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LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD

 

—El español está acortando vela, señor.

—Nosotros haremos lo mismo. —Dumaresq permanecía en pie en medio del alcázar, justo delante del palo de mesana, como una roca—. Aferren juanetes.

Bolitho se protegió los ojos de la luz al levantar la vista para observar a través de la maraña de jarcias y redes a sus propios hombres, que empezaban a vérselas con el indomable velamen. En menos de una hora, la tensión se había elevado tanto como el sol, y ahora, con el San Agustín firmemente situado junto a la amura de estribor, notaba cómo el nerviosismo afectaba a todos y cada uno de los hombres que tenía cerca. La Destiny seguía situada a barlovento, pero al alcanzarles, el barco español había conseguido situarse entre la fragata y las vías de aproximación a la laguna.

Rhodes irrumpió en popa para reunirse con él entre dos de los cañones de doce libras de calibre.

—Está dejando que el español se salga con la suya. —Agregó con una mueca—: Debo confesar que, personalmente, lo apruebo. No me apetece en absoluto tomar parte en un combate desigual a menos que todas las circunstancias estén a mi favor. —Lanzó una rápida mirada al alcázar y bajó el tono de voz—. ¿Qué opina ahora de nuestro amo y señor?

Bolitho se encogió de hombros.

—Tan pronto siento desprecio como admiración. Desprecio la forma en que me ha utilizado. Sin duda sabía que el propio Egmont no traicionaría a Garrick ni revelaría su paradero.

Rhodes frunció los labios.

—Así que fue su esposa. —Vaciló un instante—. ¿Lo ha superado ya, Dick?

Bolitho miró hacia el San Agustín, a sus gallardetes y la blanca enseña de España.

Rhodes insistió:

—En medio de todo esto, con la perspectiva de estar criando malvas dentro de muy poco por un estúpido suceso de hace tanto tiempo, ¿cómo puede seguir consumiéndose por el amor de una mujer?

Bolitho le miró de frente.

—Nunca la olvidaré. Si la hubiera visto.

Rhodes sonrió tristemente.

—Dios mío, Dick, estoy perdiendo el tiempo. Cuando volvamos a Inglaterra tendré que ver qué puedo hacer para sacarle de esto.

Ambos se giraron al oír el sonido de un disparo reverberando en el agua. Luego se oyó el chapoteo del proyectil salpicando directamente en línea con el bauprés del barco español.

Dumaresq masculló:

—Por todos los cielos, ¡esos canallas han abierto fuego!

Numerosos catalejos enfocaban hacia la isla, pero nadie fue capaz de descubrir el camuflado cañón. Palliser dijo secamente:

—Ha sido sólo un aviso. Espero que el español tenga bastante sentido común como para hacerle caso. Ante esto se requiere cautela y agilidad, no un enfrentamiento directo.

Dumaresq sonrió.

— ¿De veras? Está empezando usted a hablar como los almirantes, señor Palliser. ¡Voy a tener que andarme con cuidado!

Bolitho estudió más de cerca el barco español. Era como si nada hubiera pasado. Continuaba rumbo a la lengua de tierra más cercana, donde se abría la laguna.

Unos cuantos cormoranes se elevaron desde el agua al paso de los dos barcos, como si fueran aves heráldicas coronando vigilantes sus cabezas, pensó Bolitho.

— ¡Atención en cubierta! ¡Se ve humo sobre la colina, señor!

Todos los catalejos giraron a un tiempo, como si se tratara de una minúscula fuerza de artillería.

Bolitho oyó el comentario de Clow, uno de los segundos artilleros:

—Debe de proceder de un maldito horno. Esos demonios deben de estar calentando al rojo sus balas para obsequiar con ellas a los españoles.

Bolitho se humedeció los labios. Su padre le había explicado infinidad de veces que era una locura situar un barco frente a la batería costera de una isla sitiada. Si utilizaban munición al rojo, cualquier barco se convertiría en una pira a menos que se apartara del punto de mira de inmediato. Cuadernas resecas por el sol, brea, pintura y velamen arderían con fuerza, y el viento haría el resto.

Algo parecido a un suspiro recorrió la cubierta cuando todas las portas del San Agustín se elevaron al unísono, y luego, al toque de una corneta, los cañones se deslizaron fuera. En la distancia, parecían negros dientes dispuestos a lo largo de la inclinación del costado. Negros y mortíferos.

El médico se reunió con Bolitho junto a los cañones de doce libras, los anteojos brillando bajo la luz del sol.

Por respeto a los hombres, que quizá pensaran que muy pronto iban a necesitar sus servicios, había prescindido de ponerse el mandil.

—Se me ponen los nervios más a flor de piel que a un gato cuando pasamos por situaciones tan tensas como ésta.

Bolitho le comprendió perfectamente. En el sollado, por debajo de la superficie del mar, un lugar enrarecido por las volutas que desprendían los fanales y los malos olores acumulados, donde todos los sonidos parecían distorsionados. Le dijo:

—Creo que el español pretende entrar por la fuerza.

Mientras él hablaba, el otro barco desplegó de nuevo los juanetes y cayó muy ligeramente para aprovechar el viento del sudoeste. ¡Qué bellas se veían las doradas y barrocas molduras a la luz del sol, qué majestuosos los gallardetes y las cruces escarlata en las velas! Parecía salido de un grabado antiguo, pensó Bolitho.

Hacía que la estilizada y grácil Destiny tuviera, por comparación, un aspecto espartano.

Bolitho se dirigió a popa y se detuvo justo debajo de la batayola del alcázar. Oyó cómo Dumaresq decía:

—Otro medio cable y veremos lo que sucede.

Luego la voz de Palliser, menos segura:

—Puede que entre por la fuerza, señor. Una vez dentro, podría virar en redondo y lanzarse sobre los barcos anclados, incluso podría utilizarlos para protegerse de la costa. Sin barcos, Garrick quedaría prisionero.

Dumaresq lo pensó un instante.

—Eso es cierto. Sólo he oído hablar de un hombre que andará sobre las aguas en toda la historia; pero hoy necesitamos otro tipo de milagro.

Algunos marinos de las dotaciones de los cañones de nueve libras se retorcieron de risa, haciendo muecas y dándose codazos, debido al sentido del humor del comandante.

Bolitho se maravilló de que todo pareciera tan fácil para Dumaresq. Sabía exactamente lo que necesitaban sus hombres para mantenerles alerta y entusiastas. Y eso era lo que les daba, ni más ni menos.

Gulliver dijo, sin dirigirse a nadie en particular:

—Si el español lo consigue, ya podemos decir adiós a nuestra prima de presa.

Dumaresq le miró, enseñándole los dientes en una mueca feroz:

—Dios, es usted verdaderamente mezquino, señor Gulliver. ¡No llego a comprender cómo consigue orientarse en el océano bajo el peso de tanta desesperación!

El guardiamarina Henderson cantó:

— ¡El español ha pasado el promontorio, señor!

—Tiene usted buena vista —gruñó Dumaresq. Y dirigiéndose a Palliser añadió—: Está en la costa de sotavento. Será ahora o nunca.

Bolitho se dio cuenta de que apretaba las manos con tal fuerza que el dolor le ayudaba a calmarse. Vio el reflejo de los fogonazos procedentes de las escondidas portas de los cañones del San Agustín, las grandes humaredas; y segundos después, con gran estruendo se oyó el estallido de una andanada.

En la ladera de la colina se elevaron nubes de humo y polvo, y una impresionante avalancha de rocas cayó dando tumbos hasta el agua.

Palliser dijo furioso:

—Tendremos que virar dentro de poco, señor.

Bolitho se lo quedó mirando. Después de la Destiny, Palliser anhelaba un mando. No se había molestado en esconderlo. Pero con cientos de oficiales en tierra o con media paga, necesitaba algo más que una misión sin resultados para conseguirlo. El Heloise podría haber supuesto un ascenso. Pero los tribunales que decidían los ascensos tenían mala memoria, y el Heloise yacía en el fondo del mar en lugar de estar en manos de un tribunal de presas.

Si don Carlos Quintana conseguía derrotar a Garrick se llevaría toda la gloria. El almirantazgo vería demasiadas caras rojas de indignación o de vergüenza como para recordar a Palliser como algo más que un estorbo.

Se oyó un único disparo y vieron elevarse el agua y la espuma hacia el cielo, bastante lejos del casco del barco español.

Palliser dijo:

—Después de todo, la fuerza de Garrick no era más que un farol. ¡Maldita sea, los españoles deben de estar riéndose como locos de nosotros. Hemos encontrado el tesoro para ellos y ahora tenemos que quedarnos mirando cómo lo recogen!

Bolitho observó cómo las vergas españolas giraban lenta y calculadamente; habían cargado la vela mayor al pasar junto a otro escollo de coral. Debió de ser un pavoroso espectáculo para los barcos anclados en la laguna cuando apareció ante ellos.

Oyó que alguien murmuraba:

—Están bajando botes.

Bolitho vio cómo dos botes eran izados en el combés del San Agustín y luego bajados al costado. Lo hicieron sin apresurarse, y cuando los hombres saltaron al interior de los botes y se separaron del barco, Bolitho imaginó que su comandante no tenía la menor intención de quedarse en una costa de sotavento, con la amenaza añadida de un cañón cercano.

En lugar de dirigirse hacia el espolón de coral o hacia la costa de la isla, los botes avanzaron lentamente hacia la proa de su gigantesco consorte y pronto quedaron fuera de la vista.

Pero no para el vigía de tope, que enseguida informó de que los botes estaban sondando el canal con el cabo y el escandallo para evitar que su barco embarrancara.

Bolitho pensó que era capaz de ignorar los amargos estallidos de Palliser, de la misma manera que era capaz de sentir admiración por la destreza y el atrevimiento del español. Probablemente, don Carlos habría luchado contra los ingleses en el pasado, y no estaba dispuesto a desperdiciar esta oportunidad de humillarles.

Pero al mirar hacia popa vio a un Dumaresq que parecía completamente despreocupado, observando el otro barco como si fuera un desinteresado espectador.

Estaba esperando. El pensamiento golpeó a Bolitho como un puñetazo. Dumaresq había estado simulando todo el tiempo. Incitando al español aunque pareciera lo contrario.

Bulkley vio la expresión que se había pintado en su rostro y dijo con voz apagada. —Creo que ya comprendo.

El español disparó de nuevo hacia estribor, el humo esparciéndose llevado por el viento hacia un pedazo de costa. Más piedras y polvo cayeron tras el impacto, pero no salió ninguna figura aterrorizada a campo raso, ni nadie devolvió el fuego disparando contra el brillantemente abanderado barco.

Dumaresq ordenó:

—Abatir dos puntos más hacia estribor. — ¡A las brazas de sotavento!

Las vergas crujieron bajo el peso de los hombres en las brazas; inclinándose muy ligeramente, la Destiny quedó apuntando con el botalón de foque hacia la colina achatada.

Bolitho esperaba a sus hombres mientras éstos volvían a sus puestos. Puede que se hubiera equivocado, después de todo. Probablemente Dumaresq estaba cambiando bordada con intención de prepararse para virar en redondo hasta que quedaran de nuevo en su posición inicial.

En aquel momento oyó una doble explosión, como una gran roca chocando contra el lado de un edificio.

Corrió hacia el costado para mirar hacia el agua y vio cómo algo se elevaba en el aire por encima del barco español y luego caía para desaparecer de la vista casi con la misma rapidez. El vigía gritó:

— ¡Uno de los botes, señor! ¡Le han alcanzado justo en medio!

Antes de que los hombres de cubierta pudieran recuperarse de su sorpresa, toda la colina se erizó de brillantes fogonazos. Debía de haber siete u ocho.

Bolitho vio cómo el agua saltaba y bullía alrededor de la bovedilla del barco español, y vio también aparecer un irregular agujero en una gavia.

Sin necesidad del catalejo ya se veía lo peligroso que era aquello, pero oyó a Palliser gritar:

— ¡Esa vela está ardiendo! ¡Son disparos de hierro candente!

Los otros proyectiles habían caído en la parte del barco que no estaba a la vista; Bolitho vio el reflejo de la luz del sol en el catalejo de uno de sus oficiales, que corría a observar la batería de la colina.

Entonces, mientras el San Agustín volvía a disparar, la batería, estratégicamente apostada, respondió a su fuego. Se podía disparar a voluntad contra el enorme y pesado flanco del buque español, apuntando y colocando con precisión cada proyectil.

Empezó a elevarse humo desde el combés, y Bolitho vio cómo diversos objetos eran lanzados por la borda; otra columna de humo subía desde popa, donde habían prendido las llamas. Dumaresq estaba diciendo:

—Ha esperado hasta que el barco hubiera ya pasado el punto crucial, señor Palliser. ¡Garrick no es tan estúpido como para bloquear su propio canal de navegación con un barco hundido! —Alargó el brazo señalando la columna de humo en el momento en que la verga y el mastelero de juanete de proa del barco caían hundiéndose en el agua—. Fíjese bien en eso. ¡En esa situación estaría ahora la Destiny si hubiéramos mordido el anzuelo!

El barco español continuaba haciendo fuego, aunque ahora sin orden ni concierto; sus disparos se estrellaban inofensivos contra la sólida roca o rebotaban por el agua como peces voladores.

Desde las cubiertas de la Destiny daba la sensación de que el San Agustín estaba empotrado en los arrecifes de coral mientras se adentraba lentamente en la laguna, su casco despidiendo humo, el velamen acribillado y lleno de agujeros.

— ¿Por qué no vira e intenta escapar? —preguntó Palliser.

Toda la ira que sentía contra los españoles se había desvanecido. Por el contrario, a duras penas podía disimular su preocupación por el maltrecho barco. ¡Había tenido un aspecto tan arrogante y majestuoso! Y ahora, abrumado por el incesante bombardeo, estaba abocado a rendirse sin condiciones.

Bolitho se giró al oír al médico murmurar: —Una visión que no olvidaré. Jamás. —Se quitó los anteojos y los limpió con inusitada energía—. Como algo que me hicieron aprender hace mucho tiempo:

 

A los lejos, donde el cielo se unía al mar

iba creciendo una majestuosa forma;

animados por Real Decreto

ondeaban sus belicosos gallardetes.

 

Sonrió tristemente antes de concluir:

—Ahora suena como un epitafio.

El eco de una tremenda explosión hizo vibrar el casco de la Destiny, y todos vieron el humo negro arrastrado por el viento sobre la laguna haciendo desaparecer de la vista por completo los barcos fondeados en ella.

Dumaresq dijo tranquilamente: —Arriará banderas.

No hizo caso de las airadas protestas de Palliser:

— ¿Es que no ve que su comandante no tiene otra alternativa? —Observó su propio barco y vio que Bolitho le estaba mirando—. ¿Qué haría usted? ¿Arriar bandera o dejar que sus hombres murieran abrasados?

Bolitho oyó más explosiones, procedentes tanto de la batería de tierra como del interior del casco del barco español. Como le sucedía a Bulkley, le resultaba difícil dar crédito a lo que estaba viendo. Un barco imponente, bello en toda su majestuosidad, convertido ahora en eso. Pensó en la posibilidad de que aquello estuviera sucediendo allí, en su propio barco y con sus compañeros. Eran capaces de afrontar el peligro, eso era parte de su trabajo. Pero pasar en un abrir y cerrar de ojos de ser una disciplinada tripulación a convertirse en una especie de chusma turbulenta, a merced de renegados y piratas capaces de matar a un hombre por el precio de un vaso de vino, eso era una auténtica pesadilla.

—Preparados para virar, señor Palliser. Pondremos rumbo al este.

Palliser no dijo nada. Probablemente imaginaba cómo la más absoluta desesperación debía de cundir a bordo del barco español, y podía comprenderla, dada su experiencia, aún mejor que Bolitho. Seguramente verían desde allí los mástiles de la Destiny girando y alejándose, lejos de la costa, y en ello reconocerían su propia derrota.

Dumaresq todavía añadió:

—Ahora les explicaré lo que me propongo hacer. Bolitho y Rhodes se miraron. Luego no todo había terminado allí. De hecho ni siquiera había comenzado.

Palliser cerró la puerta rápidamente, como si algún enemigo pudiera estar escuchando.

—Ya se han llevado a cabo las rondas de inspección, señor. El barco está completamente a oscuras, como usted ordenó.

Bolitho esperaba junto al resto de los oficiales y suboficiales en el camarote de Dumaresq, sintiendo sus dudas e inquietudes, pero compartiendo con ellos, como el que más, la escalofriante emoción.

Durante todo el día, la Destiny había estado navegando, adelante y atrás, bajo la abrasadora luz del sol, la isla Fougeaux, siempre cerca por el través, aunque no lo bastante como para correr el riesgo de ser alcanzados por una batería. Habían esperado durante horas —y algunos habían mantenido la esperanza hasta el último momento— a que el San Agustín apareciera de nuevo, habiéndose liberado de alguna manera de la trampa que representaba aquella laguna, para unirse a ellos. Pero nada de eso había sucedido. Más concretamente, no había habido siquiera ninguna terrible explosión ni sus correspondientes restos volando por los aires, lo que hubiera certificado la destrucción final del barco español.

Si hubiera estallado, la mayor parte de los barcos fondeados en la laguna habrían sucumbido con él. En ciertos aspectos, el silencio aún había sido peor.

Dumaresq miró de hito en hito sus rostros ensimismados. Hacía mucho calor en el camarote, cerrado a cal y canto, y todos ellos estaban en mangas de camisa. Bolitho pensó que tenían más aspecto de conspiradores que de oficiales del rey.

—Hemos esperado un día entero, caballeros —dijo Dumaresq—. Eso es lo que Garrick debía de tener previsto. Sin duda se habrá anticipado a cualquier movimiento que podamos hacer, créanme.

El guardiamarina Merrett se sorbió las narices y empezó a restregárselas con la manga, pero la mirada de Dumaresq le dejó petrificado al instante.

—Garrick debe de tenerlo todo cuidadosamente planeado. Ya sabrá que he pedido ayuda en Antigua. Cualquier posibilidad que tuviéramos de mantenerle atrapado en su propia guarida hasta que llegara esa ayuda se desvaneció cuando el San Agustín entró en juego. —Se inclinó sobre la mesa, rodeando con sus manos la carta de navegación que tenía desplegada—. Ya nada se interpone entre Garrick y sus ambiciones, excepto este barco. —Esperó a que sus palabras produjeran el efecto deseado—. Eso no me preocupa demasiado, caballeros. Podemos atacar a la flotilla de Garrick en cuanto salga, podemos combatir con todos los barcos a un tiempo o irlos eliminando poco a poco. Pero las cosas han cambiado. El silencio del día de hoy así lo demuestra.

— ¿Está sugiriendo que utilizará el San Agustín contra nosotros? —preguntó Palliser.

Los ojos de Dumaresq relampaguearon coléricos ante la interrupción. Luego dijo, casi apaciblemente:

—En último término, sí.

Todos movieron los pies inquietos, y Bolitho oyó las voces de varios de ellos susurrando, repentinamente alarmados. Dumaresq dijo:

—Don Carlos Quintana debe de haberse rendido, aunque es posible que cayera en el primer enfrentamiento. Por su bien, le deseo que haya sido así. De lo contrario, no puede esperar clemencia de esos canallas asesinos. Y eso es algo que ustedes no deben olvidar, ¿hablo con suficiente claridad?

Bolitho se dio cuenta de que se estaba retorciendo las manos. Tenía las palmas frías y húmedas, y supo que se trataba de un acceso de terror parecido al que había sentido cuando les atacaron en la isla. Su herida empezó a palpitar como para recordárselo, y tuvo que fijar la mirada en la tablazón de cubierta hasta tranquilizarse.

— ¿Recuerdan los primeros disparos hechos contra el español? —preguntó Dumaresq—. Procedían de un solo cañón situado en la parte más occidental de la colina. Erraron su disparo ex profeso para animar al intruso a caer en la trampa. Una vez éste hubo pasado el promontorio, utilizaron la batería y algunos proyectiles de hierro al rojo para crear el pánico y obtener la capitulación. Eso les da una idea de lo taimado que es Garrick. Estaba dispuesto incluso a dejar que el barco ardiera por completo antes que permitirle llegar hasta su meticulosamente reunida flotilla. Y don Carlos, por su parte, podía haber hecho frente a un bombardeo ordinario, aunque tengo mis dudas de que pudiera salir bien librado.

Se oyó ruido de pasos por encima de sus cabezas, y Bolitho imaginó a los hombres que estaban de guardia, sin sus oficiales, preguntándose cuáles eran los planes que éstos estaban tramando, y quién acabaría pagando con su vida por ellos.

Imaginó también el barco, sin luces y con muy pocas velas desplegadas, como un fantasma en la oscuridad.

—Mañana Garrick continuará vigilando nuestros movimientos, intentando adivinar nuestras intenciones. Nosotros continuaremos navegando por las cercanías durante todo el día, sin hacer nada más. Con ello conseguiremos dos cosas. Mostrarle a Garrick que estamos esperando ayuda y también que no tenemos la menor intención de abandonar. Garrick sabrá que se le acaba el tiempo e intentará acelerar los acontecimientos.

Gulliver preguntó inquieto:

— ¿No será eso un error, señor? ¿Por qué no dejarle tranquilo mientras esperamos a que llegue la escuadra?

—Porque personalmente no creo que la escuadra llegue. —Dumaresq observó la estupefacción del piloto blandamente—. Fitzpatrick, el gobernador suplente, puede retener mis despachos hasta que sea relevado de su responsabilidad. Para entonces será demasiado tarde. —Sonrió lentamente—. Es inútil, señor Gulliver; tendrá usted que aceptar su destino igual que yo.

Palliser dijo:

— ¿Nosotros solos contra un cuarenta y cuatro, señor? Estoy seguro de que la flota de Garrick también estará bien armada, y probablemente tenga experiencia en este tipo de acciones.

Dumaresq parecía cansado de discutir.

—Mañana por la noche pretendo acercarme a la costa y bajar cuatro botes. No tengo ninguna esperanza si pretendo entrar con el barco por la fuerza, y Garrick lo sabe. En cualquier caso, tendrá cañones apostados en el canal, así que seguiré estando en grave desventaja.

Bolitho sintió cómo se le contraían los músculos del estómago. Una acción con botes. Siempre azarosa, siempre difícil, incluso contando con los marinos más experimentados.

Dumaresq prosiguió:

—Discutiremos con detalle la estrategia más adelante, cuando veamos hasta qué punto el viento nos ayuda. Por el momento, esto es lo que puedo decirles. El señor Palliser se hará cargo del escampavía y de la yola, y con ellos recalará en la punta sudoeste de la isla. Es la parte más protegida y en la que menos esperan un asalto. Le apoyarán el señor Rhodes, el señor guardiamarina Henderson y... —dirigió deliberadamente su mirada a Slade—... nuestro más veterano segundo de piloto.

Bolitho lanzó una rápida mirada a Rhodes y vio la palidez pintada en su cara. Tenía también la frente perlada de pequeñas gotitas de sudor.

El veterano guardiamarina Henderson, sin embargo, parecía tranquilo e incluso deseando entrar en acción. Era su primera oportunidad, y, como Palliser, pronto probaría suerte en busca de un ascenso. No haría más que pensar en eso hasta que llegara el momento de la verdad.

—No habrá luna, y por lo que puedo prever, el mar estará tranquilo. —Dumaresq parecía aumentar de estatura a medida que iba desarrollando sus ideas—. Entonces bajaremos la pinaza, que se dirigirá a los arrecifes del extremo nororiental de la isla.

Bolitho esperó, intentando no contener el aliento. Sabiendo lo que venía a continuación.

Casi se sintió aliviado cuando Dumaresq dijo:

—Señor Bolitho, usted se hará cargo de la pinaza. Le apoyarán los guardiamarinas Cowdroy y Jury y un segundo de artillería experimentado con su dotación completa. Encontrará y se apoderará de ese solitario cañón que está bajo la ladera de la colina, y lo utilizará según mis instrucciones. —Sonrió, pero no había calidez en sus ojos—. El teniente Colpoys puede seleccionar un escuadrón de buenos tiradores para cubrir la acción del señor Bolitho. Por favor, asegúrese de que sus infantes de marina se despojen de los uniformes y utilicen ropas de faena como los marineros.

Colpoys estaba visiblemente sorprendido. No por la posibilidad de perder la vida, sino ante la idea de ver a sus infantes de marina ataviados con otra cosa que no fuera sus casacas rojas.

Dumaresq estudió sus rostros de nuevo. Quizá para contemplar el alivio de quienes iban a quedarse en el barco y la preocupación de los elegidos para llevar a cabo su temerario plan de ataque.

—Entretanto —dijo lentamente—, yo prepararé el barco para entrar en combate. Porque Garrick saldrá de su cubil, caballeros. Tiene mucho que perder si se queda allí bloqueado, y la Destiny se ha convertido en el último testigo de sus fechorías, así que estará ansioso por destruirnos.

Todos prestaban la máxima atención a sus palabras.

— ¡Y eso es lo que tendrá que hacer antes de que yo le deje pasar!

Palliser se puso en pie y dijo:

—Pueden irse.

Se fueron dirigiendo hacia la puerta, reflexionando acerca de lo que había dicho Dumaresq, quizá intentando imaginar algún atisbo de esperanza que pudiera evitar una abierta batalla.

Rhodes dijo con voz sofocada:

—Bueno, Dick, creo que tomaré un buen trago antes de hacerme cargo de la guardia de esta noche. No tengo ganas de pensar.

Bolitho observó a los guardiamarinas pasar ante ellos de uno en uno. Debía de ser mucho peor para ellos. Comentó:

—Yo ya he hecho una expedición desconectado del resto por mi cuenta. Espero que usted y el primer teniente reciban instrucciones de eliminar uno de los barcos fondeados. —Se estremeció a pesar de su precaución—. ¡No me atrae la perspectiva de tener que quitarles ese cañón en sus propias narices!

Se miraron el uno al otro y entonces Rhodes dijo:

—El primero de los dos que esté de vuelta paga el vino para la cámara de oficiales.

Bolitho no se sintió con ánimos de responder; buscó a tientas el camino hacia la escala para subir al alcázar y continuar con su guardia.

Una ancha sombra se acercó cautelosamente desde el palo de mesana y Stockdale dijo en un ronco susurro:

— ¿Entonces será mañana por la noche, señor? —Sin esperar la respuesta prosiguió—: Lo siento en los huesos. —Unió las palmas de las manos en la oscuridad—. ¿Ha pensado en llevar con usted a alguien más en calidad de capitán de artillería?

La sencillez de su confianza ayudó a Bolitho a liberarse de sus inquietudes más de lo que nunca hubiera pensado que fuera posible.

—Estaremos juntos, —Le tocó el brazo impulsivamente—. ¡Después de esto lamentará haber decidido un día abandonar tierra firme!

Stockdale soltó una especie de risotada.

—Nunca. ¡Aquí uno tiene espacio para respirar!

Yeames, el segundo del piloto que estaba de guardia, dijo entre dientes:

—No creo que ese maldito pirata sepa con quién se la juega. ¡El viejo Stockdale estará preparado especialmente para él!

Bolitho se dirigió al costado de barlovento y empezó a caminar arriba y abajo lentamente. ¿Dónde estaría ella ahora?, se preguntaba. En algún barco rumbo a otras tierras, hacia una nueva vida que él nunca compartiría.

Si por lo menos acudiera a su encuentro ahora, como había hecho aquella otra increíble noche. Ella le comprendería. Le abrazaría tiernamente y haría que se desvaneciera el miedo que le desgarraba. Y todavía había que soportar todo un largo día antes de entrar en acción. Le parecía imposible sobrevivir todo ese tiempo; supuso que estaba escrito en su destino desde siempre.

El guardiamarina Jury hizo pantalla con las manos a la luz de la aguja magnética para examinar la carta de navegación; luego miró la silueta que no dejaba de caminar lentamente. Llegar a ser como él era la única recompensa que podía desear. Tan juicioso y seguro de sí mismo, nunca demasiado impaciente o precipitado a la hora de reprender a alguien, como Palliser, ni mordaz como Slade. Quizá su padre a esa edad se había parecido un poco a Richard Bolitho, pensó. Ojalá fuera así.

Yeames se aclaró la garganta y dijo:

—Será mejor que se prepare para llamar a la guardia de las cuatro, señor, aunque me temo que hoy va a ser un día muy largo.

Jury se apresuró a marcharse, pensando en lo que le esperaba y preguntándose por qué ya no se sentía inquieto ni temeroso. Iría en el grupo del tercer teniente, y eso para él, Ian Jury, de catorce años de edad, era garantía suficiente.

 

Bolitho ya sabía que la espera sería dura, pero a lo largo del día, mientras la tripulación de la Destiny preparaba los pertrechos y las armas que iban a necesitar los grupos de desembarco, sintió que sus nervios alcanzaban su máxima tensión. Cuando fuera que pensase en su misión o subiera a cubierta, saliendo de la fresca oscuridad de alguna de las bodegas, la árida y hostil isla estaba siempre allí. Aunque sabía perfectamente que la Destiny recorría una y otra vez la misma derrota a lo largo del día, tenía la sensación de que no se habían movido en absoluto, de que la isla, con su fortaleza en la colina, le estaba esperando sólo a él.

Hacia el anochecer, Gulliver cambió de bordada para mantener el barco lo suficientemente alejado de la isla. Los vigías no habían apreciado el menor atisbo de actividad, debido a lo bien protegida que estaba la laguna, pero Dumaresq no tenía ninguna duda al respecto. Garrick debía de haber seguido todos y cada uno de sus movimientos, y el hecho de que la Destiny no se hubiera acercado demasiado a la costa en ningún momento habría contribuido a minar su confianza en sí mismo, le habría hecho creer que la ayuda para aquella solitaria fragata estaba ya en camino.

Finalmente, Dumaresq requirió la presencia de sus oficiales en su camarote de popa. Continuaba igual, caluroso y húmedo, el aire enrarecido de tal forma que pronto estuvieron todos empapados de sudor.

Habían revisado el plan una y otra vez. ¿Seguro que cada cual sabía lo que tenía que hacer? El viento les era favorable. Seguía soplando por el sudoeste, y aunque con algo más de fuerza que antes, no parecía que fuera a volvérseles en contra.

Dumaresq se inclinó sobre su mesa y dijo solemnemente:

—Ha llegado la hora, caballeros. Deben salir del camarote y preparar sus botes. Sólo me resta desearles que todo vaya bien. Apelar a la buena suerte sería un insulto para todos ustedes.

Bolitho intentó relajar sus músculos, miembro por miembro. No podía entrar en acción en el estado en que se encontraba. Cualquier pequeño fallo y se desmoronaría, lo sabía.

Se quitó la camisa de un tirón y pensó en aquella otra vez en que había buscado afanosamente una camisa limpia que ponerse para su encuentro con ella en cubierta. Quizá éste había sido un gesto igualmente desesperado. No se trataba de ponerse ropa limpia como se solía hacer antes de una batalla en el mar para evitar que se infectasen las heridas; en este caso era algo personal. No habría ningún Bulkley en aquella perversa isla, nadie que viera la intención de sus razonamientos, o que le importara.

Dumaresq dijo:

—Quiero bajar el escampavía y la yola dentro de una hora. Estaremos situados para bajar la lancha y la pinaza sobre la medianoche. —Desvió la mirada hacia Bolitho—. Aunque, sus hombres tendrán que bogar más duro, por otra parte estarán mejor cubiertos. —Repasó punto por punto enumerándolos con los dedos—: Cerciórense de que los mosquetes y pistolas están descargados hasta que estén seguros de que no habrá disparos accidentales. Revisen todos los aparejos que necesiten antes de entrar con los botes. Hablen con sus hombres. —Se dirigía a ellos con suavidad, casi seductoramente—. Hablen con ellos. Constituyen su fuerza, y estarán observándoles para ver si están a la altura de las circunstancias.

Se oyeron pasos en cubierta y el sonido de aparejos arrastrados ruidosamente por la tablazón. La Destiny se estaba poniendo al pairo. Dumaresq añadió:

—Mañana será el peor día para ustedes. Deben permanecer ocultos y no hacer nada. Si estalla la alarma, no podré acudir en su auxilio.

El guardiamarina Merrett llamó a la puerta y recitó:

—El señor Yeames le presenta sus respetos, señor; estamos facheando.

Con el camarote cabeceando de lado a lado, aquella información era más bien innecesaria; Bolitho se sorprendió al ver a varios de los presentes sonriendo y dándose codazos.

Incluso Rhodes, de quien sabía que estaba enfermo de preocupación ante la inminente acción, exhibía una amplia sonrisa. Era la misma locura manifestándose de otra forma. Quizá fuera mejor así.

Salieron del camarote del comandante y pronto se vieron rodeados por sus correspondientes grupos de hombres.

La dotación del señor Timbrell encargada de izar los botes había ya botado la yola, y poco después también el escampavía la siguió por encima la borda y bajado hasta el agua en calma, al costado del barco. De pronto ya no hubo tiempo para nada. En la cerrada oscuridad, algunas manos se estrecharon brevemente, algunas voces les susurraron a sus amigos y compañeros un «buena suerte» o un «van a saber quiénes somos». Y la suerte estaba echada; los botes se balancearon con el oleaje antes de virar y poner rumbo a la isla.

—Haga avanzar el barco señor Gulliver. —Dumaresq se giró dando la espalda al mar, como si ya se hubiera despedido de Palliser y de los dos botes.

Bolitho vio a Jury hablando con el joven Merrett y se preguntó si este último se sentiría satisfecho de quedarse a bordo. Era increíble todo lo que había sucedido en tan pocos meses, desde que se habían reunido para formar parte de una tripulación.

Dumaresq se acercó silenciosamente hasta estar junto a él.

—Hay que seguir esperando un poco más, señor Bolitho. Si estuviera en mi mano haría volar el barco para evitarle tanta espera. —Lanzó una sonora risa—. Pero nunca dije que fuera fácil.

Bolitho se tocó la cicatriz con un dedo. Bulkley le había quitado los puntos de sutura; y con todo seguía esperando sentir el mismo dolor, la misma desesperación que cuando le habían abatido.

Dumaresq dijo de pronto:

—El señor Palliser y sus valerosos muchachos deben de haber recorrido ya un buen trecho. Pero no debo pensar más en ellos. No puedo considerarlos personas o amigos hasta que todo haya acabado. —Se alejó mientras añadía—: Algún día lo comprenderá.