10
Maya
Maya no vio ninguna señal en las carreteras tortuosas que transcurrían serpenteantes junto a las granjas y el océano en Westport, Massachusetts. El GPS había perdido la recepción por satélite y Emily no podía encontrar su localización en el mapa que tenía desplegado en el regazo.
—Olvidemos la comida de la Espera de Asignación y busquemos un restaurante en alguna parte —refunfuñó Emily.
—Buena idea —dijo Maya—. Estoy segura de que habrá un montón de restaurantes por aquí. Emily suspiró.
—Me encanta ser la única persona casada que viene a esto sola.
—Lo sé —respondió Maya—. Pero yo soy una muy buena cita.
Maya divisó una pequeña franja de océano azul por delante de ellas, a lo lejos.
—Vamos hacia allí —anunció—. Brooke me dijo que la casa estaba justo en la playa.
Era mediados de octubre y en Westport, al igual que en el resto del sur de Nueva Inglaterra, el otoño daba sus últimos coletazos. Las hojas se habían vuelto todas naranjas, amarillas y rojas. Las extensiones ondulantes de tierras de labranza estaban salpicadas con pacas de heno y zonas con calabaceras cuyos tallos verdes aún estaban llenos de calabazas.
—Es bonito —comentó Maya.
—¿Por qué un jugador de béisbol famoso querría vivir en mitad de la nada? —preguntó Emily, que no quería cambiar su mal humor.
—Mierda —dijo Maya cuando dio una curva cerrada y perdió de vista el mar.
—Sin GPS. El teléfono móvil sin señal. Ni siquiera está en el mapa —dijo Emily—. Quizá estemos en una de esas ciudades como en La Dimensión Desconocida, ¿eh? Y una vez entras ya no hay forma de salir.
El mar apareció otra vez, de repente, muy cerca. En la esquina, justo antes de enfilar directamente el agua, Maya vio el letrero de una calle.
—Atlantic Avenue —leyó—. Aleluya.
—Dime otra vez que es perfectamente apropiado que Michael esté en la representación del musical Oliver! del instituto de Chloe en la que ella sólo tiene un papel en grupo, una línea de la canción Who Will Buy?, en lugar de estar aquí conmigo para conocer mejor a las personas que van a viajar por medio mundo con nosotros para finalmente conseguir nuestro bebé —dijo Emily de una sola tacada.
—A estas personas las verás muchas veces antes de que estéis en ese avión rumbo a China —respondió Maya—. Chloe sólo actúa hoy en la representación de Oliver! del instituto.
—¿Y no podía haberle llamado esta mañana, haberle cantado «¡Maduras, fresas maduras!» por teléfono y dejar que viniera conmigo, que es donde creo que debe estar?
Había tres pequeños bungalows envejecidos situados en fila, tal como había descrito Brooke.
Detrás de las casas se abrían extensiones ondulantes de césped y una maraña de gatos de nueve colas y rosas japonesas. A medida que Maya se iba acercando, vio el sendero bien apisonado que iba hacia la playa a través de aquel batiburrillo de plantas. Más allá había rocas, playa y el océano Atlántico. Entendió por qué Charlie, o cualquiera, se iría a vivir allí. Pero Emily no estaba de humor para escucharlo.
—Hipotéticamente —señaló Emily—, necesito cirugía menor y Chloe tiene una línea en Vivir de ilusión. ¿Me lleva Michael al hospital?
—Emily —dijo Maya meneando la cabeza.
—Nuestro bebé tiene una línea en su obra de preescolar y Chloe tiene un partido de lacrosse…
—No voy a hacer esto —protestó Maya—. Hemos llegado a la fiesta y vamos a pasarlo bien.
—¿Estoy siendo ridícula? —preguntó Emily.
—No —contestó Maya. Le tocó la mano a su amiga—. Pero de momento vamos a hacer esto y ya nos preocuparemos de todas las hipótesis más tarde.
—Toda mujer necesita una amiga práctica —afirmó Emily—. Alguien que tenga la cabeza en su sitio. ¿A ti hay algo que te perturbe?
Maya cogió del asiento trasero el pastel de calabaza que había hecho.
—Nada, ¿verdad? —dijo Emily. Observó a Maya con detenimiento.
—No tienes ni idea —replicó Maya.
Las dos mujeres salieron del automóvil y cruzaron por la hierba hasta la puerta principal.
—Deja que adivine de quién es ese coche —susurró Emily cuando pasaron junto a un Mercedes plateado y reluciente.
—Bueno, está emparentado con John Adams —le dijo Maya.
—¿John Adams conducía un Mercedes como ése? —preguntó Emily.
—Vas a comportarte —le ordenó Maya—. Vamos a ir a buscar a nuestros bebés con estas personas y querrás que te consideren agradable, ¿no es verdad?
—¿Vas a venir? —le preguntó Emily, sorprendida—. ¿Cuando vayamos a China?
—¡Chssst!
La puerta se había abierto y Brooke se dirigía hacia ellas.
—Es un lugar precioso —le dijo Emily.
—Perfecto para los niños, ¿verdad? —respondió Brooke, que tomó el pastel de Maya y las acompañó adentro.
Lo primero en lo que se fijó Maya, después de las vistas, que te dejaban boquiabierto, fue en que Sophie, que normalmente era muy abierta y sonriente, tenía un aspecto pálido y serio. Estaba de pie junto al ventanal que proporcionaba aquellas vistas, con los brazos cruzados sobre el pecho. Maya pensó también que podría ser que hubiera perdido peso. El marido, Theo, no parecía estar allí.
—Sophie también ha venido sola —le susurró Maya a Emily—. ¿Lo ves? No es tan raro.
Después de saludar a todo el mundo, Maya se acercó a Sophie.
—¿Ha venido Theo? —le preguntó.
Sophie dijo que no con la cabeza, pero no le ofreció ninguna explicación.
—¿Cómo estás? —quiso saber Maya.
Sophie le dirigió una leve sonrisa.
—Bien. Últimamente he estado un poco indispuesta. Nada grave.
—A veces la espera afecta a la gente, ¿sabes? —explicó Maya—. ¿Le está resultando difícil a Theo?
A Sophie se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Nos está resultando difícil. Todo.
—No te haces a la idea de la cantidad de llamadas que recibo de parejas preocupadas o frustradas que están esperando sus asignaciones. Pero antes de que te dé tiempo a pensarlo, te estaré llamando para decirte que tenéis un bebé.
—Espero que estemos preparados cuando eso ocurra.
—Sophie —le dijo Maya, y le tocó el brazo—. Lo siento. No era mi intención molestarte.
—No es culpa tuya —contestó Sophie al tiempo que se limpiaba las mejillas con el dorso de la mano—. Últimamente todo me molesta.
—Hay mucha gente que se lo replantea —comentó Maya con dulzura—. Theo y tú tenéis unos planes magníficos para formar una familia. ¿Se está echando un poco atrás?
Sophie se rió.
—Bueno, podría decirse que se están replanteando algunas cosas en nuestra casa.
Nell se acercó a ellas furtivamente. Incluso con unos sencillos pantalones negros, una blusa camisera blanca, unas bailarinas negras y una diadema roja se las arreglaba para tener un aspecto sofisticado, glamuroso.
—No respondiste a mi último correo electrónico —dijo Nell.
—Eso es porque ya te he dicho que vuestro grupo de DAC todavía tiene mucho camino por delante. —Maya se volvió hacia Sophie para incluirla en la conversación—. Acabamos de asignar diecinueve bebés en el grupo de DAC del 9 de diciembre.
—Es como esperar para dar a luz —comentó Sophie—. Entonces también tienes que esperar.
Nell bajó la voz.
—Benjamin quiere ir a Cerdeña en junio para las regatas. Pero ¿y si recibimos nuestra asignación mientras está fuera?
—No pongáis vuestra vida en espera, por favor —le dijo Maya.
Vio que Benjamin estaba con Charlie. Charlie estaba contando una historia y gesticulaba mucho con las manos. A Benjamin le brillaban los ojos de interés.
—Historias de béisbol —informó Brooke. Les tendía una fuente de aperitivos.
Sophie miró la comida, los dátiles envueltos con beicon y los pequeños triángulos de espinacas y queso feta.
—No, gracias —dijo, y se dio la vuelta.
—Sólo quiero una fecha —insistió Nell—. Para saber a qué atenerme.
—Esto no va así —le explicó Maya. Intentó mantener la voz calmada pero percibió un deje de crispación en su tono—. Sólo tenemos que esperar.
—Para ti es fácil decirlo —dijo Nell—. Pero este bebé lo es todo para mí. Todo.
Al otro lado de la ventana había una extensión ondulante de césped, carrizo y mar. Maya se empapó de las vistas para calmarse. Carter estaba afuera con una niña pequeña jugando a tirarse la pelota. La niña era torpe, sus lanzamientos eran muy cortos y no atrapaba la pelota cuando se la lanzaban. «De modo que ésta es Clara», pensó Maya. Recordaba lo incómoda que se mostraba Susannah siempre que mencionaba a su hija.
—Sólo quiero una fecha tope. ¿Invierno? ¿Primavera? —continuó diciendo Nell.
—Dile a tu marido que vaya a Cerdeña —respondió Maya, y se alejó.
Antes de que pudiera llegar a la mesa en la que Brooke había dispuesto un bufet, Susannah la arrinconó.
—Necesito preguntarte una cosa —le pidió Susannah—. Es importante.
—Por supuesto —dijo Maya.
Pero Susannah no decía nada. En cambio, dirigió la mirada afuera, donde Carter y Clara jugaban.
—Me alegra que hoy hayas traído a tu hija —le comentó Maya con dulzura.
Sin dejar de mirarlos, Susannah le preguntó:
—¿Un embarazo detendría la adopción? Quiero decir, ¿existe alguna norma al respecto?
Maya le puso la mano en el brazo a Susannah.
—¿Estás embarazada?
—Aún no lo sé. Quizá. Probablemente. Me daba miedo hacerme la prueba. —Entonces miró a Maya y ésta vio que estaba llorando—. Quiero a esa pequeña chinita que me está esperando. La deseo tanto que duele.
—Si estás embarazada, eso no cambia nada. Ni siquiera sabemos todavía cuándo será el viaje.
Puede que para entonces ya hayas dado a luz.
Susannah asintió.
—Algunas familias deciden no seguir adelante con la adopción si…
—¡No! —exclamó Susannah—. Quiero a esa niña desesperadamente.
—Entonces la tendrás —afirmó Maya.
Susannah volvió a dirigir la mirada hacia su esposo y su hija. No le correspondía a Maya informarle sobre las pruebas prenatales, las opciones en torno a los problemas genéticos.
—Vamos —le dijo Maya—. Comamos algo. Si estás embarazada tienes que comer.
—Está bien —contestó Susannah sin convicción.
Mientras se dirigían hacia la mesa, Maya se dio cuenta de que Sophie se había quedado cerca, escuchando. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que las había estado escuchando a escondidas. Maya sabía que era una tontería pensar eso. Pero ¿por qué Sophie no se había sumado entonces a su conversación? Tal vez viera que Susannah estaba disgustada y quiso mantenerse al margen. Pero aun así…
Maya miró cómo Susannah se ponía unas lonchas de jamón en el plato, unas cucharadas de ensalada de patata y judías verdes guisadas. Estaban cocinadas con crema de champiñones y cebollas fritas de lata. Sophie sólo comió el guiso de judías, un montón enorme. Hablaron brevemente y de pronto Susannah pareció aliviada. Su expresión se suavizó y asintió moviendo la cabeza con énfasis, tras lo cual las dos mujeres fueron a sentarse juntas en dos sillas que había en un rincón. Quizá, después de todo, Sophie la estaba ayudando.
Cuando Maya empezaba a llenarse el plato —jamón, ensalada de patata, boniatos con unos pequeños malvaviscos encima y no, guiso de judías no, gracias— entraron Carter y Clara.
—Eres una buena receptora —le dijo Maya a la niña.
Clara le dedicó una amplia sonrisa.
—¡Juego al béisbol! —exclamó.
—¿Sabes que en esta casa vive un jugador de béisbol famoso? —le contó Maya.
—¡Oh! —dijo Clara. De repente alargó la mano hacia el plato de Maya y agarró los malvaviscos de los boniatos.
—No, Clara —la corrigió Carter—. No puedes tocar la comida de los demás.
Y acto seguido se dirigió a Maya.
—Lo siento. Estamos trabajando en su control de los impulsos.
—No pasa nada. De todas formas no iba a comérmelos.
—¿Lo ves? —dijo Clara. Le brillaban los ojos por detrás de sus gafas de color azul pálido—. Quiere que yo me coma los malvaviscos.
—¿Te acuerdas, cariño? —le dijo Carter—. No se habla cuando se tiene comida en la boca. —Miró a Maya con una sonrisa.
Le dio un plato de comida a Clara y la condujo a un asiento.
—Eres bueno con ella —le comentó Maya cuando Carter regresó a por un poco de comida para él.
—La quiero —declaró Carter con toda naturalidad—. Aunque Susannah lo ha pasado mal.
Tomó aire y lo soltó.
—Está claro que podríamos tener otro bebé con el mismo problema —dijo—. Por eso decidimos adoptar. Susannah se ha mantenido inflexible en su negativa a que tengamos más hijos propios.
Desconcertada, Maya intentó pensar qué responder. Carter vio a Susannah y a Sophie al otro lado de la habitación.
—¿Me disculpas? —le dijo.
Carter se alejó antes de que Maya pudiera decir nada y dejó su comida en la mesa.
Maya se quedó mirándolo mientras se acercaba a su esposa. Se dio cuenta de que él no tenía ni idea de que Susannah podría estar embarazada. Se preguntó cuántas de esas familias llegarían a estar en ese avión rumbo a China.
Sophie se estaba llenando otra vez el plato con judías verdes guisadas. Vio que Maya la miraba y se rió.
—No puedo parar de comer esta cosa. Tal vez es porque me recuerda a cuando era pequeña. Mi madre lo cocinaba todo con sopa Campbell.
—Mi madre también —coincidió Maya.
—Igual cocino esto mañana —dijo Sophie—. Theo pensará que me he vuelto loca.
—Disculpadme —terció Nell en voz alta.
Estaba en el centro de la habitación y hacía gestos para que se callara todo el mundo. Maya se maravilló de la habilidad que tenía para llamar la atención, para controlar una habitación.
—Gracias —dijo Nell—. He pensado que, dado que estamos todos aquí reunidos, quizá Maya podría darnos alguna información. Una fecha límite, quizá, decirnos cuándo calcula más o menos que podríamos recibir nuestras asignaciones.
—¡Qué buena idea! —exclamó Susannah.
Maya se aclaró la garganta. Todos la estaban mirando expectantes, esperanzados.
—Ojalá pudiera —dijo—, pero tal como ya le he dicho a Nell, yo también estoy esperando. A que envíen las asignaciones, quiero decir. Estamos tratando con China, no con un orfanato o con un director de orfanato. Acabo de entregar unos niños a un grupo cuya documentación se envió en diciembre. Así pues, lamentablemente, hay muchos grupos por delante de vosotros. Siempre mando correos electrónicos cuando recibo asignaciones, para que así veáis cómo avanza la cola.
—Diciembre —repitió Nell—. Si hago el cálculo, eso significa que recibiremos nuestras asignaciones el verano próximo, ¿no?
Emily soltó un gemido.
—Falta una eternidad.
—Sí, parece que está muy lejos, lo sé —dijo Maya—. Pero a veces el ritmo de las asignaciones se acelera.
—¿Significa eso que a veces también se retrasan? —inquirió Sophie.
—A veces se retrasan.
—Así pues, Maya, básicamente nos estás diciendo que no sabes nada —dijo Nell.
—En realidad —replicó Maya—, sé que todos vais a tener muy buena suerte. Sé que vuestras vidas cambiarán para mejor. Sé que tendréis unos bebés hermosos y sanos. Lo que ocurre es que no sé cuándo. Ojalá lo supiera.
—Si estuviera embarazada también estaría esperando igualmente —comentó Brooke—. De modo que creo que deberíamos limitarnos a hacer las cosas que estaría haciendo cualquier pareja que esperara un hijo. Pintar la habitación, comprar ranitas y leer libros sobre bebés.
—Yo le estoy haciendo un jersey de punto —anunció Susannah.
—Eso es estupendo —dijo Maya.
—Averigua cuándo vamos a tener a nuestros bebés —ordenó Nell—. A mí me basta con eso.
Maya dudaba que a Nell le bastara con algo alguna vez. Pero le sonrió y le aseguró que estaba muy pendiente de ello. En todos los grupos había una persona que Maya consideraba que no merecía uno de esos preciosos bebés. Pero también sabía que tener hijos y perderlos no era una cuestión de méritos. Al fin y al cabo, ¿quién era ella para juzgarles? ¿Para tomar semejantes decisiones? Tomó una cucharada del guiso de judías verdes y lo probó. No. Estaba en lo cierto. Aunque Sophie fuera ya por su cuarto plato, ese guiso era horrible.