Capítulo 3
Asmodeus, rey de los demonios, ahuecó las almohadas detrás de la cabeza y se estiró en su súper-cama king size. Un par de horas para sí mismo ¡por fin! Suspiró feliz, bien, tan lleno de felicidad como un demonio podría estar dado el lamentable estado de su alma eternamente condenada.
Con un pensamiento encendió la enorme pantalla LCD para empezar a ver un episodio de su serie favorita. Asmodeus adoraba la premisa detrás de Tan muertos como yo con sus chanchullos causando accidentes fatales y no-muertos recogiendo las almas de las víctimas antes de que sufrieran una muerte violenta. Algunas de las muertes eran tan inspiradas que ni siquiera él habría podido tramarlas. El humor era negro, el lenguaje salpicado de insultos y las frecuentes escenas de muerte tan gráficas que merecían una mueca de dolor, dignas de su copa de sangre. Y la idea de los Muertos reuniéndose en un restaurante de tortitas donde les daban sus "tareas" en un post-it le hacía mucha gracia.
—Su Eminencia, siento muchísimo molestarle, pero…
Asmodeus detuvo el programa con un audible gruñido. No era pedir tanto un rato de inactividad.
—¡Más vale que sea bueno, Verrine!
—Tengo una Seductora, Naamah, que solicita una entrevista privada. Es de lo más insistente.
Asmodeus sonrió. Gato frente a serpiente... La mente aturdida. Bien, la suya, de todos modos. Había sido bendecido con una maravillosa vívida imaginación.
Un momento de silencio y luego:
—¿Quiere verla, Su Eminencia? ¿O debo... —forzar a la pequeña perra a adoptar su forma primaria, afeitarle todo el pelo y pasearla por la oficina—... despedirla?
Asmodeus sonrió. Su secretario era, obviamente, impasible al particular estilo de auto importancia de Naamah.
—La veré ahora. Y ¿Verrine?
—¿Sí, Su Eminencia?
—Antes de enviarla aquí, dile que espero que su interrupción merezca la pena o voy a hacerla sufrir. Por favor, asegúrate de que lo entiende. En su totalidad.
—Con mucho gusto, su Eminencia. —La voz de Verrine vibró con venenosa delicia.
Asmodeus se retiró a su sala formal, frunciendo el ceño mientras contemplaba su imponente trono de obsidiana.
Su imponente y duro como una roca trono de obsidiana jodidamente incómodo.
Se habría librado de la maldita cosa hacía milenios si no hubiera sido un regalo del mismo Lucifer. Aún más para desgracia de Asmodeus, ninguno de sus súbditos se había portado tan mal como para justificar el quitarle la piel y hacerse cojines con ella para aliviar su malestar. Todavía. Aún mantenía la esperanza.
Un golpe tímido en la puerta le llevó al trono y se dejó caer sobre él mientras miraba a la puerta.
—Entra.
Echó un vistazo a la Seductora cuando se abrió paso de manera inestable sobre el suelo de mármol negro, brillante como un espejo, sus zapatos de tacón alto chirriaron cuando luchó por mantener el equilibrio. Escondió una sonrisa. Las patas de su forma primaria felina habrían atravesado el suelo fácilmente. Hizo una nota mental para recompensar a los empleados por su diligencia al pulir el suelo hasta tal punto traidor.
A los pies del trono cayó de rodillas y agachó la cabeza.
—Bueno, manos a la obra, Naamah. Dime para qué estás aquí. No me dejes en suspenso. Tengo cosas más importantes que hacer.
Mientras ella se quejaba y gimoteaba por la conducta negligente de Rezón, el rostro de Asmodeus se volvió cada vez más pétreo. Rechinó los dientes. ¡Maldito fuera ese Drakon! Rez había sido uno de los entes más poderosos del Infierno. Había sido teniente de Asmodeus durante cuatro mil gloriosos años antes de que renunciara de forma abrupta y solicitara el traslado a la unidad de Seductores.
¿Un Seductor? ¿El Rez frío, cínico y despiadado? Un desperdicio.
Por supuesto que Asmodeus tenía que admitir que Rez, incluso como un Seductor, era excepcionalmente bueno en su trabajo. Brillante, de hecho. Cuando se molestaba en hacerlo.
A diferencia de algunos Seductores de sexo masculino que se limitaban a las mujeres humanas atractivas, Rez había confesado una vez que apreciaba a las mujeres jóvenes en todas sus múltiples formas. El Drakon podía encontrar la belleza oculta incluso en el paquete femenino menos atractivo. Y a menudo eran las mujeres tímidas y sencillas quienes resultaban ser sus corrompidas de mayor éxito. Para Rez era un juego de niños corromper al ratoncito de la oficina y fomentar su transformación en una erótica tentadora empeñada en causar estragos a sus incautos colegas masculinos. Ese tipo de mujeres jóvenes eran las mejores rompe hogares y durante décadas esas mismas jóvenes habían ayudado a Rez a conseguir sus cuotas, por poco.
No es que a Rez le importaran una mierda las cuotas. Asmodeus había sido obligado a ocultar su deleite en más de una ocasión cuando el Drakon informó al Consejo en términos algo gráficos dónde podían metérselas.
Rez era lo más parecido a un amigo que Asmodeus tenía, pero incluso después de casi cuatro mil años de lo que pasaba por amistad en el mundo de los demonios, Asmodeus no creía que entendiera realmente al Drakon. Si no lo conociera, pensaría que Rez estaba deprimido.
Ahora bien, había algo a considerar. ¿Los Demonios se deprimían?
No, seguramente no. La preocupación de Rez por la hembra humana era sólo una aberración temporal, al igual que dejar a Asmodeus en la estacada para unirse a los Seductores. Se recuperaría. Con el tiempo. Ojalá.
Asmodeus se había sentido inclinado a dejar estar a Rezón, pero ahora que Naamah había traído oficialmente su locura a la atención de su rey, se vería obligado a hacer algo al respecto. Como meter algo de sentido común a golpes en esa dura cabeza de Drakon de Rez. Y dada la destreza de Rez en el combate, eso probablemente iba a lastimar a Asmodeus, al menos tanto como a Rez. Mierda.
Después de despedir a Naamah, Asmodeus regresó a su cama y contempló su pantalla de TV. Esta vez ordenó una forma completamente diferente de entretenimiento y pasó la noche observando a su amigo cayendo en la enfermiza obsesión por la hembra humana.
¡Por las pelotas peludas de Lucifer! Asmodeus resopló de una manera muy poco real ante el anhelo conmovedor de los ojos de Rez. ¡Uno podría ser perdonado por pensar que el Drakon estaba enamorado desde los cuernos a la cola!
—Rezón, Rezón, Rezón. —El rey Demonio sacudió su hermosa cabeza y se golpeó los colmillos con el dedo índice—. ¿Qué diablos voy a hacer contigo?