para vomitar. No es que no haya sido un placer, pero tengo que desaparecer y cubrir mi propio culo bonito. Ya sabéis, una mierda tan importante como esa. Buena suerte, a los dos.

—Gracias, Asmodeus. Te debo una.

—Mmmm. —El rey remoloneó el tiempo suficiente para ver a Rez levantar a Leisa y marchar en dirección al dormitorio. El Drakon tenía un brillo especial en sus ojos que Asmodeus reconoció. Su pequeña compañera humana tampoco protestaba mucho. En realidad, estaba sonriendo. En secreto.

Asmodeus se teletransportó a su cama tamaño súper grande y se acomodó para ver otro episodio chispeante de Tan muertos como yo, esperando que le diera algunas ideas. En el fondo de su mente se preguntaba si podría ser el momento de perdonar a Lilith y traerla de vuelta a su vida. Totalmente vigilada y adecuadamente refrenada, por supuesto. Estaba cachondo, no estúpido.