CAPÍTULO 3
LA NEGACIÓN DE LOS SENTIMIENTOS
¿Qué significa no sentir? Para explicarlo, empecemos con un ejemplo extremo: un hombre en estado catatónico permanece parado en una esquina, inmóvil como una estatua durante horas. Ha suprimido todo sentimiento, incluyendo el dolor, y por eso puede permanecer estático durante largos períodos de tiempo. Es como si su cuerpo tuviera el rigor mortis, como si careciese de todo movimiento o impulso interno. Este hombre se ha matado a sí mismo y de esta forma se ha anestesiado contra el dolor. Por supuesto, esta muerte no es completa, sino que sólo se extiende a la musculatura voluntaria. Los otros órganos siguen funcionando normalmente. Todos los neuróticos, incluyendo los narcisistas, utilizan este mecanismo de aniquilación de partes de su cuerpo para suprimir los sentimientos. Se puede, por ejemplo, contraer la mandíbula para evitar el impulso de llorar. Si este bloqueo se mantiene de manera indefinida, la mandíbula queda congelada en tal posición y el llanto se hace imposible. También se puede suprimir la cólera «congelando», con una tensión que se convierte en crónica, los músculos de la parte superior de la espalda y los hombros. Con todo, aunque los narcisistas utilizan este mecanismo, hay otra defensa típica de este trastorno que es mucho más importante: la negación de los sentimientos.
El concepto de negación de los sentimientos requiere cierta aclaración. En primer lugar, hay que comprender que el sentimiento es la percepción de un cierto movimiento o suceso corporal interno. Si no existe tal suceso, no hay sentimiento, porque no hay nada que percibir. Si alguien deja el brazo colgando inmóvil durante cinco minutos, éste se queda entumecido, insensible, hasta el punto de que la persona ya no siente el brazo. Para volver a sentirlo, tiene que moverlo. Así, inhibiendo el movimiento, una persona se mata a sí misma, de una forma muy parecida a como le sucede al catatónico que he descrito al principio. No obstante, hay otra forma de cortarles el acceso a la conciencia a los impulsos y a las acciones: bloqueando la función de percepción. Éste es el mecanismo que se utiliza para negar los sentimientos.
Un ejemplo corriente de esta negación de los sentimientos es el de la persona que grita durante una discusión como si estuviera enfadada. Sin embargo, cuando se le pregunta por qué está enojada, responde que no lo está en absoluto. Yo explico así su actitud: la imagen que tiene esta persona de sí misma es la de un ser racional y lógico, y por tanto no permite que llegue a la conciencia algo que pueda contradecir tal imagen. Otro ejemplo es el de un joven psicólogo conocido mío. Aquel hombre estaba empeñado en convencerme de que era un gran terapeuta. Cada vez que nos veíamos su discurso iba en la línea de «Ya lo sabía», «Soy perfectamente capaz de hacerlo», etc. A la manera típica narcisista, casi todas sus frases empezaban con la palabra «Yo». Cuando, ya fastidiado, yo le señalaba su narcisismo, él intentaba contrarrestar mi argumento diciendo que me negaba a aceptar su superioridad. Él se negaba a reconocer su necesidad narcisista de impresionarme. Para él, aceptar que tenía una desesperada necesidad de aprobación hubiera representado socavar la imagen que se había creado.
La necesidad de proyectar y mantener una imagen fuerza a la persona a bloquear el acceso a la conciencia de cualquier sentimiento que pueda entrar en conflicto con su imagen. Aquellos comportamientos que podrían poner en entredicho a la imagen se racionalizan también en términos de imagen. Así, la persona enfadada de la que hablaba antes puede que explique su «necesidad» de gritar diciendo: «La gente no me escuchaba. No me oía. Yo sencillamente quería hacerles llegar mi punto de vista». De manera similar, el joven psicólogo que he mencionado racionalizaba su comportamiento echándome a mí la culpa. En las personas normales, las acciones van ligadas a los sentimientos que las motivan. Sin embargo, en los individuos narcisistas, la acción, disociada del sentimiento o impulso, está justificada por la imagen.
CÓMO AFECTA A LA RELACIÓN CON LOS DEMÁS
Donde más se evidencia la negación de los sentimientos característica de todos los narcisistas es en su forma de comportarse con los demás. Pueden actuar de manera cruel, explotadora, sádica o destructiva con otra persona, porque son insensibles al sufrimiento o a los sentimientos de ésta. Tal carencia de sensibilidad se deriva de la insensibilidad hacia sus propios sentimientos. La empatía es la capacidad de comprender el estado de ánimo o de los sentimientos de los demás. Es una función de resonancia. Nos sentimos tristes cuando otra persona lo está. Compartimos su dicha cuando se siente feliz. Cuando no es posible sentir el dolor o la alegría de los demás, no se puede responder en consecuencia, y puede que incluso se acabe dudando de los sentimientos de la otra persona. Cuando uno niega los propios, niega también los de los demás.
Sólo así se puede explicar la cruel conducta de algunos narcisistas, como por ejemplo ciertos altos ejecutivos, que son implacables con sus empleados y los someten a una política de terror basaba en la indiferencia por la sensibilidad humana y en los despidos indiscriminados, dejando al margen los sentimientos de la gente. Por supuesto, son igual de duros consigo mismos; su meta de alcanzar el poder y el éxito les exige idéntico sacrificio de su propia sensibilidad y sentimientos. Estos ejecutivos se consideran generales de su propia guerra, y la victoria está representada por el éxito en los negocios. Con tal imagen de sí mismos, el ansia de ganar sólo puede llevarles a tratar a sus empleados como soldados de usar y tirar.
Una de las formas de favorecer el narcisismo que tiene nuestra cultura es exagerar la importancia de ganar. Vencer es lo único que importa, reza un dicho popular. Tal actitud minimiza los valores humanos y subordina los sentimientos de los demás a un objetivo que está por encima de todo: ganar, estar en la cumbre, ser el número uno. Sin embargo, el compromiso con esta meta también exige el sacrificio o negación de los propios sentimientos, porque nada debe obstaculizar el camino hacia el éxito. Pero la imagen de éxito sólo obtiene su poder para dominar la conducta cuando se niegan los sentimientos. Así, nos encontramos enfrentados al viejo y conocido dilema: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? En el caso de los narcisistas, se podría formular una pregunta similar: ¿qué fue primero, la imagen o la negación de los sentimientos? La respuesta a esta pregunta es que cada uno de ellos es un aspecto del otro. Sin negar los sentimientos, la imagen no puede alcanzar su posición de dominancia. Pero, una vez lo ha conseguido, la negación de los sentimientos se hace constante.
Sólo es posible comprender plenamente una conducta que es dañina o destructiva con los demás a partir de la negación de los sentimientos, del objetivo de vencer, y de la imagen de poder. Los ejecutivos que explotan a sus empleados y los artistas del timo que estafan a los ancianos pensionistas operan bajo los mismos principios. Ambos son incapaces de ver a los demás como personas reales, a sus ojos son sólo objetos que ellos pueden usar. En concreto, los estafadores no consideran a los ancianos pensionistas como seres humanos, porque ni siguieran se ven a sí mismos como tales. Viven de su ingenio, y se identifican con su capacidad de tomarle el pelo a la gente. Mentir o engañar no tiene importancia si el objetivo es ganar o mantener una imagen de superioridad basada en su habilidad para aplastar a los demás.
El lazo entre la importancia prioritaria de ganar, la negación de los sentimientos y el papel de la imagen se hace más evidente en las guerras. Dado que la victoria o la derrota se considera una cuestión de vida o muerte, no puede haber lugar para los sentimientos. Los soldados funcionan básicamente en términos de imagen. Sin embargo, conservan cierto grado de humanidad en cuanto a los sentimientos por un compañero o un miembro de su escuadrón con el que tienen contacto personal. Sin tales sentimientos, corren el riesgo de convertirse en máquinas de matar o de volverse locos. Un soldado no es necesariamente un narcisista, pero las fuerzas que entran en acción en tiempos de guerra le fuerzan a actuar como si lo fuera.
Por desgracia, las guerras no se limitan a los ejércitos que luchan unos contra otros. En la mayoría de las grandes ciudades se producen guerras entre bandas, cuyos miembros actúan como soldados y para ello niegan los sentimientos y los valores humanos. Y también existen las guerras financieras, las guerras políticas y las guerras familiares, que promueven actitudes narcisistas y favorecen comportamientos dañinos o destructivos hacia las demás personas. No se ve al enemigo en términos de gente real, porque no es fácil matar a gente real. A los soldados se les entrena para ver al enemigo como una imagen —los japoneses, los alemanes, los nazis, etc.— y su obligación es destruirlos. Pero, para llevar a cabo esto, ellos, también, se deben convertir en una imagen. Son soldados cuyo papel es obedecer las órdenes, luchar sin hacer preguntas, actuar sin sentimientos. No se permiten sentir miedo, dolor o tristeza. Conectar con tales sentimientos socavaría la imagen del soldado y haría imposible que éste pudiera funcionar eficazmente en el campo de batalla. Y no pueden rechazar esta imagen, porque entonces entrarían en conflicto con sus superiores, lo que podría además poner en peligro su supervivencia.
Cuando una persona se identifica con su imagen, ve a otra también como una imagen, que en muchos casos representa aspectos rechazados de su propio yo. Los narcisistas escinden su realidad como individuos en aspectos aceptables e inaceptables, y los últimos los proyectan sobre las otras personas. El ataque a los demás proviene en parte del deseo de destruir los aspectos que rechazan de sí mismos. Por ejemplo, el estafador que se considera astuto y superior puede que considere crédula y tonta a su víctima. De manera similar, el soldado cuya imagen es luchar por lo correcto, por la justicia y por el honor, a menudo verá al enemigo como cruel y deshonesto. Si la imagen narcisista es de fuerza y dureza, puede que proyecte sobre los demás una imagen de debilidad y vulnerabilidad que debe ser destruida.
¿Explica también este principio los actos de violencia gratuita que se producen en tiempos de paz? Se dio el caso grave de una banda de chicos que prendieron fuego a un anciano mendigo que dormía en el banco de un parque. Fue un acto tan inhumano que mucha gente quedó impactada y confundida al conocerlo. ¿Dónde estaban los sentimientos de aquellos muchachos? Obviamente, no sentían nada por el anciano. No lo veían como a una persona real, sino sólo como a una imagen, una imagen decrépita de la vejez, que les parecía repulsiva y por ello la destruyeron. Pero, a diferencia de los soldados, que no tienen contacto personal con los seres humanos que matan, estos chicos se hallaban en presencia de una persona viva. Al segar su existencia sin motivo negaban la humanidad de esa persona y por extensión la suya propia. Lo más probable es que ya hubieran perdido su humanidad mucho antes de cometer el crimen. Lo más probable también es que el horror y la locura de su propia vida les llevase a acabar negando sus sentimientos.
Desde la violencia contra personas indefensas y la violación de mujeres indefensas hasta la seducción y la explotación hay una línea que se extiende como un continuo. Lo que tienen en común un violador y un seductor, aunque no en el mismo grado, es la carencia de sensibilidad hacia su víctima o su compañera sexual, la inversión exagerada en su ego y la falta de sentimiento sexual desde el punto de vista corporal. El sentimiento sexual, como opuesto a la excitación genital, se experimenta como amor, ternura y anhelo de estar cerca de la otra persona. La negación de este sentimiento, al asociarlo con la necesidad y la vulnerabilidad, favorece una sobreexcitación de los genitales, que conduce a la violación. La carga de tensión genital es imperiosa, porque el individuo no puede soportar el sentimiento. Incapaz de acercarse a una mujer mientras está relajado, el violador se ve impulsado a una acción violenta, que a su vez expresa su intensa hostilidad hacia las mujeres. De manera similar, el seductor depende de una imagen para obtener excitación sexual; la imagen de un «amante» irresistible, dominante y controlador. Ambos tipos ejemplifican la conducta narcisista, porque no ven a sus víctimas como personas por propio derecho sino como imágenes. Tanto la violación como la seducción son escenas pornográficas, en las que el deseo sexual depende de negar la humanidad de la otra persona y de verla sólo como un objeto sexual.
Algo menos psicopático y violento que un violador, pero igualmente sin sentimientos, era un director de casting que exigió a una joven aspirante a actriz que se desnudara y realizará el acto sexual con él a cambio de darle un papel. Aunque no expresó literalmente con palabras tal exigencia, el director se lo dio a entender muy claramente a la actriz. Aquello fue una violación, en el sentido de que violó la integridad de la joven y negó su dignidad humana. Para el director, las mujeres jóvenes no eran personas, sino nombres que añadir a su lista de conquistas. Después, acostumbraba a alardear del número de actrices que había poseído. Sin embargo, su actividad sexual estaba exenta de sentimiento o placer, lo único que ésta gratificaba era su imagen.
Si nos desplazamos a lo largo de la línea hacia grados menores de narcisismo, encontramos al ejecutivo que seduce a su secretaria. Con esto no quiero decir que cualquier relación sexual entre una empleada y su jefe esté teñida de narcisismo. Es una cuestión de sentimiento, de amor entre las partes. Para el ejecutivo-seductor, el deseo sexual es a menudo intenso, porque considera que está en una posición social superior o dominante. La imagen de tal posición alivia el temor que siente hacia las mujeres y le permite sentirse muy excitado a nivel genital. Con todo, la carencia de sentimiento o de afecto hacia su pareja, la falta de respeto por los sentimientos de ella como ser humano, hace que el acto sea en gran medida una expresión narcisista. Se puede considerar una explotación.
Es evidente que una persona se puede excitar sexualmente sin que medie ningún sentimiento sexual real. La excitación está estrictamente limitada a los genitales. Por ejemplo, un hombre puede tener una erección sin sentir el deseo de estar cerca de una mujer e intimar con ella —esto es, sin tener ningún sentimiento de amor—. El deseo está en su cabeza del mismo modo que la excitación está en la cabeza de su pene. El sexo para un hombre así tiene dos propósitos: aliviar la excitación del pene (que puede llegar a ser dolorosa) y estimular un ego inflado y débil, por medio de la conquista y humillación de una mujer. Por supuesto, descargar la excitación sexual sienta bien, pero el placer del alivio es estrictamente local, limitado a los genitales. Un sentimiento tan localizado sería más propio llamarlo sensación. El sentimiento sexual, al contrario de la excitación genital, es un sentimiento corporal total de excitación, calidez y fusión ante la perspectiva de contacto e intimidad con otra persona. Cuando todo el cuerpo responde sexualmente, el orgasmo se experimenta como un sentimiento de felicidad o de éxtasis.
QUÉ RELACIÓN GUARDA CON LA MENTIRA
En el mundo de las imágenes, nos encontramos inevitablemente con la cuestión de si encajan o no con la realidad. Una imagen no tiene validez en sí misma. Una imagen narcisista de superioridad tiene mucho más contenido cuando es la imagen consciente de integridad y honestidad que tiene una persona. Por definición, una imagen es la representación de algo. Así, no es posible juzgar una imagen más que en términos de su relación con la realidad que pretende representar. Cuando se puede objetivar la relación, está decisión es fácil. Por ejemplo, las circunstancias de nacimiento, familiares y relativas a la historia de una persona, son hechos definibles. Falsificarlos es mentir. Sin embargo, un impostor miente fácilmente porque en el plano emocional hace mucho que negó su realidad. El impostor no quiere reconocer que proviene de una familia media y que su historia es corriente, porque eso encajaría con su sentido de inferioridad o vulnerabilidad. Prefiere creer que es otra persona, alguien especial y superior. No le resulta difícil, entonces, ampliar la imagen e incluir en ella orígenes aristocráticos.
La tendencia a mentir, sin el menor escrúpulo, es típica de los narcisistas. En un extremo se halla la personalidad psicopática, que parece no percibir la diferencia entre el bien y el mal en el plano de los sentimientos. Ésta es una persona sin conciencia o, en términos psicoanalíticos, es alguien a quien le falta el superyo. No siente culpabilidad. Aunque muchos narcisistas están lejos de llegar a tales extremos, tanto en la negación subjetiva de los sentimientos como en el uso de una imagen que contradice la realidad de su ser, sí que comparten ciertas similitudes con las personalidades psicopáticas. En este sentido, han perdido la capacidad para discernir lo verdadero de lo falso.
Volvamos al ejemplo del impostor. Este hombre sostiene que es de noble cuna, aunque sabe, en su plano intelectual, que ésos no son sus orígenes. Lo que sucede es que se considera así cuando representa ese papel. Y su actuación es convincente, porque él también se ha convencido a sí mismo. Se identifica con su imagen; y entonces ésta se convierte en su única realidad; ya no se da cuenta de que está distorsionando o negando la verdad. En efecto, niega o ignora la realidad de su ser, pero esta negación ya no es deliberada o consciente. El actor ha llegado a identificarse hasta tal punto con el papel que representa que le parece real.
Este impostor que se cree un aristócrata es un psicópata para el que la realidad subjetiva ha desplazado la realidad objetiva de su verdadera cuna. El carácter narcisista está más en contacto con la realidad objetiva, pero se halla dominado por la imagen. Veamos el caso de Beatrice. Durante un taller de formación en bioenergética que se llevó a cabo en Europa y al que ella asistía, ésta mantenía con relación al resto del grupo una postura de superioridad y una actitud arrogante. Por tanto, no me sorprendí cuando me dijo que siempre se había considerado una princesa. Por un momento pensé que quizá me hallaba ante una personalidad psicopática, pero entonces Beatrice añadió: «Crecí en un castillo». ¿Era entonces realmente una princesa? Ella explicó: «Mi padre, que era ingeniero y amasó una gran fortuna antes de que yo naciese, compró un castillo. Me trataba siempre como una princesa». Beatriz era hija única.
Su problema era la falta de sentimientos, en especial de sentimientos sexuales. Contraía tanto el ombligo y la pelvis que casi no había posibilidad de movimientos espontáneos. Sus sentimientos estaban confinados a la mitad superior del cuerpo, pero incluso allí también se percibía un rígido control de los mismos. Beatrice relató un sueño recurrente en que ella era una princesa que yacía en un ataúd de cristal. Reconocía que el ataúd de cristal era el castillo y que como la habían hecho creer que era una princesa, se encontraba allí prisionera y muerta. Al igual que la Bella Durmiente, esperaba un salvador que la rescatase y le devolviese la vida. El ataúd representaba también la rigidez de su cuerpo, en el que se hallaban prisioneros sus sentimientos. Beatrice también necesitó llorar para liberar toda la tristeza que había concentrado en su apretado ombligo. Haciendo que respirase profundamente, de manera que los movimientos de respiración llegaran hasta la pelvis, pudo llegar a experimentar y a expresar tanto su tristeza como su sexualidad.
SUPRESIÓN FRENTE A NEGACIÓN DE LOS SENTIMIENTOS
Al principio de este capítulo, me he referido a la diferencia que existe entre suprimir los sentimientos y negarlos. Se pueden ahogar los sentimientos matando el cuerpo y reduciendo su movilidad. Una vez más, si no hay movimiento interno, no hay nada que sentir. Una emoción es un movimiento —moción significa acción y efecto de moverse o ser movido; el prefijo «e-» indica que el movimiento es en dirección hacia fuera—. Todo movimiento se produce desde el centro hacia la periferia, donde se expresa en una acción. El sentimiento de amor, por ejemplo, se experimenta como un impulso para llegar hasta alguien; la ira, como el impulso de golpear; la tristeza, como el impulso de llorar. El impulso de la emoción debe alcanzar la superficie del cuerpo para que se pueda experimentar como un sentimiento. Sin embargo, cuando no es así, se produce una acción abierta. Si el impulso funciona preparando a los músculos para actuar, entonces se experimentará como una emoción. No hace falta dar golpes para sentirse airado, pero el cuerpo se prepara para la posibilidad de tal acción. La mayoría de personas aprietan los puños de manera espontánea ante un sentimiento intenso de cólera. En otros casos, es en la mirada donde se expresa el enfado que ha salido a la superficie. Yo no creo posible que una persona sienta una emoción y no lo exprese de alguna forma, por sutil que sea ésta.
La inhibición del movimiento a causa de la tensión muscular crónica tiene el efecto de ahogar los sentimientos. Tal tensión produce una rigidez en el cuerpo, una muerte parcial del mismo. No es sorprendente que los soldados tengan que ponerse firmes y rígidos cuando se requiere su atención. Como hemos visto, un buen soldado tiene que suprimir gran parte de sus sentimientos y convertirse, en realidad, en una máquina de matar.
Debido a que la rigidez se asocia con la supresión de los sentimientos, se puede saber cuáles son los sentimientos que se han reprimido estudiando el patrón de las tensiones. Cuando ésta se concentra, por ejemplo, en los músculos de la mandíbula, se está inhibiendo el impulso de morder. Es de suponer que la persona ha contenido el impulso de morder cuando era niña. Sin embargo, tales impulsos pueden salir a la superficie en forma de un sarcasmo mordaz. Una mandíbula apretada puede también bloquear el impulso de succionar, reprimiendo así el deseo de cercanía y contacto. El nudo que oprime la garganta impide llorar y así la persona ahoga los sentimientos de tristeza. La rigidez de la espalda y los hombros disminuye la intensidad de una reacción de ira.
La rigidez corporal general mata el cuerpo al restringir la respiración y disminuir la motilidad. Normalmente, respirar no es una tarea consciente, los movimientos de inspiración y expiración se producen sin que medie la acción voluntaria. Los bebés y los niños pequeños respiran de una forma muy natural. Pero, a medida que crecen y aprenden a controlar y reprimir los sentimientos, tensan el cuerpo e inhiben la respiración natural. Al hacerlo, se reduce la entrada de oxígeno, disminuye la actividad del metabolismo y se limita la energía disponible para los movimientos espontáneos y los sentimientos. Por supuesto, todavía es posible moverse voluntariamente, pero tal movimiento es mecánico. Es fácil ver esta rigidez general en algunos individuos narcisistas cuyo estilo es posar como si fueran una estatua. Sin embargo, muchos narcisistas tienen un cuerpo bastante ágil y flexible. Puede que sean actores, atletas o miembros de la jet-set. Su cuerpo aparenta tener vida y gracia, lo que parece sugerir la presencia de emociones. Sin embargo, actúan sin sentimientos, lo que significa que para recortar los sentimientos existe otro mecanismo distinto al bloqueo del movimiento. Este mecanismo, como he indicado anteriormente, es el bloqueo de la función perceptiva.
Puesto que la percepción es una función de la conciencia, está generalmente sujeta al control del ego. Normalmente percibimos aquellas cosas que nos interesan e ignoramos las demás. También centramos deliberadamente la atención en ciertos objetos o situaciones cuando queremos percibirlos con mayor claridad. Pero, por el mismo proceso, rechazamos verlos o los ignoramos. A menudo ésta es una decisión subliminal, al margen de la conciencia. Por ejemplo, raramente nos permitimos ver el dolor y la tristeza en el rostro de las personas que amamos. Pocos son los padres que advierten la infelicidad en la cara de sus hijos. Y los niños aprenden con suma rapidez a no ver la ira y la hostilidad en los ojos de sus padres. De manera similar, como ya he señalado anteriormente, no queremos ver la expresión de nuestra propia cara cuando nos miramos al espejo. Puede que veamos las arrugas, pero cerramos la mente para no ver quizá la evidente falta de esperanza que se refleja en el rostro. Es posible que un hombre se recorte el bigote sin ver cuan apretados y crueles son los labios que hay debajo. En efecto, no vemos lo que no queremos ver. Mucha gente que camina por las calles de ciudades grandes como Nueva York no ve la suciedad ni oye el ruido. Su mente (su atención) está concentrada en algún otro lugar.
Creo que el principio que subyace en la percepción selectiva es que no queremos ver aquellos problemas que nos parecen sin solución. Verlos nos colocaría en un intolerable estado de estrés y de dolor, que representaría una amenaza para nuestra salud mental. De hecho, bloqueamos o negamos ciertos aspectos de la realidad a modo de autodefensa. Sin embargo, esta negación implica un reconocimiento previo de la situación. No podemos negar aquello que no conocemos. La negación es un proceso secundario. En primer lugar, vemos la situación que nos resulta dolorosa y, después, nos damos cuenta de que no podemos estar a favor ni tampoco cambiarla, así que negamos su existencia. Cerramos los ojos a ella.
Al principio, pues, la negación es consciente. No es que uno tome la decisión de negar la realidad de una situación, sino que se da cuenta de lo dolorosa que es y del deseo de evitarla. No obstante, con el tiempo, esa negación se vuelve inconsciente; esto es, uno ya no se da cuenta del dolor que conlleva la situación, ya no ve lo desagradable que es ésta. En su lugar, creamos una imagen de una situación feliz o agradable, que nos permite ir tirando como si todo fuera estupendamente. En este punto, la negación ya está estructurada y se concentra en el cuerpo en forma de tensiones musculares localizadas y crónicas, más que en una rigidez general del mismo. El punto clave de tal tensión está en la base del cráneo, en los músculos que ligan la cabeza al cuello. Esta área está cerca del centro de visión del cerebro y tiene cierta influencia en la percepción visual. Muchas veces he podido ayudar a un paciente a visualizar algo, por ejemplo una mirada airada o enloquecida en los ojos de sus padres, por medio de aplicar presión sobre estos músculos con los dedos. La tensión muscular de esta zona parece bloquear el flujo de las emociones que va desde el cuerpo hasta el interior de la cabeza, que queda así desconectada del sentimiento corporal. El efecto psicológico, el ego disociado de los sentimientos corporales, es similar en algunos aspectos a la disociación de la realidad que se produce en la esquizofrenia, aunque en un grado mucho menor.
El propósito del bloqueo de la percepción es la negación de un sentimiento. Y lo consigue. Evocar el sentimiento lleva a la eliminación del bloqueo, al igual que eliminar el bloqueo lleva al sentimiento. El caso de Sally que expongo a continuación servirá para ilustrar cómo se produce esto.
EL CASO DE SALLY
Sally, una joven que participaba en un taller de formación en bioenergética, describió la pesadilla que había sido su vida durante los últimos diez años. Se había casado con un hombre que la maltrataba físicamente, que la engañaba con otras mujeres y que la amenazaba con quitarle a sus hijos si se divorciaba de él. Le tenía terror, porque era un hombre muy poderoso, tanto desde el punto de vista físico como en otros sentidos. Pero consiguió divorciarse de él sin perder sus hijos. Lo sorprendente es que explicaba esta historia sin demostrar apenas emoción. También me llamó la atención el hecho de que respiraba de una manera muy poco profunda. Aunque no tenía todo el cuerpo rígido, se apreciaba la constricción de la garganta. Para comprender el origen de esta tensión, empecé a preguntarle acerca de su infancia.
Sally me respondió inmediatamente que había tenido una infancia feliz. Hasta la fecha, nunca he conocido a nadie que tuviera una infancia feliz. He oído tales afirmaciones de boca de otras pacientes, pero siempre ha resultado que estaban negando la realidad. Si la infancia de Sally hubiera sido tan dichosa, no creo que apretara la garganta como si intentara bloquear los sentimientos, ni que se hubiera casado con un hombre que la maltrataba. Como ya he señalado en un libro anterior,[23] la mayoría de los hombres se casan con mujeres que son como su madre, y las mujeres tienden a casarse con hombres que son como su padre. Le pedí entonces a Sally que me hablase de su padre.
Describió a su padre utilizando las mismas palabras que usó para describir a su marido. Dijo que era un hombre muy poderoso. Recordaba que de niña se había sentido muy unida a su padre, pero la relación se resintió a causa de que él bebía en exceso. Los alcohólicos suelen ser violentos y por ello le pregunté a Sally si su padre la había agredido físicamente alguna vez. Pese a que yo sospechaba que así había sido, no por ello dejó de impresionarme su respuesta: «Me golpeaba con los puños, a veces en la cara. En cualquier momento podía recibir un golpe, nunca sabía cuándo». Me di cuenta de que Sally se había sentido tan aterrorizada por su padre durante la infancia como por su marido después. Como era una niña, no podía marcharse de casa, así que suprimió y negó el terror que la invadía. La negación del miedo la cegó y no vio lo violento que podía llegar a ser el hombre con el que se iba a casar.
El objetivo específico de las sesiones con ella se centró en la respiración. Le demostré la relación existente entre la voz y la respiración. Reprimir la expresión del sonido restringe la capacidad de respirar, porque constriñe la garganta. La limitación de la respiración reduce a su vez la capacidad de emisión de la voz. Trabajamos un ejercicio concreto, en que debía tenderse sobre un taburete que se utiliza en bioenergética.[24] En primer lugar, se dan instrucciones a la persona para que respire suave y profundamente unas cuantas veces. Después, se le pide que emita un sonido y que lo mantenga tanto tiempo como le sea posible. Al principio, el sonido que produce suele ser muy controlado y exento de cualidad emocional. Pero, a medida que se prolonga, llega a un punto de ruptura que suele acabar en el llanto. En el caso de Sally, rompió en fuertes sollozos mezclados con gritos. Tal situación se prolongó durante varios minutos, incluso después de levantarse del taburete. Una reacción tan aguda no suele ocurrir por rutina; ella estaba a punto para liberar tales sentimientos. Era el noveno día del taller, y los otros participantes que habían pasado por la experiencia habían expresado también gran parte de sus sentimientos.
Después de este avance en la expresión de sus sentimientos, hablé con Sally acerca del horror de su infancia, y ella pudo entonces verlo por primera vez. Ya no pretendía que aquél había sido un período feliz de su vida. Ahora admitía la violencia latente en el hogar y el miedo que ésta generaba ¿Cómo podía saber ella cuándo iba a desatarse uno de los episodios violentos que se producían de vez en cuando? ¿Cómo podía su padre, que decía quererla tanto, abusar de ella de aquella forma? Sally creía en el amor que su padre sentía por ella, y no podía entender las dos caras de su personalidad. Era incomprensible, como suele ser la locura. Sally tuvo que negar el horror para proteger su propia salud mental. Cuando finalizamos la sesión, su aspecto era muy vital.
Con todo, no quiero dar la impresión de que esta experiencia constituye por sí sola una cura. Fue significativa para Sally, porque la capacitó para ver tanto la gravedad del problema como la posibilidad de salir de él. Pero encontrar la salida requiere mucho más trabajo, a menudo varios años, a lo largo de los cuales Sally tendría que profundizar en su comprensión del problema, aceptar los sentimientos que había negado y llegar a ser capaz de expresarlos sin que la desbordasen. La terapia es un proceso mediante el cual se amplía la conciencia, la expresión y la posesión del yo, que es la capacidad de contener y mantener los sentimientos intensos. La rigidez y las tensiones corporales tienen que irse reduciendo gradualmente, de forma que el cuerpo llegue a tolerar el alto nivel emocional que va asociado a la intensidad de los sentimientos. Estoy convencido de que la mejor forma de enfocar este objetivo es combinar el análisis con el trabajo corporal intensivo.
EL GRADO DE SENTIMIENTO
Quizás el lector se pregunte: ¿puede un ser humano actuar totalmente exento de sentimientos? Cuando se niegan los sentimientos, ¿se niegan todos} Sólo una máquina podría funcionar sin absolutamente ningún sentimiento o conciencia. Aunque algunas personas funcionan como máquinas, con fría eficacia y aparente ausencia de sentimientos, hay que reconocer que, aun así, los sentimientos están potencialmente presentes en ellas. Y en ocasiones se manifiestan, pero distorsionados. La expresión de los sentimientos en los individuos narcisistas suele tomar dos formas: la rabia irracional y la sensiblería o sentimentalismo. La rabia es una forma distorsionada de dejar salir el enfado y la sensiblería es un sucedáneo del amor. Se podría describir a Hitler como una persona sin sentimientos, pero se conocían sus ataques de rabia. Yo diría que su amor por el pueblo alemán era puro sentimentalismo. Actuar sin sentimientos es ser un monstruo; pero los verdaderos monstruos, como por ejemplo Frankenstein, son sólo producto de la imaginación. Los monstruos humanos se caracterizan por la rabia irracional, por el sentimentalismo y por la falta de sensibilidad hacia los demás. Los padres que apalean o torturan a sus hijos son monstruos humanos, como hemos visto en el caso de Sally. Para no perder la razón, ella tuvo que negar el horror de la situación y cerrar los ojos a los aspectos monstruosos de su padre. Tuvo, también, que cortar sus propios sentimientos, aunque en menor grado.
Probablemente, los padres que maltratan físicamente a sus hijos han pasado ellos mismos por una situación similar cuando eran niños. Han negado los sentimientos que generó aquella experiencia, y por eso no los tienen hacia sus hijos. Con todo, se escapa de mi comprensión cómo pueden los padres maltratar a sus propios hijos. Lo considero una expresión de crueldad. Siempre me aterroriza escuchar el relato de pacientes que explican cómo les obligaban a ir ellos mismos a buscar el palo con que les pegaban. Igualmente, no puedo entender la crueldad hacia los animales. Los animales son seres que sienten, que son capaces de sentir placer y dolor, tristeza y alegría, temor y cólera. Los seres humanos que carecen de estos sentimientos son de alguna manera inferiores a los animales.
Por supuesto, a nivel de sentimientos, diferimos de los animales. Nuestra vida emocional es más intensa. Somos capaces de sentir mayor amor y más odio, felicidad más plena y tristeza más profunda, miedo y cólera más fuertes. Y los seres humanos también podemos «controlar» los sentimientos por medio del ego. Se puede limitar su intensidad, es posible actuar como si los sentimientos estuvieran presentes. Pero, hacer esto trae problemas. Las emociones son respuestas corporales totales. Por este motivo, no se puede reprimir o negar el miedo, por ejemplo, sin reprimir al mismo tiempo el sentimiento de ira. La comprensión de este concepto es clave para un terapeuta.
A menudo se ven pacientes que son capaces de expresar sentimientos como la cólera, pero no otros como el miedo o la tristeza. He podido constatar que la aparente demostración de ira está exenta de sentimiento. Más que la expresión de una emoción genuina, es una maniobra defensiva para asustar a la otra persona. Además, al actuar coléricamente, la persona niega su propio miedo. Uno puede creerse que está enfadado, al igual que un impostor se cree sus propias mentiras o un actor los papeles que representa, pero el sentimiento auténtico de cólera surge de otro sentimiento: el de haberse sentido herido. Si uno niega que le han herido, ¿por qué va a enfadarse? Si no puede sentir su propia tristeza, ¿por qué va a enfadarse? El enfoque que utilizo inicialmente con todos los pacientes narcisistas es ayudarles a conectar con su tristeza. Y no siempre es una tarea fácil de llevar a cabo.
EL CASO DE LINDA
Linda, una mujer cercana a los cuarenta años, acudió a mi consulta porque había pasado por una depresión muy seria algunos años atrás y tenía miedo de que ese episodio se repitiese de nuevo. Cuando entró en mi consulta, quedé impresionado por su aspecto. Era una mujer muy atractiva, vestía de manera llamativa pero con gusto, y tenía una buena figura. Sonreía fácilmente y se movía con aparente libertad. Su voz era un poco ronca y con pocas variaciones de tono. Con todo, a primera vista costaba creer que Linda tuviera problemas.
Se quejaba sobre todo de que su vida parecía estancada. Llevaba varios años con el mismo empleo, y aunque desempeñaba una tarea creativa y le pagaban bien, se sentía insatisfecha. Pensaba en buscar otro trabajo de más responsabilidad y con un sueldo más alto. Pero no sabía qué más quería hacer. Además de en el plano profesional, también estaba descontenta en la esfera personal. No se había casado nunca y le desesperaba la perspectiva de no llegar a tener nunca una familia. Y aun así no estaba segura de si ese era su deseo más importante. Se sentía confusa respecto a qué dirección seguir en su vida, atrapada entre el deseo de prosperar profesionalmente y el de tener un hogar. Comentó que veía algunas mujeres que habían podido alcanzar ambas cosas, pero que ella no había conseguido ninguna de las dos. Aparentemente Linda contaba con el potencial para lograr las dos cosas: inteligencia y belleza. Entonces, ¿qué pasaba?
La reacción depresiva que Linda tenía en ese momento empezó justo después de que se rompiese la relación que mantenía con un hombre. No estaba enamorada de él y fue ella quien puso punto final a la relación porque veía que no iba a parar a ningún sitio. No obstante, había vivido la ruptura como un fracaso y se había deprimido.
La primera clave acerca del problema de Linda fue su voz. Le faltaba resonancia. No había emoción en ella, sonaba falta de vida. Durante la primera sesión se lo señalé así y ella respondió: «Siempre me he sentido avergonzada a causa de mi voz. No suena bien». La voz, como ya he comentado, es uno de los principales canales de expresión. La falta de resonancia de su voz sugería una carencia de sentimientos en su cuerpo.
Como Linda había dicho que se sentía descontenta y frustrada acerca de su situación vital, le sugerí que intentase expresar alguno de los sentimientos que aquella situación despertase en ella. ¿Podía su voz protestar por su destino? Le pedí que se tumbase en la cama[25] y le diera patadas como forma de protesta. Patalear significa protestar. Este es uno de los habituales ejercicios que se utilizan en la terapia bioenergética. Todos los pacientes tienen algo a lo que dar patadas. Los individuos neuróticos reprimen sus sentimientos, y dando puntapiés pueden llegar a expresarlos. La voz también tiene una parte en este ejercicio. Mientras da patadas se le pide a la persona que diga «No» o «Por qué». Ambas palabras implican una protesta. Le indiqué específicamente a Linda que elevase la voz tanto como le fuese posible, que la dejara salir como un grito.
Intentó realizar el ejercicio, pero daba puntapiés de forma mecánica y la voz sonaba débil. Le faltaba convicción.
Arguyo que no tenía sentimientos de protesta, y por eso no podía llevar a cabo el ejercicio correctamente. ¿Tenía algún sentimiento de tristeza que pudiera expresar llorando? No se sentía triste ni podía llorar. Tampoco estaba enfadada. De hecho, no sentía ninguna emoción con la suficiente intensidad como para ser capaz de expresarla. Ese era el problema.
Me di cuenta de que la apariencia de Linda era una fachada. Proyectaba la imagen de mujer de éxito en el mundo, pero esta imagen no se correspondía con su ser interior. Podía adivinar que internamente se sentía fracasada. El temor al fracaso la llevó a su primera reacción depresiva. Por alguna razón, la imagen tenía tanta importancia para ella que absorbía gran parte de su energía, y la dejaba sin fuerzas para expresarse en el mundo como una persona real con sentimientos.
Para poder ayudar a Linda, tenía que entender tanto el significado exacto de su imagen como la relación que ésta tenía con su sentido del yo. ¿Por qué era la imagen de éxito tan eficaz como máscara? ¿Por qué y cómo había conseguido ser de importancia primordial? ¿Qué significado tenía el fracaso para Linda? Responder a estas preguntas en términos generales resultaría insuficiente. La imagen narcisista se desarrolla por un lado para compensar una imagen del yo que se considera inaceptable y por otro como defensa ante sentimientos que no se pueden tolerar. Estas dos funciones de la imagen se fusionan, en el sentido de que la imagen inaceptable se asocia con los sentimientos intolerables. Hasta que la terapia con Linda no empezó a progresar no fue posible comprender el significado y el papel exactos de su imagen de éxito.
La terapia es un proceso de conexión con el yo. El enfoque que tradicionalmente se ha utilizado para ello ha sido el análisis. Toda terapia debe incluir un análisis exhaustivo de la historia del paciente, para poder descubrir las experiencias que han moldeado su personalidad y determinado su conducta. Por desgracia, trazar la línea de la historia no es fácil. La supresión y negación de los sentimientos también lleva consigo la represión de los recuerdos significativos. La fachada que levanta una persona esconde su verdadero yo ante sí misma y ante el mundo. No obstante, el análisis puede trabajar con otras cosas, además de con los recuerdos.
El análisis de los sueños es una forma de conseguir más información. Y también está el análisis de la conducta actual, especialmente de la que se hace evidente durante la relación terapéutica. Esta relación es a menudo muy emocional, debido a que afloran en el paciente sentimientos hacia figuras importantes del pasado, como los padres, y se transfieren al terapeuta durante el análisis. A través del mismo, los pacientes llegan a ver la conexión que existe entre sus actitudes y actos como adultos, y las experiencias vividas durante la infancia. Sin embargo, este enfoque tradicional resulta limitado, porque depende demasiado de las palabras, que en sí mismas no son más que símbolos o imágenes.
Conectar con el yo requiere algo más que el análisis. El yo no es un constructo mental, sino un fenómeno corporal. Estar en contacto con el yo significa ser consciente de los sentimientos y conectar con ellos. Para conocer los propios sentimientos hay que experimentarlos en toda su intensidad, y esto sólo se consigue cuando se expresan. Si la expresión de los sentimientos está bloqueada o inhibida, éstos se suprimen o se minimizan. Una cosa es hablar del miedo, y otra muy diferente sentirlo. Decir «Estoy enfadado» no es lo mismo que notar cómo esa emoción agita el cuerpo. Para poder sentir plenamente la tristeza, hay que llorar. Esto es lo que Linda no era capaz de hacer. Había cortado en seco los sollozos y las lágrimas. La tensión crónica en su garganta afectaba su voz al hablar, y hacía que ésta sonase falta de vida.
Además del análisis verbal, la terapia de Linda consistió también en trabajar físicamente con su cuerpo para reducir la rigidez, hacer más profunda la respiración y desbloquear la garganta.
Ya he hablado antes en este capítulo de algunos de los ejercicios que utilizo: dar puntapiés a la cama y decir «No» al mismo tiempo como expresión de protesta, y golpear la cama para expresar la cólera. Éstos son ejercicios expresivos. También incluyen extender las manos para tocar, para llamar a la madre o para pedir ayuda, y proyectar hacia adelante los labios para besar o succionar. Muchas personas tienen serios problemas para acercarse; están inhibidas por el temor al rechazo, lo que se estructura en forma de tensiones alrededor de los hombros y de la boca. También me sirvo de un conjunto de posturas para ayudar a que la persona sienta su cuerpo desde la cabeza hasta los pies. La más sencilla es una en que se permanece de pie, con los pies paralelos uno al otro y separados unos quince centímetros, las rodillas un poco flexionadas, el peso del cuerpo sobre los metatarsos, el ombligo hacia fuera y la pelvis ligeramente inclinada hacia atrás. Si la persona respira suave y profundamente, con los hombros relajados, sentirá que se deja caer hasta los pies. La rigidez que resulta de intentar mantenerse erguido se deja caer en esta posición. Mientras realiza este ejercicio, mucha gente siente la ansiedad de dejarse ir o dejarse caer. Es entonces cuando se pueden dar cuenta de cuan rígidamente intentan mantener el control. Otra posición, llamada de arraigamiento o de contacto con la tierra, facilita precisamente que la persona pueda sentirla. Hay que inclinarse hacia adelante y tocar el suelo con la punta de los dedos. En esta posición los pies también permanecen paralelos y separados entre sí unos treinta centímetros. Se flexionan ligeramente las rodillas. Una vez más, es importante respirar profunda y libremente. Cuando la persona siente sus piernas vivas durante este ejercicio, empieza a vibrar a medida que la corriente de excitación fluye a través de ellas. La vibración reduce la tensión de las piernas y la persona nota una sensación de vitalidad en la parte inferior del cuerpo. Todos los ejercicios deben estar en armonía con las necesidades de cada persona en concreto, según las expresa su cuerpo. Este trabajo corporal va dirigido a facilitar la liberación de los sentimientos. Y esta liberación a menudo trae a la conciencia un recuerdo significativo del pasado. La liberación del sentimiento elimina el bloqueo en la función de percepción.
Después de diversas sesiones y de mucho trabajo, Linda consiguió desbloquear su garganta. Ella lo expresó así: «Fui capaz de llorar mucho y experimenté una gran tristeza. Recuerdo que de niña me asustaba lo mucho que mamá y papá discutían. Me aterrorizaba pensar que uno de los dos podía herir al otro. Durante sus peleas, yo permanecía en la cama, tensa, como petrificada, aterrada ante la idea de que uno de los dos pudiese matar al otro. Pero no podía expresar mis sentimientos, el miedo o el dolor. ¿Deseaba inconscientemente que mi padre matase a mi madre y así tenerlo a él sólo para mí?».
En la siguiente sesión miramos este problema más de cerca. Linda había hablado de las dos áreas en las que se sentía estancada: su vida amorosa y su carrera. En aquel momento, ella vivía con un hombre que seguía ligado a su exesposa, bebía mucho y no tenía dónde vivir —ni siquiera contaba con una dirección para que le enviasen el correo—. Linda remarcó: «Me agobia que él esté siempre conmigo. Creo que le amo, o por lo menos le necesito». Con relación a su trabajo, dijo: «Tengo un problema con respecto a mi carrera: necesito un cambio. No quiero encontrarme haciendo lo mismo el año que viene o dentro de cinco años, y eso me asusta. Estoy realmente desesperada. No es que quiera suicidarme, pero a veces me invade el desaliento». Cuando le pregunté si se sentía fracasada, me respondió: «Por supuesto que sí». Quise saber si podía llorar por esa causa. Y entonces empezó a sollozar suavemente. Dijo que la entristecía darse cuenta de que había recortado sus sentimientos.
Cuando volvimos al tema de la relación con su padre, la cuestión del sexo salió a relucir. Linda recordó: «Cuando era niña, pensaba que la masturbación era algo muy malo. Aunque lo ocultaba, me gustaba sentarme sobre las rodillas de algunas personas —posiblemente de uno de mis tíos— y me sentía bien. Sin embargo no recuerdo demostraciones físicas de afecto por parte de mi padre, nunca me cogía en brazos».
«Mis padres se echaban la culpa el uno al otro», continuó, «y yo tenía que escucharles por separado. Cada uno de ellos me contaba sus quejas acerca del otro, y me decían a mí, una niña de diez años, cómo se sentían. Naturalmente, yo no expresaba mis sentimientos. Nunca tuve el valor de decirles que se callaran y dejaran de discutir. Era una situación intolerable. Creo que las peleas se iniciaban a causa de mi padre, por los problemas que causaba su afición al juego, pero al mismo tiempo, yo no podía soportar a mi madre cuando discutía. A menudo, cuando me iba a la cama por la noche me tapaba la cabeza con una almohada para no oír sus gritos. Incluso recuerdo que cuando tenía seis u ocho años quería suicidarme porque ya no podía aguantar más tantas peleas. Tenía miedo de que él le pegara, pero nunca se agredieron el uno al otro».
Sin embargo, la historia de Linda no parecía completa. Reaccionaba ante el conflicto de sus padres como si relatara un mal sueño. Lo describía como «intolerable», decía que estaba como petrificada y que deseaba «morir». Y aun así, las discusiones de los padres son algo demasiado corriente en muchos hogares como para considerarlas una historia de terror. ¿Por qué, entonces, muchos pacientes hablan de las disputas de sus padres como un horror? El niño teme que los enfrentamientos acaben con la muerte de uno de sus padres. Linda señaló ese miedo, lo que yo relacioné con una situación edípica. De hecho, ella también lo había sospechado. Durante la etapa edípica, que va de los tres a los seis años de edad, el niño tiene un deseo de muerte dirigido contra el progenitor de su mismo sexo.[26] Al mismo tiempo, el niño se siente terriblemente culpable a causa de esos sentimientos e intenta rechazarlos. Linda temía que su padre matara a su madre, porque hasta cierto punto ella deseaba que lo hiciera y así tenerle a él para ella sola. Sin embargo, a nivel consciente, Linda se volvió contra su padre y deseó su muerte. Incluso dijo que todavía lo deseaba, porque eso haría mucho más fácil la vida de su madre. Pero, al volverse contra su padre, Linda se volvió también contra ella misma, contra su amor, y contra su sexualidad como una expresión de ese amor. Por lo menos, ésa fue mi hipótesis. Para contrastarla, quise comprobar cuáles eran sus sentimientos hacia mí, como su terapeuta. Era un sustituto de su padre.
Mientras se hallaba tumbada en la cama de los ejercicios, me incliné sobre ella, con mi cara a una distancia de un palmo de la suya. Nuestras miradas se cruzaron y me di cuenta de que yo le atraía. Le pregunté si le gustaría besarme. (No permito a mis pacientes que me besen, pero sí que expresen verbalmente sus sentimientos en ese sentido). Linda dijo que tenía miedo de besarme, porque sería inadecuado y «sucio». Pero, tan pronto dijo esto, empezó a llorar. Estaba en conflicto con sus sentimientos. Si no podía aceptarlos, podía al menos protestar. Así que sugerí que golpease la cama y gritase «¿Por qué?». Después de este ejercicio, que realizó con sentimiento, Linda se sintió un poco liberada.
En la siguiente sesión, le pedí que extendiera la mano y me tocase la cara. He aquí sus palabras acerca de esta experiencia, tal como las registré en mis notas después de la sesión: «Fue muy fuerte tener que tocar su rostro y decirle que me gustaba. No podía hacerlo. Las palabras se atascaron en mi garganta —no podían salir— y cuando finalmente lo hicieron, lloré. Lloré mucho antes de ser capaz de pronunciar una palabra. No podía decir “Te amo”. No conseguía que las palabras salieran de mi garganta. Pero, aún llorando, dije: “¿De qué tengo miedo? ¿Por qué no puedo decir Te amo?”. No puedo sentir mi tristeza».
Le dije a Linda que me daba cuenta de que ella pensaba que no tenía el derecho de cargar a nadie con su tristeza. Su actitud ante las penas era poner «buena cara», seguir sonriendo. Ella observó entonces: «Mis padres me contaban todos sus problemas y lo disgustados que estaban. En consecuencia, yo me guardaba todos mis sentimientos. ¿Cómo iba a decirles que me sentía triste y desgraciada a causa de sus disputas constantes y de su evidente infelicidad? Ahora veo por qué sufro esta neurosis que me afecta a la voz y la garganta —incluyendo el miedo de que eso se complique y acabe desarrollando un cáncer—. Nunca me he sentido como una persona capaz de hablar bien».
Después de esta sesión, Linda escribió en sus notas: «Finalmente fui capaz de vencer mi resistencia. Estaba triste y dolida, pero a la vez me sentía bien y aliviada cuando me marché —y continué sintiéndome así durante todo el día».
Podemos ver ahora que la imagen de Linda y su realidad interior eran opuestas. La imagen que presentaba ante el mundo era la de persona solvente, competente y de éxito. Por desgracia, Linda no se sentía valiosa; no creía que tuviese derecho a expresarse como persona, a tener una voz para hablar de sus propios asuntos. Si hubiera reconocido que se sentía así, el problema habría sido menor, pero al principio de la terapia yo no sabía lo que ella sentía. Había suprimido todos sus sentimientos. Sólo con posterioridad a las experiencias que he descrito fue capaz de abrir y revelar su yo interior.
El verdadero sentido del yo está determinado por los sentimientos del cuerpo, y se refleja en la expresión corporal. Ya he mencionado que Linda era una mujer atractiva. Sin embargo, en ciertos aspectos su cuerpo era deforme. La pelvis y las nalgas eran demasiado grandes y pesadas. Había algo pasivo en esa área y, de hecho, me fue difícil conseguir que moviese la pelvis fácil y libremente. Linda conocía esta dificultad, porque había notado la pasividad de la parte inferior de su cuerpo durante las relaciones sexuales que había mantenido. Nunca había tenido un orgasmo durante una relación sexual con un hombre. La pasividad iba asociada al sentimiento de que ella estaba «allí» para satisfacer al hombre, pero no a ella misma. Cuando comentamos el significado de la inmovilidad pélvica, Linda observó que su madre tenía el mismo problema. Entonces, ¿se identificaba ella con su madre? «Supongo que de alguna manera somos parecidas», replicó Linda, «pero siempre he intentado ser diferente de ella». Esta diferencia se expresaba en el papel que Linda adoptaba, en la imagen que proyectaba. Sin embargo, las similitudes salían a relucir a nivel corporal y en las pautas de conducta inconscientemente determinadas. Ambas mujeres eran sexualmente pasivas, lo que sugería qué albergaban intensos sentimientos de culpa, que a su vez favorecían otros sentimientos de inferioridad e inadecuación. Como parte de la moderna generación, Linda se rebelaba contra su «destino», en contraste con su madre, que aceptaba el suyo: casarse y formar una familia. Pero Linda tuvo que pagar un precio por su rebelión —es decir, no casarse y no tener hijos.
Antes he planteado una pregunta acerca de la imagen de Linda: ¿Qué significaba exactamente? Ser una mujer de éxito representaba ser diferente de su madre. El fracaso en cambio apuntaba a que ella no era mejor que su madre. Pero ¿cómo surge la idea de competencia entre madre e hija (o entre padre e hijo)? Yo no creo en absoluto que esto sea algo natural.[27] En un orden natural, los hijos tienden a emular a sus padres, no a compararse con ellos. Competir con uno de los padres o compararse con él implica una igualdad de nivel. Un niño sólo se puede sentir como un igual con respecto a sus padres si uno o ambos progenitores le tratan como tal. Los dos hicieron eso con Linda, compartieron sus ansiedades y sus problemas con ella. Los padres que buscan la comprensión y la simpatía de su hijo le tratan como a un igual, y le colocan así en una posición de adulto. Una situación similar se produce cuando uno de los padres demuestra que el niño le excita sexualmente. En ambos casos, el niño es seducido y utilizado. Sin embargo, tal situación tiene el efecto de hacer que el niño se sienta especial. Eso es lo que le pasó a Linda.
La terapia de Linda continuó progresando satisfactoriamente. Era capaz de darse cuenta de sus sentimientos y expresarlos. Le resultaba más fácil llorar, y hacerlo de una manera más profunda, por cuestiones de su vida presente y pasada. Por medio del trabajo corporal con su pelvis, desarrolló más sentimientos sexuales. Entonces encontró a un hombre de éxito, distinto a sus anteriores amantes, que se mostró interesado en casarse con ella. El matrimonio necesitó trasladarse a otra ciudad, y la terapia finalizó.
El caso de Linda ilustra una serie de puntos acerca del narcisismo. La grandiosa imagen del yo que caracteriza a los narcisistas compensa un sentido del yo inadecuado e ineficaz. Representa un esfuerzo consciente para ser diferente (mejor), pero falla en cuanto a cambiar la personalidad básica o el yo. El yo es una función de la vida del cuerpo; no está sujeto al control consciente. Todo lo que uno puede hacer conscientemente es alterar la apariencia —es decir, cambiar la imagen—, y esto tiene únicamente un efecto superficial sobre la personalidad, igual que cambiarse de ropa no cambia el cuerpo que hay debajo. Un cambio más profundo requiere la expresión de los sentimientos negados y suprimidos. Para hacer esto, hay que liberar la tensión muscular crónica que bloquea los sentimientos y llevar los recuerdos reprimidos al consciente.
Este procedimiento es un enfoque terapéutico básico para todos los problemas neuróticos, incluyendo el narcisismo. Sin embargo, ningún procedimiento terapéutico es eficaz si el terapeuta no comprende al paciente como persona. Todos los problemas de carácter se desarrollan a través de la interacción o entrelazado de muchas fuerzas, todas y cada una de las cuales surge de algún experiencia temprana importante. En el tejido de la personalidad, hay que identificar cada uno de los hilos que la componen, determinar su origen y dilucidar su función. En el caso de Linda, se aclaró que el papel de la imagen era una forma de intentar compensar su sentido de inadecuación. A medida que Linda fue trabajando el origen de sus miedos y de su sentimiento de culpa, principalmente sexual, fue más capaz de funcionar en base a sus sentimientos y de preocuparse menos por su imagen. El grado de narcisismo disminuyó. Sintió menos la necesidad de negar sus sentimientos.
La imagen es en sí misma una negación de los sentimientos. Por medio de la identificación con una imagen de grandiosidad, uno puede ignorar el dolor de la realidad interna. Pero la imagen tiene también una función externa en relación con el mundo. Es una forma de conseguir la aceptación de los demás, de seducirlos y de ganar poder sobre ellos.