Capítulo 2
EL PAPEL DE LA IMAGEN
Lo corriente es pensar que el narcisismo es un amor desmesurado que siente la persona hacia sí misma, con la correspondiente falta de interés y de sentimientos hacia los demás. Se representa al narcisista como a un ser egoísta y avaricioso, como alguien cuya actitud es «primero yo» y en la mayoría de los casos «sólo yo». Sin embargo, esta descripción es sólo parcialmente correcta. Sí que es cierto que los narcisistas muestran una falta de preocupación por los demás, pero también es verdad que son igualmente insensibles a sus propias necesidades reales. Con frecuencia su conducta es autodestructiva. Además, cuando se habla del «amor a sí mismo» del narcisista, es preciso hacer una distinción. El narcisismo denota una inversión en la propia imagen, que es opuesta al yo. Lo que ama el narcisista es su imagen, no su yo real. Tiene un pobre sentido del yo; sus actividades no van dirigidas a su yo, sino a potenciar su imagen, y como consecuencia el yo se resiente.
Sin embargo, al fin y al cabo, ¿no estamos todos preocupados por nuestra imagen y no invertimos todos un montón de energía en tratar de mejorarla? Muchos de nosotros gastamos una considerable cantidad de tiempo y de dinero en seleccionar la indumentaria que contribuirá a crear la imagen que queremos proyectar de nosotros. Estamos convencidos de que la apariencia es importante, y a menudo vamos muy lejos con tal de ofrecer un aspecto favorable. Deseamos parecer mas jóvenes, más guapos, más viriles, más elegantes, etc. Algunas personas incluso recurren a la cirugía plástica para conseguir tales fines. Esta preocupación por la apariencia forma parte hasta tal punto de nuestro estilo de vida que cuando una persona descuida su aspecto somos capaces de pensar que no está bien de la cabeza.
Entonces, ¿somos todos unos narcisistas? ¿Significa esto que el narcisismo es un aspecto normal de la personalidad humana? No. En mi opinión, el narcisismo es un estado patológico. Yo hago una distinción entre la sana preocupación por el aspecto físico, basada en un sentido del yo, y el desplazamiento de la identidad desde el yo hasta la imagen, que es característico de un estado narcisista. Esta visión del narcisismo coincide con el mito clásico de Narciso.
EL MITO DE NARCISO
Según el mito griego, Narciso era un apuesto joven de Tespias, de quien se enamoró la ninfa Eco. Hera, la esposa de Zeus, había privado del habla a Eco, y ésta tan sólo podía repetir las sílabas de las palabras que oía. Incapaz de expresarle su amor a Narciso, éste la desdeñó. A Eco se le rompió el corazón y murió. Por haberla tratado con tanta crueldad, los dioses castigaron entonces a Narciso haciendo que se enamorase de su propia imagen. Tiresias, el vidente, predijo que Narciso viviría hasta que pudiese verse a sí mismo. Un día, se hallaba él inclinado sobre las aguas límpidas de una fuente, y entonces vio su propia imagen reflejada en el agua. Se enamoró apasionadamente de ella y ya no quiso marcharse de aquel lugar. Languideció y murió. Se convirtió después en una flor —en el narciso que crece al borde del agua.
Es significativo que Narciso se enamorase de su propia imagen tan sólo después de haber rechazado el amor de Eco. En el mito se entiende el enamoramiento de la propia imagen —esto es, convertirse en narcisista— como una forma de castigo por ser incapaz de amar. Pero, vayamos un poco más allá de la leyenda. ¿Quién es Eco? Podría ser nuestra propia voz cuyo sonido vuelve a nosotros. Así, si Narciso fuese capaz de decir «Te amo», Eco repetiría estas palabras y él se sentiría amado. La incapacidad para pronunciarlas identifica al narcisista. Como no dirigen su libido hacia la gente que le rodea, los narcisistas están condenados a enamorarse de su propia imagen (esto es, a dirigir su libido hacia su ego.
Hay otra posible interpretación que es interesante. Al rechazar a Eco, Narciso rechaza también su propia voz. Aquí la voz es la expresión del propio ser interior, del yo corporal como opuesto a la apariencia superficial. La calidad de la voz está determinada por la resonancia del aire en los pasillos y estancias interiores. La palabra «personalidad» refleja esta idea. Persona significa que puedes conocer a alguien por su sonido. Según esta interpretación, Narciso renegó de su ser interior en favor de su apariencia externa. Esta es una maniobra típica de los narcisistas.
¿Cuál es la importancia de la predicción hecha por el vidente Tiresias respecto a que Narciso moriría al verse a sí mismo? Estoy convencido de que tiene que ver con la belleza excepcional de Narciso. Una hermosura así, ya sea en un hombre o en una mujer, a menudo tiene más de maldición que de bendición. Uno de los peligros es que la persona sea consciente de su belleza y se le suba a la cabeza, con lo que acabe convertida en una egotista. Otra posibilidad es que esa belleza haga surgir en otras personas violentas pasiones movidas por el deseo y la envidia, y acabe todo en tragedia. La historia y la ficción relatan muchos casos de finales desgraciados para las vidas de gente hermosa. La historia de Cleopatra es una de las más conocidas. La vidente, al ser una persona sabia, comprendía tales peligros.
AUTOEROTISMO Y NARCISISMO
Veamos ahora de nuevo el origen del término «narcisismo» en la historia de la psiquiatría. Se acuñó inicialmente para explicar la conducta de personas que obtenían excitación erótica a partir de contemplar y acariciar su propio cuerpo. Este comportamiento se consideraba una perversión. No obstante, y como ya hemos visto en el capítulo 1, Freud admitió que algunos aspectos de esta actitud también estaban presentes en otro tipo de trastornos e incluso en la gente normal. Durante el desarrollo de su teoría sobre el narcisismo, Freud caracterizó la esquizofrenia como un estado que supone igual pérdida de interés libidinal por la gente y por las cosas del mundo externo a la persona. Él distinguió la esquizofrenia de la neurosis obsesiva y de la histeria, partiendo del principio de que en ella se da además un trastorno de la relación con los objetos sexuales. La diferencia, según Freud, es que en la neurosis el interés sexual (o libido) sigue ligado al objeto en forma de fantasía, aunque las actividades motoras que se requieren para establecer una relación real estén bloqueadas. Por otro lado, en la esquizofrenia, la libido se ha desplazado del objeto o de su imagen para situarla en la propia imagen de la persona, lo que tiene como consecuencia la megalomanía. Dicho con sus propias palabras: «La libido apartada del mundo externo ha sido desviada hacia el ego, dando origen a un estado que podemos llamar narcisismo».[19]
Freud se planteó la misma pregunta que podríamos hacernos nosotros: ¿Cuál es la diferencia entre una perversión narcisista y actividades autoeróticas como la masturbación? Nadie caracterizaría la masturbación como narcisista, aunque la satisfacción sexual se derive de acariciar el propio cuerpo. La diferencia estriba en que en la masturbación se reconoce al cuerpo como el yo. Sin embargo, en una perversión, se considera el cuerpo como un objeto sexual —esto es, como otra persona—. El narcisista no se identifica con su propio cuerpo, sino que más bien está disociado de él. Narciso, por ejemplo, no estaba enamorado de sí mismo sino de su imagen, que representaba una realidad independiente. Dicho sencillamente, las actividades autoeróticas son una manifestación de amor al yo, mientras que el narcisismo es una forma de amor a la imagen o al ego.
EL YO Y EL EGO
Pero, ¿a qué me refiero exactamente cuando hablo de amor al yo en contraste con una preocupación narcisista? Para entender esto es necesario clarificar el concepto de yo. Considero que el niño nace con un yo, que es un fenómeno biológico, no psicológico. En cambio, el ego es una organización mental que se desarrolla a medida que el niño crece. El sentido del yo o conciencia del yo empieza a existir a medida que el ego (representación mental de «yo») se va definiendo, y esto sucede a medida que crece la conciencia, la expresión y la percepción del yo como algo propio. El yo se puede definir entonces como aquellos aspectos del cuerpo que tienen que ver con los sentimientos. El yo no se puede experimentar más que como un sentimiento. Uno puede decir: «(yo) me siento enfadado, triste, hambriento, somnoliento», etc. Por supuesto, también se puede decir simplemente: «(yo) estoy hambriento, triste, enfadado, somnoliento», etc. De hecho, es el énfasis en los sentimientos lo que convierte esta afirmación en una expresión del yo. Si por el contrario se pone el acento en «yo», entonces se trata de una afirmación del ego.
No hay que confundir o identificar el yo con el ego. El ego no es el yo, aunque el ego sea la parte de la personalidad que percibe el yo. En realidad, el ego representa la conciencia del yo: yo (el ego) me percibo a mí mismo (el yo) como enfadado. Descartes acertó de pleno al decir: «(yo) pienso, luego (yo) existo» (poniendo el acento en «yo»). Hubiera sido un error por su parte considerar que el pensamiento determinaba el yo. Se podría decir que los ordenadores son capaces de pensar, pero lo que no pueden hacer es sentir.
Al disociar el ego del cuerpo o yo, los narcisistas separan la conciencia de lo que es su fundamento vivo. En lugar de funcionar como un todo integrado, la personalidad se halla escindida en dos partes: una activa: el «yo» que observa (el ego), con el que se identifica el individuo, y una pasiva: el objeto observado (el cuerpo). El ego se encarga de la percepción del estado interno del organismo y del estado del mundo que le rodea, y también ayuda a la adaptación entre uno y otro para favorecer el bienestar del yo. Una de las funciones del ego es, por ejemplo, controlar los movimientos musculares voluntarios a través de la voluntad, regulando así la respuesta consciente de la persona ante el exterior. Pero, una vez más, el ego no es el yo —sino tan sólo el aspecto consciente del yo—. Tampoco es una parte separada del yo. La exactitud de la percepción del ego depende de su conexión con el yo, como parte de él que es.
La mayor parte del yo la forma el cuerpo y sus funciones, la mayoría de las cuales se realiza por debajo del nivel consciente. El inconsciente escomo la parte sumergida de un iceberg. Las funciones que no dependen de la voluntad, como por ejemplo la circulación de la sangre, la digestión y la respiración, tienen un profundo efecto sobre el consciente, porque determinan el estado del organismo. Según el funcionamiento del cuerpo, una persona se puede sentir sana o enferma, con ánimo o desanimada, vital o deprimida, sexualmente excitada o impotente. Como se sienta dependerá de lo que esté sucediendo en cuanto a su función corporal. La voluntad o el ego no es capaz de crearla idea de un sentimiento, aunque puede que intente controlarlo. No es posible generar verdaderamente a voluntad la respuesta sexual, el hambre, el sentimiento de amor o incluso la ira —por mucho que uno «piense» que puede hacerlo—. Las imágenes pueden centrar estos sentimientos en el consciente, pero siempre que éstos ya estuvieran presentes en el cuerpo como sucesos potenciales. Para que aquello que sucede en el cuerpo genere la percepción del sentimiento, los sucesos deben alcanzar la superficie del cuerpo y la superficie de la mente, donde está situada la conciencia. Únicamente es visible la parte del iceberg que está por encima o al mismo nivel que la superficie.
Todos tenemos una doble relación con nuestro cuerpo. Podemos experimentarlo directamente por medio de los sentimientos o podemos tener una imagen del mismo. En el primer caso, conectamos directamente con el yo, mientras que en el segundo caso, la conexión es indirecta. Una persona sana tiene una conciencia dual, sin que esto sea un problema para ella, porque la imagen del yo y la experiencia directa del yo coinciden. Lo que este estado presupone es la aceptación del yo —una aceptación o una identificación con el cuerpo y los sentimientos que se derivan de él—. Es la aceptación del yo lo que les falta a los individuos narcisistas, que han disociado sus cuerpos de forma que han invertido su libido en el ego y no en el cuerpo o yo. Sin la aceptación del yo, no puede existir el amor al yo.
Mantengo desde hace mucho tiempo que si una persona no se ama a sí misma, tampoco puede amar a los demás. Se podría considerar que amar es compartir el yo con otra persona. La relación sexual es una expresión real del amor cuando se comparte el yo, pero si no se comparte, entonces no es más que un contacto narcisista. Intimar significa compartir el yo, pero es necesario tener un sentido del yo para poder compartirlo. Aunque todos nacemos con un yo, podemos perder el sentido del mismo si invertimos nuestras energías (lo que Freud llama libido) en el ego o imagen del yo. Todos necesitamos de los demás. Si una persona tiene un sentido del yo, se necesita a otra persona para compartirlo. Pero, incluso si no lo tiene, como le ocurre al narcisista, sigue necesitando de los demás —para que apoyen y aplaudan la imagen del yo que se ha forjado—. Sin la aprobación y la admiración de los demás, el ego del narcisista se desinfla, porque no está conectado al yo y por tanto no puede alimentarse de él. Por otro lado, la admiración que pueda recibir el narcisista sólo hincha su ego, no le sirve para nada al yo. Entonces, al final el narcisista acaba por rechazar a los admiradores, del mismo modo que ha rechazado su verdadero yo.
La relación entre el ego y el yo es compleja. Sin el ego, no existe un sentido del yo. Pero sin el yo, el sentido de identidad se aferra al «yo». En realidad, el ser humano tiene un sentido de identidad dual: una parte se deriva de la identificación con el ego y la otra de la identificación con el cuerpo y los sentimientos que se derivan de él. Desde el punto de vista del ego, el cuerpo es un objeto a observar, a estudiar, a controlar, con el fin de que rinda para estar a la altura de la imagen creada. A este nivel, la identidad está representada por el «yo» en sus funciones de percepción consciente, pensamiento y acción. Una vez más, desde esta perspectiva se puede afirmar sin temor a equivocarse: «(yo) pienso, luego (yo) existo». Y se podría añadir: «(yo) quiero, luego (yo) existo» porque la voluntad es un aspecto importante del ego.
Pero ¿qué pasa desde la otra perspectiva? Nos mueven tanto los sentimientos como la voluntad—por lo menos es así cuando no negamos los sentimientos—. Pasamos de las lágrimas a la ira o a cualquier otra emoción, y nuestro sentido de ser se identifica con ese sentimiento. Una vez más, decir «Estoy triste» o «Estoy enfadado» expresa la idea de que somos lo que sentimos.[20] En este caso, el cuerpo toma el papel activo, informa a la mente de sus necesidades y deseos, y determina la dirección y el objetivo de las acciones de la persona.
Por supuesto, ambas posiciones son válidas: sentimos y pensamos. Nuestra identidad dual se apoya en la capacidad para formar una imagen del yo y en la conciencia del yo corporal. En una persona sana, las dos identidades son congruentes. La imagen encaja en la realidad del cuerpo como un guante. El trastorno de personalidad se produce cuando hay una falta de congruencia entre el yo y la imagen del yo. La gravedad del trastorno es directamente proporcional al grado de incongruencia. Esta discrepancia es más marcada en los casos de esquizofrenia, porque la imagen que se ha creado la persona prácticamente no guarda relación alguna con la realidad. En las instituciones mentales se encuentran muchos pacientes que se creen Jesucristo o Napoleón, o alguna otra figura famosa. Dado que en esta situación la imagen entra en conflicto directo con la realidad física, el resultado es la confusión. El esquizofrénico intenta deshacer esta confusión disociando sólo su cuerpo de la realidad, pero acaba desconectando de la realidad en general. En el trastorno narcisista, la incongruencia es de menor calibre que en la esquizofrenia, pero es lo suficiente grave como para producir una escisión de la identidad, con la consiguiente confusión derivada de ello. Los narcisistas evitan la confusión negando la identidad que se fundamenta en el cuerpo, pero no disocian el cuerpo sino que lo ignoran por medio de centrar su atención e intereses únicamente en la imagen. Al no permitir que los sentimientos intensos alcancen el nivel de la conciencia, tratan el cuerpo como un objeto sujeto al control de la voluntad del individuo. Aun así, como siguen conscientes del cuerpo, conservan la orientación en el tiempo y en el espacio.
Hay que recordar la afirmación de Freud acerca de que la libido en el narcisismo se retira de los objetos externos para dirigirla hacia el ego. Se podría añadir que la libido se retira del cuerpo para invertirla en el ego. De hecho, las dos afirmaciones son idénticas, por cuanto sólo podemos experimentar el mundo externo a nosotros a través del cuerpo. Si se niegan los sentimientos corporales, se corta la relación que a través de los sentimientos se mantiene con el mundo.
La inversión de la libido o energía sexual en el ego o la imagen es a menudo una tarea que se emprende deliberadamente. La gente realiza muchas actividades dirigidas principalmente a mejorar su imagen. Por ejemplo, conseguir más poder y amasar dinero, muchas veces tiene poco que ver con los sentimientos a nivel corporal. La satisfacción que ello proporciona al ego proviene de lo que aporta a la imagen. Que a alguien le publiquen un libro, por ejemplo, le sirve de mucho a su ego. Puede que base su identidad en ser escritor. Pero esto no le aporta nada al cuerpo y muy poco al sentido del yo basado en éste. Si el éxito o los logros alcanzados hinchan el ego de una persona, la congruencia con la realidad de su cuerpo se pierde. Entonces, la confusión sólo se puede evitar negando el cuerpo y sus sentimientos. Poco importa si los logros de una persona sirven al interés público, si el efecto que éstos tienen en ella es hinchar su ego. La gente puede tener una imagen pública basada en su poder y en su posición social, y eso no la convierte en narcisista. Sin embargo, sí se convierte en narcisista cuando basa su identidad personal en esa imagen pública en lugar de en los sentimientos corporales.
IMAGEN Y CUERPO
El hecho de que la gente esté tan volcada en su imagen es un síntoma de la tendencia narcisista de nuestra cultura. Como señala Christopher Lasch,[21] la tan habitual preocupación por el cuerpo refleja en parte esta actitud narcisista. Con todo, este interés en la imagen refleja también, hasta cierto punto, una preocupación por la salud. Estoy firmemente convencido de que necesitamos sentir el cuerpo y realizar actividades físicas que potencien la energía y la vitalidad. Sin embargo, la meta que persiguen muchas personas que siguen un programa de ejercicio físico no es sentirse mejor, sino mejorar su aspecto de acuerdo con el ideal en boga. Buscan un cuerpo delgado, firme, duro, capaz de funcionar a voluntad con la eficiencia de una máquina. O quizá persiguen la perfección de una estatua, la de un joven Adonis o una joven Venus. El culturismo representa un ejemplo extremo. La gente que trabaja el cuerpo a base de levantar pesas lo que consigue es un excesivo desarrollo de los músculos. En mi opinión, éste es un objetivo narcisista que resulta dañino para la salud física y mental. Puede que la exagerada musculatura que se consigue así dé la impresión de fuerza, pero le quita espontaneidad y vitalidad al cuerpo, además de reducir seriamente la capacidad de respiración.
La actual devoción por tener un cuerpo a la moda se refleja por ejemplo en el título de un libro de reciente publicación sobre ejercicio y forma física: No sea redondo - Sea plano. Plano, se refiere al abdomen, a saber, a no tener ombligo. Para conseguir esto, hay que tensar los músculos abdominales hasta tal punto que la respiración (un fenómeno normal y saludable) se hace casi imposible. Y aparte de sus adversos efectos sobre la salud, el concepto de «plano» es una cualidad negativa desde el punto de vista del aspecto y el sabor. Describir algo como «plano» significa que es insípido y sin atractivo. «Aplanar» a alguien es machacarlo. Y en términos psicológicos, «plano» referido a los afectos señala una falta de sentimientos. Pero, por supuesto, en estos términos podemos reconocer por qué lo plano puede ser una virtud a ojos del narcisista.
Nada de lo dicho niega el valor de tener buen aspecto, cuando es una expresión de sentirse bien con el propio cuerpo. En este caso, el buen aspecto se manifiesta en el brillo de los ojos, en una piel resplandeciente y suave, en una expresión facial agradable, y en un cuerpo que se mueve con gracia y vibrante vitalidad. Si una persona no se siente bien con su cuerpo, sólo puede proyectar la imagen de cómo cree que debe ser su físico. Cuanto más se centra uno en la imagen, menos a gusto se siente con su propio cuerpo. Al final, la imagen demuestra ser tan sólo una pobre máscara que ya no puede esconder la tragedia de la vida vacía que se oculta tras ella.
EL CASO DE ANN
Me ocupé no hace mucho del caso de una joven llamada Ann. Tenía instalada en su rostro una sonrisa permanente para demostrar al mundo lo feliz y satisfecha que se sentía. No obstante, la tensión de la mandíbula y de la frente le daba un aspecto ceñudo que contradecía lo anterior. Y ella no se daba cuenta de tal contradicción. Se identificaba con la imagen de persona sonriente y feliz, y se consideraba responsable, considerada y servicial.
Cuando empezamos a hablar de su historia, me dijo que era la mayor de tres hijos. Siempre había sido una «buena» chica, cumplía con lo que se esperaba de ella y se había ocupado de sus hermanos más pequeños. Cuando creció, siguió con la misma pauta de conducta—se había convertido en su segunda naturaleza—. Con todo, en el fondo se sentía insatisfecha y vacía. No se sorprendió del todo cuando le comenté la tensión que se apreciaba en su mandíbula y en su frente. Estuvo de acuerdo conmigo cuando le sugerí que ella había hecho mucho por los demás pero pedía muy poco para sí misma.
La sonrisa de Ann era una fachada que había construido para esconder lo a disgusto que se sentía con el mundo y con ella misma. La imagen de la joven de aspecto risueño guardaba muy poca relación con la realidad de su ser o de sus sentimientos. ¿Cómo surgió esa imagen? Ann me explicó que su padre siempre le decía que ella debía poner buena cara independientemente de cómo se sintiese. ¿Quién iba a querer a una persona que pareciese triste? Así fue como Ann empezó a negar sus verdaderos sentimientos y a adoptar una pose que resultara aceptable para su padre. Este proceso le exigió sacrificar su yo verdadero.
El caso de Ann ilustra el mal uso que se puede hacer de una imagen, cómo se puede utilizar ésta para sustituir un yo inaceptable por otro aceptable e incluso admirado. Este tipo de sustitución tiene lugar durante la infancia, y se genera en una situación en la que la presión de los padres no deja elección, a la criatura. Sin embargo, una vez hecha la sustitución, la imagen se convierte en lo más importante. La persona admira entonces la imagen que proyecta y, al igual que Narciso, se enamora de ella. Y este amor no es amor al yo, porque la fachada creada por la persona rechaza el verdadero yo por inaceptable.
LA HISTORIA DE DORIAN GRAY
El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, aun siendo un relato de ficción, es un estudio clásico de una personalidad narcisista. Del mismo modo que Narciso, Dorian Gray era un joven sumamente agraciado. Además, la belleza de su apariencia coincidía con la de su carácter. Era amable, considerado y se preocupaba por los demás. Quiso el destino que el físico de Dorian llamase la atención de un renombrado artista, y éste emprendió la tarea de pintar su retrato. También atrajo el interés del diletante Lord Henry, que se encargó de enseñar a Dorian los modos y maneras para desenvolverse en un mundo de sofisticación.
Con halagos, Lord Henry sedujo a Dorian y le hizo creer que era muy especial debido a su excepcional belleza física. Convenció al joven de que estaba obligado a conservarla. Una forma de proteger su hermosura era no permitir que ningún sentimiento intenso perturbara la paz de su mente ni dejara huellas en su rostro ni en su cuerpo. Pero ¿cómo se pueden evitar los estragos del tiempo? Dorian empezó a estar muy preocupado por su apariencia. Qué pena, pensó, que la imagen del cuadro siempre le mostraría como un joven radiante, feliz y guapo, mientras que él envejecería y se iría deteriorando. Ojalá fuera al revés, rogaba él, y eso fue lo que sucedió.
Los años pasaron por Dorian Gray sin que su físico mostrara el menor signo de envejecimiento o de cambios. A los cincuenta años parecía que tuviese veinte. Ninguna arruga que pudiese reflejar las preocupaciones de la vida surcaba su rostro. Su secreto era el retrato, que envejecía por él y mostraba la fealdad de una existencia vivida sin sentimientos. Pero Dorian escondió el retrato y nunca lo miraba.
A falta de sentimientos, Dorian pasó su vida buscando sensaciones. Seducía a las mujeres (lo que le resultaba fácil con su encanto y su belleza) y después las abandonaba. Inició en vicios y drogas a jóvenes que le admiraban, arruinando así sus vidas. Llevó casi al suicidio a una actriz joven y encantadora que se hallaba al comienzo de su carrera; ella se había enamorado de Dorian y él la rechazó cuando vio que como actriz no daba la talla de estrella que él esperaba y que fue el motivo de sentirse atraído por ella. Y todas estas cosas no generaban en él remordimiento alguno. Nunca miraba el retrato, no se enfrentaba a la realidad de su vida.
Aparte de Dorian, nadie conocía la existencia del cuadro, con excepción del pintor del mismo y de Lord Henry. Cuando el artista quiso ver de nuevo el retrato, Dorian le asesinó. Para ocultar su crimen, se sirvió del chantaje para obligar a un admirador suyo a deshacerse del cadáver, y éste acabó suicidándose. No obstante, al final Dorian sí quiso ver el retrato, no pudo resistir por más tiempo la curiosidad que sentía ni la inquietud creciente que le atormentaba por dentro. Se arriesgó a ir hasta el oculto lugar donde lo había escondido y descorrió el velo que lo cubría. La expresión retorcida y torturada del rostro envejecido que vio le causó tal horror que cogió un puñal y rasgó el lienzo. A la mañana siguiente, uno de sus sirvientes encontró a Dorian caído en el suelo frente al cuadro, con un puñal clavado en el corazón (lo que halló fue un anciano con la expresión del rostro retorcida y torturada.
¿Cómo pudo un hombre tan hermoso llegar a tener un carácter tan horrible? Al principio la belleza del rostro de Dorian Gray no era tan sólo superficial, no era una fachada. Entonces era tan bueno por dentro como bello por fuera. Pero Oscar Wilde creía que la naturaleza humana es susceptible de corrupción, y yo estoy de acuerdo con él. Se puede seducir al inocente con promesas de amor, de poseer riquezas o de alcanzar cierta posición social. Este tipo de seducción se produce constantemente en nuestra sociedad, y favorece así el desarrollo de la personalidad narcisista.
A pesar de que la historia de Dorian Grey es una ficción, la idea de que una persona pueda tener una apariencia que sea pura contradicción con su estado interior es perfectamente válida. A menudo me sorprende enormemente que la mayoría de narcisistas parece mucho más joven de lo que es. Sus rasgos y su piel tienen una tersura en la que no se aprecian las arrugas que causan las preocupaciones y los problemas de la existencia. Este tipo de personas no permite que la vida les toque —es decir, no consiente que aspectos internos vitales afloren a la superficie física y mental—. Esto es lo que yo llamo negar los sentimientos. Sin embargo, los seres humanos no están inmunizados contra la vida, y el envejecimiento que no se ve por fuera se produce por dentro. Finalmente, al igual que en el caso de Dorian Gray, el dolor y la fealdad del interior se abre paso a través de la negación de la realidad y parece que la persona haya envejecido de un día para otro.
No obstante, y hasta cierto punto, todos somos un poco como Dorian Gray. A menudo nos sorprendemos, incluso nos asustamos, cuando nos miramos en el espejo. Nos chocan las arrugas de la piel, la tristeza de la mirada, el dolor que expresa el rostro. No esperábamos vernos así. Mentalmente, nos veíamos jóvenes, con la piel lisa y la expresión despreocupada. Al igual que Dorian, no queremos afrontar la realidad de nuestra vida. Esta discrepancia entre el aspecto que tenemos y el que nos gustaría tener también se aplica al cuerpo, que debería ser más visible que el rostro para nosotros. Cerramos los ojos a la carencia de armonía de las diversas partes del cuerpo y a la falta de gracia en los movimientos. La ropa nos ayuda a esconder esta realidad, ante nosotros mismos y ante las demás personas, y así podemos formarnos una imagen corporal que está muy lejos de la real.
Nos enseñan muy pronto a ocultar los sentimientos y a poner buena cara ante el mundo. Esto es lo que me enseñaban cuando era niño: «Sonríe y el mundo sonreirá contigo, llora y llorarás solo». Ya hemos visto como a Ann le enseñaron a poner «cara de felicidad». Ellen, otra paciente, me explicó una historia similar: «Recuerdo que estaba sentada posando con coquetería mientras me hacían una foto. Todavía la conservo. Lo que transmite la imagen es: “Mira que niña tan encantadora soy”. Mi padre solía decir. “Para conseguir todo lo que desee, lo único que debe hacer una chica es sonreír”. Así que he ido sonriendo por la vida mientras por dentro se me rompía el corazón».
En muchos casos, el cuerpo se moviliza del mismo modo que la mente para proyectar una imagen. El deseo de parecer joven a menudo requiere disciplinar rigurosamente el cuerpo por medio del ejercicio físico y de la dieta, con el fin de conservar una figura estilizada, delgada. O puede ser también que, si es una imagen de virilidad y fuerza lo que se persigue, un hombre se esfuerce en trabajar los pectorales y desarrollar el resto de los músculos para conseguir el aspecto deseado.
EL CASO DE MARY
Mary acudió a mi consulta porque había sufrido una crisis tras la ruptura de la relación con su amante. Su aspecto resultaba sumamente atractivo —rostro bien formado, mandíbula fuerte, labios carnosos y ojos grandes; el cuerpo era más bien pequeño, tenía un tipo estupendo y unas piernas bellamente torneadas—. Su sonrisa era cálida y acogedora. Al menos ésa fue la impresión que tuve cuando me miró por primera vez. Sin embargo, cuando apartó los ojos y se quedó callada, pude ver que la expresión de su rostro era patética. Y la misma impresión causaba su cuerpo. El pecho parecía encogido y tenso, y constreñía la cintura hasta tal punto que se diría que iba a partirse por la mitad. El ombligo parecía no existir y la pelvis era sorprendentemente estrecha, sobre todo teniendo en cuenta que había tenido ya dos hijos (de un matrimonio anterior). Su cuerpo parecía tan diminuto y sobrecargado que lo que pensé fue: «No tiene cuerpo. No es nadie».[22]
La idea de que Mary no fuera nadie entraba en contradicción con el aparente dominio de sus movimientos, con sus ideas y con sus palabras. Tenía una voluntad fuerte y sabía cómo utilizarla. Desde los cinco años se había ejercitado para llegar a ser bailarina de ballet y, aunque nunca había llegado a bailar profesionalmente, se consideraba una bailarina. Una vez supe todo esto, me di cuenta de que cuando ella me miraba estaba actuando. Se convertía en una animada muñeca que bailaba. Esta era la imagen con la que ella se identificaba y que intentaba proyectar. En cambio, cuando miraba hacia otro lado, dejaba de actuar, y se convertía en una criatura perdida, patética, en nadie. El papel que jugaba la imagen era compensar un socavado sentido del yo, pero el efecto conseguido era el contrario. Al dirigir todas sus energías hacia el mantenimiento de la imagen, Mary había empobrecido y empequeñecido su verdadero yo.
Aunque ella reconocía que su sentido del yo era débil (se deprimía con facilidad y los sentimientos intensos la desbordaban), no estaba preparada para abandonar su imagen, porque intuía que ésta tenía poder —poder sobre los hombres—. Aunque superaba los treinta y cinco años, Mary se describía más como una chica que como una mujer. Cuando los hombres se sentían atraídos por ella, e incluso se enamoraban de ella profundamente, Mary se transformaba en una muñequita muy mona que bailaba de forma muy seductora. Cuando la relación con un hombre se afianzaba, Mary se volvía completamente dependiente de él. Oscilaba entonces entre la niñita patética, la muñequita bailarina, que necesitaba cuidados y protección, y que los hombres ansiaban poseer.
Si nos preguntamos cuál es en realidad la personalidad de Mary, la respuesta es que la imagen de la muñeca bailarina es tan real como la imagen de la niña patética. En efecto, ella tenía una doble personalidad, en el sentido de que presentaba dos caras diferentes ante el mundo. Una era una máscara, como el rostro desprovisto de sentimientos de una muñeca. La otra expresaba sus verdaderos sentimientos y era por tanto una representación verdadera de su yo. La cara de muñeca era un reflejo de la imagen del ego y la cara de la niña reflejaba la imagen del yo. Una de las caras surgía a fuerza de voluntad, la otra era una manifestación espontánea de su ser interior. La escisión de la personalidad de Mary justificaba el diagnóstico de que sufría un trastorno límite.
Aunque se pueda diagnosticar a Mary como personalidad límite, en mi opinión, el diagnóstico es menos importante que la comprensión —quién es, quién pretende que es, por qué ha desarrollado una escisión en su personalidad—. La imagen es realmente una parte del yo. Es la parte del yo que se enfrenta al mundo, y toma su forma a partir de los aspectos superficiales del cuerpo (la postura, los movimientos, las expresiones faciales, etc.). Debido a que esta parte del cuerpo está sujeta al control consciente por medio de la voluntad o del ego, puede modificarse para conformar una imagen concreta. Se podría hablar de un falso yo contrapuesto al yo verdadero, pero prefiero describir la escisión de personalidad en términos de una imagen que se contradice con el yo, y considerar que el trastorno básico es un conflicto entre la imagen y el yo corporal.
¿Por qué Mary abandonó su yo corporal en favor de una imagen? Aunque el sacrificio no fue consciente, ella había decidido que el yo con sentimientos no era aceptable. Me di cuenta de que Mary no era capaz de llorar ni de gritar. No tenía voz para expresar lo que sentía. Hablaba de una forma que sonaba plana, mecánica, exenta de emociones. Estaba claro por qué Mary se convirtió en bailarina. Incapaz de usar la voz para expresarse, lo intentó con los movimientos. Pero, incluso eso era limitado. Empezó a estudiar ballet con cinco años, animada y apoyada por su madre. Ella deseaba que la niña destacara y de ese modo sentirse ella misma más importante. Mary estaba dominada por su madre y le infundía terror. Incluso así, insistía en que no se sentía enfadada con ella, que su madre había hecho mucho en su favor. El grado de negación implícito en esta afirmación es típico de los narcisistas. Una vez Mary había aceptado a la muñequita bailarina y se identificaba con ella, que le parecía especial y superior, no podía admitir sentimientos «malos» o de enojo, porque contradecían esa imagen.
Su padre adoraba a la pequeña muñeca bailarina, pero tal adoración iba unida a un interés sexual por ella. A una edad muy temprana Mary se dio cuenta de que podía excitar a su padre, pero negaba sus propios sentimientos sexuales para evitar los celos de su madre y la reacción negativa de su padre —para evitar la culpabilidad—. Mencionó que cuando era una adolescente, su padre se molestó mucho una vez que la vio besando a un chico. Como sus sentimientos no podían contar con el apoyo del padre, Mary tiró la toalla ante su madre y se identificó con ella en el desprecio que sentía por aquel hombre débil. Una vez consumada la rendición, intentó compensar la pérdida creando una imagen que le otorgara poder sexual sobre los hombres, pero sin la vulnerabilidad que representaba albergar sentimientos sexuales hacia ellos. Se puede rebajar una imagen, pero no es posible herirla.
En el caso de una personalidad límite, como la de Mary, la discrepancia entre la imagen y el yo corporal o de los sentimientos es lo bastante grande como para que exista el riesgo de que se produzca una crisis emocional. Mary había estado hospitalizada por este motivo antes de acudir a mi consulta. Por suerte, fui capaz de ayudarla a recuperar el contacto con su yo y a liberar parte de su tristeza, cosa que consiguió llorando. Esto le permitió abrirse paso a través de la negación, ver la realidad de su ser, y conectar con su yo corporal, lo que le aportó una fuerza que nunca había tenido antes.
En mi enfoque terapéutico, llamado análisis bioenergético, la conexión del individuo con su yo corporal se consigue por medio de trabajar directamente el cuerpo. Se utilizan ejercicios especiales para ayudar a que la persona sienta las diferentes partes de su cuerpo, en las que la tensión muscular crónica bloquea la conciencia y la expresión de los sentimientos. Por eso, en el caso de Mary, uno de los ejercicios utilizados fue que se tumbara en una cama y diera patadas al aire mientras gritaba «no». Antes nunca había sido capaz de quejarse por la rendición de su yo corporal, y no podía recuperarlo hasta que tuviera voz para protestar. A pesar de que era bailarina, a los movimientos que realizaba para dar puntapiés les faltó coordinación y fuerza mientras que su voz fue bajita y débil. Por medio de los ejercicios, pudo sentir el nudo que le apretaba la garganta y que le impedía emitir un sonido fuerte y claro. Esta constricción le dificultaba también la respiración, con lo que se reducía el metabolismo y disminuía con ello su energía. Por medio de la palpación, pude notar lo contraídos que estaban los músculos de la garganta y los espasmos a los lados del cuello. La técnica que utilizo para reducir los espasmos es aplicar una ligera presión con la punta de los dedos sobre los músculos que están contraídos, mientras la persona intenta emitir un sonido lo más agudo que le sea posible. Cuando hice esto con Mar y, empezó a gritar muy fuerte, y el grito se prolongó durante un rato. Después de varios gritos, rompió en sollozos a la vez que los músculos del cuello se relajaban y el sentimiento de tristeza salía a la superficie. Después de esta liberación, sus protestas gritando y dando puntapiés fueron mucho más contundentes.
La gente que tiene problemas necesita llorar. Aunque para Mary fue relativamente fácil hacerlo porque su cuerpo no estaba tan acorazado como en otros casos, resulta muy difícil conseguirlo con algunos hombres narcisistas que se sienten orgullosos de ser capaces de soportarlo todo sin llorar. El excesivo desarrollo muscular produce un cuerpo duro, tenso, que inhibe eficazmente la conciencia y la expresión de sentimientos suaves o tiernos. En estos casos, a menudo hay que trabajar mucho la respiración, para poder suavizar el cuerpo hasta el punto en que se produzca el llanto. Una vez que la persona se deja llevar y llora, ya no le resulta difícil evocar la cólera que ha reprimido. A veces, hacer que golpee la cama con una raqueta de tenis o con los puños para liberar la ira puede sacar fuera la tristeza y provocar el llanto. Ya he descrito algunos de los ejercicios y técnicas de trabajo con el cuerpo en otros de mis libros anteriores a éste, pero debo insistir en que estos ejercicios no son mecánicos. Sirven para producir cambios en la personalidad sólo si van unidos a un análisis profundo que incluya la interpretación de los sueños, y si son consecuencia de la comprensión de la personalidad a partir de lo que expresa el cuerpo.
En otro tipo de pacientes, como por ejemplo en el carácter narcisista, el ego es capaz de mantener el control y evitar venirse abajo, porque se ha escindido del yo de una forma menos compleja. Hay veces en que la gente se sirve de drogas, como por ejemplo el alcohol, para mantener cierto grado de negación de la realidad. Podremos verlo en el caso de Arthur que expondré a continuación.
EL CASO DE ARTHUR
Arthur había sido un actor famoso y de éxito. Sin embargo, en los dos últimos años no había podido trabajar porque sufría cada vez más ataques de desesperación. Admitió que había empezado a beber mucho y como resultado de ello su reputación profesional se había resentido, por lo que le resultaba difícil que le dieran papeles. También se quejaba de que no era capaz de establecer una relación satisfactoria con una mujer. Mencionó que en una ocasión y durante un breve espacio de tiempo tuvo la experiencia de un amor profundo, y que entonces se sintió bien y realizado. Deseaba desesperadamente sentirse así de nuevo.
No es ninguna sorpresa encontrar a personas narcisistas que se dedican a la profesión de actores. Interpretar depende de la capacidad de proyectar una imagen. Esto es fácil para un narcisista, porque de hecho está actuando constantemente. Por supuesto, no todos los actores son narcisistas.
La postura corporal de Arthur ante mí era de superioridad. Tenía un buen cuerpo y un rostro dramático más bien hermoso. Cuando se irguió y puso en acción su encanto, adquirió un aspecto imponente. Sus ojos, al mirarme, parecía que querían hipnotizarme. Sentí el poder de su mirada. Pero, como proyectar esa mirada requería invertir toda la energía por su parte, no pudo mantenerla mucho tiempo. Cuando el esfuerzo le superó, su rostro empezó a mostrar una expresión tensa y cansada. Parte del atractivo de Arthur provenía de la sonrisa de aparente inocencia que él lanzaba de vez en cuando. Pero era evidente que ésta encubría intensos temores. Todavía eran más impactantes las diferentes expresiones de las dos partes de su cara. Su ceja derecha tenía una curva hacia arriba muy pronunciada, mientras que la izquierda era más recta y más caída hacia abajo. Como resultado, su cara tenía un aspecto extraño. Cuando se lo mencioné, me dijo que ya lo sabía. También se daba cuenta de que su cara expresaba mucho dolor. Había estudiado su rostro en el espejo, pero tal como es típico en los narcisistas, no se había permitido sentir dolor o miedo al mirarse.
La escisión de la personalidad de Arthur era bastante evidente. A partir de su rostro, tuve la impresión de que el lado derecho luchaba desesperadamente por levantarse y negar la desesperación que evidenciaba el lado izquierdo. Una parte de él se identificaba con la imagen de superioridad que intentaba proyectar para disimular y compensar su sentimiento interno de inferioridad. Necesitaba una imagen de poder para soportar el sentimiento de impotencia e indefensión que iba por dentro.
Del mismo modo que Dorian Gray, Arthur tuvo sus días de gloria y poder. Cuando era más joven y un ídolo del público, muchas mujeres se habían sentido atraídas por él. Tenía entonces la energía necesaria para mantener una imagen ante las dudas en su interior. Pero las recompensas que aporta el éxito no alimentan el yo. Invertir la libido o energía en el ego sólo puede llevar al yo a la bancarrota. Cuando a Arthur se le acabó la energía que requería mantener su imagen, empezó a desmoronarse. Y sin embargo no podía abandonarla. Aquel hombre tenía serios problemas.
Durante la sesión con él, le describí a Arthur la naturaleza de sus problemas y puse el acento en la necesidad de una terapia continuada. Sin tratamiento, su estado sólo podía ir a peor. Por desgracia, nunca volví a verle, y nunca me pagó la sesión. «He olvidado el talonario en el hotel», me dijo, y prometió que me enviaría un cheque. Arthur, entonces, se aferró de nuevo a la negación. Había acudido a mi consulta con la esperanza de que, de alguna forma, pudiera ayudarle a recuperar la energía para poder restaurar su imagen. Quería que hiciese magia, la misma que él pensaba que fue capaz de hacer una vez. La realidad era demasiado dolorosa para que él pudiese aceptarla. En el mundo de ficción en que él vivía, no existía la obligación moral de pagar al doctor por el tiempo que dedicaba al paciente. La vida es un escenario, y cuando cae el telón después del último acto, todo está acabado y olvidado. El vacío de una vida así va más allá de lo que uno pueda imaginar.
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He intentado destacar la incongruencia u oposición entre el yo y la imagen que se da en el narcisista. Aunque prefiero describir de esta forma la escisión de la personalidad que se produce en este caso, puede ser útil añadir ahora el concepto del yo verdadero y del yo falso o superficial. El falso está en la superficie, como el yo que se presenta ante el mundo. Se sitúa en contraste con el verdadero yo, que reside detrás de la fachada o imagen. Este verdadero yo es el yo de los sentimientos, pero es un yo negado y escondido. Dado que el yo superficial o falso representa la sumisión y la conformidad, el yo interior o verdadero se siente airado y desea rebelarse. Esta ira y deseo de rebelión que subyacen nunca se pueden suprimir del todo, porque son una expresión de la fuerza vital de la persona. Sin embargo, debido al mecanismo de negación, no se pueden expresar directamente y por esa razón se reflejan en el comportamiento impulsivo del narcisista, y se convierten entonces en una fuerza perversa.
Por tanto, la distinción más importante se halla entre la persona que se mueve en términos de imagen y la que se mueve en términos de sus sentimientos. No obstante, dado que los sentimientos son un atributo natural de los seres humanos, ¿cómo podría alguien no sentir? Si la imagen se ha aposentado como la fuerza dominante de la personalidad, el individuo intentará suprimir cualquier sentimiento que la contradiga. Pero sólo en ausencia de sentimientos intensos puede la imagen alcanzar una posición dominante. Estoy firmemente convencido de que la ausencia de sentimientos es el trastorno básico de la personalidad narcisista, y lo que permite preponderar a la imagen. En el narcisismo, al contrario de lo que sucedía en las neurosis más frecuentes en otros tiempos, la pérdida de sentimientos se debe a un mecanismo especial, que yo llamo la negación de los sentimientos.