Capítulo 17

EL verano ha llegado de nuevo. Algunos científicos dicen que hemos pasado por el invierno más frío de la Historia. Yo no puedo compartir esa opinión, puesto que para mí ha resultado ser el más cálido desde que puedo recordar.

Imagino que han influido un poco en mi temperatura las vivencias que han tenido lugar estos meses. No, aún no le he visto; pero le he sentido cada día. Han existido regalos, detalles y notas, muchas notas. Los papeles en blanco con palabras y frases se han convertido en nuestro único método de contacto. Nunca hasta este momento había valorado tanto el papel del folio, un lugar en el que puedes escribir tus sentimientos y hacérselos llegar a la otra persona sin intermediarios, con la seguridad de que si no lo muestras, nadie más lo leerá. Guardo los mensajes en mi cabeza puesto que he quemado todos los que me mandaba para prevenir, por temor a que alguien los encontrara y eso me pudiera alejar más tiempo de su lado.

Los mensajes escritos son unidireccionales, puesto que yo no tengo ninguna dirección física a la que poder mandárselos. Sin embargo, y como le siento cerca de mí en bares y lugares abarrotados de Madrid, no dudo en dejar mensajes, ya sea en un árbol, en una servilleta o en cualquier lugar, creyendo que de alguna manera él tendrá acceso a ellos.

Esta especie de historia también me ha producido algún momento incómodo. Por ejemplo, hace unas semanas dejé en un bar una servilleta con el texto: «Te echo de menos y quiero verte». El problema es que Romeo no estaba allí o el camarero se adelantó, y resultó que su novia era la dueña del local y al leer la nota que tenía su pareja se puso a gritarle hasta el límite de que tuve que intervenir, ya que si no lo hago le deja en cualquier momento.

Estoy impaciente, y es que aunque el tiempo pasa más rápido que cuando creía que estaba muerto, no pasa lo suficiente para superar este intervalo que nos ha sido impuesto por nuestra propia seguridad. Me gustaría saber qué día será el que podamos empezar una vida juntos. Si me pongo a elegir, también quiero saber el cómo. Todas las noches antes de dormir me entretengo imaginando la escena. La que más me gusta imaginar es en un escenario muy bonito: el Retiro de Madrid. Yo estoy paseando (perfectamente arreglada) y llego al lago, entonces noto cómo unas manos me giran y allí está él, que me besa con toda la pasión que hemos contenido durante este tiempo.

He matizado lo de arreglada, porque ahora todos los días me visto bonita por si acaso es mi final de película y no estoy arreglada de la manera adecuada. Todos menos hoy, y es que no se puede ir con ese tipo de ropa a hacer el Camino de Santiago.

Este año me he decantado por unas vacaciones un poco diferentes. Después de experimentar con mi viaje a Nápoles, he decidido que para este verano quería algo más espiritual. Y no me he equivocado. Pese a no haber hecho deporte en mi vida y sufrir las agujetas y las ampollas, todo el dolor ha quedado eclipsado por los paisajes de la maravillosa Galicia. Una comunidad que me era desconocida y que ahora siento parte de mí misma.

Me ha acompañado mi fiel amiga Tamara que, al igual que yo, todas las mañanas ha odiado esta tierra de montañas y paisajes para por la tarde celebrar nuestra decisión en alguna terraza con la única compañía de un vino blanco.

Pilar no nos ha acompañado en esta ocasión, pero el motivo es algo positivo. Ha desafiado a las estadísticas y continúa con su relación a distancia, cada día más enamorada y más feliz. Va a resultar que el famoso macetero que se trajo a España y sus delicados cuidados han dado su fruto.

Hoy hemos llegado a nuestra meta. La ciudad de Santiago se ha extendido ante nosotras y nos encontramos a un paso de pisar la ansiada plaza. Quiero alargar mi camino por lo menos tres segundos en la calle secundaria que da paso a la famosa catedral.

Tomo aire y giro. Ante mí se extiende una plaza repleta de peregrinos que caen rendidos al suelo, cediendo al cansancio y a la majestuosidad de la construcción.

Voy a imitarles cuando un grupo de ciclistas me corta el paso.

—¡Cuidado! —logro escuchar que alguien me grita, y me doy la vuelta para comprobar que los tengo encima. Sin tiempo para reaccionar. Me van a atropellar.

Cierro los ojos pero el dolor no llega. Oigo el chirrido de unas ruedas a mi lado. Ha frenado a tiempo. Aún con los ojos cerrados, me pongo a gritar nerviosa.

—¿Estás loco? ¿Se puede saber cómo vas a estas velocidades por aquí? ¡Es peatonal! —no contesta, así que prosigo indignada—: Has estado a punto de atropellarme —en vez de sentir vergüenza o pedirme perdón, el energúmeno que tengo a mi espalda comienza a reírse—. ¿Encima te ríes? —grito girándome para encararme.

Sus ojos. Es lo primero que distingo antes de percatarme de que se trata de Romeo.

—¿Puedes ir mañana a Finisterre? —me pregunta con un extraño y novedoso acento español situándose a mi lado. Asiento—. Allí estaré.

No me da opción a agregar nada puesto que emprende la marcha y se aleja de mí. Tamara se acerca en ese momento, y excitada me explica que le han contado otro ritual del camino: el París-Dakar. Es algo simple: en una calle aledaña hay un bar que se llama París y otro Dakar, y entre ambos una docena de establecimientos. Los peregrinos deben beber un vino en cada uno y conseguir un sello. Una especie de camino alternativo. Yo no reacciono, solo puedo pensar en esos ojos verdes que me esperan al día siguiente y en cuál será el motivo de nuestro encuentro.

Me despierto muy temprano. Romeo no me ha dicho ninguna hora, por lo que quiero llegar lo más pronto posible. Abandono la habitación mientras me llegan los pequeños ronquidos de Tamara, que logró realizar con éxito el París-Dakar. Sonrío; seguramente estará dormida hasta bien entrada la tarde y se despertará con un considerable dolor de cabeza.

La anciana de recepción me indica dónde puedo coger el autobús. Algunos valientes realizan ese tramo andando, pero está más o menos a cien kilómetros, por lo que no me puedo permitir esa nueva aventura.

Compro los billetes y me siento al lado de la ventanilla. Desde mi posición puedo observar el camino serpenteante, poblado de naturaleza, que lleva hasta el cabo de Finisterre. Al cabo de una hora y media más o menos, el vehículo se detiene en un parking repleto de turismos.

Bajo y la brisa marina me invade. Al instante se me acercan algunas personas para ofrecerme propaganda de los menús de sus diferentes establecimientos. Guardo todas por si caso. ¿Es posible que esa misma tarde esté con Romeo en algún bar del puerto disfrutando de un plato de marisco?, me pregunto; pero al instante niego con la cabeza. No debo hacerme ilusiones antes de tiempo.

Como no sé exactamente dónde nos veremos, continúo andando hasta llegar a una pequeña tienda en la que acabo comprando un colgante hecho con conchas marinas. Para pasar el tiempo.

Romeo sigue sin dar señales de vida, por lo que prosigo mi particular visita turística. Subo por las montañas de piedra que rodean el faro a ambos lados para vislumbrar el océano Atlántico.

Como está lleno de turistas que no paran de hacer fotografías, sigo mi camino hacia delante. Así, paso por el kilómetro cero del peregrinaje e intento subir al faro para comprobar que no es posible.

Finalmente, cruzo el muro que separa el faro de la colina descendente que da lugar al acantilado de Finisterre. Sorteo los diferentes caminos y voy bajando hasta llegar a una piedra solitaria, en la que me siento dejando que mis piernas cuelguen en la pendiente. A mi alrededor no hay nadie. Las familias no se aventuran a bajar tanto.

Veo las rocas con cenizas a mi alrededor entre los arbustos. Algunos peregrinos queman allí sus pertenencias como símbolo de acabar con todo lo viejo y comenzar una nueva vida. Leo los nombres grabados en ellas y me atrevo a imaginar las historias de algunas de esas personas venidas desde todos los puntos de la Tierra.

No puedo ver el sol puesto que las nubes negras y la niebla me lo impiden. Por supuesto, era algo con lo que contaba. Por este motivo, me he decidido por unos pantalones de deporte y una sudadera con capucha para nuestro reencuentro en lugar de la camiseta de tirantes ceñida que me había ofrecido Tamara.

La Costa de la Muerte, que es como llaman al mar en esta parte de Galicia, parece más tranquila que de costumbre. De hecho, sus olas no golpean con fiereza las rocas que tengo bajo mis pies. En lugar de eso, la marea permanece mansa, dejándome disfrutar de los barcos pesqueros y permitiendo a las gaviotas posarse en sus aguas.

Una ráfaga de aire helado me golpea y tengo que abrazarme a mí misma. El viento trasporta un aroma que hace que me estremezca. Un olor que me produce el escalofrío más grande de mi vida.

Permanezco sentada con la vista al frente mientras Romeo se sienta.

—¿Ha sido difícil decidirse por un único deseo? —me pregunta. Está a una distancia prudencial, pero le siento tan cerca que mi piel se pone de gallina.

—¿Un deseo? —pregunto sin comprender a qué se refiere. Lentamente mis ojos se mueven hasta encontrarse con los suyos. Está tan guapo como siempre, aunque algo cambiado. Su piel ya no está tan bronceada y el pelo le ha crecido formando unos graciosos rizos castaños. Pero sus ojos mantienen el mismo tono verde esperanza.

—He oído que mucha gente «renace» una vez llegan a este punto. En mi caso, en vez de pedir una vida nueva me he decidido por un deseo.

—Es bastante original. No lo he hecho pero podría escribirlo en un minuto. Llevo meses sabiendo lo que necesito; ponerlo en un folio no me resulta complicado —contesto y noto cómo su mirada se ilumina.

—Espero que no lo malgastes pidiendo un imposible como que te toque la lotería... —bromea y sus gruesos labios se transforman en una sonrisa ladeada.

—Sería bastante coherente con mi petición. De hecho, ya se me ha cumplido... ¿y tú?

—He escrito algo —me tiende una bola de papel arrugado que deposita en mis manos. Su contacto hace que mi corazón se acelere—. Verte no ha sido mi deseo, si es lo que piensas. He aprendido que no debo dejar al azar las cosas más importantes de mi vida —afirma acariciándome la mejilla—. Ésa era la manera egoísta de actuar de Romeo. Ahora soy Pablo, un ex mafioso loco que perdió la cabeza por una española un poco terca y lo dejó todo para venir a su lado. ¿Te gusta el nombre? —asiento. Tengo el impulso de lanzarme a darle un beso pero me controlo. Estamos en un mundo en el que solo existimos él y yo. Por eso hay algunos temas que debemos hablar.

—Lo siento —exploto. Llevaba meses sintiéndome culpable por haberle abandonado a su suerte cuando más me necesitaba—. No debí haberte dejado aquel día, lamento...

—No sigas por ahí, ¿qué se supone que hiciste mal?

—Irme y dejarte.

—No; marcharte ha sido lo mejor que pudiste hacer. Me diste el toque de atención que necesitaba para aprender que las cosas que uno más quiere no se consiguen sin sacrificio. Gracias a tu decisión cogí las fuerzas necesarias para esforzarme cada uno de mis días en convertirme en una mejor persona que pudiera optar a merecerte —mientras habla, observo que tiene una de sus manos apoyadas en el césped y muevo lentamente la mía hasta que los laterales se tocan—. Hubo un día en que estuve a punto de tirar la toalla y volver a la vía fácil —confiesa—. Entonces recordé tu imagen y supe que todos los meses de sufrimiento y dolor merecían la pena si algún día, en cualquier lugar del mundo, te volvía a besar.

—Romeo —olvido que ya no se llama así, sino Pablo—, pudiste morir.

—Y lo habría hecho. De alguna manera lo hice. Y aunque no te lo creas, ahora mismo lo haría si me despidiera de este mundo besándote. Valoras demasiado la vida, Bertita —me habla con tal familiaridad que olvido los meses de separación—. Una vez descubrí aquello que daba sentido a mi existencia, no estaba dispuesto a continuar si no volvía a poseerlo. Me resisto a medir mi vida por el tiempo que aguante vivo en la Tierra, prefiero calcularla imaginando todos los momentos que me quedan a tu lado, los únicos instantes en los que sobrevivir tiene sentido. Veo el resto de mi vida como si fuera conduciendo por una autopista y, si no eres tú, no quiero otra compañera de viaje. Sé que habrá momentos duros, que te sacaré de quicio y en ocasiones tú harás que me exaspere. También estoy seguro de que una sonrisa tuya servirá para borrarlo todo, que en los malos momentos tendré a mi alma gemela para ayudarme y que cada día te querré un poco más que el anterior pero menos que el siguiente —me quedo sin palabras.

—Me da miedo no cumplir las expectativas, que hayas luchado por nada, que una vez me conozcas en esta nueva etapa, te des cuenta de que no merecía tanto la pena...

—Una vez me dijeron que sabes que estás enamorado cuando irías con esa persona a cualquier parte. Pues bien, yo he venido contigo hasta el fin del mundo, literalmente —en la época de los Reyes Católicos se creía que Finisterre era el fin de la Tierra—. He venido al fin del mundo contigo —repite—, y pienso regresar de tu mano.

Nos miramos con pasión y antes de que pueda contestar, me agarra y me besa provocando en mi interior una explosión de sentimientos. Nuestros labios se acoplan como si estuvieran hechos para estar juntos.

—Llevamos tanto tiempo esperando... —logro susurrar rozando mi nariz con la suya.

—...y esperaría más si no estuviese convencido de que ya es seguro tenerte a mi lado.

—¿Ya? —exclamo emocionada y me lanzo a su brazos. Asiente mientras me acuna.

—Ha llegado el momento de que conozcas a Pablo, un joven italiano que vino a España buscando suerte y ahora trabaja en un taller. Experto en motos...

Le corto y me lanzo de nuevo a besarle como si me quemara estar separada. Ha luchado tanto por mí que siento como si fuera a estallar de amor.

—Ya es hora de que comencemos a crear los recuerdos de toda una vida —le digo—. Van a ser tantos que tendremos que comprar un buen baúl donde guardarlos... —nos miramos fijamente.

—Como dice esta roca —y me señala un grabado—, esto es el principio, no el final.

—Imagino que siempre lo has sabido, pero quiero decirlo en voz alta. Te quiero —grito y las gaviotas del mar vuelan—. Romeo Leone —susurro.

—Ésas son exactamente las palabras con las que soñaba cada uno de mis días.

Nos ponemos de pie, y cogiéndome de la cintura me atrae para besarme de nuevo.

—Ahora lee mi deseo.

Me había olvidado de la nota por completo. Apoyo mi cabeza en el hueco de su hombro mientras la desdoblo.

«Dije que nunca te lo diría en voz alta porque no tendría valor... Sin embargo, sí que lo tiene si lo escribo... Porque es la primera vez: Te amo, Bertita. ¿Te atreves a compartir el resto de tu vida a mi lado?».

Una vez leí que «el pensamiento de un hombre es, ante todo, su nostalgia por las cosas que pudo hacer y no llevó a cabo». Un sentimiento de arrepentimiento que acompaña a las personas durante los últimos años de su vida. Para no caer en los errores de los demás, me arriesgué y me entregué a ese hombre sin reservas; y ahora, en mi vejez, estoy segura de que tomé la mejor decisión. Toda una vida a su lado corrobora mis palabras.

Pero esto ya lo sabía aquel día, con mis veinticuatro años, mientras las lágrimas caían por mi rostro, consciente de que nuestra espera había terminado y nuestra verdadera historia estaba a punto de empezar. Con Romeo había experimentado lo que sentía al bajar a los infiernos y en ese momento estaba preparada para subir de su mano directa al cielo. Con ese amor tan pasional, inmenso e irracional que sentía y he sentido siempre; que me daba la vida y me la quitaba en un instante, que me oprimía el pecho y a la vez me permitía respirar, que bombeaba mi corazón con los latidos de una bala.

Agradecimientos

De nuevo me veo ante el folio en blanco de los agradecimientos y no sé cómo ni cuáles son las palabras para agradecer el cariño que recibo de tanta gente que me apoya. De verdad que me siento una afortunada por tener a tantas personas a mi lado.

En primer lugar, quería dar las gracias a todos los lectores de «Sangre y Corazón: juicio de genes». Vuestras palabras de cariño me dieron fuerza para crear otra historia. Y a Éride Ediciones, gracias por confiar en mí dos veces.

A mi madre Elena y mi padre Javier, los mejores padres que he conocido. Podría escribir una biblioteca entera explicando los motivos por los que su apoyo en todos los aspectos de mi vida es siempre el más importante, así que lo resumiré en dos palabras: os quiero.

A mi Miguel Ángel, que siempre será mi Titi aunque pasen cien años. Aunque no te lo diga mucho, tu mera presencia me hace feliz porque desprendes energía positiva. Eres la luz que ilumina a mucha gente, aunque no lo sepas.

A Amparo y Jorge, mis tíos y dos de las personas a las que más admiro y respeto. Dos personas luchadoras que siempre han sonreído a la vida. Me gustaría el día de mañana parecerme un poco más a vosotros porque sois un ejemplo a seguir.

A mi otra familia: Carmen, Pepe, Sara, Joel y Lola, gracias por todo el cariño que me habéis dado en tan poco tiempo y por hacerme sentir como en casa desde el primer día.

A Nuria, lo más parecido que he tenido a una hermana. Más que familia, eres parte de mí.

A Rubén, la persona más especial que conozco en la faz de la Tierra. Un ángel caído del cielo para hacer felices a aquéllos que tenemos la suerte de estar a su lado.

A todos los amigos del Erasmus: Mado, Ana, Vera, Cristian, Roberto, Sara, Paula... vosotros me habéis cambiado la vida y espero no perderos nunca.

A mis compañeros de viaje de la universidad y amigos, Carlos, Alex, Alberto, Raúl, Irene, Dani... gracias por estar ahí aunque pase el tiempo, por hacer que os sienta a mi lado aunque en ocasiones estemos lejos.

A mis compañeras del cole, Bea, María, Chamo, Silvia y Alba. Cuando recurro a los mejores recuerdos de la adolescencia, estáis ahí; cuando miro los momentos más complicados, también; y sé que en el futuro formaréis parte de mi vida. Gracias por no desaparecer nunca y por permitirme disfrutar de la verdadera amistad.

Héctor, Sara Lombargo, Jorge Javier, Javier del Pozo, Roberto y Fernando, mis amigos de la más tierna infancia de los que siempre me voy a acordar.

A mis compañeras de Vallecas Digital: Tamara, tu sonrisa y amabilidad ayudan a que el resto del mundo sea cada día un poco más feliz; Paloma, gracias por emocionarte siempre que te cuento algo de la novela, y no te olvides de que serás una gran autora y yo estaré allí para verlo; Alba, mi Alba, ¿qué te puedo decir? No hay palabras que abarquen todo lo agradecida que estoy. Solo puedo pedirte que no desaparezcas nunca porque a tu lado los días son más felices.

A Soraya y Mercedes, gracias por haberme acompañado tanto tiempo, espero que nuestros caminos se vuelvan a cruzar.

A toda la gente de Villora, gracias por apoyarme y hacerme sentir como en casa cada vez que disfruto de unos días en vuestra presencia.

A todos y cada uno de los habitantes o visitantes de Villar del Maestre, con vosotros la soledad no existe ya que entre todos formamos una gran familia que junta es capaz de lograr lo que se proponga.

A mis amigos: Alejandro, por ser la persona con el fondo más puro que conozco. La palabra amistad adquirió sentido el día que te conocí; Clara, eres la chica más sociable que he conocido, eres una de esas amigas especiales con las que el tiempo pasa volando; Miguel, compañero de las ‘frikinoches’, eres una de esas personas que entraron en mi vida de rebote y a la que no quiero perder nunca; Alberto, mi hermano y compañero, siempre a tu lado como dos siameses, sabes que los mejores momentos solo suceden cuando tú estás cerca; Mónica, Tony, Samuel y Antonio, gracias por ser parte de mi familia y darme la oportunidad de pasar tan buenos momentos a vuestro lado; Carolina, sin lugar a dudas eres la amiga con la que todo el mundo sueña, siempre dispuesta a ayudar ataviada con una sonrisa, gracias por formar parte de mis días y mis noches, espero estar siempre a tu lado; Vanesa, José y Nico, desde pequeña siempre consideré a Vanesa como parte de mi familia y ahora ésta ha aumentado con José y Nico, os adoro a los tres y solo puedo desear que cada día seáis más felices que el anterior; Natalia, aunque entraste tarde en mi vida, lo hiciste pisando fuerte y ya has dejado tu huella, gracias; Berta, guapa, simpática, buena, tienes todos los ingredientes para que todo el mundo te quiera a su lado y yo soy una afortunada por tenerte al mío; Diego, eres una de esas personas que sabe estar siempre que se le necesita, gracias por formar parte de mi círculo de amigos; Mario, eres uno de los chicos más interesantes que conozco. Sé que llegarás alto y yo estaré allí para acompañarte; Blanca, eres tan preciosa por fuera como por dentro, ahora que te he encontrado, no te perderé; Rodrigo, un amigo que aunque nos separen miles de kilómetros, aún siento a mi lado; Lara, parte de mi familia, una persona que más que una amiga es un tesoro; David, mi primo más guapo e internacional, estoy orgullosa de poder tenerte a mi lado; Irene, eres la chica con la sonrisa más dulce que conozco. Tu alegría se contagia, por lo que espero tenerte cerca siempre; Darío, eres un amigo que aunque llegó hace poco, siento como si te conociera de toda la vida; Carlos, si alguien me pregunta cómo puedo definir la bondad, pondría tu imagen. Ahora que te hemos incorporado con nosotros no vamos a dejar que te marches nunca; Noah, ya te he dicho mil veces que me llena de orgullo tener a alguien tan especial como tú en mi vida, eres ese amigo con el que espero estar en todas las etapas de mi vida; Albertito, desde que eras un bebé hemos estado juntos y sé que cuando sea una anciana seguiré conservando tu amistad; Raúl, tu estilo, tu manera de ser, tu simpatía y tu alegría me invaden cuando estoy a tu lado y por eso estoy feliz de nuestra amistad; Sergio, me encanta hablar contigo, reírme y disfrutar y sé que para lo que necesite ahí vas a estar, igual que tú siempre vas a poder contar conmigo; Belén, me has apoyado en todos los momentos que te he necesitado y por eso sé que tu amistad es un regalo del que estoy tremendamente agradecida; Guillermo, eres la persona que desprende más magia que conozco, es por eso que cada día doy gracias por conocerte; Víctor, siempre has sido, eres y serás una de las personas más importantes de mi vida, aunque pasen los años tienes que saber que me vas a tener a tu lado porque das sentido a mi existencia; Sergio de la Llana, eres ese tipo de amigo que admiro y que necesito tener a mi lado; y Tamara, mi alma gemela, mi hermana, la persona que hace que sepa lo que es querer a alguien más que a mi misma. A todos vosotros, gracias; y aunque ya lo sabéis, no viene de más que lo escriba: os quiero.

A Pilar, una gran escritora y amiga que me ha ayudado en todos los momentos que lo he necesitado.

A Pablo, apareciste en mi vida por casualidad y llenaste mis días de amor. Eres el protagonista de la historia de mi vida y gracias a eso sé que he encontrado la persona a la que amaré el resto de mi existencia con los latidos de una bala.

Esta primera edición de Latidos de una bala, de Alexandra Manzanares Pérez, terminó de imprimirse el veintidós de octubre de dos mil trece en los talleres de Ulzama Digital en Pamplona.

Table of Contents

Parte 1

Capítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13Capítulo 14 Parte 2

Capítulo 15Capítulo 16Capítulo 17Agradecimientos