CAPÍTULO 17

—Hemos llegado a la conclusión entre los tres, el doctor, Dicky y yo, de que no te estás recuperando tan rápidamente como nos gustaría y que lo mejor para ti es un largo crucero por mar. Yo ya lo había pensado, así que nos espera ya en Southampton el yate más bonito que puedas imaginar… ¡una auténtica belleza! Y está preparado, listo para partir. Nos iremos a Bermudas, por ejemplo, y verás como vuelves sintiéndote como nueva.

El que hablaba era Mr. Juggs, que miraba con cariño a Mrs. Richard, tumbada en un diván a su lado. Pero era una Mrs. Richard muy cambiada. Sus ojeras estaban profundamente marcadas, sus mejillas ya no tenían color ni sus ojos alegría, en ellos solo había miedo. Miraba constantemente de un lado a otro, escrutando las esquinas de la habitación, temerosa de lo que pudiera encontrar.

Aunque en el exterior aún no había anochecido, en la habitación de Sadie Penn-Moreton había lámparas encendidas por todas partes ante la insistencia de esta. Parecía asustada de cada sombra y no quería quedarse ni un minuto a solas. Tanto su marido como su padre estaban completamente dedicados a ella, pero ambos empezaban a encontrar ya insoportables el calor y la luz cegadora.

—Imagina, Sadie. En el yate estarás lejos de este lugar deprimente y nadie podrá hacerte daño. Nos llevaremos a dos o tres enfermeras para que cuiden de ti. No te puede pasar nada malo conmigo y con Dicky también allí para ocuparse de ti, ¿no crees?

—No sé —susurró Sadie. Era raro que levantara la voz esos días, su habitual tono agudo había desaparecido—. No conoceríamos a todo el mundo, me refiero a la tripulación… —Se estremeció—. Podría encontrarse él allí.

—¿Quién? —Su padre no comprendió por un instante—. ¡Ah! Te refieres al hombre que casi te mata. Puedes apostar un millón de dólares a que no estará ahí. Ya nos encargaremos de eso. Confías en mí, ¿verdad, hija?

—No lo sé —susurró ella de nuevo—. Tú no le podrías frenar. No has podido hacerlo antes. Y yo tendría miedo. Tendría miedo en cualquier parte salvo en esta habitación.

—Eso son tonterías, hija mía. Ese hombre no se puede acercar a ti si estoy yo a un lado y Dicky al otro. Y en cuanto a la tripulación, pondré a investigadores privados a rebuscar en el pasado de todos ellos y… y llevaremos también un par de detectives a bordo. Los mejores. Entre ellos y las enfermeras te sentirás segura. ¿Qué opinas tú, Dicky?

Dicky miró con lástima a su mujer.

—Sadie, sabes que así no vamos bien. Tienes que hacer un esfuerzo. Estarás completamente a salvo con tu padre y conmigo y eso lo sabes perfectamente. ¿Qué temes entonces?

Mr. Juggs se inclinó hacia su hija.

—Hay una cosa de la que me he dado cuenta, Sadie. Siempre hablas de «él». ¿Cómo sabes que era un hombre y no una mujer? ¿O un gran animal, si vamos a eso?

—¡Oh! Estoy segura de que era un hombre —dijo ella estremeciéndose—. Los animales no llevan palos para atizarte con ellos en la cabeza. Ni roban zafiros.

El millonario miró a su hija con atención.

—¿Cómo conseguiste esa bola de zafiro, Sadie? ¿Dices que la encontraste en el estanque? ¿Qué estabas haciendo con ella entre los setos, en todo caso?

—Sí, la encontré en el estanque —dijo su hija con voz débil—. Por eso volví allí. Había visto algo rojo entre las rocas, me pregunté qué sería y regresé para recuperarlo. No era un pez, no vimos ninguno, las carpas deben de llevar siglos muertas, pero pensé que a lo mejor era algún tesoro que los monjes hubieran dejado allí. Lo vi brillar encajado entre las rocas y decidí bajar y hacerme con él. Ya sabes que siempre se me dio bien la gimnasia, papá…

—Sí, lo sé. Ojalá no fuera así. ¡Te podías haber caído al agua!

—Trepé por las rocas y cuando lo tenía a un metro de distancia vi que solo era una cajita de lata sin importancia. ¡Qué decepción! Estuve a punto de dejarla donde estaba, pero ya que había llegado hasta allí decidí recuperarla…

—Ojalá no lo hubieras hecho, Sadie —la interpeló Dicky—. Cuando éramos pequeños nos decían que ese estanque era muy profundo. Podrías haberte caído fácilmente. Y todo esto está siendo demasiado para ti. Deberías dormir un rato. Tu padre y yo cuidaremos de ti.

—Bueno, no me caí —continuó ella en un tono muy bajo—. Fue bastante difícil abrir la caja, debía de estar hinchada por el agua, pero al final lo conseguí. Cuando vi el zafiro de Charmian Karslake dentro de una bola de algodón, pensé que estaba viendo visiones… Quizá el asesino lo había escondido ahí cuando el agua estaba más alta para que no lo descubrieran los policías que estaban registrando toda la casa, no sé… Estaba contemplándolo cuando, de pronto, oí un ruido a mi espalda.

—¿Qué tipo de ruido, cariño? —preguntó Dicky.

—Bueno, no lo sé —confesó Sadie—. Una especie de alarido entre los setos y algo, alguien que se movía detrás de mí. Yo eché a correr, no me atrevía a mirar hacia atrás, estaba aterrorizada. Y de pronto sentí un dolor agudo en la cabeza, lo vi todo negro y no sé nada más. Solo que me desperté aquí y la bola de zafiro había desaparecido.

—¡Qué raro! Si hubiera leído esta historia en un libro habría pensado que no era creíble —comentó Mr. Juggs—. ¿Qué opinas tú, Dicky?

—No sé. Cosas más raras han pasado. Pero lo que no dejo de preguntarme es qué demonios ha pasado con ese dichoso zafiro…

—Quizá está ya en el fondo del estanque —respondió Mr. Juggs—. En todo caso, esté donde esté, ya se habrá cuidado el asesino de hacerlo desaparecer. No lo encontraremos en una cajita de metal, eso seguro. Supongo que dejó ahí la caja con la intención de recuperarla más adelante cuando todo se hubiera calmado. Estaría vigilando el estanque… Tal vez Sadie nunca estuvo más cerca de su fin que cuando trepó por esas rocas… Me pregunto por qué no aprovechó ese momento para golpearte en la cabeza.

Sadie se estremeció.

—¡Uf! Podría estar ahora mismo pudriéndome entre esas carpas y nadie me habría encontrado nunca.

—Y aunque te hubiéramos encontrado, mucho no podríamos haber hecho por ti, eso es un hecho —comentó su padre secamente—. Ese canalla homicida ha debido de estar en la abadía todo este tiempo porque, si no, se habría largado con el zafiro.

—Yo no estoy tan seguro de eso —objetó Dicky—. Stoddart dijo a Arthur que se había asegurado de que nadie se llevara las tres cosas que andaba buscando: el zafiro, el revólver y la llave de la puerta.

—Pero si él mismo me dijo que Charmian Karslake había sido disparada con su propio revólver —mencionó Mr. Juggs confuso.

Dicky asintió.

—Exacto. Eso quedó probado en la investigación judicial. Pero el arma aún no ha sido encontrada.

—¿Y la llave?

—¡Oh, la llave! —Dicky se encogió de hombros—. Quizá se cayó al suelo y la empujamos fuera del campo de visión sin querer cuando rompimos la cerradura y abrimos la puerta. Estábamos demasiado consternados como para fijarnos en una llave.

—Así que la puerta estaba cerrada con llave.

—Sí, claro que lo estaba. Pero yo creo que fue la propia Charmian Karslake quien se encerró. Mucha gente lo hace cuando duerme en una casa desconocida. Hay algunos que hasta levantan una barricada delante de la puerta… Y a decir verdad, no sé si a partir de ahora yo haré lo mismo. Nunca se sabe a por quién irá ahora el muy canalla.

Mr. Juggs sonrió.

—Creo que estás bastante a salvo… Pero, Sadie, hija, entonces… ¿te ha convencido mi plan? En las Bermudas no podrás estar más segura. Enfermeras, detectives privados y un operador de radio que ya quisiera para sí Buckingham Palace… Y siempre nos tendrás a mí o a Dicky contigo. Y a los dos la mayor parte del tiempo. ¿Qué me dices?

—Eres muy bueno —contestó Sadie acariciando nerviosa la cobertura de la cama con sus dedos mientras sus ojos se movían inquietos de un lado a otro—. Pero no sé… Me parece que me recuperaré antes si me quedo aquí, tranquila.

—Bueno, ¡pues yo estoy completamente seguro de que no! Este sitio me pone los pelos de punta y te voy a sacar de aquí en cuanto pueda.