Capítulo 8

Rez paseó por la habitación, tratando de analizar sus sentimientos sobre la inminente sentencia de muerte sobre Leisa. Malphas era un demonio Destructor, un miembro de una de las unidades más violentas que interactuaban con los seres humanos. Los Destructores elegían una víctima y se divertían mediante la manipulación de sus vidas y las vidas de quienes les rodeaban. Esperaban su momento, observando y esperando un momento crucial en la vida de su víctima, instante en el que despojaban temporalmente al ser humano de la conciencia. Una vez privados de la salvaguardia incorporada que posiblemente podría evitar que el ser humano cediera a la voluntad de cometer un acto atroz, la mayoría sucumbía a la trampa. No todos, pero la mayoría.

Y Leisa había sido uno de los que habían sucumbido. Había asesinado al marido de su hermana y su culpa la había estado carcomiendo viva lentamente.

Ahora que Rez sabía que Malphas había manipulado a Leisa, podía ver en su interior y leer lo que la había impulsado a tal acto. Había tenido una motivación poderosa, cierto, pero le sorprendió hasta el fondo que una mujer tan intrínsecamente suave y vulnerable pudiera haber matado a un miembro de la familia. Y de esa manera.

Asmodeus, el gilipollas sanguinario, se estaba excitando mediante la reproducción de la muerte, y a pesar del desagrado de Rez por tales entretenimientos, sus ojos fueron atraídos por las vívidas imágenes holográficas. Teniendo en cuenta las habilidades del rey demonio, Asmodeus había conjurado una reproducción gráfica tan realista que era casi lo mismo que estar en la escena, observando cómo se desarrollaba. Rez también trató de tener una vista dentro de esta versión holográfica de la cabeza de Leisa. Pudo ver sus acciones, leer sus pensamientos y entender lo que la guió.

Eran las cuatro y media de un viernes por la tarde. Una Leisa chispeante y feliz, llena de amor por la vida, sin contaminar por el asesinato, la culpa o la desesperación, acababa de dejarse caer por casa de su hermana.

La hermana de Leisa y su cuñado estaban todavía en el trabajo y Leisa había salido temprano de la oficina, con la intención de recoger a Annie, su sobrina de catorce años, para ir a ver una película de chicas en el cine. Annie había estado extrañamente retraída y de mal humor en los últimos meses. Se había negado a confiar en su madre, por lo que Leisa había optado por tratar de descubrir que le podía estar molestando.

Leisa entró en la sala de estar.

—¿Annie? ¿Estás lista para irnos? —Un ruido amortiguado desde arriba la hizo sonreír. Sin duda, su sobrina estaba probándose otro vestido y desfilando ante el espejo. ¡La chica poseía más ropa que su tía y su madre juntas!

Leisa subió las escaleras y se dirigió por el pasillo a la habitación de Annie. Hizo una pausa y extendió la mano hacia la puerta levemente entreabierta, cuando oyó una voz que reconoció, diciendo palabras que nunca había pensado oír. Palabras repugnantes. Palabras degradantes y llenas de odio.

En silencio Leisa abrió un poco más la puerta, temiendo lo que sabía que iba a ver.

Se quedó congelada en la puerta mirando como su cuñado tenía relaciones sexuales con su propia hija. Sujetaba a Annie abajo mientras la violaba, y era una violación. Habida cuenta de las lágrimas de Annie, la angustia que retorcía su bonita cara, los dientes apretados para no gritar de dolor, no había nada de consenso en ese pequeño cuadro pervertido de unión padre-hija. Se trataba de dominación y control.

Horrorizada y enferma, Leisa voló por la habitación y con una fuerza que no sabía que poseía, lo arrastró lejos de Annie y lo tiró al suelo. Él se tambaleó, con una mano toqueteando los pantalones abiertos y la otra extendida hacia Leisa. Sus ojos estaban muy abiertos con la culpa y algo más. Ira.

¿Ira por…?

Ser atrapado.

¡Estaba cabreado por haber sido atrapado!

Sus rasgos adoptaron una expresión astuta y calculadora que enfrió el corazón de Leisa. Él dio un paso hacia ella, y sin siquiera considerar sus acciones, Leisa se giró, agarró la pesada lámpara de la mesita de noche y la estrelló sobre su cabeza. Cayó pesadamente al suelo con sangre goteando por su oído.

Annie estalló en desgarradores gemidos.

Leisa la ignoró.

Si no lo hubiera hecho, si se hubiera girado para consolar y confortar a su sobrina, podría haberse recuperado del encuentro. Su cuñado todavía estaba vivo, aunque gravemente herido. Incluso si hubiera muerto como resultado de su golpe, podría haber sido capaz de perdonarse a sí misma, convencerse de que se estaba defendiendo a sí misma y a Annie.

Ella había oído hablar a la gente sobre verlo todo rojo, sobre estar tan furioso, tan rabioso que por un momento veían el mundo a través de una bruma de ira rojiza. Había leído artículos periódicos de personas acusadas de asesinato que alegaban enajenación mental transitoria, declarando que no tenían control sobre sus acciones.

Nunca había pensado que podría desear estar en esa posición.

Por desgracia, no había sido vencida por la sed de sangre o abrumada por una rabia loca en este momento, a pesar de que su abogado lo declararía más tarde en su defensa. Mientras Leisa estaba de pie al lado del hombre que su hermana amaba, toda la compasión y la emoción le habían sido arrancadas del corazón. Él bien podría haber sido algas del estanque por lo que la conmovía.

En un arranque impresionante de claridad, Leisa supo lo que tenía que hacer. Tenía perfecto sentido y lógica. Su cuñado era un depredador. No había lugar en la vida de su hermana ni en la de Annie para un hombre como él.

—Calla, Annie —dijo Leisa, sin ni siquiera mirar a la chica. Su voz fría, sin emociones apagó los gritos histéricos de Annie, reduciéndolos a meros hipidos—. ¿Desde cuándo?

—S… seis meses —gimió su sobrina.

—¿Lo sabe tu madre?

—N… no. P… Papá me hizo p… prometer que no se lo diría a nadie.

Leisa pinchó la forma inerte de su víctima con el pie.

—Yo no lo llamaría “papá” si fuera tú —informó a su sobrina con voz baja e inquietantemente calmada—. No se lo merece. —Permitió que la lámpara se deslizara entre los dedos. Ya no la necesitaba como arma. Tenía otras para usar, otras mucho más adecuadas, personales.

—Cierra los ojos y date la vuelta, Annie. Prométeme que no mirarás.

—B… bien, tía Leis. Te lo prometo.

Leisa sabía exactamente lo que estaba haciendo mientras le golpeaba las costillas con el pie una y otra vez, el estómago y la ingle. Se aseguraría que fuera incapaz de cazar a ninguna jovencita de nuevo. Era completamente consciente de las consecuencias de sus acciones mientras seguía administrando su castigo hasta que ya no pudo soportar el último gemido de Annie.

Agachándose, le tomó la muñeca. Su pulso tartamudeaba bajo sus dedos. Él se aferraba a la vida por un hilo. Sus lesiones internas eran horribles. No duraría mucho más tiempo.

—Está bien, Annie. Ya se ha acabado. —Sabiendo que era demasiado tarde, cogió el teléfono y marcó el 911.

Para cuando llegaron los médicos, ya estaba muerto.

Ella le había matado. Y aún así no sentía nada. Ni culpa, ni dolor, ni ninguna alegría secreta, ni regocijo. Ni miedo.

Cuando los policías llegaron con sus preguntas y exigencias de la verdad, Leisa les contó todo y simplemente dejó que ellos sacaran sus propias conclusiones.

* *

Asmodeus avanzó rápidamente a través de las escenas un poco más hasta que perdió el interés. Hizo un gesto con la mano y se disiparon las imágenes holográficas.

—¡Puntos para Malphas por hacer una elección tan excelente!

Rezon miró a su rey.

—Me importa una mierda lo maravilloso que creas que Malphas es en este momento. Todo lo que me importa es encontrar una manera de liberar a Leisa de sus garras y asegurarme de que no muera y me lleve con ella en ese viaje.

Asmodeus se rascó la barbilla.

—No todo es negro, Rez. Cuando la mujer muera entregará su alma a Malphas, que la aspirara pero no es la muerte. Sin embargo, Malphas podría quedarse tan impresionado con ella que cree un cuerpo para su alma y la convierta en una de sus secuaces. Se convertiría en un demonio menor.

Rez puso los ojos en blanco.

—Soy muy consciente de ello, Asmodeus. Y suponiendo que tienes uno, ¿tu punto es?

—Estoy llegando, impaciente cabeza de mierda. Y mi punto es, que si acabas de verdad siendo arrastrado con ella en la muerte, podría no ser simplemente que se acabara el vagabundear para ti también. Tu esencia es fuerte, Rez. Es probable que te reencarnaras en un Drakon. Luego, tú y tu compañerita podríais vivir miserablemente para siempre. ¿No sería bonito?

—¿Podría? ¿Si? ¿Quizá? ¿Puedes ser más vago?

Asmodeus se encogió de hombros.

—No puedo decir que me haya topado con un Drakon uniéndose a un humano antes, y mucho menos un humano marcado por un Destructor. Sólo Lucifer sabe a ciencia cierta qué te va a suceder, y no voy a pedirle un favor y preguntarle. Ni siquiera por ti, amigo. Tengo suficiente en mi plato de momento con el Consejo y…

—Y encomendaría mi alma negra al olvido antes de pasar por todo eso otra vez voluntariamente. Renacer como el último superviviente de los Drakon sería el infierno.

—¡Oh, vamos! —Asmodeus le dio con el codo—. No puede haber sido tan malo. —Algo en los ojos de su amigo hizo que el Rey de los Demonios quisiera recuperar sus palabras precipitadas—. ¿Fue… es… realmente tan jodidamente malo?

Rez no se dignó a responder. Solo inclinó la cabeza, una invitación tácita para que su rey extrajera el conocimiento de su mente.

Asmodeus se hundió en la conciencia de Rezon, absorbiendo todos los miles de años de la existencia del Drakon en cuestión de segundos.

—¡Puto infierno! —El rey Demonio se apartó de Rez, agarrándose el estómago con las manos, tratando de no perder la cabeza. Aspiró en cortos alientos jadeando, se tragó la bilis que le inundó la boca y convocó toda su considerable voluntad. Fue más bien suerte que una buena gestión no vomitar las tripas por toda la elegante decoración del dormitorio de Rez, lo que no habría sido bueno en absoluto.

Cuando Asmodeus se sintió completamente bajo control, se atrevió a mirar a los ojos de su amigo. Lo que hizo todo más sorprendente fue que no era evidente ni la más mínima indicación de la desesperación, la miseria ni el dolor que Rezon había sufrido durante tanto tiempo, ni siquiera bajo el escrutinio de Asmodeus. En la superficie el Drakon parecía ser tan increíblemente poderoso e independiente como siempre.

Y como si su rey no acabara de excavar en su cerebro y puesto todos sus secretos al descubierto, por no hablar de que casi había vomitado sus galletas después de hacerlo, así que Rezon continuó bateándole a Asmodeus con sus confesiones inquietantes.

—Y preferiría que esta mujer no sufriera más. Lo que le hizo al marido de su hermana fue totalmente comprensible, pero incluso si no lo hubiera sido, estuvo más que dispuesta a pagar el precio por matarlo ante un jurado de sus pares. Lo que me disgusta es que ella nunca tuvo la oportunidad de encontrar redención con cualquier castigo que un tribunal humano le impusiera. En su lugar, Malphas intervino e influyó sobre todos los involucrados para que todos los cargos fueran retirados sumariamente.

Asmodeus habría permanecido muy tranquilo al ver la evidencia de que Rezon contenía su fiero temperamento bajo control. Aún mejor sería romper el dominio magistral del Drakon sobre las emociones para que Asmodeus pudiera patearle y mirar cómo hacía todo lo posible para destruir la habitación en un ataque de rabia.

A eso, Asmodeus podría haber hecho frente.

Este cansancio resignado que se evidenciaba en la voz de Rezon, en su postura, en su falta de expresión, a esto, Asmodeus no sabía cómo reaccionar.

—El pequeño bastardo fue un puto codicioso para dejar que los acontecimientos siguieran su curso —estaba diciendo Rez—. No podía arriesgarse a que la castigaran, a que viviera su vida con lo que había hecho, y tal vez aprendiera a perdonarse a sí misma. Oh, no. No dejemos la incertidumbre de deudas al libre albedrío de un humano. Ahora se trata de cuotas, así que Malphas no podía arriesgarse a dejarla escapar. Tenía que asegurarse de que era algo seguro. Es un puto cobarde y no es el único. Si es a esto a lo que se ha reducido el infierno, no quiero formar parte. Prefiero enfrentarme al olvido. Y prefiero que Leisa se enfrente al olvido que arriesgarme a que renazca demonio. Si eso ocurre y sobrevivo a su muerte, voy a convertir en mi misión personal destruirla y sacarla de su miseria, lo juro. Y luego voy a encontrar una manera de destruirme a mí mismo y asegurarme de que nunca renazco. Eso también lo juro por el alma negra de Lucifer.

La mandíbula de Asmodeus cayó sin fuerzas. No podía creer lo que estaba oyendo. Abrió la boca para decirle a Rezon que se comportara y dejara de ser un gilipollas, pero fue precedido por una voz sibilante. Una voz capaz de hacer que incluso el Rey Demonio temblara de miedo.

—Cuidado por lo que juras, Rezon.

Rezon movió la cabeza con brusquedad para buscar en la habitación. Sus ojos brillaban de impaciencia.

—Venga, Lucifer. Cada vez estoy más cansado de esta farsa a la que llamo mi existencia. Tal vez tú podrías obligarme a terminar con ella.

Asmodeus se mordió el labio para no protestar en voz alta por el deseo poco sutil de su amigo de suicidarse. Aparte de El-Que-No-Deberá-Ser-Nombrado-Por-Miedo-A-Infligirse-Una-Verdaderamente-Migraña-Estelar-A-Uno-Mismo, sólo Lucifer tenía el poder de destruir a un demonio de la edad de Rez. Un hecho que Rez conocía muy bien.

El Rey Demonio experimentó una punzada extraña, algo raro en las profundidades de su corazón. La sensación podría ser incluso bastante fuerte para ser llamada tristeza, una emoción que no había sentido desde que había exiliado a su consorte, Lilith. Ella había sido una perra manipuladora y mentirosa. Pero había sido su perra manipuladora y mentirosa. Y la echaba de menos, aunque preferiría sacarse los ojos con las garras antes que admitirlo.

También iba a echar de menos a Rezon.

La risa de Lucifer resonó por toda la habitación, su pura malevolencia erizó el vello de la nuca y los brazos de Asmodeus. ¡Por todos los diablos! Lo que no daría por ser capaz de emular esa risa. Tal vez un día. En unos pocos milenios más, si practicaba con diligencia.

—No creo que me incites a esas acciones tan drásticas, Rezon. Eres el último de la raza Drakon. Destruirte a ti y a todo lo que representas causaría repercusiones que ni siquiera yo estoy preparado para arriesgar.

El cuerpo grande y visiblemente muy capaz de Rezon se hundió como si toda la lucha le hubiera abandonado.

—No desesperes, Drakon. Hemos hablado sobre tu situación y se ha decidido que se te dará una oportunidad de lograr lo que crees que más deseas.

La esperanza que Asmodeus vio crecer en los ojos de Rezon le dolió físicamente. El príncipe del infierno no era mencionado por los seres humanos como el príncipe de las mentiras sin ninguna razón. Esto podría ser un truco diseñado para atraer a Rezon a su propia destrucción. Y no había nada que Asmodeus pudiera hacer para advertirle.

—¿Cómo? —Rezon apenas respiró la pregunta, pero estaba impregnada de todo el poder y la potencia de su raza. Colgó en el aire, lista y preparada, con la promesa de desatar el caos.

—Si la mujer humana que conocemos como Leisa se libera de la influencia del demonio Malphas —continuó la voz incorpórea de Lucifer—, y si tienes éxito en ganar lo que más deseas en esta vida y la siguiente, entonces a ti y a ella se os permitirá continuar con vuestras vidas como el destino pretende… sea eso lo que sea.

—Pero… —empezó a decir Rez.

—Ya está hecho. —La presencia de Lucifer desapareció.

—¡Bastardo! —gritó Rez—. ¿Te mataría dar a uno de tus hijos una respuesta directa, por una vez?

Asmodeus se quedó mirando a Rez, con la boca formando una amplia e incrédula O. Su mandíbula trabajó en silencio, y por primera vez desde que Rez le había conocido, parecía totalmente incapaz de hablar.

Rez se miró. Nada había cambiado. O nada que él pudiera ver. Realizó un análisis interno y se sorprendió de encontrar una zona mental en blanco.

Asmodeus por fin había encontrado su voz y su grito estrangulado atrajo la atención inmediata de Rezon.

—¿Qué diablos te pasa?

—¡No me jodas! —se quejó el Rey, cayendo sobre una silla y abanicándose la cara—. Como si toda esta situación no fuera ya una putada, Él te ha hecho humano.