CAPÍTULO 6
La capilla privada de la abadía no formaba parte de la estructura original del edificio, sino que la habían construido los Penn-Moreton posteriormente, cuando la iglesia de la abadía se convirtió en la iglesia oficial del pueblo. La sacristía se encontraba a un lado de la cancela y era allí, en una especie de morgue temporal, donde yacía Charmian Karslake. Unas manos compasivas habían cubierto el cuerpo con una sábana blanca pero, por lo demás, permanecía en el mismo estado en el que la habían encontrado.
Hacia allí guio el inspector Stoddart a un reacio doctor Brett. La capilla estaba rodeada de policías y protegida por hombres de Scotland Yard vestidos de civil que saludaron al inspector y se hicieron a un lado para dejarles pasar.
—No habrá dejado que entre nadie, ¿no, Barnes? —preguntó el inspector con severidad.
—No, señor. La doncella de lady Penn-Moreton quiso pasar para dejar un ramo de flores, pero le dije que no era posible sin su autorización, señor.
—Correcto —aprobó el inspector.
El doctor Brett debía de estar más que acostumbrado a la muerte pero, sin embargo, la palidez de su rostro era evidente mientras seguía al inspector hacia la figura inerte que yacía sobre un tablón y unos caballetes en el centro de la sacristía.
El inspector levantó la sábana con delicadeza y el doctor Brett contempló el cuerpo durante un largo rato, inclinándose sobre él para verlo mejor. El cabello había sido peinado hacia atrás, pero los rizos aún enmarcaban el bello rostro, que ahora parecía de cera. Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Aún llevaba la misma ropa interior dorada y el camisón blanco con los que había sido asesinada.
Por fin, el doctor se levantó y, quitándose las gafas, se dedicó a limpiarlas laboriosamente durante otro largo rato.
El inspector volvió a cubrir el cuerpo con la sábana y salió en silencio de la sacristía, seguido por el doctor. En la nave principal se detuvo y miró fijamente al doctor Brett.
—¿Y bien?
—No es Lotty Carslake… —dijo el doctor— pero sin embargo…
—¿Sin embargo… qué? —preguntó el inspector impaciente.
—No es Lotty Carslake. De eso estoy seguro —repitió el doctor—. Pero su cara me resulta familiar, es como si la hubiera visto antes…
—¿En Hepton? —preguntó el inspector bruscamente.
El doctor enarcó las cejas.
—En Hepton… supongo. He pasado aquí la mayor parte de mi vida. Pero no le puedo decir más. No consigo reconocerla.
—¿Pero afirma de forma concluyente que no es Lotty Carslake?
Al inspector le pareció que el otro rehuía su mirada. El doctor hizo una pausa antes de contestar.
—Tan concluyente como puedo serlo después de no haberla visto en diecisiete años, desde que ella tenía dieciséis.
—¿Cuáles son las diferencias?
—El cabello de Lotty Carslake era mucho más rubio, su cutis no era tan perfecto ni sus rasgos tan armoniosos.
—El paso del tiempo podría explicar la mayoría de esas diferencias —objetó el inspector, pensativo.
—Yo no lo creo. Estoy seguro de que esa pobre criatura no es Lotty.
—¿Pero está igualmente seguro de que la ha visto antes?
—No diría tanto… es solo la sensación de que he visto esa cara antes en alguna parte. Pero no puedo decirle más.
El inspector parecía profundamente insatisfecho.
—¿Cree que le parece familiar porque ha visto su retrato en alguno de los periódicos? Al fin y al cabo, era una actriz célebre. ¿O quizá la ha visto actuar?
El doctor negó con la cabeza.
—No, claro que no. Llevo años sin ir a un teatro. Le diré algo, doctor. Iré a casa y revisaré mis viejos registros médicos. Quizá eso haga revivir mi memoria.
—Una última pregunta —dijo el inspector deteniéndole—. ¿Tenían Mrs. Carslake o su hija alguna relación de amistad con los Penn-Moreton?
—Los conocían, claro —el doctor hizo una mueca—. Pero si pregunta si eran amigos, inspector, demuestra saber muy poco de las ramificaciones de una sociedad rural. Los Carslake sin duda habrían visto a los Penn-Moreton. Hasta se saludarían alguna vez, pero ir más allá de eso era impensable.
—¿Y los jóvenes de ambas familias?
—Nunca oí nada al respecto —el doctor respondió con firmeza—. Claro que los Carslake eran algo mayores que los Penn-Moreton.
—Sí, supongo que lo serían —asintió el inspector después de reflexionar un instante—. Bien, muchas gracias por su colaboración, doctor. Ha sido una gran ayuda.
—No tanta. Ojalá pudiera haberle ayudado más —respondió el doctor mientras abandonaban la capilla—. Ya sabe dónde encontrarme si lo necesita, inspector.
Stoddart regresó a la abadía y, mientras se acercaba a la puerta principal, vio salir a Harbord. —Me alegro de que haya vuelto, inspector— comenzó este—. Una de las doncellas me ha contado algo curioso esta mañana. Creo que debería oírlo.
El inspector apresuró el paso.
—Enseguida. ¿Qué hay del cementerio, Alfred?
—Encontré la tumba de una tal Mrs. Carslake, señor. Pero eso es todo. No pude acceder al registro. El vicario lo guarda bajo llave y hoy no está. Así que decidí regresar aquí y me encontré con esta joven, la doncella que he mencionado, Myra Smith, se llama. Estaba con una especie de ataque de histeria en las dependencias del servicio y, pensando que todo ese alboroto podría tener algo que ver con la muerte de miss Karslake, me encontré con que… pero será mejor que lo oiga de primera mano, señor.
—La veré en la biblioteca sin demora —y dirigiéndose al mayordomo que acababa de abrirles la puerta—: Diga a Myra Smith que venga de inmediato.
La biblioteca estaba vacía y el maletín de Stoddart, con todos sus documentos, reinaba en solitario sobre el escritorio. Sir Arthur había mudado sus cosas temporalmente a otra habitación, contigua a lo que aún se llamaba «el jardín de los monjes». El inspector abrió el maletín y sacó sus notas del interior.
No había pasado ni un minuto cuando se oyó un toque en la puerta y entró una dama de aspecto muy digno en la que Stoddart reconoció al ama de llaves. Agarraba firmemente del brazo a una joven llorosa que, obviamente, acudía de muy mala gana a la llamada del inspector.
Stoddart se adelantó con rapidez para darles la bienvenida.
—¿Es esta Myra Smith, Mrs. Cowell?… ¡Vamos, vamos, Myra! ¿Por qué lloras? No hay nada de lo que asustarse. Solo tienes que contestar a unas cuantas preguntas.
—Y más vale que lo haga inmediatamente si quiere conservar su puesto en esta casa —interrumpió el ama de llaves furiosa—. Ha obrado muy mal y lo sabe, así que será mejor que lo reconozca de inmediato.
—Claro, claro, seguro que lo hará —añadió el inspector conciliador—. Pero creo que será mejor que vea a Myra a solas, Mrs. Cowell. En Scotland Yard tenemos la regla de no tomar nunca declaración a una persona delante de otra que pueda tener que declarar como testigo posteriormente, y más en este caso, siendo usted una testigo importante. Me entiende, ¿verdad?
El ama de llaves levantó la cabeza desafiante. Era evidente que no le gustaba nada la insinuación.
—Bien, si quiere que me vaya me iré —replicó de mal humor—. Pero dudo mucho que consigan sacarle más de lo que yo haría.
—Estoy seguro de que tiene razón, Mrs. Cowell —observó el inspector apaciguador—, pero son las normas. Normas sin sentido tal vez, pero normas.
El ama de llaves salió altanera de la habitación, sin dirigir ni una palabra ni una mirada más al inspector o a Myra Smith.
Stoddart miró a la desolada joven y la invitó a sentarse en una silla cerca del fuego.
—Vamos, Myra —le dijo en tono paternal—. Tranquilízate. Solo queremos tu ayuda. Entiendo que estás muy cansada. Tanto trabajo para la fiesta y luego, encima, este asunto terrible…
Myra por fin se atrevió a abrir la boca.
—Eso es, señor. Es eso justamente. No ha sido el baile. Todos nos alegramos de que hubiera por fin un poco de diversión en la casa, porque esto parece un funeral normalmente… Pero solo pensar en esa actriz tan famosa y guapa, bailando y pasándolo bien para que un minuto después algún bruto criminal la matase…
Se secó los ojos con un pañuelito.
—Sí, sí —asintió el inspector tranquilizador—. Y es para encontrar a ese bruto criminal que necesitamos tu ayuda. Dime… ¿tuviste ocasión de tratar con miss Karslake?
Myra sollozó ruidosamente.
—Nunca la había visto, señor, solo esa vez nada más. Y era normal que quisiéramos ver cómo era, Alice Thompson y yo…
—Normal —la interrumpió el inspector—. Estoy seguro de que yo habría querido verla también. Y ahora cuéntame lo que pasó, Myra. Espero que no te importe que te llame Myra. Siempre me ha gustado ese nombre. Tenía una hermana que se llamaba Myra… —dijo mintiendo descaradamente.
—Nada me importa ya —gimió la joven en tono miserable—. ¡Ojalá nunca hubiéramos ido Alice y yo ayer al invernadero!
—¿Al invernadero? —repitió el inspector sorprendido—. ¿Cómo llegasteis hasta allí?
—Bueno… hay un pasadizo en la parte posterior de la casa, señor. Los jardineros lo usan para trasladar las herramientas, sacos de tierra, etc. Y termina justo al lado de esa preciosa pasionaria que se extiende por el enrejado. La puerta está disimulada por el enrejado y hay que apartar las ramas para entrar en el invernadero. Alice y yo pensamos que si echábamos una ojeada a través de la celosía tal vez podríamos ver algo del baile y de todos esos vestidos y joyas que habían comentado los periódicos… La vida es normalmente tan aburrida en Hepton…
—Lo imagino —contestó el inspector con simpatía—. No creas que te culpo, pequeña. Estoy seguro de que yo habría hecho lo mismo en tu lugar. Ahora dime lo que visteis… u oísteis.
—Bueno… no fue gran cosa —la voz de Myra comenzó a temblar de nuevo—. En cuanto llegamos nos dimos cuenta de que no veríamos nada a menos que saliéramos al invernadero y no nos atrevíamos porque alguien habría podido vernos. Así que abrimos una rendija y vimos acercarse a una señora que venía del salón de baile. Sabíamos quién era porque habíamos visto su foto muchas veces. Y habíamos oído hablar de su vestido dorado…
El inspector ahora estaba claramente interesado.
—¿Y qué hicisteis?
—Nada. No podíamos hacer nada. Solo vimos el vestido y el colgante de zafiro del que tanto han hablado los periódicos…
—Así que era miss Karslake la que entró en el invernadero… ¿Pasó justo a vuestro lado?
—Sí, señor. Tan cerca que podríamos haberla tocado. Aguantamos la respiración para que no nos oyera… Y ya ha visto la puerta que hay al fondo, señor. Sale a lo que antiguamente era la sala de billar, antes de que construyeran la nueva, al otro lado del vestíbulo. Ahora no se usa casi nunca… Solo sir Arthur recibe visitas allí alguna vez… Bueno, pues miss Karslake se dirigió directamente a esa puerta, como si conociera bien el camino y supiera a dónde iba, y la abrió. Luego se quedó inmóvil y dijo: «Bien, bien… Mr. Peter Hailsham», con esa voz tan cristalina que tiene, pronunciando cada sílaba… «Nos volvemos a encontrar». No estábamos escuchando, señor, pero no pudimos evitar oírlo.
—¡Oh! Lo entiendo perfectamente, no te preocupes —dijo el inspector intentando contener la impaciencia—. ¿Qué más oísteis?
—Eso fue todo, señor. Me pareció oír otra voz, como si alguien respondiera desde dentro, pero no lo entendimos y miss Karslake entró en la habitación y cerró la puerta.
—¿Cuánto tiempo se quedó en esa habitación?
—Eso no lo sé, señor. No salió mientras estábamos allí, pero no nos quedamos mucho tiempo porque no había mucho que ver.
—¿Cuánto tiempo os quedasteis desde que miss Karslake cerró la puerta hasta que os fuisteis?
—¡Oh! Un par de minutos, señor. No más de cinco, eso seguro.
—¿Y esa fue la última vez que viste a miss Karslake?
—Sí, señor.
—¿Entró o salió alguien más de esa habitación mientras estabais allí?
—No, nadie, señor. No mientras estábamos allí… Pero quizá… aunque no creo que se diera cuenta…
—¿Quién no se dio cuenta? ¡No entiendo a qué te refieres! —exclamó el inspector exasperado.
—Bueno, señor… había alguien allí cerca. Hay un macizo de flores justo enfrente y vimos a una señora sentada detrás. Podíamos ver de vez en cuando el reflejo de su vestido.
—¿Quién era? —preguntó el inspector impaciente.
La joven meneó la cabeza.
—No sabría decirle, señor. No había muchas señoras allí que yo pudiera reconocer. Y no vi nada de ella, salvo el color de su vestido, que era verde. Verde jade. Pero esa señora tuvo que ver a miss Karslake entrar en la habitación y dirigirse a Mr. Hailsham.
—¿Reconociste la voz del supuesto Mr. Hailsham?
—Fue solo un murmullo, señor. No la reconocería ni aunque fuera mi hermano.
—¿Y no tienes idea de quién podía ser esa dama de verde?
—Yo no, señor. Pero luego Alice Thompson me dijo que estuvo hablando con miss Earp, la doncella de lady Moreton-Penn, que estaba a cargo del guardarropa esa noche y le había dicho que solo había una señora vestida de verde en el baile.
—¿Y quién era? —El inspector ya no conseguía disimular la ansiedad en su voz.
—Miss Paula Galbraith, señor.