Capítulo 9

Leisa despertó inhalando con fuerza, su piel fría y húmeda, el corazón le latía con fuerza. Había estado plagada de pesadillas dignas de un episodio de Expediente X. Había soñado con presencias extrañas en su mente, que profundizaban en sus secretos más íntimos, tratando de capturar su alma y doblegar su voluntad. Recordó voces masculinas hablando de personas con nombres extraños. Conversaciones de seres humanos y demonios. De destrucción y olvido. Condenación y muerte.

Y lo peor es que esos inquietantes recuerdos escalofriantes habían sido algo que se parecía mucho a más que un sueño vívido. Mucho más.

Había habido una voz. No sabía si era hombre o mujer, poseía una calidad asexual que le hacía imposible discernir qué era. Pero hombre, mujer o de otro tipo, esa voz había cubierto su alma con una sensación penetrante que sólo podía describirse como el mal, aunque "mal" era una palabra demasiado insípida. No podía recordar lo que la voz había dicho e instintivamente supo que no quería. Pero incluso ahora, completamente despierta y sabiendo que estaba a salvo de todo daño, el menor recuerdo de esa voz la afectaba tan profundamente que se estremeció. Y no pudo encontrar consuelo hasta que unos fuertes brazos la abrazaron y tiraron de ella hasta un regazo y contra su pecho.

—¡Rez! L-lo siento. —Con los dientes castañeteando, se estremeció en su abrazo—. D-debo haberme q-quedado dormida.

—Shhhh —tranquilizó él, frotándole la espalda—. Está bien, estoy aquí. Debes haber tenido una pesadilla.

Tendría que haberse levantado de la cama en el momento que despertó. Tendría que haber recogido sus ropas y huir. Ya era bastante malo que Rez no se hubiera desplomado sobre su cama a dormir. Tenía que enfrentarse a él antes de poder marcharse, y ahora le permitía consolarla. Leisa sabía que la intimidad de esta situación sólo extendería la torpeza, pero estaba tan aterrorizada por sus pesadillas que lo que quería más que nada era que la abrazara, solo un ratito más.

Deseaba poder estar allí para siempre…

No podía. No merecía ser consolada.

Cuando su toque, su cuidado y el olor de su cálido cuerpo masculino hubo deshecho sus temores, se revolvió, le apartó las manos y se bajó de su regazo. Mantuvo los ojos mirando al suelo mientras buscaba su ropa. No se permitiría mirarle. Solo haría que marcharse fuera más doloroso.

—Gracias. Tengo que irme.

—¿Por qué?

Su pregunta la sobresaltó. Los hombres que la recogían en los bares de mala muerte, y la llevaban a casa para follarla no hacían esa pregunta. Se sentían aliviados cuando ella se marchaba sin montar jaleo. Algunos incluso llegaban tan lejos como para sacudirla para sacarla de su borrachera, le empujaban la ropa en la cara y le mostraban la puerta.

—Tengo que ir a casa y…

—¿Y qué? —Exigió—. ¿Tomar una ducha? ¿Lavarte la cabeza? ¿Lavar mi olor de tu cuerpo? ¿Intentar todo lo posible para olvidarme?

Su voz sonaba tan irritada, tan soberanamente cabreado, que hizo que se le erizara el vello, se apartó el cabello de los ojos y le miró directamente.

—¿Cuál es tu problema? Me recogiste en un bar, me llevaste a casa y me follaste. Pasamos un buen rato. Ahora me voy a casa. Sola. Fin de la historia.

En algún momento durante su sueño él se había puesto unos finos pantalones de algodón de cordones. Y nada más. Aun así, cuando se paró frente a ella, era feroz y peligroso como un guerrero oscuro de una época pasada.

Sin embargo, ningún guerrero conjurado por la imaginación de Leisa podría haberla mirado con una desolación tan cruda ensombreciendo sus ojos hermosos color ámbar.

—Hemos pasado un “buen” rato. Hemos pasado un momento jodidamente sorprendente. Hemos tenido un sexo increíble. Tenemos una conexión asombrosa de mierda. ¿No lo sientes?

Ella cogió el sujetador del suelo y se lo puso, sintiéndose extrañamente incómoda al hacerlo sin ponerse antes las bragas. No es que hubiera sido capaz de usar sus bragas de todos modos, no después de que él se las hubiera arrancado del cuerpo. No. No pensaría en eso. ¡No lo haría!

Se puso el vestido por la cabeza y sólo cuando estuvo vestida y armada contra él respondió:

—No, no siento una conexión. No siento nada.

Cogió los zapatos y se había dado la vuelta para salir de la habitación cuando él estalló en movimiento. La agarró, y antes de que pudiera siquiera chillar, la empujó contra él y le tomó la boca en un beso tan desesperado, tan poderosamente impregnado de su deseo por ella, que Leisa apenas podía respirar.

A pesar de su decisión de escabullirse y dejarle, de extirparle de su vida sin piedad como hacía con todos los hombres con los que follaba, le respondió. En su vulnerabilidad, en su debilidad, vertió todo lo que sentía por él, todo lo que no podía admitir, lo que no podía decirle, en su cara, en su beso. Era su forma de decirle adiós.

Cuando la boca castigadora se suavizó contra la de ella, cuando las manos que la agarraban se relajaron y comenzaron a persuadir en vez de a encarcelar, ella puso las manos sobre sus hombros. Cambió de posición y en un movimiento rápido y calculado, le dio un rodillazo duro en la ingle y se alejó corriendo.

Él se deslizó hasta el suelo. Su gemido de imprecación fue lo último que escuchó cuando se dio media vuelta y salió corriendo de la habitación.

Huyó de su apartamento, cerrando la puerta detrás de sí. No esperó al ascensor. Tomó las escaleras. Y fue un milagro que no se cayera y se rompiera el cuello dado el hecho de que apenas podía ver por las lágrimas.

* *

—Joder. —Rez se puso en pie, agarrándose a sí mismo y tratando de no vomitar. Puntos negros bailaban ante sus ojos. Le llevó mucho más tiempo poder pensar en medio de la agonía de su pelotas golpeadas. El depredador de su interior casi podría haber admirado a Leisa por haberle engañado tan hábilmente antes de liquidarle, si no tuviera este puto dolor.

Y a pesar de la pérdida de sus habilidades Drakon, estaba condenadamente seguro de que ella no había estado fingiendo cuando le besó. El beso que habían compartido había sido honesto, crudo y potente.

Maldita mujer. Tal vez debería dejarla ir y correr el riesgo. Esta mierda de unión era peligrosa para algo más que su estado de salud. Le estaba volviendo loco.

Se arrastró hasta la sala de estar. A pesar de que sabía que ella se había ido, tenía que verlo con sus propios ojos.

—¿Cómo diablos voy a hacerlo ahora?

No esperaba una respuesta. Para su sorpresa, consiguió una.

—Pon tu lamentable culo en movimiento, lagarto torpe. Ella no tiene dinero así que se irá a casa andando. Si te mueves la puedes atrapar en la esquina al lado del café que te gusta. Muévete o la perderás, ¡mierda de cerebro! Por cierto, me debes un gran favor por mantener tu apartamento, junto con todo lo que tienes en él, intacto. ¡Chao!

Rez sonrió y dio las gracias en silencio por la ayuda inesperada. No se le había ocurrido preocuparse de su apartamento construido de manera demoníaca, hábilmente creado a horcajadas sobre la cúspide de los mundos humano y demonio. Debería haberse esfumado con sus poderes y todos los demás pequeños lujos humanos que daba por sentado. Esperaba que Asmodeus no se metiera en problemas por ayudarlo, pero en este momento, no le importaba mucho. El Rey Demonio podía cuidar de sí mismo y más tarde, sin duda, extraería una penitencia.

Más tarde podría cuidar de sí mismo. Ahora Rez tenía una mujer a la que perseguir.

A pesar de ello, se tomó un momento para sacar un paquete de verduras congeladas del congelador y lo aplicó juiciosamente sobre sus pelotas azules mientras cojeaba por el pasillo.

—Oh, Infierno, esto es bueno. —Prácticamente gimió mientras el frío del hielo comenzaba a adormecer sus piezas magulladas.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron al nivel del suelo, abandonó el frío envase, ignoró el dolor y salió corriendo. Más bien, un trote desigual.

Su ropa, o más bien la transparencia de sus pantalones de lino provocó una ola de protestas entre los peatones del domingo por la mañana mientras corría por la acera, golpeando con los pies descalzos y veinticinco centímetros de partes colgantes masculinas que se bamboleaban de lado a lado. Hizo caso omiso de los abucheos y silbidos, manteniendo su mente enfocada en el premio.

Agarró a Leisa en la intersección. Había parado un taxi y estaba tratando de convencer al cansado conductor de que la llevara a casa, a pesar del hecho que saltaba a la vista de que no tenía bolso ni un dólar en su persona. El tipo simplemente no se lo tragaba.

—No pierdas el aliento, cariño. He oído de todo, ¿vale?

—Pero tengo dinero en efectivo en casa —le engatusó—. Está en mi bolso. Sólo que no tengo suficiente conmigo, porque…

—Se suponía que yo iba a llevarla a casa —dijo Rez, cerniéndose sobre ella y clavando al mirada dura en el taxista—. Excepto que he cambiado de opinión y ella no se va a casa. Mi culpa. Lo siento por perder su tiempo

El taxista estiró el cuello para mirar a Rez. Parpadeó, tragó saliva y volvió a meter la cabeza en el taxi, donde pisó a fondo el pedal. El coche se tambaleó y salió disparado con un chirrido impresionante de neumáticos.

Leisa se giró hacia Rez con los brazos en jarras y los ojos brillantes de furia.

—¿A qué diablos crees que estás jugando?

—No estoy jugando a nada. Mira, no quiero que te marches… así no. Y hay algo que no sabes sobre mí. ¿Quieres venir a mi apartamento y escucharme? ¿Por favor? —Esperó, mordiéndose el labio inferior, preguntándose qué haría si ella se iba.

Ninguno de sus poderes estaban disponibles para ayudarlo. Podría ser más grande y fuerte, pero si tenía que llegar al plano físico ella le haría sudar tinta, como sus todavía palpitantes pelotas atestiguaban. Ni siquiera podía lanzar un glamour conveniente para emborronar la visión de cualquiera que pudiera presenciar cómo se la llevaba a su guarida.

Como Drakon, habría sido capaz de leerla tan fácilmente como un libro abierto. Habría sido capaz de manipularla, decirle todo lo que ella quería oír. Como Drakon, podría haberla arrojado sobre su hombro y hacer con ella lo que quisiera.

Pero no era Drakon, al menos, no hasta que el período de tiempo que Lucifer había decretado terminara. Ya era domingo por la mañana y tenía hasta el martes para salvar el alma de Leisa. Si no la salvaba, probablemente moriría con ella. Como humano. Y si ese iba a ser su destino, quería pasar cada hora del día con ella.

Desgraciadamente estaba volando a ciegas y no tenía la menor idea de cómo iba ella a reaccionar a su solicitud. Si decía que no....

Ella soltó un suspiro derrotado. Con los hombros caídos, en lo que él imaginaba podría ser agotamiento.

—Está bien. No es que tenga nada mejor que hacer. Y bueno, no es como si hayas resultado ser un pervertido o un violador, así que, ¿qué tengo que perder?

Simplemente tu vida y tu alma, pensó Rezón. Y la mía.

—Gracias. —Exhalando un aliento que no se había dado cuenta que había estado reteniendo, le tendió la mano. Y fue recompensado con la ligereza y el calor que le inundó el corazón cuando ella la agarró. Si esa sensación tan agradable provenía solamente de sostener la mano de una mujer, tal vez ser humano tenía sus compensaciones.

¿Y cómo sería el sexo? ¡Si lo hacía bien, tendría la oportunidad de averiguarlo!

Le apretó la mano, atrayéndola a su lado como había hecho la primera vez que la había recogido y acompañado fuera del bar. Ayer por la noche. ¡Mierda! Pocas horas atrás. Parecía toda una vida.

¿Era eso lo que significaba ser humano? ¿Las horas pasando y las vidas cambiando irrevocablemente en un abrir y cerrar de ojos? Qué desesperante debía de ser el arrancar cada trocitos de placer que pudieran de sus vidas pasajeras. Los pequeños y asombrosos humanos eran tan susceptibles a las tentaciones que los Demonios colgaban delante de ellos.

Rez escoltó a una Leisa silenciosa a su edificio y hasta su apartamento. La puerta principal estaba entreabierta, exactamente como la había dejado.

—¡Jesús, Rez!

Instintivamente se encogió, pero cuando ningún dolor abrasó sus ojos, echó atrás la cabeza y se rió con verdadero placer.

—No es divertido —le dijo—. Cualquiera podría haber entrado mientras estabas persiguiéndome. ¿No tienes suficiente sentido común como para cerrar la maldita puerta?

—Parece que no. —Aguijoneado por su inquietud, la hizo esperar en la puerta mientras revisaba en busca de intrusos—. Todo despejado. Entra. —Fue a la cocina y abrió el refrigerador—. ¿Tienes hambre? Me pregunto...

¿Se atrevería a decirlo? Quien no arriesga, no gana. Cerró los ojos y apretó los dientes.

Dios, podría matar por un poco de bacón y huevos en estos momentos. —Esperó… nada. Ningún rayo desde lo Alto. Sonrió. ¡Excelente! Otro beneficio de ser humano, podía mencionar el nombre del Señor en vano. Tomó lo que necesitaba de su nevera, por suerte bien surtida y presentó los ingredientes sobre el mostrador.

Claramente irritada, Leisa cerró la puerta principal y se dirigió hacia el sofá.

—Sólo café para mí, gracias —dijo.

Con una cantidad excesiva de atención que extrañó a Rez, se sentó en los cojines y los dispuso a su alrededor de manera remilgada. Hasta que su mirada fue atrapada por un trozo de encaje de color rosa pálido tirado en el suelo de la cocina.

Sus bragas.

A pesar de sus pelotas magulladas y doloridas, su polla se estremeció. La miró de manera especulativa, preguntándose cómo reaccionaría si se acercaba a ella, la empujaba sobre el sofá, le levantaba el vestido y comenzaba a darse un festín con los labios inferiores regordetes. Tal vez pasara del desayuno caliente y la tomara a ella en su lugar. Su polla se cuadró. Su carne estaba dispuesta, pero su cerebro no estaba tan dispuesto a admitir que fuera una buena idea. Sobre todo cuando su mirada se desvió a la cara y absorbió la fatiga y la tensión allí escrita.

Rez obedeció a su cerebro y valientemente ignoró a su polla en posición de firme. Preparó la cafetera y se concentró en freír el desayuno cargado de colesterol.

—¿Y? —preguntó Leisa.

—Y, ¿qué?

—¿Qué tienes que decir que es tan malditamente vital?

—¿Puedes esperar hasta que haya terminado de cocinar? Sólo soy un hombre, y según todos los informes no somos muy buenos en las multi-tareas. No me gustaría quemar mi bacón.

Una sonrisa tironeó de las comisuras de la femenina boca sensual.

—Está bien. ¿Seguro que puedes hacer un café decente, o prefieres que lo haga por ti?

—Oh —Rez volcó el bacón, retrocediendo cuando el aceite salpicó—. Creo que puedo arreglármelas.

—Increíble —dijo ella con un borde ligeramente sarcástico cuando él le llevó una bandeja y la tiró sobre la mesa.

—¿Qué? ¿Esto? Es simplemente bacón y huevos, no demasiado complicado. ¿Cómo tomas el café?

—Solo con un azucarillo. Y por increíble me refiero a que no te quemes. —Señaló su pecho desnudo.

Rez movió las cejas.

—Soy hábil. ¿Qué puedo decir? —Le entregó la taza de café antes de sentarse en el suelo junto a sus pies—. Esto es realmente bueno —dijo, empujando comida a la boca—. ¿Seguro que no quieres un poco?

Ella sacudió la cabeza, moviéndose sin cesar en el sofá.

Él le acarició la pantorrilla desnuda, disfrutando de la sensación de su suave piel bajo los dedos.

—Relájate.

Ella se inclinó para colocar la taza de café sobre la mesa y le miró con ojos serios.

—Escúpelo, Rez. Basta de dar evasivas y jugar al marido feliz en casita, ¿vale? No estoy de humor.

Él apartó la mano, consciente de que el tiempo de las evasivas había pasado.

—Está bien. ¿Quieres la versión larga o la versión corta?

Ella se puso tensa y retrocedió un poco, creando distancia. Su inquietud se derramó, dolorosamente evidente, incluso para sus no-realzados sentidos.

—La versión corta.

Rez se subió al sofá, giró para sentarse con las piernas cruzadas frente a ella.

—Está bien, voy a decírtelo directamente. Soy un Drakon, el último de mi especie, en realidad. Y ayer por la noche, cuando foll... eh... tuvimos relaciones sexuales, nos unimos. Ahora tú eres el único ser en la existencia que conoce mi verdadero nombre, lo que es tan sorprendente a tantos niveles que no puedo ni decírtelo. Si eso no fuera bastante extraño, ese demonio gilipollas llamado Malphas manipuló tu conciencia para que estuvieras más inclinada a matar a tu cuñado cuando descubriste su pequeño vicio asqueroso. Algo que hiciste, por desgracia, por lo que ahora estás maldita y Malphas es dueño de tu alma. La recogerá el martes al filo de la medianoche. Y hay una buena probabilidad de que a causa de nuestro vínculo, cuando abandones este cuerpo mortal te siga y nadie está realmente seguro de lo que me pasará después de eso. Oh, y por alguna perversa razón suya, Lucifer me hizo humano, lo que va a hacer que sea aún más jodidamente difícil salvarte. —Cruzó los brazos sobre el pecho e hizo una mueca ante los restos de su desayuno, su apetito se había ido—. Sí. Creo que eso lo cubre todo.

Los ojos de Leisa eran enormes piscinas insondables en su pálido rostro. Parpadeó.

—¿Estás loco?

—No.

Ella se frotó los brazos y retrocedió otro poco hasta que golpeó el brazo del sofá.

—Bien, si no estás loco, entonces, ¿qué diablos eres?

—Te lo he dicho, Drakon.

—¿Qué es?

—Lo que los seres humanos podríais denominar un dragón. Una de las razas de demonios más poderosas en el infierno.

Leisa dio un grito ahogado y se hundió contra el sofá, sin aliento.