Capítulo 11

—No deberíamos estar haciendo esto, ya lo sabes —dijo Leisa mientras Rez la despojaba de sus ropas, con más cuidado en esta ocasión, teniendo en cuenta que no podía conjurar nuevas.

Él le acarició sus pechos.

—¿Por qué no?

—Porque, bestia cornuda, deberíamos estar discutiendo cómo capturar a Malphas.

—Ya sabemos cómo capturar a Malphas. Vamos a convocarlo —Se introdujo un pezón en la boca y succionó.

—Ahhhhh —se retorció—. Pero una vez que le convoquemos, ¿cómo le capturamos?

Rez acunó sus pechos, los sopesó en las manos, les rindió homenaje con labios y boca antes de lamer su cuerpo y enterrar la nariz en el ombligo.

—Estará contenido por el círculo de invocación —hundió la lengua en el hueco fascinante de su ombligo.

Ella se retorció y rió.

—¿Y luego qué?

—Vencemos su culo. —Continuó su viaje hacia abajo hasta que se acomodó entre sus muslos. Le abrió las piernas y sopló suavemente sobre sus rizos.

Ella se estremeció.

Él abrió los pliegues, bajó la cabeza y la saboreó. Ella olía a almizcle, a excitación y a Leisa. Sabía salado, dulce y sexy. A pesar de que conocía su cuerpo, a pesar de que la había tenido antes, quería saborear este momento, su primera vez con un ser humano como ser humano.

—¿Rez?

—¿Mmmm?

—¿Sabes realmente cómo invocar a un demonio?

Él levantó la mirada hacia el rostro preocupado y serio, y sólo pudo pensar en lo mucho que quería acariciarla para alejar sus miedos y convencer a su cuerpo que olvidara todo este lío.

—¿Qué si sé cómo invocar a un demonio? Soy demonio, ¿no?

—Oh, así que realmente has sido convocado. ¿Cómo fue? ¿Fue horrible? ¿Cómo escapaste?

—No he sido convocado —admitió—. Nunca he sido lo suficientemente descuidado para que alguien supiera mi verdadero nombre.

—Oh. Entonces, ¿cómo puedo convocar a Malphas? ¿Diciendo simplemente su verdadero nombre en voz alta o hay más?

—Eh, no estoy muy seguro. —Rez descansó la cabeza sobre su muslo, al ver que sus planes de pasar el próximo par de horas comparando el sexo como Drakon con el de humano salían volando.

Leisa se mordió el labio inferior.

—Creo que tenemos que conectarnos a Internet e ir a la biblioteca lo antes posible.

Derrotado, gimió. Ella no iba a dejarlo pasar y no podía culparla. ¿Qué clase de mierda era él, pensando en el sexo cuando las apuestas eran, literalmente, la vida y la muerte y la clara posibilidad de la condenación eterna?

—Supongo que tienes razón.

Ella le sonrió, sus ojos verdes brillaban con malicia.

—Creo que conseguiremos eso más tarde.

Él se atrevió a mirarla buscando, preguntándose si había oído bien.

—¿Más tarde?

Ella fingió un bostezo.

—No pude dormir mucho la noche anterior. Creo que podría necesitar una siesta.

—¿En serio? —Le cubrió su montículo.

—Sí. —Ella se apretó contra su mano—. Realmente estoy muy cansada.

Él pasó un dedo a través de sus pliegues, encontró el calor húmedo y obviamente dispuesto.

—Eso es una vergüenza. —Introdujo un dedo e inclinó la cabeza.

—Ah. Podría ser convencida de permanecer despierta un poco más, con la motivación adecuada.

La lamió, deslizando la lengua entre sus labios, saboreando su humedad. Rozó el clítoris hasta que ella jadeó y se retorció. Rez levantó la cabeza y capturó su mirada.

—¿Cómo va esto de la motivación? —La agarró de las caderas y tiró de su trasero hasta el borde del colchón. Colocó el pene en su entrada y se sumergió de lleno en su interior, observando cada expresión, cada pequeño matiz de sus hermosos rasgos.

Ella cerró los párpados, arqueó el cuerpo y abrió aún más sus muslos.

—¡Ohhhhh! Eso e ... ahhhh! Todo lo que siempre he podido desear en lo que se refería a… ¡oooooh! La motivación.

Rez se introdujo más hondo y ella le tomó con facilidad en esta ocasión, como si su cuerpo recordara y se rindiera. Él se inclinó para rodearla con sus brazos y la ayudó a levantarse hasta que estuvo sentada a horcajadas sobre él, su polla hundida profundamente en su interior. Meció la pelvis. Su polla palpitaba y crecía. La tomó en sus brazos, adorando el modo en que sus pechos se aplastaban contra su pecho, adorando sus pequeños gemidos de placer, sus jadeos.

Cuando supo que ella estaba cerca, se dejó caer de espaldas sobre el colchón, llevándola con él para que le cubriera como una manta. La besó larga y profundamente, su lengua se enredó con la suya, sus labios mordisquearon y degustaron. Podría haber seguido así para siempre.

Leisa rompió el beso. Se incorporó apoyando las manos sobre su pecho. Trazó sus pectorales, los duros planos de su estómago. Más abajo, al comienzo de su polla. Aún más abajo, arqueando la espalda para acunar su saco. Y apretó suavemente.

Él gimió.

—Nena.

—¿Tengo entendido que no sufriste ningún daño permanente, entonces?

—No. Pero si quieres convertir este tipo de cosas en un hábito, me lo pensaría dos veces antes de volver a hacerlo.

—Mmmmm. —Se inclinó de nuevo hacia delante, colocando las manos a cada lado de él sobre el colchón. Comenzó a montarle, levantándose poco a poco, lentamente, hasta que solo la punta de su polla estaba en su entrada. Luego, lentamente, lentamente... ¡por los entrañas de Lucifer! Con tortuosa lentitud, ella bajó por su rígida longitud hasta llegar a la raíz y golpear su montículo contra su ingle. Una y otra vez.

Él lo adoraba.

La amaba.

Joder, no podía soportarlo más. La agarró por las caderas y la empujó hacia abajo sobre él, luego se levantó para inclinarla sobre su espalda, seguirla y cubriéndola con su cuerpo, entró en ella de nuevo. La sujetó mientras empujaba dentro de ella. Ella le envolvió las caderas con sus piernas, se tensó bajo él con los ojos muy abiertos y aturdidos mientras gritaba su nombre.

Rez empujó una vez más, dentro de su sexo apretado y húmedo. Se corrió con su nombre en los labios, vació su cuerpo y alma en ella. Se derrumbó encima de su cuerpo flojo, sintiendo que el corazón femenino latía con fuerza en el pecho. Sabiendo que el suyo estaba haciendo lo mismo. Por ella.

Levantó la cabeza para mirarla a los ojos y sonrió de una manera petulante y totalmente masculina.

—Ahora podemos hacer una investigación si quieres.

Ella le peinó el pelo con los dedos.

—Mmmmm. Sólo dame un minuto para recuperarme.

Sin dejar de sonreír, salió de ella y la envolvió de nuevo entre sus brazos. La acurrucó contra el costado de su cuerpo, le apartó los rizos húmedos de la cara y le dio un beso en la sien.

—Te amo Leisa.

Bañado por el resplandor caliente de un sexo fantástico, aún más fantástico porque había estado con una mujer a la que amaba, Rez no se dio cuenta de su falta de respuesta.

* *

Internet se demostró tan frustrante, como esperaba. Contenía una verdadera riqueza de información acerca de los demonios y cosas por el estilo, la mayor parte de ella tan lejos de la verdad como para ser risibles. Por lo menos, sería de risa si la situación no fuera tan jodidamente seria.

Los ojos de Rez ardían. Se los frotó y se alejó de la pantalla, mirando la pila de libros que Leisa había sacado de la biblioteca pública. Tomó uno al azar.

Ángeles y demonios. ¡Ja! Un título original… no. Lo hojeó y lo dejó a un lado con un suspiro. Miró hacia donde estaba Leisa en el sofá. Se había quedado dormida hacía una hora, y el libro que había estado leyendo todavía estaba sobre su pecho. Fue hacia ella con la intención de levantarla y llevarla a la cama donde descansaría más cómodamente.

Recogió el libro y en el instante que lo tocó una carga de puro saber inundó sus venas. Su corazón empezó a latir con fuerza. Lo sacó del pecho de Leisa y se retiró a su sillón. El tomo tenía una tapa vieja y maltratada, sus páginas estaban manchadas y descoloridas. Examinó la cubierta borrosa. Se titulaba simplemente Tradiciones demoníacas. Ningún autor.

Lo abrió, el entusiasmo burbujeó por sus venas mientras pasaba las páginas y vislumbraba anotaciones manuscritas garabateadas en los márgenes, notas a pie al final de cada capítulo garabateadas apresuradamente. Alguien bien informado había utilizado este libro y había hecho anotaciones extensas. Su intuición gritó que este era el libro que necesitaban. Sin embargo, no tenía tiempo para leerlo de principio a fin.

Bueno, como Asmodeus le gustaba tanto decir, hay más de un modo de despellejar a un demonio. Cerró el libro y lo sostuvo con el lomo hacia abajo, en posición vertical sobre su regazo.

Apartó las manos, permitiendo que las páginas se abrieran como quisieran. Inhalando profundamente, recorrió los números de página. El libro se había abierto en las páginas sesenta y ocho y sesenta y nueve. Rez sonrió. Tenía un cierto cariño por el número sesenta y nueve. Que así fuera.

Para invocar a un demonio, decretaba el título. ¡Un comienzo excelente!

—Decir estas palabras en voz alta y clara —leyó—, pronunciando cada sílaba con cuidado. —Yo te invoco, oh (insertar el verdadero nombre del demonio), para que te presentes ante mí inmediatamente, dispuesto a obedecerme en todo. Y con la pronunciación de tu verdadero nombre, te ordeno (insertar el verdadero nombre del demonio), hacer y cumplir tanto mi voluntad mis propósitos, y obedecer todo lo que te ordene sin daño para mí. Por tu voluntad, tu obediencia es mía hasta que yo elija liberarte de vuelta al Infierno. ¡(Insertar el verdadero nombre del demonio), yo te invoco!

En el margen había garabateadas las palabras: “La pronunciación del verdadero nombre del demonio debe ser precisa y exacta, o la convocatoria fallará”

¡Premio! Rez sabía que esto era lo que había estado buscando. Con impaciencia hojeó las páginas anteriores, anotando los pasos precisos y cuidadosos necesarios para protegerse antes de intentar una convocatoria y la forma de atrapar al demonio dentro de un círculo de sal consagrada, una vez que había sido convocado. Giró al final del segmento hasta que encontró las palabras necesarias para llevar a cabo la Derrota.

—¡Sí! —gritó—. ¡Malphas, estás acabado!