16

SÓLO UN SUEÑO

 

— ¡Alto el fuego!

Bolitho le dio la pistola a un hombre herido para que la recargara. Sentía como si cada fibra de su cuerpo temblara sin control, y a duras penas podía creer que el primer ataque hubiera sido repelido. Algunos de los que casi habían alcanzado la cima del promontorio yacían extendidos, allí donde habían caído; otros todavía buscaban penosamente refugio abajo.

Colpoys se unió a él, la camisa pegada al cuerpo como si fuera una segunda piel mojada.

— ¡Dios mío! —Parpadeó, el sudor cayéndole sobre los párpados—. Los tenemos demasiado cerca.

Otros tres marineros habían caído, aunque continuaban con vida. Pearse estaba ya proporcionándoles mosquetes de repuesto y cuernos de pólvora para que pudieran disparar con rapidez en un próximo ataque. ¿Y después...? Bolitho observó a sus marineros sofocados y presas del pánico. El aire que se respiraba era acre, saturado del humo de la pólvora y del olor dulzón de la sangre.

Little gritó:

— ¡Unos pocos minutos más, señor!

El ataque había sido feroz, tanto que Bolitho se había visto obligado a recurrir a algunos hombres de la dotación de artillería para que ayudaran a repeler a los vociferantes hombres que habían cargado contra ellos. Ahora Little y Stockdale, con algunos marinos más, utilizaban todo su peso y su fuerza bruta para, con la ayuda de estacas de madera, hacer girar el cañón de forma que apuntara a la entrada del fondeadero.

Bolitho cogió el catalejo y lo enfocó hacia los seis barcos. Uno de ellos, una goleta de velacho, se parecía mucho a la que había acabado con el Heloise. Ninguno de los barcos daba muestras de prepararse para levar anclas; imaginó que sus pilotos esperaban que la batería de la colina utilizara sus cañones para acabar con aquella osada invasión antes de que produjera más daños.

Cogió una taza de vino de manos de Pearse sin saber muy bien qué estaba haciendo. ¿Dónde demonios estaba Palliser? Tenía que haberse dado cuenta de lo que ellos intentaban hacer. Bolitho sintió una punzada de desesperación. Cabía suponer que el primer teniente interpretara los cañonazos y todo aquel pandemónium como que el grupo de Bolitho había sido descubierto y estaba siendo aniquilado sistemáticamente. Recordó las palabras de Dumaresq antes de que abandonaran el barco: «No podré acudir a salvarles». Era probable que Palliser adoptara la misma actitud.

Bolitho giró en redondo, intentando esconder su propia desesperación mientras preguntaba:

— ¿Cuánto tiempo todavía, Little? —Se dio cuenta de que el segundo de artillería acababa de decírselo, de igual forma que sabía que Colpoys y Cowdroy le estaban observando llenos de inquietud.

Little se irguió y dijo:

—Listo. —Volvió a inclinarse, observando atentamente el negro cuerpo del cañón—. ¡Cargadlo de pólvora, muchachos! ¡Introducid una carga a fondo! —Se movía alrededor de la recámara como si fuera una araña gigantesca; era todo brazos y piernas—. Esto hay que hacerlo bien.

Bolitho se humedeció los labios. Vio a dos marineros transportar una carretilla para proyectiles hacia el pequeño horno, donde otro hombre les esperaba con un caldero en las manos, preparado para colocar el proyectil de hierro al rojo en la carretilla. Luego ya sería una cuestión de suerte y ajuste. El proyectil debía ser introducido en la boca del cañón y apisonado con un tapón de doble grosor. Si el cañón estallaba antes de que el pisón pudiera salir, la bala lo haría pedazos. Igualmente, podía partirse en dos el cuerpo del cañón. No era extraño que a los comandantes les aterrorizara el uso de proyectiles de hierro candente a bordo del barco.

Little dijo:

—Apuntaré al barco del centro, señor. Aunque nos desviemos un poco hacia uno u otro lado le daremos a alguno.

Stockdale asintió con un gesto de cabeza. De pronto Colpoys dijo:

—Veo a algunos hombres en la cima de la colina. Creo que van a barrernos de un momento a otro. Un hombre gritó:

— ¡Se están agrupando de nuevo para emprender otro ataque!

Bolitho corrió hasta el parapeto y se agachó apoyándose en una rodilla. Vio diminutas siluetas moviéndose entre las rocas y otras tomando posiciones en la ladera de la colina. Aquello no era chusma. Garrick tenía a sus hombres tan bien entrenados como si se tratara de un ejército.

— ¡Hay que resistir!

Los mosquetes se elevaron y oscilaron bajo la deslumbrante luz; cada hombre buscaba su blanco entre las rocas caídas.

Una descarga de disparos pasó por encima del parapeto, y Bolitho supo que hacían fuego para cubrir a otro grupo de atacantes, de modo que éstos pudieran rodearles por el otro extremo del promontorio.

Lanzó una rápida mirada a Little. Había unido las manos como si estuviera rezando.

— ¡Ahora! ¡Fuego!

Bolitho desvió la mirada y descargó su pistola contra un grupo de tres hombres que casi había alcanzado la cima del promontorio. Otros avanzaban separados, con lo que constituían blancos más difíciles; el aire estaba lleno de pavorosos gritos e insultos, muchos de ellos en su propio idioma.

Dos figuras saltaron por encima de las rocas y se abalanzaron sobre un marino que intentaba frenéticamente recargar un mosquete. Bolitho vio cómo abría la boca en un mudo grito de terror cuando uno de los atacantes le inmovilizaba con su alfanje mientras su compañero lo silenciaba para siempre de un terrible tajo.

Bolitho se lanzó hacia adelante, lanzando un mandoble de lado y cortando de un solo golpe la mano con la que el hombre sostenía la espada antes de que éste se pudiera recuperar. Sintió la sacudida en su muñeca cuando el sable cortó músculos y hueso, pero olvidó enseguida a aquel hombre que no dejaba de gritar para lanzarse contra su compañero con una ferocidad que él nunca antes había experimentado.

Sus aceros entrechocaron, pero Bolitho se encontraba sobre rocas sueltas y a duras penas podía mantener el equilibrio.

El ensordecedor estallido del cañón de Little hizo vacilar al otro hombre, y en su mirada se reflejó de pronto el terror al darse cuenta del error que había cometido.

Bolitho lanzó su estocada y saltó detrás del parapeto incluso antes de que el cadáver de su adversario llegara a tocar el suelo.

Little estaba gritando:

— ¡Mire eso!

Bolitho vio una columna de agua cayendo mezclada con vapor en el lugar en el que había caído el proyectil, entre dos de los barcos. Puede que hubieran fallado el blanco, pero aquel disparo desencadenaría el pánico rápidamente.

— ¡Las esponjas, muchachos! —Little brincaba al borde del foso mientras los hombres se apresuraban hacia el horno en busca de otro proyectil—. ¡Más pólvora!

Colpoys cruzó la roca ensangrentada y dijo:

—Hemos perdido a otros tres. También ha caído uno de los míos. —Se secó la frente con el brazo, su sable con empuñadura dorada colgando de su muñeca.

Bolitho vio que el curvado filo estaba casi negro de sangre seca. No iban a poder aguantar otro ataque como el último. Aunque la ladera y el borde roto del parapeto estaban plagados de cadáveres, Bolitho sabía que otros muchos hombres estaban agrupándose ya abajo. Debían de sentir mucho más temor a enfrentarse a Garrick que a un puñado de harapientos marinos.

— ¡Ahora! —Little aplicó su mecha retardada y el cañón rebufó de nuevo con una tremenda explosión.

Bolitho captó una imprecisa imagen del proyectil cuando éste se elevó y describió una curva en el aire, dirigido hacia los barcos parados. Vio una nube de humo, y algo sólido se desprendió de la goleta que estaba más próxima y voló por los aires hasta caer al agua junto al barco con un fuerte chapoteo.

— ¡Le hemos dado! ¡Le hemos dado! —La dotación del cañón, con los rostros ennegrecidos y empapados de sudor, brincaban alrededor del cañón como si se hubieran vuelto locos.

Stockdale estaba ya utilizando su fuerza con una palanca para resituar la boca del cañón apuntando adecuadamente.

— ¡Está en llamas! —Pearse tenía las manos encima de los ojos—. ¡Maldita sea; están intentando apagarlo!

Pero Bolitho estaba observando la goleta que se encontraba en el extremo más alejado de la laguna. De todos los barcos era el que ocupaba el lugar más seguro en el fondeadero; mientras la miraba, vio que habían soltado el contrafoque y a hombres corriendo para cortar el cable del ancla.

Tendió la mano, sin atreverse a apartar la vista de la goleta.

— ¡El catalejo! ¡Rápido!

Jury corrió hacia él y le puso un catalejo en las manos. Luego se echó atrás, mirando fijamente el rostro de Bolitho, como si quisiera descubrir qué estaba sucediendo.

Bolitho notó cómo una bala de mosquete le pasaba muy cerca, pero no movió ni un músculo. No podía perderse aquella pequeña y preciosa imagen, aun estando en peligro de que le disparasen mientras observaba.

Casi perdidos en la distancia, pero aun así los distinguía con toda claridad porque los conocía bien. La alta figura de Palliser, con la espada en la mano. Slade y algunos marineros en la caña del timón, y Rhodes dando órdenes a otros en los flechastes y las brazas mientras la goleta levaba anclas y se movía impulsada por el viento. Vio saltar agua en varios puntos a los lados, y por un momento Bolitho pensó que estaba siendo atacada. Entonces se dio cuenta de que los hombres de Palliser que habían saltado al abordaje estaban lanzando por la borda a la tripulación del barco, en lugar de perder tiempo apresándolos y poniéndoles bajo vigilancia.

Colpoys gritó lleno de excitación:

— ¡Deben de haber nadado hasta el barco! ¡Ese Palliser es muy astuto! ¡Ha utilizado nuestro ataque como el señuelo perfecto!

Bolitho asintió; le zumbaban los oídos por el ruido de los disparos de mosquete, de vez en cuando el de una pieza pequeña de artillería. En lugar de poner rumbo hacia el centro de la laguna, Palliser se dirigía directamente hacia la goleta que había sido alcanzada por el proyectil de hierro al rojo de Little.

Cuando llegaron a su altura, Bolitho vio una serie de fogonazos y supo que Palliser estaba barriendo a todos los hombres que hubiera en cubierta, eliminando cualquier esperanza que hubieran podido tener de controlar las llamas. El humo se elevó rápidamente de la escotilla y fue llevado por el viento hacia la playa y sus abandonados cobertizos.

Bolitho ordenó:

— ¡Little, apunte justo al siguiente!

Minutos más tarde el proyectil de hierro candente atravesaba el frágil casco de la goleta, causando varias explosiones en el interior, lo que hizo que se desmoronara un mástil e incendió la mayor parte de la jarcia firme.

Con dos barcos ardiendo en medio de la flotilla, los restantes no perdieron un instante en cortar amarras e intentar escapar de los dos barcos en llamas y a la deriva. La última goleta, aquella que estaba bajo el mando de la partida de abordaje de Palliser, se encontraba bajo control; sus grandes velas hinchadas y elevándose por encima del humo como alas vengadoras.

Bolitho dijo de pronto.

—Ha llegado el momento de marcharnos de aquí. —No sabía por qué estaba tan seguro. Pero siguió su impulso.

Colpoys blandió su sable.

— ¡Recojan a los heridos! ¡Cabo, coloque una mecha en el almacén!

Little aplicó de nuevo la mecha retardada y otro proyectil caliente cruzó por encima del agua y alcanzó al barco que ya estaba en llamas. Los hombres saltaban por la borda, forcejeando como peces moribundos hasta que la gran capa de humo los cubría haciendo que se perdieran de vista.

Pearse llevaba a un marinero herido cargado al hombro, pero con la otra mano continuaba sosteniendo su hacha de abordaje.

—El viento es constante, señor —dijo—. ¡Todo ese humo dejará a ciegas la batería de la colina!

Jadeando como animales, los marineros y los infantes de marina bajaron por la ladera, manteniendo el promontorio entre ellos y la batería de la colina.

Colpoys señalo hacia el agua.

— ¡Ése debe de ser el punto más cercano! —De repente, cayó de rodillas, llevándose las manos al pecho—: ¡Dios mío, me han dado!

Bolitho llamó a dos marinos para que lo llevaran entre ambos, su mente abrumada por el ruido de los mosquetes, por el sonido de las llamas que devoraban un barco tras la densa capa de humo.

También se oían gritos; él sabía que muchos de los hombres de las goletas habían bajado a tierra al iniciarse el ataque, y ahora corrían hacia la ladera de la colina con la esperanza de alcanzar la protección de la batería.

Bolitho se detuvo, con los pies ya casi en el agua. Apenas le quedaba aliento, y los ojos le escocían de tal forma que era poco lo que podía ver más allá de la playa.

Habían hecho lo imposible, y mientras Palliser y sus hombres se beneficiaban de su trabajo, ellos ya no podían seguir avanzando.

Se arrodilló para recargar su pistola; los dedos le temblaban mientras la amartillaba para realizar un último disparo.

Jury estaba con él, y también Stockdale. Pero en el grupo parecía haber menos de la mitad de la partida que tan valerosamente había asaltado el promontorio y se había apoderado del cañón.

Bolitho vio cómo a Stockdale se le iluminaban los ojos cuando el almacén explotó, lanzando el cañón ladera abajo, entre una alfombra de cadáveres y pedazos de roca.

El guardiamarina Cowdroy cortó el humo con su sable.

— ¡Un bote! ¡Miren, allí!

Pearse dejó al marinero en el suelo y echó a andar por el agua, su mortífero alfanje por encima de la cabeza.

— ¡Se lo quitaremos, compañeros!

Bolitho podía sentir su desesperación como si fuera algo vivo. Todos los marineros eran iguales en una cosa. Si les dabas un bote, no importaba lo pequeño que fuera, se sentían salvados.

Little desenvainó su alfanje y enseñó los dientes.

— ¡Hay que acabar con ellos antes de que se nos escapen!

Jury cayó sobre Bolitho, y por un momento éste pensó que había sido alcanzado por una bala de mosquete. Pero estaba señalando sin dar crédito a lo que veía hacia la capa de humo y la borrosa silueta del bote que avanzaba a través de él.

Bolitho asintió, con el corazón desbordante de una sensación que no llegaba a comprender del todo.

Era Rhodes, en pie sobre la proa del bote mayor; vio las camisas a cuadros de los marineros de la Destiny que empuñaban los remos tras él.

— ¡Ah de la costa! —Rhodes se inclinó para agarrar a Bolitho de la muñeca—. ¿Estás entero? —Entonces vio a Colpoys y gritó—: ¡Échenme una mano aquí!

El bote estaba tan repleto de hombres, algunos heridos, que apenas sobresalía diez centímetros encima del agua; como una extraña criatura marina, ció y volvió a introducirse en la densa capa de humo.

Entre toses y maldiciones, Rhodes le explicó:

—Sabía que intentaría unirse a nosotros. Era su única oportunidad. ¡Dios mío, ha armado un buen lío ahí atrás, bribón!

Una goleta en llamas se deslizaba a la deriva por el través, y Bolitho sintió tanto calor como si se encontrara a las puertas del infierno. Se vieron explosiones a través del humo, y él imaginó que podía tratarse de otro almacén o bien disparos realizados a ciegas hacia la laguna desde la batería de la colina.

— ¿Y ahora qué?

Rhodes se puso en pie y gesticuló exageradamente para dirigirse al timonel.

— ¡Todo a estribor!

Bolitho vio los mástiles gemelos de una goleta justo encima de él; sus hombres estaban inclinados por encima de la borda para atrapar al vuelo los cabos guía, que se elevaban entre el humo como serpientes.

Gimiendo y gritando de dolor, los heridos eran empujados e izados por el costado del barco, y cuando el propio bote mayor fue puesto al garete con un hombre que había muerto viendo ya la seguridad al alcance de la mano como único pasajero, Bolitho oyó a Palliser dando órdenes.

Bolitho buscó a tientas el camino entre el humo y encontró a Palliser y Slade junto a la barra del timón. Palliser exclamó:

— ¡Tiene aspecto de ser un convicto en fuga! —Esbozó una breve sonrisa, pero Bolitho sólo era capaz de ver la fatiga y el alivio.

Rhodes estaba de rodillas junto al teniente de la infantería de marina.

—Vivirá si conseguimos llevarle hasta el viejo Bulkley.

Palliser levantó una mano y el timón giró ligeramente. Había otra goleta justo por el través, las velas bien desplegadas en cuanto pudo apartarse de los barcos en llamas y poner rumbo a la entrada de la laguna. Entonces dijo:

—Para cuando quieran darse cuenta de que nos hemos apoderado de uno de sus barcos ya estaremos lejos.

Se giró bruscamente al ver los altos mástiles del San Agustín elevándose por encima del humo. Continuaba anclado, y probablemente estaban a bordo todos los hombres capaces que hubiera en la isla, esperando poder mantenerse apartados de los barcos en llamas a la deriva y evitar los nefastos resultados que supondría el menor contacto con ellos.

Palliser agregó:

—Después de eso, el problema será para otro, gracias a Dios.

Un proyectil se hundió en el agua por el lado de babor, y Bolitho imaginó que los artilleros de Garrick habían acabado por darse cuenta de lo que estaba sucediendo.

Cuando el humo se fue haciendo menos denso y se tornaron visibles algunas partes de la isla, limpia y pálida bajo la luz del sol, Bolitho vio que ya habían sobrepasado la punta.

Oyó a Pearse susurrar:

—Mire, Bob, ¡ahí está!

Él levantó la cabeza de un marinero herido, de forma que pudiera ver las velas desplegadas de la Destiny, a la que Dumaresq había conducido hasta el punto más cercano a los arrecifes al que se aventuraba a llegar.

Pearse, un segundo del contramaestre que había luchado como un demonio, que siguiendo las órdenes de su comandante había puesto en carne viva la espalda de muchos hombres que habían incurrido en faltas con su látigo de nueve puntas, decía ahora suavemente:

—El pobre Bob ha muerto, señor. —Cerró los ojos del joven marinero con sus dedos manchados de brea y añadió—: Un minuto más, y hubiera podido curarse.

Bolitho vio cómo la fragata acortaba vela, y a hombres corriendo por la pasarela mientras los dos barcos se iban acercando. El mascarón de proa de la Destiny seguía siendo una imagen pura y nívea, con los laureles de la victoria elevados, como desafiando a la isla envuelta en humo.

Bolitho sólo podía pensar en la muerte del marinero llamado Bob, en el solitario cadáver dejado al garete a bordo del bote largo, en la inquietud de Stockdale cuando se le había ordenado que se apartase de su lado porque su presencia era requerida en otra parte. En Colpoys y en el cabo apodado Dipper, en Jury, Cowdroy y en otros que habían quedado atrás.

— ¡Aferrar las velas del palo trinquete! —Palliser observó la cautela con que se iba aproximando la Destiny con íntima satisfacción—. Ha habido momentos en los que creía que nunca volvería a ver a esta «dama».

Josh Little cruzó hasta situarse junto a Pearse y dijo rudamente:

—Parece que tendremos un brindis en cuanto suba a bordo, ¿eh?

Pearse estaba todavía mirando al marinero muerto.

—Sí, Josh. Y brindaremos también por él.

Rhodes dijo:

—Nuestro dueño y señor tendrá lo que quería ahora. Un combate hasta el final. —Se agachó para evitar un cabo guía que izaban a bordo—. Pero por lo que a mí respecta, desearía que las fuerzas estuvieran más equilibradas. —Miró a través del denso manto de humo que rodeaba la colina como si fuera a hacerla desaparecer—. Es usted un verdadero prodigio, Dick. De veras que sí.

Se miraron mutuamente como si fueran extraños. Entonces Bolitho dijo:

—Temía que ustedes se quedaran atrás y emprendieran la vuelta. Que pensasen que habíamos muerto todos.

Rhodes agitó la mano para saludar a algunos hombres que estaban en la pasarela de la Destiny.

— ¡Oh!, ¿no se lo he dicho? Sabíamos lo que estaba usted haciendo, dónde se encontraba en cada momento; lo sabíamos todo.

Bolitho se le quedó mirando sin dar crédito a sus palabras.

— ¿Cómo?

— ¿Recuerda a aquel gaviero suyo, Murray? Era el centinela de ellos. Les vio a usted y al joven Jury cuando salieron de su escondrijo. —Agarró a su amigo del brazo—. ¡Es cierto! Ahora está abajo con una astilla clavada en la pierna. Tiene una apasionante historia que contar. Fue una suerte para usted y Jury, ¿no cree?

Bolitho agitó la cabeza y se inclinó sobre la amurada de la goleta para observar cómo los cascos de los dos barcos se unían sobre el oleaje.

Había tenido la muerte muy cerca, y sin ser consciente de ello en absoluto. Murray debía de haber embarcado en el primer barco que salió de Río y el destino quiso que acabara con los piratas de Garrick. Podría haber dado la voz de alarma, o haberles disparado a ambos y convertirse en un héroe. Pero en lugar de eso, algo que en cierta ocasión habían compartido, otro de esos momentos tan valiosos, les había mantenido unidos.

La voz de Dumaresq atronó a través de la bocina:

— ¡Atención ahí abajo! ¡Acabaré por embarrancar si no son capaces de moverse solitos como es debido!

Rhodes dijo entre dientes:

—De vuelta a casa.

El comandante Dumaresq estaba en pie junto a las ventanas de popa de su camarote con las manos a la espalda; escuchaba el relato que le hacía Palliser de la batalla campal y de cómo habían escapado de la laguna.

Le hizo señas a Macmillan para que sirviera más vino a sus sucios y fatigados oficiales y dijo solemnemente:

—Envié un grupo de desembarco a la costa para que le pinchara el globo a Garrick. ¡En ningún momento les pedí que invadieran la isla por su cuenta! —Entonces esbozó una amplia sonrisa, lo que le hizo parecer triste y repentinamente cansado—. Pensaré en ustedes y en sus hombres mañana al amanecer. De no haber sido por su acción, la Destiny se hubiera encontrado con tal resistencia que dudo que hubiera podido salir bien librada. Las cosas continúan estando feas, caballeros, pero ahora por lo menos lo sabemos.

Palliser preguntó:

— ¿Sigue pensando en enviar la goleta a Antigua, señor?

Dumaresq le miró pensativo.

— ¿Se refiere usted a «su» goleta? —Se acercó a las ventanas y se quedó mirando el reflejo del sol poniente en el agua. Parecía oro rojo—. Sí; me temo que es otra presa la que reservo para usted.

Bolitho observaba, curiosamente atento a pesar de la tensión y los amargos recuerdos que guardaría de aquel día. Reconoció el vínculo existente entre el comandante y su primer teniente como si se tratara de algo sólido y visible.

Dumaresq añadió:

—Si el San Agustín no ha sufrido demasiados daños tendremos que combatir contra él tan pronto como podamos. Cuando los vigías de Garrick vean que la goleta se aleja sabrá que se le está acabando el tiempo, que la he enviado en busca de ayuda. —Asintió siniestramente—. Saldrá mañana. Así lo creo yo.

Palliser insistió:

—Estará apoyado por las otras goletas; puede que dos de ellas escaparan del fuego.

—Lo sé. Mejor eso que esperar a que Garrick salga a nuestro encuentro con un gran barco completamente reparado y en perfectas condiciones. Desearía contar con mejores condiciones, pero pocos comandantes tienen la oportunidad de elegir.

Bolitho pensó en los hombres que habían sido enviados a la goleta. Excepto unos pocos, todos estaban heridos, y sin embargo estaban envueltos por una especie de aura, había algo desafiante en ellos, algo que había arrancado vítores de las pasarelas y los aparejos de la Destiny.

Por razones que sólo él conocía, Dumaresq había encomendado a Yeames, el segundo del piloto, el mando de la presa. Debía de haber sido un duro golpe para Slade.

Bolitho se había emocionado cuando Yeames se le había acercado antes de que cruzara hasta la goleta el último bote cargado. Siempre le había gustado el segundo del piloto, pero no había pensado demasiado en ello.

Yeames le había estrechado la mano.

—Mañana vencerán, señor, de eso no me cabe duda. Pero es posible que no volvamos a vernos. Si es así, quisiera que me recordase, pues yo me he sentido orgulloso de servir bajo sus órdenes.

Con estas palabras se había marchado, dejando a Bolitho confundido y halagado.

La profunda voz de Dumaresq interrumpió sus pensamientos:

—Mañana al amanecer entraremos en acción. Hablaré con todos antes de que le cerremos el paso al enemigo, pero a usted quiero darle especialmente las gracias.

Macmillan merodeaba tras la puerta, hasta que consiguió atraer la atención del comandante.

—El señor Timbrell le presenta sus respetos, señor, y quiere saber si desea que el barco quede a oscuras.

Dumaresq negó con un lento gesto de su voluminosa cabeza.

—Esta vez no. Quiero que Garrick nos vea. Que sepa que estamos aquí. Su punto débil, aparte de la codicia, es su tendencia a montar en cólera. ¡Pretendo que para cuando amanezca esté lo más irritado posible!

Macmillan abrió la puerta y los tenientes y guardiamarinas se retiraron a descansar agradecidos.

Sólo se quedó Palliser; Bolitho pensó que discutiría sin interrupción con el comandante los detalles más técnicos de la operación.

Una vez cerrada la puerta, Dumaresq se giró hacia su primer teniente y le ofreció asiento con un gesto.

—Hay algo más, ¿no es así?

Palliser se sentó y estiró sus largas piernas. Se frotó los ojos con los nudillos un instante y luego dijo:

—Tenía usted razón acerca de Egmont, señor. Incluso antes de que le embarcara hacia un lugar lejano en Basseterre, intentó alertar a Garrick, o quizá negociar con él. Probablemente nunca lo sabremos con seguridad. De lo que no cabe duda es de que cambió de barco; se trasladó a otro más pequeño y veloz que navegaba por la ruta del norte entre las diferentes islas para llegar aquí antes que nosotros. Fuera como fuera, sus palabras no consiguieron conmover a Garrick.

Rebuscó en el bolsillo y sacó la gargantilla con el pájaro bicéfalo cuyas plumas relucían de rubíes engarzados.

—Garrick hizo una carnicería con ellos. Conseguí esto de uno de nuestros prisioneros. Los marinos de los que le hablé me explicaron el resto.

Dumaresq cogió la pesada joya y la examinó tristemente.

— ¿Murray fue testigo?

Palliser asintió.

—Él resultó herido. Le envié a la goleta antes de que pudiera hablar con el señor Bolitho.

Dumaresq volvió a acercarse a las ventanas y observó la popa de la pequeña goleta alejándose, las velas doradas como el oro de la joya que tenía en la mano.

—Ha sido muy considerado. Visto todo lo que ha confesado y hecho, a Murray se le retirarán los cargos cuando llegue a Inglaterra. Dudo que su camino se cruce con el del señor Bolitho nunca más. —Se encogió de hombros—. En caso contrario, el dolor será más soportable para entonces.

— ¿No va a decírselo usted, señor? ¿No dejará que se entere de que ella está muerta?

Dumaresq observó las sombras que oscurecían paulatinamente el agua y en las que se perdía de vista el casco de la goleta.

—No lo sabrá por mí. Mañana debemos combatir, y necesito que todos y cada uno de mis oficiales den todo lo que tengan. Richard Bolitho ha demostrado ser un buen teniente. Si sobrevive a la batalla de mañana, será todavía mejor. —Dumaresq abrió una de las ventanas y sin dudarlo un instante lanzó la gargantilla a la estela de espuma que dejaba la Destiny a su paso—. Dejaré que conserve su sueño. Es lo menos que puedo hacer por él.

En la cámara de oficiales, Bolitho estaba sentado en una silla, con los brazos colgando a los lados; sentía que su resistencia física se le escapaba como si fuera la fina arena de un reloj. Rhodes estaba sentado frente a él mirando fijamente una copa vacía como si no reconociera de qué objeto se trataba.

Todavía quedaba por superar el día siguiente. Como la línea del horizonte, nunca parecían alcanzarlo.

Bulkley entró y se sentó pesadamente entre ellos.

—Acabo de estar con nuestro testarudo oficial de infantería de marina.

Bolitho asintió apagadamente. Colpoys había insistido en permanecer a bordo con sus hombres. Vendado y fajado de tal forma que sólo podía utilizar un brazo, a duras penas conservaba la fuerza suficiente para mantenerse en pie.

Palliser apareció por la puerta y lanzó su sombrero sobre un cañón. Por un momento se quedó mirándolo, probablemente imaginando el desolado aspecto que tendría aquel lugar al día siguiente, sin las puertas, sin los objetos personales, que habrían sido puestos a resguardo del humo y el fuego del combate.

Entonces dijo estridentemente:

—Si no me equivoco es la hora de su guardia, señor Rhodes. No puede esperar que el piloto lo haga todo, ya me comprende.

Rhodes se puso en pie tambaleándose y respondió entre dientes:

—A la orden, a la orden, señor. —Abandonó la cámara de oficiales como si caminara dormido.

Bolitho casi ni les oía. Estaba pensando en ella, recurriendo al recuerdo que guardaba de ella para poder olvidar las imágenes y las hazañas del día que acababa de vivir.

Se levantó de pronto, y tras pedir a los demás que le excusaran, se retiró a la intimidad de su camarote. No quería que ellos notaran su desánimo. Cuando había intentado ver mentalmente su rostro sólo había obtenido una imagen desvaída de ella, nada más.

Bulkley empujó una botella a través de la mesa y preguntó:

— ¿Ha sido muy duro?

Palliser lo pensó un instante.

—Podría haber sido peor. —Pero no podía dejar de pensar en la valiosa gargantilla que ahora se encontraba en el fondo del mar, tras aquel particular enterramiento en popa.

El médico añadió:

—Me he alegrado por Murray. No es más que un pequeño detalle en medio de tanta desgracia, pero me alegro de saber que está libre de culpa.

Palliser miró al vacío.

—Voy a hacer mi ronda y luego a dormir unas horas.

Bulkley suspiró.

—Me gustaría poder hacer lo mismo. Creo que lo mejor será que solicite que releven a Spillane de sus obligaciones como secretario. Yo también tengo pocos hombres.

Palliser se detuvo en la puerta y le miró con indiferencia.

—Entonces será mejor que se dé prisa, porque puede que mañana cuelgue de una soga. Aunque sólo sea para aumentar la cólera de Garrick. Era espía suyo. Murray le vio registrando el cuerpo del viejo Lockyer en Funchal cuando subieron su cadáver a bordo. —La debilidad y la fatiga no le permitían a Palliser vocalizar correctamente—. Spillane hizo sus conjeturas e intentó incriminar a Murray en el asunto del reloj de Jury. Con eso conseguiría que hubiera tensión entre la marinería y el alcázar. Es algo que ya se ha hecho muchas veces. —Con un tono de voz repentinamente cargado de amargura añadió—: Es un asesino de la peor calaña, ni un ápice mejor que Garrick.

Salió a grandes zancadas de la cámara de oficiales sin pronunciar una palabra más; al girar la cabeza, Bulkley vio que el sombrero del primer teniente continuaba colgando del cañón.

Pasase lo que pasase el día siguiente, ya nada volvería a ser lo mismo, pensó, y ese descubrimiento le produjo una profunda tristeza.

Cuando la oscuridad cayó finalmente, borrando por completo la línea del horizonte, y una vez que la achatada colina de la isla Fougeaux había desaparecido también de la vista, las luces de la Destiny seguían brillando en el agua como si fueran ojos al acecho.