CAPÍTULO 15

—Hable lo menos posible, Mr. Juggs, y no la interrumpa ni le haga muchas preguntas. Entienda que esta entrevista es poco menos que un experimento y ha sido autorizada por mí exclusivamente por la extrema gravedad de las circunstancias. Solo pueden estar en la habitación usted y Mr. Moreton. Yo me quedaré fuera, en el pasillo, con la enfermera y el inspector Stoddart. Al primer signo de cansancio, toque el timbre que está encima de la mesilla de noche.

Mr. Juggs asintió, su cara arrugada estaba distorsionada en una mueca y tenía lágrimas en los ojos. Se sonó la nariz ruidosamente y murmuró algo. Dicky, en un segundo plano detrás de su suegro, se ajustó el monóculo sobre la nariz.

A una señal del doctor, Mr. Juggs y su yerno entraron en la habitación y la enfermera salió. El inspector Stoddart esperaba fuera, junto al doctor. Durante unos instantes, no llegó ningún sonido del cuarto de la enferma, pero luego se oyó una exclamación ahogada del millonario y la voz de Mrs. Richard, muy débil y cambiada.

—Es maravilloso veros a los dos. Supongo que este lamentable aspecto que tengo os ha asustado.

—En absoluto, mi querida niña, en absoluto —replicó el millonario intentando disimular su impresión y hablando tan claramente como la emoción le permitía—. Lo que queremos es encontrar lo antes posible al que te ha hecho esto. ¿Quién fue, Sadie?

Se produjo una pausa. Los oyentes del otro lado de la puerta aguantaban la respiración. Al final se oyó la vocecita de Sadie.

—¡Pobre papá! No puedo ayudaros, porque no lo sé…

—¡No lo sabes! —repitió Mr. Juggs consternado—. Sadie, no lo entiendo.

—¿Cómo es que no lo sabes, cariño? —La voz de Dicky se oía estrangulada.

El inspector Stoddart se pegó aún más a la pequeña rendija de la puerta que el doctor había abierto.

—Yo no vi a nadie —la voz de Sadie era ahora un poco más fuerte—. Estaba mirando algo… algo que había encontrado, cuando oí como si alguien estuviera corriendo y saltando a mi espalda, luego algo me golpeó en la cabeza, lo vi todo negro y sentí un dolor terrible. Lo siguiente que recuerdo es despertarme aquí.

Su padre puso su mano sobre la de su hija.

—¿Qué era lo que te habías encontrado, hija?

—Una cajita, una caja de hojalata. Me la encontré en el estanque.

—Nadie intentaría matarte por una cajita de hojalata, Sadie. ¿Qué había dentro?

—Acércate más… Tengo miedo… No sabemos lo cerca que puede estar…

—Más le valdrá que no te ponga la mano encima, dondequiera que esté —dijo Mr. Juggs en tono amenazador—. ¿Qué tenía la cajita, Sadie?

Sadie le hizo un gesto para que se acercara aún más y miró a su alrededor aterrorizada.

—La bola de zafiro de Charmian Karslake… ¿Qué ha sido eso?

Los oyentes que estaban escondidos en el pasillo no habían podido evitar moverse y hacer ruido. Dicky soltó una exclamación de incredulidad. Mr. Juggs contuvo el aliento.

—¡El zafiro de Charmian Karslake! ¡Tenía que habérmelo imaginado! ¿Lo encontraste en el estanque de los monjes y lo metiste en la cajita?

—No. Estaba ya dentro de la caja. La vi en el estanque y me acerqué a recogerla cuando se fueron todos. La abrí y allí estaba el zafiro… y eso es todo.

—Bien, hija, ahora voy a llamar a este timbre —susurró el millonario mientras lo señalaba— y vendrá la enfermera y te dará algo que te sentará bien… brandy, o lo que sea. Y yo voy a atrapar a ese sinvergüenza y lo voy a meter entre rejas. Y no tienes que tener miedo. No se va a volver a acercar a ti.

—Sadie, cariño, déjame darte un abrazo —dijo Dicky mientras se inclinaba sobre la cama—, así, ya no tienes miedo, ¿verdad? —preguntó cariñosamente, aunque había un brillo peculiar en su mirada.

La enfermera se acercó con un vaso que contenía algún tipo de sedante.

—No pueden quedarse más tiempo. Ya ha hecho un esfuerzo mayor del debido.

Mr. Juggs y Dicky salieron casi de puntillas al pasillo, donde les esperaban el inspector Stoddart, el doctor Spencer, Harbord y el superintendente Bower.

El millonario se paró delante del grupo, sonándose la nariz estruendosamente.

—En bonita situación nos encontramos, señores, y les hago responsables a ustedes dos —dijo apuntando a Stoddart y Bower—. Su sistema policial no me merece el menor respeto. Un detective privado de Estados Unidos que he contratado llegará en breve y resolverá el misterio mientras ustedes siguen dando vueltas en círculos… ¿Qué me dices, yerno?

A Dicky le pilló desprevenido esta invocación y no supo qué responder durante un instante.

—¡Oh! Bueno, Mr. Juggs… Creo que muy listo tendrá que ser ese detective para hacer sombra al inspector Stoddart. Él no podía saber que Sadie había encontrado la bola de zafiro.

—Tendría que haberlo sabido —contestó el millonario con agresividad—. Yo solo le digo a la cara lo que muchos otros estarán diciendo a sus espaldas, inspector. Tendría que haber sospechado lo que se había encontrado mi Sadie.

El inspector sonrió con ironía.

—En este país no trabajamos con suposiciones ni sospechas, señor.

Dicky le dio una palmada de aprobación en la espalda.

—Claro que no. Me apuesto, Mr. Juggs, a que ahora que saben lo que pasó no tardarán mucho en resolver el caso.

—Bueno… veo que tú confías más que yo en la policía de tu país. He ofrecido una recompensa de cinco mil dólares al que me dé información que ayude a encontrar al agresor de mi hija.

—Cierto —convino Stoddart—. Ya le dije que a mí me parecía demasiado.

—Pues no ha sido lo suficiente como para hacer que alguien abra la boca —replicó Mr. Juggs con sagacidad—, así que he decidido doblar esa cantidad. Daré diez mil libras esterlinas a quien encuentre la bola de zafiro. ¿Qué me dice a eso?

—Creo que es demasiado, de largo. No creo que el dinero nos encuentre el zafiro azul.

—¡Ah! Pues yo le digo que si diez mil libras no resuelven el asunto, tengo otras diez mil preparadas. O cincuenta mil, si fuera necesario.

—¡Bien por usted! —dijo Dicky dándole una palmadita en el brazo—. Pero es listo este detective —dijo echando una ojeada a Stoddart—. Ha estado metiendo sus narices por todas partes, incluidos mis cajones y mis botas… Vamos, suegro. Creo que ahora lo mejor es ir a buscar a Brook y que nos dé algo que nos levante el ánimo. Me ha dejado trastornado ver a mi ángel en ese estado.

—Eres un buen chico —dijo Mr. Juggs emocionado.

Mientras bajaban las escaleras vieron a Brook en el vestíbulo hablando con uno de los sirvientes. Dicky le saludó de buen humor.

—¡Justo el hombre que buscábamos! Eres una joya, Brook, siempre ahí cuando se te necesita. Y ahora es un trago de whisky y soda lo que necesitamos.

—Sí, señor. —Brook vaciló—. Nos hemos alegrado todos mucho de oír que la pobre señora está mejor, señor. Espero que la haya encontrado tan bien como esperaba, señor.

Se dirigía a Dicky pero miraba a ambos alternativamente. Dicky contestó:

—Bueno, no. Aún tiene un aspecto deplorable. Y no ha podido decirnos quién ha sido su asaltante.

Brook suspiró con fuerza.

—Lo siento mucho, señor. Todos teníamos la esperanza de que pudiera contar lo que le ha pasado. No es… no es agradable vivir en una atmósfera de sospecha, señor.

—Bueno, hombre… Pues habrá que aguantarlo como lo estamos haciendo todos. ¿Está el armario del whisky abierto?… Nos serviremos nosotros mismos. Vamos, Mr. Juggs. Brindaremos por la salud de Sadie, a menos que haya decidido hacerse abstemio, como su país…

—¡Ah, no! Eso no. Es el único error que hemos cometido allí. La prohibición. Es evidente que un hombre no puede hacer bien su trabajo sin algo que dé un poco de alegría a su vida.

—¡Bien dicho!


El doctor Spencer había regresado a la habitación de la enferma y Stoddart y los otros dos detectives se habían refugiado en la biblioteca. El inspector cerró la puerta, se acercó a la chimenea, tomó un puro, ofreció otro a sus colegas y se los quedó mirando.

—Otro callejón sin salida.

—Era de esperar, señor —dijo Bower—. Siempre pensé que el hombre que la golpeó tendría buen cuidado de no ser visto.

—Y tenía razón. Pero lo que me estoy preguntando ahora es… ¿le habría reconocido si le hubiera visto?

Harbord no contestó. El superintendente dijo:

—Bueno, después de oír el relato de Mrs. Richard, creo que sí. ¿Qué piensa usted, inspector?

—¡Oh! Yo pienso lo mismo que antes —dijo Stoddart con una sonrisa inescrutable.

—¿Y es…?

—Que por supuesto que le habría reconocido si le hubiera visto.