5
CHOQUE DE ACEROS
Llamándose entre ellos por sus nombres e intercambiando improperios con sus desconocidos adversarios, el reducido grupo de abordaje de la Destiny luchaba por mantenerse unido. La cubierta era azotada por el mar continuamente, y la capacidad de moverse por ella se veía dificultada por las vergas caídas y los enormes amasijos de restos de jarcia que se habían caído por la borda y se arrastraban, haciendo que el barco cayera en cada nueva hondonada como si llevara un ancla flotante.
Bolitho lanzó un mandoble contra un adversario, pero la hoja de su sable no dejaba de chocar contra el acero contrario una y otra vez, mientras lanzaba y paraba estocadas. Bolitho era un buen espadachín, pero el pequeño sable con que contaba le dejaba en inferioridad de condiciones ante el largo filo de una espada. A su alrededor había hombres gritando jadeantes, cuerpos entrelazados, luchando con alfanjes y dagas, hachas de abordaje o cualquier otra cosa que tuvieran a mano.
— ¡Apopa, compañeros! ¡Vamos! —dijo Little. Cargó avanzando por la cubierta, convertida en un auténtico caos, y sin dejar de correr seguido por la mitad del grupo, dio un certero hachazo a la figura de un hombre agazapado en un rincón.
Cerca de Bolitho, un hombre resbaló y cayó al suelo, protegiéndose la cara del inminente golpe de su oponente, que estaba tras él con el alfanje alzado. Bolitho oyó el sibilante sonido del acero rasgando el aire, el nauseabundo ruido sordo de la hoja golpeando el hueso. Pero al girarse vio a Stockdale arrancando su arma de aquel cuerpo sin vida antes de apartarlo a un lado sin miramientos.
Aquello era una pesadilla de confusión y violencia. Nada parecía real, y Bolitho sintió el progresivo entumecimiento de sus miembros mientras se enfrentaba a un nuevo atacante que se había descolgado deslizándose por los obenques con la agilidad de un simio.
Se agachó y sintió pasar la hoja enemiga por encima de su cabeza, al tiempo que oía el bronco sonido que surgió de la garganta de su enemigo al imprimir toda la fuerza de que era capaz a su arma. Bolitho le golpeó en el estómago con la empuñadura de su sable, y cuando el otro se tambaleó, le dio un tajo en el cuello con tanta fuerza que sintió un penetrante dolor en su propio brazo, como si hubiera sido él el herido.
A pesar del horror y del peligro, la mente de Bolitho seguía respondiendo, aunque tenía la sensación de ser un espectador, alguien ajeno a aquella sangrienta lucha cuerpo a cuerpo que se desarrollaba a su alrededor. El barco era un bergantín goleta; sus vergas estaban en absoluto desorden y el barco continuaba a merced del viento. Se notaba cierto olor a nuevo, como si hubiera sido construido recientemente. Su tripulación debía de haberse quedado muda de asombro cuando el velamen de la Destiny había surgido por delante de sus amuras; aquella sorpresa era, de hecho, lo que había ofrecido alguna posibilidad de salvación al reducido grupo de abordaje.
Un hombre avanzaba dando saltos por encima de los cuerpos destrozados y los agonizantes heridos que sembraban la cubierta bajo sus pies.
En la aturdida mente de Bolitho surgió un nuevo pensamiento. Aquella adusta figura enfundada en una casaca azul con botones de latón debía de ser el capitán del barco.
El bergantín se encontraba momentáneamente fuera de control, pero todo podía volver a estar en orden en cuestión de horas. Y no se veía a la Destiny por ninguna parte. Quizá había sufrido muchos más daños de lo que ellos habían pensando. En realidad, uno nunca piensa que eso pueda sucederle a su propio barco. Siempre al otro.
Bolitho vio el opaco brillo de acero en el cielo y calculó que no faltaba mucho para el amanecer. Para su sorpresa, pensó en su madre, y se sintió feliz de que ella no estuviera allí para ver cómo caía su cuerpo sin vida cuando llegara el momento.
El hombre delgado que había visto antes se enfrentó a él y gritó:
— ¡Tire su arma, escoria!
Bolitho intentó gritarle algo a su vez, para dar ánimos a sus hombres, para infundirse a sí mismo un último soplo de valor.
Entonces cruzaron el acero de sus espadas, y Bolitho sintió la fuerza de aquel hombre a través del filo, como si éste fuera una prolongación de su brazo.
Aturdido por el estruendo del acero entrechocando, Bolitho paraba como podía las arremetidas de su oponente, que iba ganando ventaja y presionándole cada vez más.
Un fuerte sonido metálico invadió el aire; Bolitho notó cómo el sable se le escapaba de las manos y vio cómo la fuerza del golpe partía en dos el rebenque que llevaba alrededor de la cintura.
Oyó un grito frenético:
— ¡Aquí, señor!
Era Jury que le lanzaba una espada con la empuñadura por delante por encima de los cuerpos heridos.
La propia desesperación acudió en ayuda de Bolitho. Sin saber cómo, atrapó la espada, haciéndola girar al asirla, sintiendo su longitud y lo que debía hacer para equilibrarla. Por su mente pasaron imágenes rápidas como relámpagos. Su padre aleccionándole y su hermano Hugh en el jardín de la cocina de Falmouth. Luego ellos dos peleando, los dos hermanos aprendiendo a pelear.
Lanzó un gemido cuando la espada del otro hombre le hizo un corte en la manga, justo por debajo de la axila. Un centímetro más allá y... Le pareció que la furia invadía absolutamente todo lo que le rodeaba, una especie de locura que le devolvía la fuerza, incluso la esperanza.
Bolitho hizo chocar el acero de nuevo, notando el odio de su oponente, oliendo su fuerza y su sudor.
Oyó gritar a Stockdale con su ronca voz y supo de inmediato que estaba acorralado, soportando demasiada presión como para poder acudir en su ayuda. Algunos habían dejado de luchar, sin aliento, observando con los ojos vidriosos a los dos hombres enfrentados con sus espadas.
El estampido de un cañonazo resonó como surgido de otro mundo. Una bala de cañón silbó por encima de la cubierta y fue a dar contra una ondeante vela como un puño de hierro. La Destiny estaba cerca, y su comandante había querido que su presencia fuera notada aun a riesgo de acabar con la vida de alguno de sus propios hombres.
Unos cuantos hombres de la tripulación del bergantín tiraron las armas al instante. Otros, menos afortunados, acabaron a manos del ardoroso grupo de abordaje mientras todavía intentaban hacerse una idea clara de lo que estaba sucediendo.
El adversario de Bolitho gritó furiosamente:
— ¡Ha llegado su hora, «señor»!
Empujó a Bolitho hacia atrás de un puñetazo, calculó la distancia, y lanzó su estocada.
Bolitho oyó el grito de Jury y vio a Little corriendo hacia él, enseñando los dientes como un animal salvaje.
Después de tanto sufrimiento y tanto odio, el fin era demasiado fácil, incluso desprovisto de toda dignidad. Consiguió mantener el equilibrio, y ni siquiera tuvo conciencia del movimiento de los pies y los brazos cuando dio un paso a un lado, utilizando así la fuerza del otro hombre para rozar con un vibrante sonido el filo de su espada y luego aprovechar que eso le había hecho bajar la guardia para lanzarle una certera estocada en el pecho.
Little se llevó a rastras al hombre malherido y levantó su hacha ensangrentada contra él, que forcejeaba para liberarse.
Bolitho le gritó:
— ¡Quieto! ¡No le mate!
Aturdido, con la cabeza dándole vueltas, se giró para mirar alrededor al oír que algunos de sus hombres prorrumpían en exclamaciones de júbilo.
Little dejó caer al hombre contra la cubierta y se secó la cara con el dorso de la mano, como si también él fuera retornando, lenta y reticentemente, a la cordura. Hasta la siguiente ocasión.
Bolitho vio a Jury sentado, con la espalda apoyada en una verga rota y las manos apretadas contra el estómago. Se arrodilló junto a él e intentó desenlazar los dedos de Jury. «Él no —pensó—; no tan pronto.»
Un marino en el que Bolitho reconoció a uno de sus mejores gavieros se inclinó y apartó de un tirón las manos del guardiamarina.
Bolitho tragó saliva y le rasgó la camisa, recordando el miedo que había tenido Jury en el momento del abordaje y la confianza que había depositado en él. Bolitho era muy joven, pero ya había hecho antes ese tipo de cosas.
Echó un vistazo a la herida y sintió deseos de rezar. A juzgar por las apariencias, la hoja de una espada debía de haber sido detenida en su mortal trayectoria por la gran placa dorada del cinturón en bandolera de Jury; de hecho podían distinguirse, a pesar de la escasa luz, las muescas que habían quedado en el metal. Aquel pedazo de latón había recibido casi toda la fuerza del golpe, por lo que el agresor sólo había conseguido rasguñar el abdomen del joven.
El marino sonrió entre dientes e improvisó un vendaje para taponar la herida con un jirón de la camisa de Jury.
—Se pondrá bien, señor —dijo—; es sólo un rasguño.
Bolitho se puso en pie de forma un tanto inestable, apoyándose con una mano en el hombro del marinero.
—Gracias, Murray. Bien dicho.
El hombre le miró como intentando comprender algo.
—Vi cuando le lanzaba a usted la espada, señor. Ése fue el momento que aprovechó otra de esas alimañas para atacarle. —Limpió, como ausente, su alfanje en un pedazo de vela mientras hablaba—: ¡Fue la última maldita cosa que hizo en su vida!
Bolitho se dirigió a popa, hacia el timón abandonado. Voces del pasado parecían seguirle, haciéndole pensar en aquel momento concreto.
«Tendrán la mirada puesta en usted entonces. La lucha y la furia ya han pasado.»
Se dio media vuelta y gritó:
Llévense a los prisioneros abajo y manténganlos bajo vigilancia.
Buscó algún rostro conocido entre todos los de aquellos hombres que le habían seguido ciegamente sin saber del todo lo que estaban haciendo.
—Usted, Southmead, ponga a algunos hombres a cargo del timón. Los demás, vayan con Little y corten los restos del aparejo que cuelgan del costado del barco.
Lanzó una rápida mirada a Jury. Tenía los ojos abiertos y luchaba por no llorar de dolor.
Bolitho le dedicó una sonrisa forzada, irreal, sin poder evitar que sus labios expresaran frialdad y despecho.
—Hemos apresado un barco. Gracias por lo que hizo. Tuvo que echarle mucho valor.
Jury intentó responderle, pero se desvaneció de nuevo.
Por encima del viento y el agua, Bolitho oyó la atronadora voz del comandante Dumaresq, amplificada aún más por la bocina a través de la que hablaba, pidiendo el santo y seña.
—Responda por mí —le pidió Bolitho a Stockdale—. Yo estoy agotado.
Mientras los dos navíos se acercaban uno al otro, sus finas líneas desfiguradas por vergas rotas y trozos de jarcia colgando, Stockdale formó bocina con sus enormes manos y gritó:
— ¡El barco es nuestro, señor!
Se oyó un bullicioso grito de júbilo procedente de la fragata. A Bolitho le pareció evidente que Dumaresq no esperaba encontrar a ninguno de ellos todavía con vida.
El estridente tono de voz de Palliser reemplazó al timbre profundo de la del comandante:
— ¡Manténganlo al pairo si pueden! ¡Nosotros tenemos que rescatar al señor Slade y su bote!
En su imaginación, a Bolitho le pareció oír a alguien riendo.
Levantó la mano mientras la fragata viraba lenta y dificultosamente y se alejaba; algunos de sus hombres estaban ya trabajando en las vergas para colocar un velamen nuevo y guarnir nuevos motones.
Entonces se quedó mirando la cubierta del bergantín, los hombres heridos que gemían quedamente o intentaban arrastrarse hasta un rincón apartado como lo hubiera hecho un animal enfermo.
Había también algunos que ya nunca volverían a moverse.
La luz se hacía cada vez más intensa, y Bolitho examinó la espada que Jury le había lanzado para salvarle la vida. Bajo aquella pálida luz la sangre parecía pintura negra; teñía la empuñadura de la espada y, más arriba, también su propia muñeca.
Little, al volver a popa, pensó que el nuevo tercer teniente era muy joven. En cualquier momento tiraría la espada por la borda, con las tripas revueltas por lo que había hecho con ella. Y eso sería una lástima. Más adelante pensaría que le hubiera gustado dársela a su padre o a su amada. Así que Little dijo:
—Ejem... señor... déjemela a mí, yo se la limpiaré. —Vio que Bolitho vacilaba y agregó suavemente—: Ha sido realmente una buena compañera para usted. Y uno tiene que cuidar de los buenos compañeros, eso es lo que yo, Josh Little, digo siempre, señor.
Bolitho le tendió el arma.
—Espero que tenga razón.
Irguió la espalda, aunque cada fibra de sus músculos le laceraba como si se tratara de varillas al rojo.
— ¡Arriba, muchachos! ¡Hay mucho que hacer! —Recordó las palabras del comandante—. ¡Y las cosas no se hacen por sí solas!
Desde el lugar en que se encontraba bajo el palo trinquete, entre una montaña de desechos caídos, Stockdale le observó un instante para luego asentir con cara de satisfacción. Un combate más había terminado.
Bolitho esperaba agotado junto a la mesa de Dumaresq en su camarote de la Destiny; el movimiento de la fragata hacía que le dolieran todos los miembros. La pálida luz del día había revelado que el bergantín llevaba por nombre Heloise, que había salido de Bridport, en Dorset, que se dirigía al Caribe y que había hecho escala en Madeira para embarcar un cargamento de vino.
Dumaresq terminó de hojear el cuaderno de bitácora del bergantín y entonces miró a Bolitho.
—Tome asiento, señor Bolitho, o se desplomará de un momento a otro.
Él, por su parte, se levantó y anduvo hasta las ventanas de la aleta; pegó literalmente la cara al grueso vidrio para observar el bergantín, que flotaba a sotavento de la Destiny. Palliser y un nuevo grupo de abordaje habían pasado al otro barco muy temprano; toda la experiencia del primer teniente resultaba necesaria para reparar los daños sufridos por aquel buque y dejarlo en condiciones de navegar de nuevo.
—Ha actuado usted bien —empezó Dumaresq—. Extremadamente bien, diría yo. Para ser tan joven e inexperto en el mando ha hecho más de lo que yo hubiera esperado de usted. —Palmoteo con sus manazas por detrás de los faldones, como para contener su ira—. Pero siete de nuestros hombres han muerto, y otros están malheridos. —Alzó el brazo y golpeó violentamente la lumbrera con los nudillos—. ¡Señor Rhodes! ¡Hágame el favor de encontrar al médico de una maldita vez!
Bolitho olvidó su cansancio, el resquemor que había sentido poco antes, cuando le habían ordenado que abandonase su presa para dejar que el primer teniente pasase por delante de él. Estaba completamente fascinado observando cómo la cólera de Dumaresq iba en aumento de forma gradual. Como la brasa de una mecha avanzando lentamente hacia el primer barril de pólvora. El pobre Rhodes debía de haber dado un brinco al oír la voz de su comandante surgiendo de repente de la cubierta, bajo sus pies.
—Hombres buenos y valiosos asesinados. ¡Piratería y crimen, no tiene otro nombre!
No había mencionado el error de cálculo que casi había hecho naufragar a los dos barcos, o por lo menos dejarlos desarbolados.
En aquel momento estaba diciendo:
—Sabía que tramaban algo. En Funchal era evidente que hasta las paredes oían y que había demasiadas miradas pendientes de nosotros, que la noticia de nuestra presencia se había divulgado en exceso. —Fue subrayando cada uno de los puntos a los que hacía referencia enumerándolos con sus robustos dedos—. Mi secretario, para hacerse con el contenido de su cartera. Luego, se da la casualidad de que el bergantín, que debe de haber zarpado de Inglaterra al mismo tiempo que nosotros salimos de Plymouth, también se encontraba en el puerto. Su comandante debía de saber que yo no podía ponerme a ceñir para darle caza. Por lo tanto, mientras se mantuviera a la distancia correcta estaría a salvo.
Bolitho comprendió. Si la Destiny hubiera barloventeado para acercarse al otro barco durante el día, el Heloise habría contado con la ventaja del viento y la distancia. La fragata podía dejarlo atrás fácilmente en una persecución abierta, pero protegido por el manto de la oscuridad el bergantín podía pasar inadvertido si se maniobraba con pericia. Bolitho pensó en el hombre enjuto al que había herido durante su combate en cubierta. Casi sintió pena por él. Casi. Dumaresq había ordenado que lo trajeran a bordo para que Bulkley, el médico, le salvara la vida... si aún era posible.
—Por Dios —agregó Dumaresq—; todo esto sería suficiente para demostrar algo, si acaso necesitásemos más pruebas. Estamos sobre la buena pista.
— ¡El médico, señor! —anunció el centinela.
Dumaresq observó al sudoroso médico.
— ¡Ya era hora, maldita sea!
Bulkley se encogió de hombros, ya fuera porque el explosivo temperamento de Dumaresq le resultaba indiferente o porque estaba ya tan acostumbrado a verle en ese estado de excitación que eso había dejado de tener significado para él.
—Sigue con vida, señor. Es una herida grave, pero limpia. —Miró con curiosidad a Bolitho—. Además, es un tipo muy fuerte. ¡Me sorprende verle a usted entero!, y me alegra, por supuesto.
—Todo eso no importa —le espetó Dumaresq—. ¿Cómo se atreve ese rufián a desafiar a un barco del rey? ¡No será de mí de quien obtenga clemencia, no le quepa duda!
Fue tranquilizándose lentamente. Era como ver el mar volviendo a la calma después de una tormenta, pensó Bolitho.
—Tengo que sacarle toda la información que me sea posible. El señor Palliser está registrando el casco del Heloise, pero a juzgar por lo que al señor Bolitho le costó tanto esfuerzo descubrir, no me parece probable que encontremos mucho más. Según el cuaderno de bitácora lo botaron el año pasado, y acabaron de armarlo hace sólo un mes. Aunque apenas si es lo bastante grande como para contener una carga útil que resulte aceptable desde el punto de vista comercial, en mi opinión.
Bolitho deseaba marcharse, intentar descansar y lavarse la suciedad que la lucha le había dejado, tanto en las, manos como en la mente.
—El señor Jury se encuentra bastante bien —comentó el médico—; una fea herida, pero él es un joven fuerte y saludable. No le quedarán secuelas.
Dumaresq sonrió.
—Hablé con él cuando le subían a bordo. Me pareció captar una especie de culto al héroe, ¿no es así, señor Bolitho?
—Me salvó la vida, señor. No veo en ello ninguna justificación para alabarme precisamente a mí.
Dumaresq asintió.
—Hmmm... Ya veremos.
Pero cambió de tema enseguida:
—Antes de que caiga la noche tendremos compañía. Se trata de mantener a todos los marineros ocupados. El señor Palliser tendrá que aparejar un mastelero de juanete de respeto en ese maldito barco pirata, no hay más remedio que hacerlo. —Dirigiéndose a Bolitho añadió—: Haga llegar las órdenes al alcázar. Que los vigías se releven cada sesenta minutos como máximo. Aprovecharemos esta parada forzosa para mantener los ojos bien abiertos e intentar descubrir a otros posibles perseguidores. Tal como están las cosas, resulta que tenemos una pequeña y valiosa presa y que nadie sabe todavía nada al respecto. De uno u otro modo, eso puede sernos de ayuda.
Bolitho se puso en pie, sintiendo de nuevo cuánto le pesaban las piernas. Así pues, no iba a tener oportunidad de descansar.
—A mediodía haga subir a los marineros para la inhumación, señor Bolitho —dijo Dumaresq—. Enviaremos a esos pobres muchachos en su último viaje mientras continuemos al pairo. —Para ahuyentar cualquier viso de sentimentalismo, agregó—: No tendría sentido perder tiempo cuando ya estemos navegando.
Bulkley acompañó a Bolitho; pasaron ante el centinela hacia la escalerilla que conducía hasta debajo de la cubierta principal.
El médico suspiró y dijo:
—Está fuera de sí.
Bolitho le observó intentando adivinar su estado de ánimo. Pero entre cubiertas estaba demasiado oscuro, y su única compañía eran los sonidos y olores habituales del barco.
— ¿Por el oro?
Bulkley levantó la cabeza para escuchar con mayor atención las voces apagadas procedentes de un bote que se acercaba por el costado, chocando contra el casco empujado por la marejada.
—Es usted todavía muy joven para comprenderlo, Richard. —Apoyó su rechoncha mano en la manga de Bolitho—. Y no se trata de ningún tipo de crítica, créame. Pero he conocido antes a otros hombres como nuestro comandante, y personalmente le conozco mejor que muchos. Es un excelente oficial en casi todos los aspectos, aunque un punto demasiado impetuoso. Anhela entrar en acción casi tanto como un borracho ansía la botella. Está al mando de esta magnífica fragata, pero en el fondo de su corazón siente que su momento ya ha pasado. El hecho de que Inglaterra esté en paz con los demás países reduce las posibilidades de obtener ascensos y condecoraciones. A mí me viene muy bien, pero... —Agitó la cabeza, como apesadumbrado—. Ya he hablado más de la cuenta, aunque sé que usted respetará mi confianza.
Se encaminó hacia la escalerilla, dejando tras él un aroma a brandy y tabaco que se mezcló con los olores ya presentes en el ambiente.
Bolitho salió a la luz del día y subió rápidamente la escala que llevaba hasta el alcázar. Era consciente de que si no se mantenía en movimiento acabaría por dormirse de pie.
La cubierta de baterías de la Destiny estaba sepultada bajo montones de jarcia y cabos rotos entre los que se movían el contramaestre y el cordelero, discutiendo qué podía ser recuperado. En las cubiertas, los marinos estaban atareados ensamblando y martilleando, y las velas hechas jirones estaban ya siendo desenvergadas para ser remendadas y estibadas aparte, por si eran necesarias más adelante en caso de emergencia. Un buque de guerra era autosuficiente. Nada podía ser desechado. Algunos de aquellos pedazos de lona que habían formado parte del velamen muy pronto vagarían lenta y silenciosamente por el fondo del mar, lastrados con la munición que los ayudaría a hundirse en compañía de los muertos hasta aquel lugar en el que sólo había paz y oscuridad.
Rhodes se cruzó con él.
—Me alegro de tenerle de vuelta, Dick. —Bajó la voz para decir, al tiempo que ambos se giraban a mirar el desolado bergantín—. Nuestro amo y señor parecía un león enfurecido cuando consiguió abrirse camino con su grupo por el costado. Por mi parte, tendré que andar con pies de plomo durante, por lo menos, una semana.
Bolitho examinó la otra nave. Ahora más que nunca le parecía un sueño. Casi no podía creer que él hubiera sido capaz de mantener unidos a sus hombres y, juntos, apresar el Heloise después de todo lo que había pasado. Varios hombres habían perdido la vida. Era más que probable que él mismo hubiera matado por lo menos a uno de ellos con sus propias manos. Pero eso no representaba nada. Carecía de significado.
Se dirigió a la batayola y vio cómo varios rostros se giraban hacia él desde la cubierta inferior. ¿Qué estarían pensando?, se preguntó. La alegría y la satisfacción que Rhodes sentía por él parecían sinceras, pero sin duda existiría también la envidia, habría otros que opinaran que simplemente había tenido mucha suerte; un éxito excesivo, que requería demasiada destreza, para ser alguien tan joven.
Spillane, el nuevo ayudante del médico, apareció en la pasarela de sotavento y tiró un bulto a un lado.
Bolitho sintió náuseas. ¿Qué era aquello? ¿Un brazo? ¿Una pierna? Podría haber sido suyo.
Oyó a Slade, el segundo del piloto, abroncando de forma abusiva a algún infeliz marinero. Al parecer, el hecho de que la Destiny hubiera rescatado el bote tras encontrarlo casi milagrosamente en alta mar y los alborozados gritos de alivio de la exhausta tripulación no habían contribuido en absoluto a suavizar el desabrido carácter de Slade.
En el momento oportuno, los muertos habían sido inhumados, mientras que los vivos, en pie y descubriéndose respetuosamente la cabeza, escuchaban unas pocas palabras que el comandante leyó de su devocionario.
Luego, tras una apresurada comida y un celebrado trago de brandy, la marinería se puso a trabajar de nuevo y el aire se llenó con el ruido de sierras y martillos, impregnado por el fuerte olor de la pintura, de la brea que iba marcando cómo progresaban los costurones en la tablazón.
Dumaresq subió a cubierta cuando finalizaba la guardia de doce a cuatro de la tarde, y dedicó varios minutos a observar alternativamente su barco y el cielo claro, que le decía más cosas que cualquier otro instrumento de navegación.
Le comentó a Bolitho, una vez más el oficial de guardia:
—Fíjese en cómo trabajan nuestros hombres. En tierra parecen marcados como reses o no son más que unos inútiles borrachos. Pero déles un trozo de cabo o un poco de maderamen y le demostrarán lo que son capaces de hacer.
Le había hablado tan apasionadamente que Bolitho se aventuró a preguntar:
— ¿Cree usted que tenemos otra guerra en ciernes, señor?
Por un momento pensó que había ido demasiado lejos. Dumaresq se giró hacia él con una agilidad sorprendente para la envergadura de sus piernas y le miró severamente; luego dijo:
—Veo que ha estado hablando con ese jodido matasanos, ¿no? —Se rió entre dientes antes de seguir hablando—: No es necesario que me conteste. Todavía no ha aprendido a mentir. —Caminó hasta el lado opuesto, paseando arriba y abajo como hacía habitualmente, y añadió—: ¿Guerra? ¡Cuento con ello!
Antes de que la oscuridad hiciera que los dos barcos resultaran invisibles entre sí, Palliser envió recado diciendo que por su parte estaba listo para ponerse en marcha y que se encargaría de las cosas menos importantes, todavía pendientes de reparación, mientras navegaran rumbo a Río. Slade subió a bordo del Heloise para ponerse al mando de la tripulación de la presa y Palliser volvió en el bote de popa cuando la noche caía ya sobre el horizonte como un velo.
Bolitho estaba admirado de cómo Palliser seguía activo. No mostraba signos de cansancio, y no escatimó esfuerzos a la hora de recorrer el barco de arriba abajo, fanal en mano, examinando una por una las reparaciones hechas y gritando hecho una furia al responsable si encontraba algo que él considerase una chapuza.
Bolitho se tumbó con alivio en su hamaca, sin molestarse en recoger del suelo la casaca, que quedó allí tirada, tal como había caído. La Destiny retemblaba y gruñía mientras surcaba sin esfuerzo las aguas de un mar que recibía por la aleta, como si también el barco agradeciera un descanso.
En todo el interior de la nave sucedía lo mismo. Bulkley estaba sentado en su enfermería fumando una larga pipa de arcilla y compartiendo parte de su brandy con Codd, el contador.
Fuera, apenas visibles en el sollado, los que seguían enfermos o heridos dormían o se quejaban quedamente en la oscuridad.
En el camarote, Dumaresq estaba sentado a la mesa, escribiendo afanosamente en su diario personal; se había quitado la casaca y llevaba la camisa abierta hasta la cintura. De vez en cuando levantaba la cabeza y clavaba los ojos en la puerta, como si quisiera atravesarla con la mirada y así ver todo lo que estaba supeditado a su autoridad, su mundo. Otras veces miraba arriba, hacia cubierta, cuando los pasos de Gulliver le indicaban que el piloto seguía obsesionado por la colisión, temeroso de que la culpa le fuera atribuida a él.
A lo largo de la cubierta principal, en la que apenas si había espacio suficiente para todos estando en posición vertical, el grueso de la tripulación se balanceaba en las hamacas al ritmo que marcaba el cabeceo de la Destiny. Como capullos de seda primorosamente alineados, esperando el momento de abrirse y alumbrar a las criaturas que los habitaban en un abrir y cerrar de ojos, si así lo imponía el viento o repicaba la llamada que les haría correr a todos a sus puestos.
Algunos de los hombres, incapaces de conciliar el sueño o cumpliendo su turno de guardia en cubierta, seguían pensando en el breve y amargo combate, en aquellos momentos en los que habían conocido el miedo. Pensaban en algunos rostros familiares que habían sido borrados de la capa de la tierra, o quizá en la recompensa económica que el elegante bergantín podía suponer para ellos.
Zarandeándose en su hamaca de la enfermería, el guardiamarina Jury revivía mentalmente el combate. Recordaba su desesperada necesidad de ayudar a Bolitho cuando el teniente había pedido el sable, el súbito y agudo dolor que había sentido entonces en el estómago, como si hubiera sido atravesado por un hierro candente. Pensó en su padre muerto, al que apenas recordaba, y le reconfortó la idea de que se hubiera sentido orgulloso de lo que su hijo había hecho.
Y la Destiny llevaba a bordo a todos ellos. Desde el ceñudo Palliser, que estaba sentado frente a Colpoys en la desierta cámara de oficiales y miraba las cartas que parecían estar burlándose de él desde la mesa, hasta el sirviente Poad, roncando en su hamaca, todos estaban a merced del barco, cuyo mascarón de proa señalaba el horizonte, un horizonte que nunca se encontraba más cercano.
Dos semanas después de haber capturado el bergantín, la Destiny cruzó el ecuador, siguiendo su rumbo hacia el sur. Hasta el piloto parecía satisfecho con su marcha y con la distancia recorrida. Un oportuno viento y el hecho de que el aire fuera más suave y cálido fueron factores decisivos para mantener el ánimo de los hombres y evitar enfermedades.
Cruzar la línea del ecuador fue una experiencia nueva para más de un tercio de la tripulación. La concesión de una cantidad suplementaria de vino y licores para todos durante cuatro días hizo que el protocolo se mezclara continuamente con bromas y vocingleras peleas amistosas.
Little, el ayudante de artillero, se convirtió en un formidable Neptuno gracias a una corona pintada y una barba hecha de meollar, y acompañado de su tímida reina, encarnada por uno de los grumetes, brindaban a todo aquel que osara adentrarse en su reino un buen chapuzón y una bulliciosa serie de burlas por parte del resto de la tripulación.
Más adelante, Dumaresq se reunió con sus oficiales en la camareta de popa y les expresó su satisfacción por el funcionamiento del barco en general y por la velocidad con que se estaba realizando la travesía. Habían dejado al Heloise muy atrás, mientras continuaban llevándose a cabo en él las reparaciones necesarias. Era obvio que Dumaresq no estaba dispuesto a retrasar su propia recalada, por lo que había dado órdenes a Slade de que acudiese a su encuentro a la altura de Río con la mayor premura posible.
La mayor parte de los días, la Destiny seguía adelante navegando sin incidentes, y hubiera sido una bella estampa para cualquier otro barco que compartiera con ella el océano. Trabajando arriba, muy por encima de las cubiertas, o realizando las tareas habituales de la navegación diaria y haciendo instrucción con las armas, los marineros nuevos se iban adaptando progresivamente a la rutina; Bolitho veía cómo la pálida piel de quienes habían estado cumpliendo condena en prisión iba cogiendo color bajo el sol, cada vez más intenso a medida que pasaban los días.
Otro de los hombres heridos durante el abordaje había muerto, aumentando la cifra de fallecidos a ocho. Vigilado día y noche por uno de los infantes de marina de Colpoys, el capitán del Heloise iba recuperando fuerzas; Bolitho imaginaba que Dumaresq estaba empeñado en mantenerle con vida sólo para poder ver cómo le ahorcaban por piratería.
El guardiamarina Jury había sido autorizado para volver al servicio activo, aunque limitado a trabajar en cubierta o cumplir su turno de guardia en popa. Sorprendentemente, los breves instantes en que habían compartido peligro y valor parecían haber hecho más distante su relación con Bolitho, y aunque se cruzaban numerosas veces a lo largo del día, Bolitho notaba cierta incomodidad entre ellos.
Quizá el comandante había tenido razón. Quizá el —según lo había definido él— «culto al héroe» por parte de Jury había creado cierta turbación en lugar de estrechar los lazos que pudieran unirles.
Por otra parte, el enclenque Merrett había adquirido una seguridad en sí mismo de la que nadie le hubiera creído capaz poco antes. Era como si hubiera estado seguro de que iba a morir y, puesto que eso no había sucedido, ahora tuviera la convicción de que jamás podría sucederle nada peor que el trance por el que había pasado. Subía con soltura a los obenques junto a los demás guardiamarinas, y durante las guardias, a menudo se oía su estridente voz compitiendo o enzarzado en una discusión con sus compañeros.
Un anochecer, mientras el barco seguía su rumbo con las gavias desplegadas como si se tratase de un buque fantasma, en el momento en que iba a relevar al teniente Rhodes para la primera guardia, Bolitho vio a Jury que observaba a los otros guardiamarinas bromeando y peleando amistosamente, seguramente deseando estar con ellos.
Bolitho esperó a que el timonel gritara:
— ¡Así derecho, señor! ¡Sursudoeste!
Luego pasó frente al guardiamarina y preguntó:
— ¿Qué tal la herida?
Jury se lo quedó mirando y sonrió.
—Ya no duele, señor. He tenido suerte. —Dejó que los dedos acariciaran su cinturón de cuero en bandolera y tocó la muesca que había quedado en la placa dorada—. ¿Eran de verdad piratas? —dijo.
Bolitho se encogió de hombros.
—Lo que yo creo es que nos estaban siguiendo. Quizá fueran espías. Pero ante los ojos de la ley serán considerados piratas.
Había pensado mucho en ello desde aquella terrible noche. Sospechaba que Dumaresq y Palliser sabían mucho más de lo que decían, que el bergantín apresado estaba relacionado con la misión secreta de la Destiny y su breve escala en Funchal.
—Pero si mantenemos esta marcha —agregó— estaremos en Río dentro de una semana. Yo diría que entonces sabremos la verdad.
Gulliver apareció en el alcázar y se quedó mirando las tensas velas durante un minuto largo antes de pronunciar palabra. Luego dijo:
—El viento arrecia. Creo que deberíamos acortar vela. —Tuvo un momento de vacilación, y sin apartar la vista de Bolitho preguntó—: ¿Se lo dirá usted al comandante, o debo hacerlo yo?
Bolitho observó las gavias, hinchándose y tensándose bajo la fuerza del viento. Bajo la mortecina luz del crepúsculo parecían gigantescas conchas marinas de color rosa.
Pero Gulliver tenía razón, y él como teniente era quien debía haberse dado cuenta.
—Yo se lo diré.
Gulliver se precipitó hacia la aguja magnética, como si fuera incapaz de disimular su alivio.
—Todo iba demasiado bien como para durar. Lo sabía —dijo para sus adentros.
Bolitho llamó al guardiamarina Cowdroy, que compartía provisionalmente las guardias con Jury hasta que estuviera totalmente recuperado.
—Mis saludos al comandante. Dígale que el viento está refrescando por el nordeste.
Cowdroy saludó y se dirigió con premura hacia la escotilla. Bolitho notó casi físicamente su fastidio. Era un matón arrogante, intolerante y obstinado. Se preguntaba cómo Rhodes era capaz de soportarlo.
— ¿Se avecina una tormenta, señor? —preguntó Jury con calma.
—No es probable, creo, pero siempre es mejor estar preparados. —Vio algo centelleando en la mano de Jury y dijo—: Es un reloj muy bonito.
Jury se lo alcanzó, con el rostro lleno de satisfacción, mientras respondía:
—Perteneció a mi padre.
Bolitho abrió la tapa con cuidado y vio en el interior un diminuto pero inmaculado retrato de un oficial de marina. A su edad, Jury se parecía ya mucho a él.
Era un reloj hermoso, fabricado por uno de los mejores artesanos de Londres.
Se lo devolvió con un consejo:
—Cuide mucho de él. Sin duda es muy valioso.
Jury lo deslizó en el bolsillo de sus pantalones.
—Desde luego para mí tiene un valor incalculable. Es todo lo que conservo de mi padre.
Algo en su tono de voz emocionó profundamente a Bolitho. Le hizo sentir insensible, enfadado consigo mismo por no haber sido capaz de ver lo que Jury escondía tras su necesidad de complacerle. No tenía a nadie más en el mundo a quien eso le importara.
—Bueno, compañero —le dijo—, si conserva su presencia de ánimo en este viaje, le resultará muy útil más adelante. —Sonrió antes de proseguir—: Me pregunto quién había oído hablar de ese tal James Cook hace sólo unos años. Y ahora es un héroe para todo el país; además, cuando vuelva de su último viaje, no me cabe duda de que será ascendido de nuevo.
La voz de Dumaresq le hizo girar en redondo.
—No excite al muchacho, señor Bolitho. ¡De lo contrario deseará usurpar mi puesto demasiado pronto!
Bolitho esperó la decisión de Dumaresq. Con él uno nunca sabía exactamente qué terreno pisaba.
—Tendremos que acortar vela dentro de poco, señor Bolitho. —Giró sobre sus talones y examinó las velas una por una—. Continuaremos a esta marcha mientras nos sea posible.
Cuando desapareció a través de la escotilla, el segundo del piloto comentó:
—El bote está suelto en la andana, señor.
—Muy bien. —Bolitho requirió de nuevo la colaboración del guardiamarina Cowdroy—: Coja algunos hombres y aseguren el bote, hágame el favor.
Notó el resentimiento del guardiamarina y supo por qué. Se alegraría de librarse de él cuando abandonara su guardia.
Jury había adivinado lo que estaba sucediendo.
—Yo iré, señor. Es mi trabajo.
—No está usted en condiciones, señor Jury —le espetó Cowdroy volviéndose de repente—. ¡No haga esfuerzos innecesarios!— Y desapareció gritando el nombre de uno de los segundos del contramaestre.
Más tarde, tal como había pronosticado Gulliver, el viento continuó arreciando, y el mar cambió su plácida apariencia por la de una superficie salpicada de blancas y espumeantes crestas; Bolitho se olvidó de las desavenencias que él mismo había establecido entre los dos guardiamarinas.
La cubierta fue invadida primero por una ola, luego otra más, y cuando el barco empezó a balancearse y cabecear hundiendo la proa en un mar cada vez más encrespado, Dumaresq dio órdenes de que todos los hombres subieran a la arboladura y aferraran todas las velas excepto la gavia de mayor para que la Destiny pudiera capear la borrasca y salir de ella.
Entonces, como para demostrar que podía ser tan amistoso como perverso, el viento amainó por completo, y para cuando rompió el día de nuevo, el barco tardó muy poco en quedar totalmente seco, navegando bajo un cálido sol.
Bolitho estaba ejercitando a sus hombres en la batería de cañones de doce libras de estribor, cuando apareció Jury informándole de que se le había concedido permiso para incorporarse a su actividad plenamente y que ya no tendría que dormir en la litera de la enfermería.
Bolitho tuvo el presentimiento de que algo andaba mal, pero estaba decidido a no dejarse involucrar. Se limitó a decir:
—El comandante quiere que los nuestros sean los marinos más rápidos que hayan visto nunca en Río a la hora de disparar la salva de artillería. —Observó a algunos marineros, desnudos de cintura para arriba, que sonreían y se frotaban las palmas de las manos—. Así que vamos a celebrar una carrera. La primera división contra la segunda; el premio para los ganadores consiste en un poco de vino. —Previamente había pedido permiso al contador para gastar una cantidad no prevista de vino.
Codd había dejado al descubierto sus descomunales incisivos, con lo que adquirió de inmediato el mismo aspecto que el tajamar de una galera, y se había mostrado de acuerdo diciendo con regocijo:
—Naturalmente, si usted paga, señor Bolitho. ¡Si usted paga!
—Todo listo, señor —gritó Little.
Bolitho se giró hacia Jury.
—Puede usted cronometrarlos. La división que lo consiga antes en dos de tres intentos será la ganadora.
Sabía que los hombres se estaban impacientando, y les vio empuñar sus aparejos y espeques como si se estuvieran preparando para un auténtico combate.
Jury intentó mirar a Bolitho a los ojos antes de decir:
—No tengo reloj, señor.
Bolitho se le quedó mirando fijamente, consciente de que el comandante y Palliser esperaban en la batayola del alcázar para ver cómo sus hombres competían entre ellos.
— ¿Lo ha perdido? ¿El reloj de su padre? —Recordaba perfectamente lo orgulloso y a la vez triste que Jury se había sentido la noche anterior, cuando se lo mostró—. Explíqueme eso.
Jury agitó la cabeza, el rostro lleno de abatimiento.
—Ha desaparecido, señor. Es todo lo que sé.
Bolitho apoyó una mano en su hombro.
—Ahora tranquilícese. Intentaré pensar en algo.
—Impulsivamente, sacó del bolsillo su propio reloj, que a su vez había obtenido de su madre—. Utilice el mío.
Stockdale, agachado junto a uno de los cañones, lo había oído todo y había estado observando los rostros de los hombres que tenía cerca. El jamás en su vida había poseído un reloj ni era probable que lo llegara a tener nunca, pero de alguna manera supo que aquel reloj en concreto era importante. En el atestado mundo que constituía un barco, en el que el espacio disponible era tan limitado, un ladrón resultaba muy peligroso. Los marineros eran demasiado pobres como para dejar que el autor de un delito como ése no fuera debidamente castigado. Sería mejor que lo pillaran antes de que sucediera algo peor.
Bolitho agitó el brazo.
— ¡En marcha!
La segunda división de artilleros ganó sin esfuerzo. Era de esperar, según decían los perdedores, pues la segunda división contaba tanto con Little como con Stockdale, los dos hombres más fuertes del barco.
Pero mientras compartían las jarras de vino y se relajaban a la sombra de la vela mayor, Bolitho sabía que por lo menos Jury no estaba disfrutando de aquel momento de jolgorio.
—Amarren los cañones —le ordenó a Little.
Luego caminó hacia el alcázar; algunos de sus hombres hicieron una reverencia a su paso.
Dumaresq esperó hasta que él hubo llegado, al alcázar.
— ¡Lo han hecho verdaderamente rápido!
Palliser sonrió sin demasiada afabilidad y comentó:
— ¡Si tenemos que sobornar a nuestros hombres con vino cada vez que tengan que manejar los cañones pronto no quedará ni una gota en este barco!
Bolitho dijo de golpe:
—El reloj del señor guardiamarina Jury ha sido robado.
Dumaresq le miró con calma.
— ¿Y? ¿Qué debería hacer yo, señor Bolitho?
Bolitho se sonrojó.
—Lo siento, señor. Yo... pensé que...
Dumaresq entrecerró los ojos para observar tres pequeñas aves que volaban por el través; parecían puntos diminutos en la inmensidad del mar.
—Ya casi puedo oler la tierra —dijo Dumaresq. Luego se volvió de repente hacia Bolitho—: Usted fue informado del robo y usted debe ser quien se encargue del asunto.
Bolitho saludó mientras el comandante y el primer teniente empezaban a pasear arriba y abajo por el lado de barlovento de cubierta.
Todavía tenía mucho que aprender.