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Maya

Maya soñó con Italia, un país que nunca había visitado. Caía del monte Vesubio hasta la centelleante bahía de Nápoles. Caía dando tumbos por escalones de piedra, laderas escarpadas, balcones de hotel. Pero por la mañana, lo que hizo fue caminar con paso firme por Wickenden Street hasta su oficina. Preparó una cafetera. Abrió las persianas y dejó que entrara el sol de septiembre. Cuando el café estuvo listo —demasiado fuerte y casi amargo, tal como a ella le gustaba— Maya tomó asiento frente al ordenador y echó un vistazo a su bandeja de entrada.

Cuando vio su nombre, todos su sueños, los sueños en los que caía desde alturas vertiginosas e imparables, le sobrevinieron con tanta intensidad que aún estando sentada tuvo una sensación de vértigo repentino. Si borraba aquel correo electrónico podría volver a la seguridad del silencio que había mantenido durante aquellos años. ¿Qué iba a conseguir leyendo aquel correo de su ex marido, salvo abrir viejas heridas?

Era ella la que lo había buscado a él, cierto. Él vivía su vida alegremente con una nueva esposa, una nueva hija. Sólo el hecho de pensarlo hizo que Maya tuviera que agarrarse con fuerza al borde de la mesa. Era el rostro de su hija el que se le aparecía al pensarlo. El rostro de la hija de ambos.

Maya cerró los ojos con fuerza sujetándose a la mesa, pero la sensación de caída no cesaba.

Oyó que llegaba Samantha, que la puerta de entrada se cerraba de golpe. Esa mujer no sabía cerrar una puerta. La soltaba, así, sin más, y siempre daba unos fuertes portazos. Sonó el teléfono y la voz de Samantha llenó la oficina. Cuando Maya abrió los ojos, las luces del teléfono destellaban. Había gente al otro lado de la línea. Gente que dejaba mensajes. Todos ellos querían bebés.

Un correo electrónico de Jack apareció inesperadamente en la bandeja de entrada. Maya lo abrió.

«Sólo quería saber cómo estás», decía. «Pienso en ti.»

Debajo del de Jack había un correo electrónico de Nell Walker-Adams con el asunto: ¡POR FAVOR, COMPRUEBE NUESTRO LUGAR EN LA COLA!

—¡Tú marido va a dejarte para irse a navegar por el mundo! —le gritó Maya al ordenador.

Inspiró profundamente. Siguió moviendo el ratón por la pantalla, dejó atrás el mensaje de Nell WalkerAdams y todos los relacionados con el proceso de adopción hasta que llegó al de Adam.

Maya soltó aire y abrió el mensaje.

Sus ojos escudriñaron la pantalla, pero no pudo comprenderlo todo. Adam se había sorprendido al tener noticias suyas. Su esposa se llamaba Carly. Tenían un bebé.

«¿Estás buscando que te perdone?», escribió Adam al final. «¿No es tarde ya para eso?»

Perdón.

A Maya no se le había ocurrido pensar en eso. ¿Cómo iba él a perdonarle lo imperdonable?

Maya había matado a su hija. A su hermosa hijita. Lo había abandonado sin mirar atrás. Maya no tenía ni idea de cómo Adam había pasado de aquel porche bajo la lluvia de Honolulu a una nueva familia, a la bahía de Nápoles, a una vida.

«¿Perdón? —tecleó Maya—. No, no estoy buscando eso. Pero tal vez sí una conclusión.»

Envió el mensaje aun cuando no le gustaba nada la palabra «conclusión». Aun a sabiendas de que, en cuestiones de dolor, no existía tal cosa.

La respuesta de Adam llegó casi de inmediato. Era media tarde en Italia. Maya intentó imaginárselo en un despacho en alguna parte, con la bahía reluciente al otro lado de la ventana y una fotografía en la que su esposa e hija le sonreían.

«Estaré de vuelta en Santa Barbara a principios de junio. Si va a ayudarte que nos veamos, estoy dispuesto a hacerlo.»

Maya abrió la agenda por el mes de junio. La charla de orientación de junio era el día 4.

«Puedo estar en California el 5 de junio», escribió Maya.

Y luego añadió: «Gracias.»

Maya se quedó mirando la pantalla, esperando la respuesta de Adam.

Entraron otros correos. Nell Walker-Adams envió un segundo mensaje, esta vez con un asunto más enfático: «¿¿¿CUÁL ES NUESTRO LUGAR EN LA COLA???»

¿Estaría llamando a su esposa? ¿Preguntándole si había algún problema en que hablara con Maya? ¿Acaso estaba cambiando de opinión?

Diez minutos. Veinte. La voz de Samantha.

Hasta que por fin tuvo respuesta.

«Ha venido alguien al despacho. ¡Lo siento! Envíame tus planes de viaje y ya encontraremos el momento y el lugar para vernos.»

Maya lo leyó dos veces antes de enviar un simple «gracias» como respuesta.

En la semana del 5 de junio anotó en tinta negra: CALIFORNIA.

A continuación se levantó, con la certeza de que el suelo se mecería bajo sus pies, pero, extrañamente, no lo hizo. Se soltó del borde de la mesa y se quedó de pie en su ruidoso despacho. Llegaban faxes. Los teléfonos no dejaban de sonar.

Maya abrió el cajón inferior de su mesa. De debajo de su anárquica labor de punto, esos metros de pulcras pasadas de color rosa, sacó un documento que estaba listo para ser enviado a China. Lo depositó en la caja para FedEx junto con los demás. El de Emily y Michael. El de Sophie y Theo. El de Nell y Benjamin. El de Susannah y Carter. El de Charlie y Brooke.

Era 24 de septiembre. El día en que todos aquellos documentos saldrían rumbo a China. Ahora las familias no podían hacer nada más que esperar. Maya cogió la caja y se la llevó a Samantha.

—¿Están todos listos? —preguntó Samantha. Llevaba un lápiz de labios de un extraño color naranja que desentonaba sobremanera con su tono de piel. Un broche de diamantes de imitación brillaba sobre su jersey color mandarina.

—Todos listos —contestó Maya.

En lugar de volver a entrar en su despacho, Maya se quedó mirando mientras Samantha estampaba la fecha en cada uno de los sobres.

Samantha echó un vistazo a Maya y frunció el ceño.

—¿Algo va mal? —le preguntó, con el sello manchado de tinta roja suspendido sobre un sobre blanco grande.

Maya le dijo que no con la cabeza.

—Sólo me estaba preguntando quién cambiará de opinión, quién hallará la felicidad.

—Ajá —dijo Samantha. Esperó a que Maya continuara hablando pero, al ver que no lo hacía, se puso de nuevo a estampar las fechas.

—¿Dónde están ahora esos bebés? —comentó Maya en voz baja—. Todos esos hermosos bebés.

Samantha interrumpió otra vez su tarea. Se mordió el labio inferior pintado de naranja. Sonó el teléfono y lo cogió.

—Agencia de adopción Red Thread —dijo.

Maya observó cómo el último sobre recibía su sello: 24 de septiembre. Documentos para China.