Capítulo 16

AHORA lo sé. Me ha hecho falta comprobarlo de primera mano para poder hacer esta afirmación: el dolor nunca desaparece y tampoco disminuye. Muchas personas piensan que mengua con el paso del tiempo, pero yo tengo la certeza de que no es así. Por el contrario, creo que lo que sucede es otra cosa. Día tras día te acostumbras y al cabo de un tiempo ya no lo notas, puesto que se ha adherido a ti y forma parte de tu vida. No es que dejes de sentir a cada momento que te falta el aire para respirar, es que ya nunca volverás a respirar de la misma manera. Es tan potente el pegamento que os une de por vida, que a veces olvidas que en otro tiempo pudiste sentir de otra manera. Se convierte en lo habitual y no concibes una vida en la que ese sentimiento no te acompañe. Como una garrapata que te chupa la sangre a cada instante y a la que al final consideras tu compañera de viaje.

Ya no noto las ojeras aunque el color que acompaña a mis ojos no volverá a ser el mismo. Ya no lloro puesto que los pinchazos son tan habituales para mí como levantarme y desayunar.

He de confesar que lo único que ha cambiado un poco es mi manera de ver la vida. Cuando era niña, creía que todo era fácil, no había responsabilidades y la mayor decepción provenía de tener que «quedármela» toda la noche jugando al escondite.

Ahora sé que tampoco soy especial, que mi existencia pasará desapercibida y que soy uno más en la masa de seres humanos que pueblan el planeta. Siempre había visto las desgracias tan lejanas que pensaba que a mí nunca me afectarían. Yo estaba segura de que era diferente y que por eso en mi vida no sucedería ningún suceso trágico como los que observaba a mi alrededor. Era mentira.

El invierto está en su punto más glacial, al menos en Madrid. Febrero ha llegado con un torrente de nieve que hace que todo resulte más frío. La excusa de que la temperatura me impide salir de casa es algo tan creíble que nadie lo duda. Solo Tamara viene cada semana a mi casa y me obliga a reír, a salir y a llevar una vida normal dentro de lo que cabe.

Me miro al espejo. Voy perfecta. La falda negra corta de cintura alta, la camisa blanca que sobresale, las medias, las botas de cuero con un poco de tacón y el pelo ondulado me hacen lucir como si verdaderamente fuera una profesional, y eso es lo que necesito.

Hoy, este sábado 14 de febrero, voy a salir, pero no se trata de ninguna fiesta. Carlos, mi amigo periodista de la universidad y la persona que me ayudaba con el tema de las mafias, me ha llamado. No se trata de un reencuentro, sino de una velada profesional.

Aún no entiendo exactamente por qué quiere presentarme a una de sus fuentes. Él me ha dicho que ha sido la propia policía quien se lo ha pedido.

Como nos enseñaron durante los años de licenciatura, las fuentes, y más las que pertenecen a una institución, son lo más importante de nuestra profesión. Sin embargo, yo trabajo en Cultura: voy a presentaciones de libros, hago reseñas, críticas de cine, de teatro... En principio, de poco me puede servir un policía en mi vida; pero, como nunca se sabe a dónde me llevará mi trabajo, no dudo ni un instante en coger mi agenda de contactos periodísticos y acudir al encuentro.

Puede que ese día beba, por lo que decido coger un taxi que me lleve hasta el bar de Vicálvaro donde hemos quedado. Pago en efectivo y me bajo mientras me coloco mi abrigo de capucha roja, ése que me he comprado para este invierno y que tanto me gusta. Voy a ponerme un gorro para que no se me hielen las orejas, pero desisto en el intento puesto que el local está a cien metros y la búsqueda del mismo en mi bolso-maleta requeriría mucho tiempo.

El lugar es como cualquier cantina de barrio, solo que hay mucha más gente. No tardo en apreciar la razón: la jarra de cerveza está a un euro y las tapas son tan baratas que casi me produce risa. Como una nota mental, apunto la dirección de este lugar para traer a mis amigos otro día.

A través de la cristalera distingo a Carlos. Creo que voy demasiado elegante, pues su look lo componen unos vaqueros y una camiseta con sudadera. Está tan guapo como en la carrera.

Durante los cinco años de Periodismo, siempre supimos que llegaría alto. Tenía las cualidades físicas para ser presentador, la voz perfecta para cualquier emisora y el trabajo constante lleno de conocimientos de los periódicos.

Al final, y puede que solo por el momento, Carlos había decidido trabajar de autónomo. No sin antes viajar por el mundo y aprender diferentes idiomas y culturas. En este momento, escribe sobre las mafias y las injusticias de éste y otros países. Mientras cruzo el umbral, no puedo evitar pensar en la frase que siempre decía cuando un profesor explicaba que el periodismo necesitaba de los anunciantes y que por eso debía ser comercial: «Un periodista no está aquí para ganar dinero, sino para informar y si es posible, lograr que la información que transmita haga de este mundo uno mejor». Idealista, pensaban algunos que ya tenían la calculadora en la mano para ver en qué medio sacarían más beneficios. Impresionante, era mi opinión.

En cuanto me ve aparecer se levanta de la silla y acude hacia mí dándome un profundo abrazo. Eso me gusta de él, siempre parece que nos hemos visto todos los días aunque pasen los años.

—¿Qué tal está mi pequeña Berta? —pregunta sin soltarme, con esa voz que podría ser propia de los mejores galanes de la radio antigua.

—Bien —digo sonriendo mientras trato de apartarme para quitarme el abrigo, puesto que el calor humano lo hace insoportable.

—Eso, eso, quítate el abrigo y siéntate a mi lado, que tenemos mucho de qué hablar —hago lo propio mientras él me dirige a la mesa en la que reposa el culo de una cerveza—. ¡Madre mía, qué guapa vienes! —exclama mientras yo me siento. Con un gesto indica al camarero que ponga dos cañas más.

—No, yo prefiero una Coca-Cola —le digo, pero él niega con la cabeza.

—No me defraudes. ¿Qué han hecho con la Berta que en las fiestas universitarias de Moncloa me ganaba a chupitos? Ahora mismo te bebes una cerveza —me ordena mientras ríe.

—Está bien —accedo—, pero solo una.

—Detrás de otra —y sin darme la opción de hablar, continúa—: Bueno, y cómo va el trabajo, la vida sentimental, la salud... vamos, lo típico.

—El trabajo en Antena 3, genial, la salud, espero que bien y la vida sentimental... —tomo aire—, ahí anda, ¿y tú?

—La salud como tú, espero que bien aunque hace mucho que no voy al médico por si es lo contrario —se ríe—, la vida sentimental genial. ¡No tengo novia! —y no puedo evitar reír yo también. Carlos no ha cambiado, como siempre, es independiente—. Y el trabajo, tratando de vender el mayor número de reportajes y artículos posibles, aunque me está saliendo mucha competencia.

—Tú eres el mejor —y no le hago la pelota, eso es una realidad.

—Lo sé —bromea de nuevo—, y ahora que hablamos de esto, ¿sabes un poco el trabajo de mi fuente? —niego con la cabeza—. Lo digo porque... —echa una ojeada al reloj del móvil— ella va a llegar en unos diez minutos o quince, así que si quieres, te explico un poco y luego nos ponemos al día.

—Me parece perfecto —aunque en realidad preferiría seguir hablando con Carlos y que me impregnara de esa alegría y esa vitalidad que solo él posee.

—Espera un momento —y señala detrás de mí, por donde vienen las cervezas. Damos las gracias al camarero a la vez y Carlos levanta la suya para brindar antes de ponerse a hablar. Después de dar un trago y beberse media cerveza, continúa—: Primero de todo, ¿alguna pregunta?

—La verdad es que sí. No entiendo muy bien por qué tu fuente quiere hablar conmigo si yo escribo de cine, de libros, del teatro...

—Ésa es una pregunta para la que yo no tengo respuesta, señorita. Tal vez quiera que escribas un libro sobre la policía o que hagas una mala crítica de las películas que se meten con el Cuerpo. Vete tú a saber. ¿Algo más?

—La verdad es que prefiero que me expliques.

—Está bien —da un redoble en la mesa lo suficientemente fuerte para captar mi atención pero no la del resto del bar. Carlos se inclina hacia delante y comienza—: La chica se llama Lara. Por supuesto, debes saber que las fuentes en la policía no están muy bien vistas por comisarios, etc., por lo que no debes nunca revelar su nombre.

—No lo haré —contesto al ver que se queda callado esperando una respuesta.

—Ella pertenece al Cuerpo de Protección de Testigos de ex miembros o miembros infiltrados de organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico, a la mafia y al blanqueo de dinero —me pongo en tensión. ¿Sabrá esta mujer lo que hice en Nápoles y por eso me querrá conocer? Tal vez no quiera darme información, sino que yo entre a formar parte de su programa—. En particular, se dedica a aquéllos cuya actividad es violenta, y penetra en instituciones —me acuerdo de Ludovica, ella era policía, ¿tal vez sea ése el motivo de la reunión?—. ¿Estás bien? —me pregunta Carlos con las cejas enarcadas y noto que los recuerdos me han hecho temblar y tal vez ponerme blanca.

—Sí —miento.

—¿Quieres una tila, un café o algo? —sigue preocupado. No me ha creído.

—No, no —trato de cambiar el tono de voz y quitarle importancia—. Por favor, sigue. Es que no estoy acostumbrada a estos temas —intento de manera fallida dar una excusa para mi nerviosismo.

—Vale... —y me mira fijamente esperando a que agregue algo más, pero yo no lo hago—. Hay varios tipos de colaboradores. Lara suele llevar a aquéllos que alegan estar arrepentidos y testifican contra la mafia o lo que sea. Normalmente los ex mafiosos —y se acerca más para hablar en susurros—. Suelen tener unos «beneficios» en las penas que les corresponden por esto. Dos grados menos, si no me equivoco.

—O sea, que muchos salen impunes por testificar... —me indigno al imaginar a alguien como Abramo o Alessio sin recibir su castigo.

—Yo no estoy aquí para dar mi opinión al respecto —pone los ojos en blanco y sé que piensa exactamente como yo—. Por supuesto, el proceso tiene algunas obligaciones. Estas personas, aparte de prestar declaración, no pueden cometer otro delito, tienen que colaborar con los funcionarios, acatar las medidas que se les imponga para su propia seguridad e informar de sus actividades y sus paraderos en todo momento.

—¿Nunca escapan?

—¿Eso es una pregunta? —suelta aire y continúa—: ¡Claro que sí! El mundo es muy grande y hay muchos que aprovechan este recoveco del sistema para no ir a la cárcel y escapar a la primera de turno.

—Además de bajar su pena dos grados, ¿qué más se les da? —no me he dado cuenta pero ya me he bebido toda mi cerveza. Carlos hace un gesto al camarero para que traigan otra vez lo mismo y yo no me opongo.

—Algunos de verdad están arrepentidos y no lo hacen solo por evitar la pena —me explica—, y para éstos, intervenir supone un peligro grave. Por ello, en las diligencias no están ni sus nombres, apellidos, domicilio o cualquier otro dato. No hay fotografías o imágenes y se les proporciona una nueva identidad, reubicación, cobertura económica proporcional al estatus y al número de personas que de él dependen —toma aire y sigue enumerando—. Se les da representación y asistencia legal y sanitaria, así como ayuda para encontrar trabajo con cursos de capacitación y preparación —le detengo en este último punto. Sé que como periodista no debería tener prejuicios pero no lo puedo evitar.

—No me parece una mala vida para antiguos delincuentes.

—Nadie te ha dicho que lo fuera —responde serio, como quien está dando un curso sobre una materia que yo desconozco. Me cuesta reconocer al alegre Carlos en esos momentos. Es todo un experto y llegará alto, seguro.

—¿Cómo surgió? —cambio el rumbo de las preguntas.

—Déjame que piense —se rasca la cabeza y mira al techo como si allí estuvieran las respuestas, como hacía siempre en cada examen—. Los pioneros en la lucha contra el crimen organizado y protección de los colaboradores de la justicia fueron los Estados Unidos, si no me equivoco, con el presidente Johnson, que creó una Comisión para ello.

—Lara —digo con familiaridad el nombre de la fuente—. ¿Trabaja con USA?

—¿USA? —se mofa de mí—, no, ella trata con Italia —inmediatamente me pongo recta. Ahora estoy casi segura de que todo esto tiene que ver con mis vacaciones. Las coincidencias nunca existen—. Como estaba bastante acosada por la mafia y la corrupción y tenían un gran número de colaboradores con la justicia, siguieron el modelo americano y crearon el Servicio Central de Protección, integrado por funcionarios de los tres Cuerpos policiales del Estado (Policía del Estado, Carabinieri y Guarda de Finanzas), que solamente se dedican a la protección de estos colaboradores...

—¿Fue en Italia donde conociste a Lara? —le pregunto, ya que recuerdo que Carlos estuvo viviendo un tiempo en Roma para poder investigar sobre las diferentes mafias.

—Sí, chica lista —y me sonríe. Ya se ha acabado la conversación profesional, al menos por su parte—. Ella es el nexo entre España e Italia. Nos conocimos y me ayuda.

—¿Te ha dicho qué quiere de mí? —repito, ya que mi cabeza da vueltas a mil revoluciones por hora. No voy a entrar a formar parte de ese programa. No voy a denunciar a nadie. Solo quiero estar tranquila para siempre.

—No, pensaba que eso lo harías tú —ahora está actuando el periodista. Sabe que hay algo que no huele bien en todo esto.

—¿No se lo podrías preguntar? —le suplico.

—Mejor lo puedes hacer tú —y señala hacia la puerta.

Noto que he estado evadida durante la conversación, pues no me he percatado de que el volumen de las personas que nos rodean ha aumentado considerablemente. Entre el tumulto de gente distingo a una mujer o chica que se dirige hacia nosotros. Está plegando un paraguas, por lo que supongo que ha comenzado a llover.

No es como me imaginaba que sería una policía de un cuerpo secreto. Lara es menuda y delgada, con el cabello largo a mechas rubias. No tendrá más de treinta y cinco años y la sensación que transmite es de confianza. Eso hace que me tranquilice un poco, aunque no del todo, puesto que Ludovica me había transmitido exactamente lo mismo.

Carlos se levanta y le da dos besos.

—Vienes empapada.

—Está cayendo el diluvio universal —tiene el tono de voz muy alto. No tarda ni dos segundos en girarse en mi dirección y analizarme con la mirada. Nunca sé muy bien cómo se debe actuar en este tipo de situaciones, por lo que le tiendo la mano de manera profesional, pero ella la aparta y me da dos besos—. Así que tú debes ser la famosa Berta.

—¿Famosa? —pregunto mientras miro a Carlos y él se encoge de hombros.

—Es una forma de hablar, ya me entiendes —recula—. Veo que estáis bebiendo cerveza y ¿a mí no me pedís una? —bromea, es campechana y no se por qué, pero el miedo desaparece aunque sigo estando prevenida.

Carlos va a pedir cuando el móvil le suena. No puedo evitar mirar la pantalla y ver que se trata de un número oculto.

—Lo siento —dice mientras baja el volumen mirando a Lara.

—¡Sal fuera y atiéndelo! Nosotras te esperaremos aquí mientras nos tomamos algo.

—De ninguna manera. Ya llamaré más tarde.

—Es un número privado —le dice la muchacha y me percato de que ella también ha mirado para ver de quién se trataba.

—¿De verdad que no os importa? —esta vez me mira a mí. Me conoce y sabe que estoy nerviosa y que me pondré más si él se va.

—No pasa nada —respondo.

Carlos siempre actúa rápido y nervioso, por eso no tarda en contestar al móvil, y mientras dice a la persona que está al otro lado que «espere», ya que allí dentro no se puede oír, nos hace gestos de que será solo un momento y se marcha dando grandes zancadas hasta la puerta. Lara y yo nos quedamos mirándole hasta que cruza el umbral. Me dispongo a decir cualquier tontería para iniciar una conversación, como por ejemplo, sobre el tiempo, cuando noto que dos manos están apretando las mías.

—Berta, tenemos poco tiempo —se apresura a comenzar Lara y mis peores temores se confirman: sí que hay un motivo para que esa señora se quiera reunir conmigo, y Carlos no lo sabe.

—¿Para qué? —tartamudeo—, yo no tengo nada que decir —me adelanto a una futura pregunta sobre Nápoles.

—No tenemos tiempo para andarnos con evasivas, Berta —echa una ojeada rápida al cristal a través del que podemos ver a Carlos hablando por el teléfono—. Mi compañero no podrá entretenerle mucho tiempo.

—¿Tu compañero? —pregunto perpleja—. ¿Es que acaso todo está organizado?

—¿Te suena de algo el nombre de Romeo Leone? —pinchazo en el corazón.

—Puede, ¿no sale en alguna serie? —intento ganar tiempo para largarme de allí. Miro las opciones y me planteo salir corriendo, pero la mujer está alerta.

—Déjate de tonterías —me regaña y cambia el tono de voz a uno más bajo—. Tú y yo sabemos que le conoces.

—¿Qué quieres? —estoy a la defensiva.

—Darte una información.

—¿Sobre su muerte? —tal vez lo que quiera la mujer es ser mi fuente en ese caso. Puede que sepa lo que ocurrió y crea que yo estoy interesada en escribir, investigar o sacar un reportaje sobre ello.

—Sobre su vida.

—¿Su vida? ¿Quieres que haga una biografía de él o algo así?

—No estoy aquí para ayudarte en tu carrera, si es lo que estás pensando —me corta—; estoy aquí trabajando.

—¿Y qué tengo yo que ver con tu trabajo?

—En principio nada, pero tú eres una de sus condiciones —me mira de arriba a abajo esperando ver algún cambio en mí—. De hecho, la principal condición —matiza.

—¿De sus condiciones? —repito.

—Eres la razón por la que se metió en nuestro programa —¿Romeo se metió en el programa de protección de testigos por mí? ¿Es cierto que ha muerto por mi culpa?

—Por favor —estoy ansiosa por saberlo todo. Miro de reojo y veo que Carlos sigue inmerso en su conversación, pero tal vez sea cierto y no tengamos mucho tiempo. Sea lo que sea, es algo que solo me puede contar a mí—, te escucho.

—Menos mal —Lara pone los ojos en blanco y empieza a hablar tan rápido que me cuesta seguirla—. Llevamos muchos años detrás de los Salvatore o los Giaccomo. Nos daba igual una familia u otra. Nuestro único fin es que ambas acaben donde deben estar, y ese lugar es en la cárcel. El problema es que hacerse con un testigo en cualquiera de las dos bandas es algo muy difícil, por no decir imposible —toma aire y mira a todos los lados—. Por eso nos sorprendimos cuando uno de los principales miembros llamó a nuestra puerta sin que nosotros le hubiéramos hecho ninguna oferta ni nada. Además, se trataba ni más ni menos que del mismísimo Romeo Leone que, como todos sabíamos, era el hijo del jefe de familia, aunque éste no lo reconocía como tal.

—¿Romeo quiso ayudaros?

—Quiso y lo hizo —sentenció—. Nos proporcionó nombres, nos ayudó a incautar droga y a meter a muchos de ellos en la cárcel. Fue por eso por lo que pronto supimos que le matarían.

—¿Y no le ayudaron? —grito y me doy cuenta de que mucha gente me está mirando, por lo que bajo la voz—. Se supone que los testigos tienen un peligro grave y vosotros los protegéis, ¿no es ésa vuestra labor?

—Y así lo hicimos —dice mientras hincha el pecho de orgullo. No le gusta que nadie hable mal de su profesión o trabajo.

—El resultado de un buen trabajo con los testigos protegidos no es que éstos acaben muertos —contraataco indignada al saber que Romeo quiso hacer el bien por una vez en su vida y la muerte fue su única consecuencia.

—Y no murió —su afirmación resuena en mi cabeza y tengo que preguntarlo por si no he oído bien.

—¿No murió?

—No.

Todo empieza a darme vueltas. No puedo creer que eso sea cierto. Romeo ha muerto. Abramo me lo dijo. La vecina me lo dijo. A Carlos se lo dijo su fuente. Yo estoy de luto por ello.

—Otro de nuestros policías infiltrados tuvo que fingir que lo asesinaba y simular que quemaba su cuerpo para que así no lo buscaran —estoy en una nube. No puedo creer esta información. Tal vez esté soñando. Como no reacciono, Lara continúa—: Así nos lo puso más fácil para que cumpliéramos su condición.

—¿Qué condición?

—Leone nos dijo que haría todo lo que hiciese falta con la única condición de venir a España —«¿está aquí?», quiero preguntar, pero espero a que termine pues la voz no me sale—. Una vez aquí solicitó la ayuda de capacitación y preparación para encontrar un trabajo, así como la nueva identidad.

—¿Han hecho caso a sus peticiones? —tengo un hilo de voz atenazado con unas lágrimas que prometen salir en cualquier momento.

—¿Por qué si no te crees que estoy aquí? —de nuevo pone los ojos en blanco como si yo fuera un poco lerda—. Leone está en el programa y estaba esperando a que todo fuera seguro para poder reunirse contigo. Si no lo ha hecho aún es porque no quiere bajo ningún concepto que corras ningún riesgo.

—¿Todo lo está haciendo por mí? —pregunto incrédula.

—Sí —afirma con total seguridad—. El pacto era que no nos pusiéramos en contacto contigo hasta el momento en el que el peligro desapareciera, pero Leone se enteró de que fuiste a Nápoles y se puso nervioso, por lo que me pidió que hablara contigo y que te dijera que está bien y que aparecerá en tu vida en el momento que pueda pues si fuera por querer, lo haría ahora mismo —empiezo a asumir la realidad.

—¿Dónde está ahora?

—No te lo puedo decir.

—Quiero verle —suplico.

—No, hasta que sea seguro, tal y como pide el testigo.

—¿Está bien? ¿No le pasa nada?

—Está perfecto, como toda la gente que entra en el programa. Carlos vuelve —dice, y ambas nos giramos para ver cómo mi amigo está colgando—; no hace falta que te diga que no puedes comentar con nadie esta conversación —asiento—, y que ahora, cuando entre Carlos, fingiremos estar hablando sobre algo estúpido, y luego yo diré que te quería conocer para tener a alguien en Antena 3 porque el periodista con el que me comunicaba antes ha sido despedido. Tú cogerás el número que yo te dé y fingirás que la situación es la que yo cuente.

—¿Podré llamarte para preguntarte por Romeo?

—Nunca —y se inclina seria—. No debes escribir ni llamarme. Ahora tú también eres una actriz y de ello depende su vida.

—Comprendo —y acepto todo el peso de la carga que llevaré encima; al fin y al cabo ya me he acostumbrado a vivir con una máscara que camufla mis sentimientos. Noto que voy a llorar, por lo que me apresuro a hablar antes de que Carlos alcance nuestra mesa—. Necesito ir...

—Ve al baño —me interrumpe y toda la profesionalidad desaparece para añadir con cariño—: Ese chico te quiere; aunque tarde mucho en ponerse en contacto contigo, nunca lo dudes.

Con la congoja, llego al baño. Es individual, por lo que cierro con pestillo y me abandono a mis sentimientos. Enciendo el grifo, paranoica porque alguien me escuche, y río y lloro a la vez mientras observo mi reflejo en el espejo.

Romeo está vivo. Es la única frase en la que puedo pensar.

Lo ha hecho todo por mí. Es el sentimiento que hace que las fuerzas vuelvan a mi cuerpo, y entonces me doy cuenta de que me habían abandonado.

«Cuando todo sea seguro, vendrá a por ti». Mi corazón vuelve a latir apresuradamente y noto que desde hace tiempo estaba apagado.

Tengo que salir del baño. Me gustaría saltar y gritar a los cuatro vientos lo feliz que estoy, pero en lugar de eso cojo agua con las dos manos y me lavo la cara esperando que eso ayude a eliminar las señales que indican que hace un rato he llorado.

Pum. Pum. Pum. Suenan tres golpes secos en la puerta.

—¡Ocupado! —grito alegre mientras cojo pañuelos para secarme las manos y la cara.

Estoy quitándome los restos blancos del trapo cuando noto que un minúsculo papel blanco entra deslizándose por debajo de la puerta. Me agacho a recogerlo y veo que hay algo escrito. Tal vez sea de Lara, alguna indicación más que debo seguir.

Lo abro cuidadosamente y leo las únicas dos palabras que están escritas: «Sei bellisima». Lo giro entre mis manos mientras la adrenalina sube por todo mi ser para ver las dos iniciales que sabía se correspondían a la persona que lo había escrito: R. L.

Romeo está allí. Abro la puerta y corro chocándome con la gente y girando a cada hombre que está de espaldas que se podía corresponder con él, pero no le encuentro. Sin detenerme, cruzo el umbral de la puerta de la calle mientras oigo los gritos de Carlos.

—Estamos aquí.

Ya me inventaré que pensaba que había visto a un conocido.

El manto de lluvia me impide ver y me empieza a calar de arriba abajo, pero a mí no me importa. La calle está llena de gente andando apresuradamente con pesados paraguas. No le encuentro. Entonces veo la luz de un taxi que cambia del verde al rojo y mientras el conductor da gas, distingo la cabeza de un pasajero y sé que es él, mi Romeo, y eso me da fuerzas para aguantar los meses que haga falta.

Como dice una de mis películas favoritas, ahora sé que Romeo es como el aire: no lo puedo ver, pero sí sentir. Abro el puño en el que tengo escondida la nota y la releo. Desconozco cuánto tiempo será necesario para que nos podamos encontrar, pero estoy segura de que le esperaré toda una vida si hace falta.