Capítulo 1
EL ESPECTRO DEL NARCISISMO
¿Qué caracteriza al trastorno narcisista? La historia de Eric, que explicaré a continuación, es un ejemplo claro. Aunque este paciente era un caso poco corriente, en el sentido de que se daba en él una ausencia casi completa de sentimientos, lo cierto es que, como veremos, actuar con frialdad emocional es el trastorno básico que distingue a la personalidad narcisista.
EL CASO DE ERIC
Eric acudió a mi consulta acompañado de Janice, su novia, porque su relación estaba en crisis. Aunque llevaban varios años viviendo juntos, ella decía que no quería casarse con él, a pesar de lo mucho que le amaba, porque sentía que su relación era incompleta, que la hacía sentirse insatisfecha, vacía. Cuando pregunté a Eric qué sentía él, me respondió que no entendía la queja de su compañera. Desde su punto de vista, él hacía todo lo que podía para llenar las necesidades de Janice, y si ella le dijese qué es lo que la hacía feliz, él no dudaría en intentarlo. Janice dijo entonces que no era ése el problema, sino que fallaba algo en la forma de reaccionar de él. Así que pregunté a Eric, de nuevo, acerca de sus sentimientos. «¡Sentimientos!», exclamó. «No tengo sentimientos. No sé qué quiere decir con eso. Yo programo mi conducta para actuar con eficacia en el mundo».
¿Cómo se puede explicar qué son los sentimientos? Es algo que sucede, no algo que uno hace. Se trata de una función corporal, no de un proceso mental. Eric estaba bastante familiarizado con los procesos mentales, debido a su trabajo en un campo de la alta tecnología que requería conocimientos de operaciones con ordenador. De hecho, él veía la «programación» de su conducta como la clave del éxito en la vida.
Le puse el ejemplo de cómo se le acelera el corazón a un hombre enamorado cuando ve a su amada. Eric contraatacó diciendo que eso era tan sólo una metáfora. Le pregunté qué pensaba él que era el amor si no se trataba de un sentimiento físico. Amor es, respondió él, afecto y respeto hacia la persona amada. Esto, pensaba, era algo de lo que él era perfectamente capaz y, sin embargo, parecía que Janice deseaba otra cosa. No era la primera mujer que se quejaba de la incapacidad de Eric para amar, pero él nunca había logrado comprender qué querían decir con eso. Le señalé que una mujer desea sentir que el hombre se excita y se le ilumina la cara cuando la ve. El amor es ardor, pasión, además de afecto y respeto.
Eric afirmó que no deseaba que Janice le dejase, que estaba convencido de que ambos formarían un estupendo equipo como padres y como compañeros pero que, aun así, si la pareja se rompía él no iba a sufrir, porque hacía mucho tiempo que se había vuelto inmune al dolor. Cuando era niño se entrenaba en contener el aliento hasta que el sufrimiento se esfumaba. Le pregunté si le molestaría que Janice tuviera otro amante y me dijo que no. «¿No se sentiría celoso?», pregunté de nuevo, y respondió: «No, ¿qué son los celos?». Si uno no tiene un sentimiento de dolor o de pérdida cuando la persona amada te deja, entonces no puedes sentir celos. Este sentimiento surge del temor que se genera ante la posibilidad de la pérdida del amor.
Cuando Eric y Janice se separaron, ella se quedó con el perro. Un día, al ver al animal por la calle sintió un dolor en el costado. Me preguntó muy serio: «¿Es eso un sentimiento?».
¿Qué había podido suceder para que un ser humano se transformase en una máquina sin sentimientos? Mi hipótesis fue que durante la infancia de Eric los sentimientos estuvieron demasiado o demasiado poco presentes. Cuando le mencioné esta posibilidad, me dijo que era cierta en ambos sentidos. Mientras que su madre estaba siempre al borde de la histeria, su padre no expresaba jamás sentimiento alguno. Dicho con sus propias palabras, la frialdad y la hostilidad del padre casi volvió loca a la madre. Según Eric, era como una pesadilla, pero me aseguró que él no sufría por ello. «Mi falta de sentimientos no me molestaba. Lo llevaba muy bien». Lo único que pude responder a Eric fue: «Un hombre muerto no siente dolor y nada le molesta. Tú simplemente te has matado a ti mismo». Pensé que esta afirmación le haría reaccionar, pero para mí sorpresa respondió: «Ya sé que estoy muerto».
Siguió diciendo: «Cuando era joven, estaba aterrorizado ante la idea de la muerte. Pensé que estando muerto, ya no habría nada que temer. Así que decidí morir. Nunca pensé que llegaría a cumplir los veinte años. De hecho, estoy sorprendido de seguir vivo».
La actitud de Eric ante la vida quizás impresione por extraña al lector. Él se consideraba a sí mismo como una «cosa», incluso utilizó este término al describir la imagen que tenía de sí mismo. Tomándose a sí mismo como un instrumento, se había propuesto hacer algo bueno por los demás, aunque admitía que ello también le procuraba satisfacción a él. Por ejemplo, se describía como un estupendo compañero sexual, capaz de proporcionar mucho placer a una mujer. En ese punto, su novia dijo: «El sexo con él está muy bien, pero no hacemos el amor». Al estar muerto emocionalmente, Eric obtenía muy poco placer físico de la relación sexual. Su satisfacción provenía de la respuesta femenina pero, debido a la falta de implicación personal de Eric, ésta era limitada, lo que resultaba del todo incomprensible para él. Le expliqué que la respuesta erótica del hombre produce en la mujer una mayor y más profunda excitación que la lleva a experimentar un orgasmo más completo. A su vez, la excitación de la mujer estimula la del hombre. Sin embargo, esta reacción mutua sólo se produce a nivel genital, es decir, durante el coito. Eric admitió que prefería masturbar a una mujer porque las manos eran más sensibles que el pene. En efecto, hacer el amor era más un servicio prestado a la mujer que una expresión de la pasión. Eric no sentía pasión.
Con todo, los sentimientos no podían estar completamente ausentes en él, de lo contrarío no habría acudido a mi consulta. Vino porque sentía que algo iba mal, aunque a la vez negase que esa situación generaba en él algún sentimiento; sabía que algo tenía que cambiar, pero al mismo tiempo había desarrollado defensas poderosas para protegerse del cambio. Hasta que un terapeuta no comprende plenamente la función de las defensas de una persona no es posible derribarlas, y eso requiere además la colaboración del paciente». ¿Por qué Eric había erigido una barrera tan poderosa frente a los sentimientos? ¿Por qué había hecho de su carácter una tumba donde enterrarse en vida? ¿De qué tenía miedo?
La respuesta, estoy convencido, es que temía a la locura. Eric hablaba de su miedo a la muerte, y creo que era cierto. Sin embargo, el miedo a la muerte era consciente, mientras que el miedo a la locura era inconsciente y, por tanto, mucho más profundo. Considero que el temor a la muerte a menudo surge de un deseo inconsciente de morir. Eric prefería estar muerto que volverse loco. Y esto significa que se hallaba más cerca de la locura que de la muerte. Estaba convencido (aunque de manera inconsciente) de que se desbordaría si permitía aflorar cualquier sentimiento a la esfera de la conciencia; creía que le arrollaría un torrente de emociones que acabaría por volverle loco. En su inconsciente, equiparaba sentimientos y locura, lo que asociaba con su histérica madre. Se identificaba con su padre, y relacionaba voluntad, razón y lógica con salud y poder. Tenía una autoimagen de persona «sana», que es capaz de estudiar una situación y reaccionar ante ella de manera lógica y eficiente. Sin embargo, la lógica es tan sólo la aplicación a una premisa dada de ciertos principios de pensamiento. Por tanto, que algo sea lógico depende de la premisa que se tome como punto de partida.
Le señalé a Eric que la locura describe el estado de una persona que está desconectada de la realidad. Como los sentimientos son una realidad básica de la vida humana, perder el contacto con ellos es un signo de enfermedad. Desde este punto de vista, le dije que, a pesar de la aparente racionalidad de su conducta, no se le podría considerar sano. Mi comentario le afectó mucho y me hizo varias preguntas acerca de la naturaleza de la locura. Le expliqué que los sentimientos nunca son insanos, sino que siempre son válidos para la persona que los experimenta. Sin embargo, cuando ésta no puede aceptarlos o contenerlos, se siente escindida o trastornada —porque le parece que sus sentimientos no tienen «sentido»—. No obstante, negarlos tampoco tiene sentido alguno. Tal negación sólo se puede llevar a cabo disociando el yo del cuerpo, y ésta es la base para sentirse vivo.[1] Además, ello requiere un constante esfuerzo por parte de la persona para suprimir los sentimientos, para actuar «como si no existiesen». Esto es agotador y está falto de sentido. Comparé a Eric con un fugitivo que huye de la justicia, a la que no se atreve a entregarse aunque le resulta insoportable seguir ocultándose. Sólo puede alcanzar la paz si se rinde. Si Eric podía aceptar que su actitud no era sana, entonces iniciaría el camino hacia la salud. Le pareció que esta explicación tenía mucho sentido.
A partir del caso de Eric, ¿qué podemos aprender acerca de lo que caracteriza al trastorno narcisista? Considero que el rasgo más importante es la ausencia de sentimientos. Aunque Eric era un extremo y los había suprimido casi por completo, la falta o negación de sentimientos es típica de todos los individuos narcisistas. La necesidad de proyectar una imagen era otro aspecto narcisista evidente en la personalidad de Eric. Se presentaba como alguien comprometido con «hacer el bien a los demás», por decirlo con sus propias palabras. Sin embargo, esta imagen era una perversión de la realidad. Lo que él llamaba «hacer el bien a los demás» representaba un ejercicio de poder sobre las otras personas. A pesar de que afirmaba tener buenas intenciones, su actitud rayaba en lo diabólico. Por ejemplo, bajo un disfraz bondadoso Eric explotaba a su novia: tomaba su amor sin corresponderla con el suyo. Este tipo de explotación es común en todas las personalidades narcisistas.
En este punto surge una pregunta: ¿se podría decir que Eric, en su ejercicio de poder, se siente «grandioso»? Después de todo, él se describía a sí mismo como una «cosa», lo que no suena precisamente a grandiosidad. Sin embargo, el «yo» observador y controlador de la cosa que dice ser, es arrogante y se cree superpoderoso. Esta arrogancia del ego se encuentra en todas las personalidades narcisistas, con independencia de que se produzcan fracasos o de la existencia de una baja autoestima.
UNA DEFINICIÓN DEL NARCISISTA
A través del caso de Eric se puede empezar a vislumbrar el perfil que configura el retrato del narcisista. ¿Cómo podríamos definirlo de manera más precisa? En lenguaje coloquial se describe a la persona narcisista como aquella cuya preocupación se centra en ella misma con exclusión de cualquier otra. Como dijo Theodore I. Rubin, destacado psicoanalista y escritor: «El narcisista se convierte él mismo en su propio mundo y a su vez cree que el mundo entero es él».[2] Ésta es sin duda la imagen general. Otto Kernberg, otro relevante psicoanalista, aporta una visión más concreta. En los narcisistas, según sus propias palabras, «se encuentran diversas combinaciones de ambición desmedida, fantasías de grandeza, sentimientos de inferioridad y excesiva dependencia de la admiración y aclamación externas». En su opinión, también son características de la persona narcisista la «inseguridad e insatisfacción crónicas acerca de sí misma, la explotación consciente o inconsciente de los demás y la crueldad hacia las otras personas».[3]
Sin embargo, este análisis descriptivo de la conducta narcisista sólo nos sirve para identificar a una persona narcisista, no basta para entenderla. Para eso, es necesario mirar bajo la superficie de su comportamiento para ver el trastorno de personalidad que subyace. La cuestión es: ¿qué lleva a una persona a ser explotadora y a actuar sin piedad con los demás, y al mismo tiempo a sufrir de inseguridad e insatisfacción crónicas?
Los psicoanalistas consideran que el problema se desarrolla durante la temprana infancia. Kernberg señala la «fusión del yo ideal, del objeto ideal y de la imagen del yo real, como defensa contra una realidad intolerable en el ámbito interpersonal».[4] Expresado de una forma menos técnica, lo que dice Kernberg es que el narcisista queda atrapado en su imagen. En realidad, no puede distinguir entre la imagen de quién imagina que es y la imagen de quién es en realidad. Las dos visiones se funden en una sola. Sin embargo, quizás esta afirmación todavía no resulta lo bastante aclaratoria. Lo que sucede es que el narcisista se identifica con la imagen idealizada de sí mismo. La imagen del yo verdadero queda perdida (si esto se produce porque se fusiona con la idealizada o porque se deja de lado en favor de esta última es relativamente poco importante). Los narcisistas no funcionan basándose en una imagen del yo real, porque ésta les resulta inaceptable. Pero ¿cómo pueden ignorar o negar su realidad? Lo consiguen porque no miran a su verdadero yo. Existe una diferencia entre el yo y su imagen, del mismo modo que también existe entre la persona y su reflejo en el espejo.
De hecho, hablar tanto de las imágenes apunta hacia un punto débil en la orientación psicoanalítica. En su explicación de los trastornos narcisistas subyace la creencia de que aquello que sucede en la esfera de lo mental determina la personalidad. No tiene en cuenta que lo que pasa a nivel corporal influye en el pensamiento y el comportamiento tanto como lo que sucede en la mente. La conciencia se vale de imágenes (o incluso depende de ellas) para regular los actos. Pero, hay que recordar que una imagen implica la existencia de un objeto al que representa. La imagen del yo —ya sea de grandeza, idealizada o real— está relacionada con el yo, y el yo es más que una imagen. Es necesario dirigir la atención hacia el yo, esto es, el yo corporal, que se proyecta en el ojo de la mente como una imagen. Dicho sencillamente, el yo es equiparable al cuerpo vivo, que incluye la mente. El sentido del yo depende de la percepción de lo que está sucediendo en el cuerpo. La percepción es una función de la mente y crea imágenes.
Si el cuerpo es el yo, la imagen del yo real tiene que ser una imagen corporal. Sólo es posible dejar de lado la imagen del yo real por medio de negar la realidad del yo encarnado. Los narcisistas no niegan que tienen un cuerpo. Su comprensión de la realidad no es tan débil. Pero ven el cuerpo como un instrumento de la mente, sujeto a la voluntad de ésta, que opera de acuerdo con sus imágenes, sin sentimiento. Aunque el cuerpo se puede utilizar eficazmente como un instrumento, rendir como una máquina o agradar como una estatua, en este caso le falta «vida». Y es el sentimiento de estar vivo el que da origen a la experiencia del yo.
En mi opinión, está claro que la perturbación básica de la personalidad narcisista es la negación del sentimiento. Yo definiría al narcisista como una persona cuyo comportamiento no está motivado por los sentimientos. Pero aún nos queda otra pregunta por responder: ¿por qué querría alguien negar los sentimientos? Y relacionada con ésta surge otra: ¿por qué están tan presentes los trastornos narcisistas en la cultura occidental?
NARCISISMO FRENTE A HISTERIA
En general, la pauta de una conducta neurótica en un momento determinado refleja la influencia de fuerzas culturales en acción. Por ejemplo, durante el período Victoriano, el tipo de neurosis más frecuente era la histeria. La reacción histérica es el resultado de condenar la excitación sexual. Puede tomar la forma de una explosión emocional, que inunda el ego abriéndose paso a través de las fuerzas represivas. Es posible que entonces la persona, perdido el control, empiece a llorar o gritar. Sin embargo, si las fuerzas represivas mantienen su dominio e impiden la expresión de cualquier sentimiento, entonces lo más probable es que la persona en lugar de llorar o gritar se desmaye, como les sucedía a muchas mujeres de la época victoriana ante cualquier manifestación pública de la sexualidad. En otros casos, el intento de reprimir una experiencia sexual temprana y el sentimiento asociado a ésta, puede producir lo que se llama un síntoma de conversión. En esta situación, la persona se ve afectada por alguna enfermedad funcional, como por ejemplo la parálisis, a pesar de que no se encuentre base fisiológica para ello.
Fue a través de su trabajo con pacientes histéricas como Sigmund Freud empezó a desarrollar el psicoanálisis y sus teorías sobre la neurosis. Con todo, es importante no perder de vista el marco social de la época en que él inició sus observaciones. La cultura victoriana se caracterizaba por una rígida estructura de clases. La moral sexual y la mojigatería eran las normas establecidas; y la represión y la conformidad, las actitudes aceptadas. La manera de hablar y de vestir era cuidadosamente controlada y vigilada, especialmente en el seno de la sociedad burguesa. Las mujeres llevaban corsés apretados y los hombres cuello duro. El respeto a la autoridad era lo que exigía el orden establecido. Todo ello tuvo como efecto que se desarrollase en muchas personas un superego estricto y severo, que limitó la expresión sexual y creó ansiedad e intensos sentimientos de culpa acerca de la sexualidad.
Actualmente, casi un siglo después, el contexto cultural ha dado un giro de casi 180 grados. Nuestra sociedad se caracteriza por una crisis de la autoridad fuera y dentro del hogar. Las costumbres sexuales parecen ser mucho más relajadas. La habilidad de la gente para cambiar de pareja sexual se asemeja a su capacidad para desplazarse de un lugar a otro. La mojigatería ha sido reemplazada por el exhibicionismo y la pornografía. A veces uno se pregunta si existe alguna norma aceptable acerca de la moral sexual. En cualquier caso, hoy en día hay muchas menos personas que sufren de ansiedad o se sienten culpables por cuestiones que tienen que ver con el sexo. En su lugar, mucha gente se queja de impotencia, de temores o de insatisfacción en la esfera de lo sexual.
Esta comparación entre el período Victoriano y los tiempos actuales es, por supuesto, muy simplificada; sin embargo, resulta útil para ilustrar el contraste entre los neuróticos histéricos de la época de Freud y las personalidades narcisistas de nuestros días. Los narcisistas, por ejemplo, no sufren a causa de un superego severo y estricto. Más bien todo lo contrario. Parece que incluso carecen de lo que se podría considerar un superego normal, que marque algunos límites morales de comportamiento tanto a nivel sexual como en otros ámbitos. Faltos de un sentido de los límites, tienden a «exteriorizar» sus impulsos. Hay una ausencia de autocontención en su forma de responder ante personas y situaciones. Tampoco se sienten atados por costumbres y modas. Se consideran libres de crear su propio estilo de vida, al margen de las normas sociales. En esto también son bastante opuestos a los histéricos que trataba Freud.
No es sólo en el comportamiento donde se ve el contraste, sino que algo similar se observa con respecto a los sentimientos. Se describe a menudo a los histéricos como personas hipersensibles, que exageran sus sentimientos. En cambio, los narcisistas los minimizan; su objetivo es ser «fríos». De manera similar, los histéricos arrastran el pesado lastre del sentimiento de culpabilidad, mientras que los narcisistas parecen haberse liberado de esa carga. La predisposición de estos últimos es a la depresión, a la sensación de vacío, a la ausencia de sentimientos, mientras que los histéricos tienden a sufrir de ansiedad. En la histeria se da un temor más o menos consciente a que se desborden los sentimientos, en cambio en los narcisistas este miedo es mucho más inconsciente. Con todo, estas distinciones son teóricas. A menudo se encuentra una mezcla de ansiedad y de depresión, porque están presentes en la misma persona elementos histéricos y narcisistas. Esto es especialmente cierto en el caso de las personalidades límite, una variedad del trastorno narcisista de la que hablaré más adelante en este mismo capítulo.
Sigamos comparando el contexto cultural de estas dos épocas. La sociedad victoriana enfatizaba los sentimientos pero restringía en gran medida su libre expresión, especialmente en el terreno sexual. La consecuencia fue la histeria. La sociedad actual impone relativamente pocas restricciones al comportamiento, e incluso anima a «exteriorizar» los impulsos sexuales en nombre de la liberación, pero minimiza la importancia de los sentimientos. El resultado es el narcisismo. Se podría decir también que en la época victoriana se fomentaba el amor sin sexo, mientras que en nuestros días se fomenta el sexo sin amor. Aunque estas afirmaciones están dentro de la generalización, sacan a la luz el problema central del narcisismo: la negación del sentimiento, y la ausencia de límites que implica. Lo que predomina hoy en día es una tendencia a considerar los límites como restricciones innecesarias del potencial humano. Los negocios se dirigen como si no existieran límites para el crecimiento económico, e incluso en el terreno científico ha surgido la idea de que se puede superar la muerte, esto es, que es posible transformar la naturaleza según la imagen que nos hagamos de ella. El poder, el rendimiento y la productividad se han convertido en los valores dominantes, y han desplazado a virtudes tan «anticuadas» como la dignidad, la integridad y el respeto a uno mismo (véase el capítulo 9).
¿EXISTE UN NARCISISMO PRIMARIO?
El narcisismo, por supuesto, no es exclusivo de los tiempos que corren. Ya existía en la época victoriana y ha estado presente a lo largo de toda la historia de la civilización. Tampoco es nuevo el interés de la psicología por los trastornos narcisistas. Ya en 1914, Freud hizo del narcisismo un objeto de estudio. Aunque al principio utilizó el término para designar a aquellos individuos que obtenían satisfacción erótica a partir de la contemplación de su propio cuerpo, pronto se dio cuenta de que esta actitud se daba en mayor o menor grado en la mayoría de las personas. Incluso consideró que el narcisismo podía ser parte del «comportamiento sexual normal de los seres humanos».[5] Originalmente, según Freud, toda persona tiene dos objetos sexuales: ella misma y la persona que la cuida. Esta creencia se basó en la observación de que un bebé podía obtener placer erótico de su propio cuerpo y también del cuerpo de su madre. A partir de aquí, Freud postuló la existencia de un «narcisismo primario presente en todas las personas, que a la larga podía manifestarse como dominante en la elección de objeto».[6]
La cuestión aquí es si existe un estadio normal de narcisismo primario. Si es así, se podría considerar como una consecuencia patológica el fracaso del niño en evolucionar desde el estadio de él mismo como objeto de amor (narcisismo primario) al del objeto verdadero (el amor dirigido a otra persona). Esta perspectiva que pone el acento en el fracaso evolutivo lleva implícita la idea de que hay una carencia que bloquea el desarrollo normal. Para mí, lo más importante es la idea de que el narcisismo es el resultado de una distorsión en el desarrollo. Hay que averiguar qué le hicieron los padres al niño, en lugar de simplemente buscar qué es lo que no le hicieron. Desgraciadamente, los niños a menudo están sujetos a ambos tipos de trauma: los padres no les proporcionan suficientes cuidados y apoyo a nivel emocional, al no reconocer y respetar la individualidad de la criatura, pero a la vez intentan seducirlo para moldearlo según la imagen que ellos tienen de cómo debe ser el niño. La falta de cuidados y reconocimiento agrava la distorsión, pero es la distorsión en sí misma la que produce el trastorno narcisista.
Yo no creo en el concepto del narcisismo primario. En lugar de eso, considero todo narcisismo como secundario y originado por dificultades en la relación padres-hijos. Esta visión difiere de la de muchos psicólogos del ego, que identifican el narcisismo patológico como el resultado de un fracaso en superar el estadio del narcisismo primario. Su creencia en un narcisismo primario se basa sobre todo en la observación de que los bebés y los niños pequeños son capaces de verse sólo a sí mismos, de pensar sólo en sí mismos y de vivir sólo para sí mismos.
Durante un corto período después del nacimiento, un niño experimenta a su madre como parte de él mismo, tal como sucedía cuando estaba en el útero. En este punto, la conciencia del recién nacido aún no se ha desarrollado lo bastante como para reconocer la existencia independiente de otra persona. Sin embargo, la conciencia se desarrolla rápidamente. Pronto el niño es capaz de reconocer a su madre como un ser independiente (por ejemplo, le sonríe), aunque sigue funcionando como si su madre estuviera allí únicamente para satisfacer las necesidades de él. Esta expectativa por parte del bebé —que su madre siempre estará a su lado para cuidarle— es lo que se conoce como omnipotencia infantil. Sin embargo, este término es poco adecuado. Como señala el psicoanalista británico Michael Balint: «[El niño] da por sentado que el otro, el objeto que vive como una agradable extensión de sí mismo, tendrá automáticamente los mismos deseos, intereses y expectativas que él. Esto explica por qué a menudo se nombra tal situación como estado de omnipotencia. Esta descripción es de alguna manera discordante, porque no hay un sentimiento de poder; de hecho, no hay necesidad de poder o de esfuerzo, ya que todas las cosas están en armonía».[7]
Con todo, el tema del poder a menudo está presente en la relación entre padres e hijos. A muchas madres les disgusta el hecho de que el niño dé por sentado que su mamá siempre estará a su lado para satisfacerle, independientemente de los sentimientos de ella. A los niños muchas veces se les acusa de intentar ganar poder sobre sus padres, cuando todo lo que desean es que les entiendan y se cubran sus necesidades. Los niños son totalmente dependientes y sólo pueden pedir lo que desean llorando. Son realmente impotentes. De hecho, son los padres quienes pueden considerarse omnipotentes con respecto al niño, porque tienen literalmente el poder sobre la vida y la muerte de él. Entonces, ¿por qué los adultos a menudo llaman al niño «el rey de la casa»? La idea de omnipotencia infantil sugiere una fantasía de grandeza que justificaría el concepto del narcisismo primario. Aun así, yo creo que son todo imaginaciones de los padres. Ellos proyectan su narcisismo sobre su hijo: «Yo soy especial y por tanto mi niño es especial».
LOS DIFERENTES TIPOS DE TRASTORNOS NARCISISTAS
Hasta ahora he abordado el narcisismo como una unidad, pero en realidad cubre un amplio espectro comportamental; existen diversos grados de alteración o pérdida del yo. Distingo cinco tipos distintos de trastornos narcisistas, en función del grado de alteración y de sus características concretas. Así, las diferencias son tanto cuantitativas como cualitativas. No obstante, el elemento común es siempre el narcisismo.
Estos son los cinco tipos, en orden ascendente según el grado de narcisismo:
- Carácter fálico-narcisista.
- Carácter narcisista.[8]
- Personalidad límite.
- Personalidad psicopática.
- Personalidad paranoide.
Obtenemos así el espectro de los trastornos narcisistas, de menor a mayor gravedad. Utilizando este espectro, se ve más claramente la relación existente entre los diferentes aspectos del trastorno narcisista. Por ejemplo, el grado en que una persona se identifica con sus sentimientos es inversamente proporcional a su grado de narcisismo. Cuanto más narcisista es un individuo, menos se identifica con sus sentimientos. Además, en este caso, tiene una mayor identificación con su imagen (como opuesta al yo), junto con una idea de grandiosidad proporcional en grado. En otras palabras, existe una correlación entre la negación o la carencia de sentimientos, y la falta de un sentido del yo.
Carácter fálico-narcisista | Carácter narcisista | Personalidad límite | Personalidad psicopática | Personalidad paranoide | |
---|---|---|---|---|---|
Menor ← | Grado de narcisismo | → Mayor | |||
Menor ← | Fantasía de grandeza | → Mayor | |||
Menor ← | Falta de sentimientos | → Mayor | |||
Menor ← | Falta de un sentido del yo | → Mayor | |||
Menor ← | Falta de contacto con la realidad | → Mayor |
Quiero recordar que equiparo el yo con los sentimientos o con el sentido del cuerpo. La relación entre el narcisismo y la falta de un sentido del yo se comprende mejor si se piensa en el narcisismo como egotismo, como una imagen más que un foco de sentimientos.
Existe una antítesis entré el ego (una organización mental) y el yo (un cuerpo/una entidad con sentimientos) en todas las personas adultas, o mejor dicho, en cualquiera que haya desarrollado cierto grado de conciencia del yo, que se deriva de la capacidad para formar una imagen del yo.[9] Debido a que esta capacidad es una función del ego, el narcisismo se considera un trastorno del desarrollo del ego.
Sin embargo, ser consciente o tener una imagen del yo no es narcisista en sí mismo, a menos que tal imagen esté teñida de grandiosidad. Y esta grandiosidad sólo se puede determinar tomando como punto de referencia el yo real. Si una persona tiene una imagen de sí misma como alguien que resulta atractivo al sexo opuesto, esta imagen no es una fantasía de grandeza si la persona es verdaderamente atractiva. La idea de grandiosidad, y por tanto el narcisismo, es una función de la discrepancia entre la imagen y el yo. Tal discrepancia es mínima en el caso del carácter fálico-narcisista, y por ello esta estructura de personalidad está más cercana a la salud que las otras cuatro.
El carácter fálico-narcisista
En su forma menos patológica, narcisismo es un término aplicado al comportamiento de aquellos hombres cuyo ego está dedicado a la conquista de las mujeres. Éstas son las personalidades que se han descrito como fálico-narcisistas en la literatura psicoanalítica. Su narcisismo consiste en una preocupación desmesurada por su imagen sexual. Wilhelm Reich introdujo este término en 1926, para describir un tipo de carácter que se situaba en algún punto entre la neurosis compulsiva y la histeria. «El típico carácter fálico-narcisista», escribe, «tiene seguridad en sí mismo, y a menudo es arrogante, atlético, enérgico y suele causar impresión.»[10]
La importancia del concepto del carácter fálico-narcisista es doble. En primer lugar, subraya la estrecha relación entre narcisismo y sexualidad —sexualidad entendida en términos de potencia de erección— cuyo símbolo es el falo. En segundo lugar, describe un tipo de carácter relativamente sano, en el que el elemento narcisista es mínimo. Como explica Reich, la relación de un individuo fálico-narcisista con una persona amada tiene más de narcisista que de objeto-libidinosa. «A menudo están muy apegados a las personas y a las cosas». Su narcisismo se manifiesta como una «demostración exagerada de confianza en sí mismo, de dignidad y de superioridad». Sin embargo, «los individuos relativamente no neuróticos que son representativos de este tipo de narcisismo, debido a que dan rienda suelta a su agresividad, tienen éxito social, son fuertes, impulsivos, enérgicos y normalmente productivos».[11]
Siempre me he considerado a mí mismo como un carácter fálico-narcisista, y por eso tengo bastante idea de cómo se desarrolla este tipo de personalidad. Sé que yo era el ojo derecho de mi madre. Ella tenía puestas en mí todas sus ambiciones. Yo era más importante para ella que su marido, mi padre; y aunque ella no actuaba abiertamente de manera sexualmente seductora, sus sentimientos hacia mí eran sexuales. Su dedicación emocional hacia mí hizo que mi personalidad fuera más enérgica e interesante. Con todo, su necesidad de poseerme, y así controlarme, disminuyó mi sentido del yo. En esta situación, mi ego se hizo mayor que mi yo, desarrollándose así una personalidad narcisista. Por otro lado, y por medio de la identificación con mi padre, que era un hombre sencillo, muy trabajador y amante del placer, conservé un sentido vital del cuerpo, que está en el núcleo del sentido del yo.
¿Y qué papel tienen las mujeres en todo esto? El homólogo femenino del hombre fálico-narcisista es el tipo de carácter histérico.[12] Utilizo aquí el término «histeria» (que viene del griego hystera, o útero) para indicar la fuerte identificación de esta personalidad con la sexualidad femenina. No me refiero a la histeria como el síntoma neurótico a menudo presente en la personalidad esquizofrénica. Se trata más bien de que a esta mujer, del mismo modo que al hombre fálico-narcisista, le preocupa su imagen sexual. También ella tiene confianza en sí misma, y a menudo es arrogante, enérgica y causa impresión. Su narcisismo se expresa en la tendencia a ser seductora y a medir su valor en función de un atractivo sexual basado en sus encantos «femeninos». Ella es y se siente atractiva para los hombres, y tiene un sentido relativamente fuerte del yo. Difiere del hombre fálico-narcisista en que la suavidad es su cualidad esencial (la suavidad del útero), como opuesta a la identificación con la dureza del falo erecto. Por supuesto que la estructura y conducta de algunas mujeres puede considerarse fálica. Albergan menos sentimientos, tanto sexuales como de otro tipo, que las del carácter histérico y son más narcisistas, están más entregadas a una imagen de superioridad que a un yo con sentimientos. Pertenecen al tipo de carácter narcisista, que describiré a continuación.
El carácter narcisista
El carácter narcisista tiene una imagen más grandiosa del ego que el fálico-narcisista. Este individuo no se cree mejor, sino el mejor. No se considera simplemente atractivo, sino el más atractivo. Como señala el psiquiatra James F. Masterson, estos individuos tienen necesidad de ser perfectos y de que los demás también les consideren perfectos.[13] De hecho, en muchos casos, este tipo de personas pueden hacer gala de logros y de éxitos, porque a menudo demuestran gran habilidad para llevarse bien con un mundo regido por el poder y el dinero. Puede que tengan una opinión demasiado elevada de sí mismas, pero hay quien también las admira debido a sus éxitos. Con todo, la imagen que tienen de sí mismas es de grandiosidad, en contradicción con la realidad del yo. El individuo del tipo carácter narcisista está totalmente fuera de lugar en el mundo de los sentimientos y no sabe relacionarse con otras personas de una forma real, humana.
Una forma de contrastar las diferencias entre el carácter fálico-narcisista y el narcisista es comparando sus fantasías. Por ejemplo, un hombre fálico-narcisista camina por la calle e imagina que a su paso las mujeres le miran con admiración y los hombres con envidia. A cierto nivel se considera superior a los demás, pero también se da cuenta de que es inferior a otras personas. Cuando el narcisismo es más acusado, la fantasía puede ser como ésta: «Cuando voy por la calle, tengo la sensación de que la gente se aparta para dejarme paso. Es como cuando se separaron las aguas del mar Rojo para que pasaran los hebreos. Me siento orgulloso». Esta fantasía es en realidad un relato real de uno de mis pacientes; él decía que se daba cuenta de lo irracional de la fantasía, pero que era así como se sentía. A nivel inconsciente se identificaba con las celebridades que pasan a través de un pasillo formado por un cordón de policías que contienen a la multitud de sus admiradores.
La personalidad límite
Este tipo de narcisista —la personalidad límite— puede o no mostrar abiertamente los síntomas típicos del narcisismo. Algunos proyectan una imagen de éxito, competencia y poderío en el mundo, que de hecho se apoya en logros alcanzados en el terreno de los negocios o del espectáculo. Sin embargo, y en contraste con el carácter narcisista, esta fachada se derrumba fácilmente bajo presión emocional, y la persona deja ver entonces el niño asustado e indefenso que hay en su interior. Otras personalidades límite muestran una imagen de persona necesitada, hacen hincapié en su propia vulnerabilidad y a menudo se pegan a los demás. En estos casos, la arrogancia y la fantasía de grandeza que albergan están ocultas, porque no hay éxitos que puedan apoyarlas.
Las demostraciones de grandiosidad del carácter narcisista son una defensa relativamente efectiva ante la depresión, y por ello es difícil socavar la fachada de superioridad de que se valen. Por el contrario, en el caso de la personalidad límite, la ostentación de los éxitos conseguidos no les sirve como protección. Con frecuencia el motivo por el que acuden a la consulta es la depresión. El carácter narcisista y la personalidad límite pueden albergar fantasías de grandiosidad parecidas en términos de contenido. Sin embargo, la diferencia estriba en el grado de fuerza del ego que hay detrás de las fantasías —es decir, hasta qué punto les sirve de apoyo un sentido real del yo.
El caso de Richard, una personalidad límite, puede servir para clarificar la distinción entre ambos tipos. Este hombre inició unas sesiones de terapia a causa de una depresión que afectaba tanto a su vida sexual como profesional. Aunque tenía un cargo importante en la empresa donde trabajaba, él se sentía como un fracasado. Pensaba que quizá no era lo bastante agresivo. En cualquier caso, no sentía que estuviese dominando la situación. Y además, tenía miedo del éxito.
No había nada en la apariencia de Richard que pudiese sugerir la existencia de un problema narcisista: no tenía una presencia muy atildada. Sin embargo, hubo algo en sus maneras que me hizo cuestionar su imagen del yo. Cuando le pedí que se describiera a sí mismo me respondió: «Creo que soy fuerte, enérgico, capaz. Me considero más inteligente y más competente que todos los demás y debería ser reconocido como tal. Pero me contengo. Vine al mundo para estar en la cima. Nací rey, nací superior a cualquier otro. Y pienso lo mismo en cuanto al sexo. El sexo es algo que tienen que ofrecerme. Las mujeres deben atender mis necesidades. Y sin embargo actúo como si no fuera así. Me contengo».
La idea de «nacer rey», de ser muy especial, está en sintonía con las fantasías del carácter narcisista. Pero Richard se excusaba constantemente diciendo: «Me contengo». El carácter narcisista, por el contrario, no se contiene. Los individuos que pertenecen a este último tipo son lo bastante agresivos como para conseguir cierto grado de éxito, lo que sugiere que poseen una fuerza del ego que no tiene la personalidad límite. Sin embargo, no hay que subestimar la idea de grandiosidad de estos últimos. Aunque parezca mucho menos evidente que en el carácter narcisista, no está por ello menos presente, como veremos en el ejemplo siguiente.
Carol llevaba varios años acudiendo a terapia porque estaba deprimida y se sentía como si no valiese nada. No debe sorprendernos el hecho de que este tipo de sentimientos de inferioridad a menudo encubra en el fondo otros de superioridad. Hace mucho tiempo que se sabe que los sentimientos de superioridad y los de inferioridad van de la mano. Si uno está por encima, el otro está por debajo.
Cuando le pedí que se describiera a sí misma, Carol comentó: «Era una alumna destacada en la escuela. Siempre obtenía las notas más altas. Y lo hice igual de bien en la universidad. Estaba considerada la mejor estudiante y me felicitaban por mi capacidad. Los profesores estaban entusiasmados conmigo. Me decían que era excepcional. Yo pensaba que era genial. Sin embargo, ahora me sucede que en mi trabajo muchas veces me parece que no sé lo que estoy haciendo. Me siento muy mal conmigo misma. Cuando era más joven, me pasaba lo mismo en casa; creía que era una maravilla y al minuto siguiente pensaba que era una mierda. Mi madre me decía un día que yo era la niña más guapa y la más inteligente, y al siguiente que eso era mentira y que sólo lo había dicho para ver si me animaba un poco porque era patética. Me ponía en un pedestal y al minuto siguiente me machacaba».
Los comentarios de Carol señalan una diferencia entre el carácter narcisista y la personalidad límite. Aunque el primero tiene una imagen del yo grandiosa, está menos en conflicto directo con la realidad porque nunca le han machacado esta imagen. Por el contrario, la personalidad límite se encuentra atrapada entre dos visiones contradictorias: o es totalmente genial o totalmente inútil. La fantasía de una genialidad «secreta» puede llegar a ser una verdadera necesidad para contrarrestar la amenaza de inutilidad que representa la realidad. Hay por tanto menor conexión entre la imagen interna (en la fantasía) y el yo real, aunque por los despreciativos comentarios del paciente parezca que no es así.
Con todo, quiero poner el acento en que las diferencias entre los diferentes tipos de narcisismo es en gran medida una cuestión de grado. Algunos pacientes con personalidad límite tienen bastante éxito en su trabajo, a pesar de sus sentimientos de inferioridad e inseguridad. Y otros con carácter narcisista sufren a causa de una sensación de inadecuación, a pesar de una fachada de seguridad en sí mismos y de dominio de la situación. En estos casos, puede haber dudas respecto al diagnóstico. Está aceptado que no se necesita un diagnóstico exacto para iniciar un tratamiento, porque hay que tratar al individuo no el síntoma. No obstante, un diagnóstico correcto ayuda a comprender mejor el trastorno de personalidad subyacente. Por ejemplo, si se diagnostica que el trastorno es un carácter narcisista, lo que se espera es que el paciente tenga un ego y un sentido del yo mejor desarrollado que si tuviera una personalidad límite, y por ello el tratamiento difiere ligeramente.
Esta distinción plantea un problema teórico a muchos autores psicoanalistas que escriben sobre el tema, porque éstos consideran el narcisismo como el resultado del fracaso en el desarrollo del ego. Como explica Masterson: «En términos evolutivos, aunque la representación del yo y del objeto está fusionada, el [carácter] narcisista parece que se beneficia de un desarrollo del ego que sólo se considera posible como resultado de la separación de la fusión mencionada».[14] Para estos autores, la idea de grandiosidad representa una continuación de la omnipotencia infantil, que se genera a partir del fracaso del niño en formar su identidad separada de su objeto primario de amor, su madre. La fusión de las representaciones del yo y del objeto es característica de un estado infantil. El problema se puede replantear como sigue: si, a nivel emocional, el carácter narcisista es todavía un niño ligado a su madre, ¿cómo se explica que tenga una agresividad que está dirigida al mundo y que le lleva a conseguir logros más allá de la capacidad de su personalidad límite?
Yo no creo que se pueda resolver este problema basándose en la premisa de la omnipotencia infantil y considerando el narcisismo sólo como el resultado de un fracaso evolutivo. Si abandonamos el concepto de la omnipotencia infantil, puede que busquemos la causa de las ideas de grandeza en la forma de relacionarse los padres con el niño, más que en la forma de relacionarse el niño con los padres. El niño no se cree un príncipe por un fallo del desarrollo normal. Si cree que lo es, es debido a que le educaron en esa creencia. La forma de verse a sí mismo de un niño refleja cómo le ven y le tratan sus padres.
La personalidad psicopática
Si nos desplazamos a lo largo del espectro del narcisismo, al acercarnos a la personalidad psicopática se podría esperar encontrar un grado todavía mayor de fantasías de grandeza en estas personas, ya sea manifiesta o latente. Todas las personalidades psicopáticas se consideran a sí mismos individuos superiores a los demás y muestran un grado de arrogancia que raya en el desprecio por los seres humanos corrientes. Al igual que otros narcisistas, niegan sus sentimientos. Una característica específica de la personalidad psicopática es la tendencia a actuar siguiendo sus impulsos, a menudo de manera antisocial. Mienten, engañan, roban, incluso matan, sin que se vea en ellos signo alguno de culpabilidad o remordimiento. Esta falta extrema de empatía hace muy difícil el tratamiento de las personalidades psicopáticas.
Utilizo aquí el término «exteriorizar los impulsos» para describir un tipo de conducta que ignora los sentimientos de las demás personas, y que es generalmente destructiva para el bien del yo. El impulso que subyace bajo esta conducta procede de las experiencias de la infancia, que fueron tan traumáticas y tan aplastantes que el niño no pudo integrarlas en el ego que se estaba desarrollando. Como resultado, los sentimientos asociados con aquellos impulsos están más allá de la percepción del ego. Se actúa entonces sin sentimientos conscientes. El asesinato a sangre fría es un ejemplo extremo de la actuación psicopática. Pero actuar impulsivamente de por sí no es algo limitado a la conducta antisocial. El alcoholismo, la drogadicción y la conducta sexual promiscua se pueden también considerar formas de conducta impulsiva.
Actuar impulsivamente no es exclusivo de la personalidad psicopática. Masterson reconoce que el carácter narcisista y la personalidad límite también lo hacen. Pero hay una diferencia. Dicho con sus palabras: «La actuación impulsiva del psicópata, comparada con la del [carácter] narcisista o con la de una personalidad límite es más a menudo antisocial y habitualmente de larga duración».[15] Una vez más, vemos que las diferencias son una cuestión de grado más que de tipo.
Debido a que la personalidad psicopática representa un extremo, proporciona mucha información respecto a la naturaleza del narcisismo. No sólo es un nítido retrato de la tendencia a la conducta impulsiva de los narcisistas (que, en otros casos, es menos antisocial), sino que además arroja luz sobre la idea de grandiosidad que subyace bajo el narcisismo. Es significativo que, por ejemplo, el carácter narcisista y la personalidad psicopática muestren una necesidad de gratificación inmediata, una incapacidad para contener el deseo o para tolerar la frustración. Se podría considerar esta debilidad como una expresión del infantilismo de la personalidad, pero creo que tiene un significado y un origen distintos, que reflejan un sentido del yo deficiente. Hay que recordar que en otros aspectos —a saber, en su capacidad para manipular a las personas, urdir planes y atraer seguidores— el carácter narcisista y la personalidad psicopática son cualquier cosa menos infantiles.
Al decir esto debo añadir que los individuos con una personalidad psicopática no son necesariamente lo que la sociedad llama «perdedores». Según Alan Harrington, que ha llevado a cabo un estudio sobre este tipo de personalidad, hay psicópatas con mucho éxito: «Son brillantes, no tienen remordimientos, su inteligencia es fría como el hielo, son incapaces de sentir amor o culpabilidad, y tienen malas intenciones con respecto al resto del mundo».[16] Un individuo así puede ser un abogado competente, un ejecutivo o un político. «En lugar de asesinar personas», comenta Harrington, este tipo de individuo «puede llegar a ser el presidente de una empresa que despide a la gente en lugar de matarla y corta a trozos sus funciones en lugar de su cuerpo».[17] Irónicamente, la clave de este tipo de «éxito» es la falta de sentimientos de la persona —que es a su vez la clave de todos los trastornos narcisistas—. Como hemos visto, cuanto más niega sus sentimientos, más narcisista es el individuo que sufre el trastorno.
La personalidad paranoide
En el otro extremo del espectro, y aún más lejos de la salud, se encuentra la personalidad paranoide, que es claramente megalomaníaca. Este tipo de individuos no sólo cree que la gente les mira sino que además habla de ellos, incluso conspira en su contra, debido a que ellos son tan extraordinarios e importantes. Puede que incluso crean que tienen poderes fuera de lo normal. Cuando llega un punto en que son incapaces de distinguir la fantasía de la realidad, su locura es clara. En este caso, estamos hablando de paranoia pura y dura —una enfermedad que es más psicosis que neurosis— y el tratamiento es distinto. No obstante, incluso en casos tan extremos se encuentran características narcisistas: ideas de grandeza extremas, una marcada discrepancia entre la imagen del ego y el yo real, arrogancia, falta de sensibilidad hacia los demás, negación y proyección.
Del mismo modo que resulta difícil distinguir entre los trastornos narcisistas del espectro que hemos visto, a veces tampoco es fácil trazar la línea que separa la neurosis de la psicosis. El propio término «límite» referido a la personalidad se creó para denotar una estructura de personalidad que se sitúa en algún punto entre la salud y la enfermedad. Si la salud se mide en base a la congruencia de la propia imagen del ego con la realidad del yo o cuerpo,[18] entonces es posible postular que hay un grado de enfermedad en cada trastorno narcisista. Volviendo al principio, la representación que Eric tenía de sí mismo, como una «cosa», denota un grado de falta de realidad que raya en la locura.