CAPÍTULO 9
El Golden abrió sus puertas el día posterior al funeral de Charmian Karslake. Era imposible mantener el luto mucho tiempo, ni siquiera por la gran estrella americana. La actriz que había sustituido temporalmente a miss Karslake la iba a reemplazar de forma permanente y… ¿quién podría culpar a la dirección del teatro por intuir que la tragedia de la joven actriz llenaría la sala con la misma rapidez con que lo había hecho su talento?
La fila de la taquilla daba la vuelta a la esquina cuando Stoddart llegó al teatro seguido de su fiel Harbord. El interior había sido redecorado de nuevo en blanco y oro, y de todas las paredes colgaban fotos de Charmian Karslake. El inspector las miró brevemente y se giró hacia el portero, resplandeciente con su uniforme repleto de adornos también dorados.
—Quiero hablar con el director —dijo Stoddart dándole una tarjeta.
—Imposible… —comenzó el portero, pero su tono cambió de inmediato al leer la tarjeta—. Hay un ensayo en estos momentos, señor. No sé si será posible interrumpir al director.
—¡Oh! Yo creo que sí lo será —contestó el inspector sin inmutarse—. Entréguele esta tarjeta de inmediato, por favor.
El hombre no puso más reparos y los detectives fueron llevados un minuto más tarde al gran despacho del director. El escritorio estaba lleno de papeles y los muebles eran de naturaleza estrictamente funcional. Lo único fuera de contexto era una gran butaca desgastada colocada cerca de la chimenea, al lado de una mesita con tabaco y una pipa. Sobre la repisa de la chimenea se alineaba una serie de retratos de actores y actrices que habían pasado por el Golden y, entre ellos y en un lugar preferente, destacaba el de Charmian Karslake.
El director no les hizo esperar mucho tiempo. Era un hombre alto y delgado, de rasgos regulares, bien afeitado y con ojos cansados. Echó un vistazo a la tarjeta que tenía en la mano:
—Inspector Stoddart —dijo—. Sí, recibimos su telegrama y hemos seguido sus instrucciones al pie de la letra.
—¿Han cerrado el camerino con llave?
—Lo hicimos inmediatamente. Esto ha sido una tragedia terrible, inspector. ¿Se sabe quién lo hizo o por qué?
—Tenía la esperanza de que usted pudiera ayudarnos en eso —contestó el inspector de forma ambigua—. Probablemente usted conoce a Charmian Karslake mejor que nadie.
El inspector negó con la cabeza.
—Se equivoca. Era extremadamente reservada. He preguntado al resto de la compañía y parece que nadie tuvo mucho trato con ella, pero le diré a su ayudante de camerino que vaya a hablar con usted. Tome un puro inspector, antes de irse.
—No, gracias… ¿Me podría dar su opinión sobre qué nacionalidad tenía miss Karslake?
El director se lo quedó mirando perplejo.
—¡Pero si todo el mundo sabe que era norteamericana!
—Todo el mundo lo piensa —le corrigió el inspector—, pero tenemos razones para creer que podría ser inglesa.
—¡Inglesa! —exclamó el director asombrado, dejándose caer en una silla—. Nunca he oído nada de eso, ni un rumor… nada. Su acento era claramente norteamericano.
—El acento se puede simular o adquirir después —dijo el inspector—. Bien, echaré ahora un vistazo al camerino de miss Karslake.
—¡Claro! —exclamó el director con energía—. Y como ya he dicho, enviaré a la que fue su ayudante para que hable con usted. Si hay alguien aquí que le pueda ayudar, esa es Mrs. Latimer.
Y con estas palabras los dejó al cuidado de un chico que, guiándoles por pasillos interminables, los condujo a la zona de camerinos de detrás del escenario. Se detuvo delante de uno que tenía el letrero de miss Karslake en la puerta y entregó las llaves al inspector.
—Mr. Searle me ha dicho que le dé esto, señor.
El inspector las tomó con una palabra de agradecimiento y abrió la puerta.
El camerino parecía pequeño, pero el inspector sabía que era grande para los estándares habituales. Estaba muy oscuro ya que solo contaba con un ventanuco alto que daba a algún corredor trasero. Un gran tocador ocupaba por completo uno de los frentes. Había también un espejo de cuerpo entero con alas que permitía a la actriz ver su cara desde cualquier ángulo. Sobre el tocador se veía un estuche completo de maquillaje, otro de cepillos de todos los tamaños, unos tubos parcialmente estrujados y algunos pequeños botes de cremas cuyos usos el inspector podía solo adivinar. A la izquierda, una gran cesta de ropa. Había, además, un perchero de donde colgaban unos pocos vestidos en sus fundas pero, a primera vista, no había aparentemente nada que pudiera dar alguna pista a los detectives.
Stoddart abrió un gran frasco de perfume que había en la estantería junto con una gran variedad de pintalabios, peines y pasadores de todos los tamaños. En ese momento se oyó un golpe en la puerta y apareció una mujer entrada en años, pequeña y cuadrada como un hada de cuento. Hizo una torpe inclinación, una especie de compromiso entre un saludo y una reverencia a la antigua usanza, y sus ojos se llenaron de lágrimas al mirar a su alrededor.
—Sarah Latimer a su servicio, caballeros —dijo con voz aguda—. Mr. Searle me ha dicho que viniera a verles. Yo era la ayudante de miss Karslake.
Stoddart dejó el frasco de perfume en su sitio y se giró.
—Quería verla, Mrs. Latimer, por si puede ayudarnos. Estoy seguro de que tiene tantas ganas como nosotros de que se descubra al criminal.
—A mí… señor… —contestó Mrs. Latimer secándose una lágrima que corría por sus mejillas—, a mí me encantaría ver colgar al animal que ha hecho esto.
—Naturalmente —replicó el inspector con calma—. A todos nos gustaría. Y creo que usted nos puede ayudar significativamente contestando algunas preguntas… En primer lugar, sobre las visitas que tuvo miss Karslake en el camerino.
—Eso es fácil —dijo apresuradamente Mrs. Latimer—. Nunca vino nadie. Solíamos comentar entre el personal lo raro que era eso. Mucha gente preguntaba por ella, pero nunca quiso recibir a nadie. Teníamos órdenes de no dejar pasar visitas al camerino, ya que decía que ni conocía ni deseaba conocer a nadie en Inglaterra.
—Mmmm… suena bastante extraño. Hay muchos norteamericanos en la ciudad. Cualquiera pensaría que conocería a alguno.
—Si conocía a alguien no tenía interés en verlo, desde luego —dijo Mrs. Latimer.
—Bien, concéntrese un momento, Mrs. Latimer. ¿Ha visto alguna vez alguna señal, por muy pequeña que sea, que le hiciera pensar que miss Karslake no era realmente norteamericana, sino inglesa?
Mrs. Latimer se tomó un tiempo antes de responder. Sus pupilas negras estaban ausentes, perdidas en el suelo.
—¡Ah! Ahora sí nos entendemos —dijo, por fin—. Me he hecho muchas veces la misma pregunta. Porque, aunque era muy callada, sí que decía a veces cosas… expresiones, alusiones… que me hacían pensar que venía de las Midlands. Yo misma soy nativa de Meadshire, señor.
—¡Meadshire! —repitió el inspector—. ¿Cerca de Hepton, por casualidad?
—No exactamente… a unos cincuenta kilómetros, al otro extremo del condado. Pero me pareció muy extraño que fuera a pasar el fin de semana a Meadshire y sí que pensé que quizá Hepton había sido su hogar en algún momento.
—¿Le dio miss Karslake alguna vez motivo para sospechar que alguna vez había estado casada?
La sonrisa de Mrs. Latimer se amplió, sus lágrimas ya olvidadas.
—Eso es difícil de decir en el caso de las actrices, señor. Muchas se han casado hasta cuatro veces y no hay demasiadas que no lo hayan hecho nunca. Pero en cuanto a miss Karslake, no le podría decir… nunca dijo nada que me hiciera sospechar algo así.
—Una última pregunta, Mrs. Latimer. Tenemos motivos para pensar que Karslake no era su nombre real. ¿Podría ayudarnos con esto?
—Creo que no… —comenzó Mrs. Latimer pero se detuvo de pronto y vaciló—. Bueno, solo un detalle, señor, pero no sé si tiene algún significado. Miss Karslake no era una gran fumadora, pero sí fumaba algún cigarrillo ocasionalmente, para calmar los nervios. Un día me encontré su pitillera perdida después del ensayo. Era de plata y estaba grabada en la parte posterior con las iniciales S. G. o G. S., no recuerdo… pero en todo caso no eran C. K. Se la devolví, me dio las gracias y me dijo que habría sentido muchísimo perderla porque había sido un regalo por sus dieciocho años. Luego miró la pitillera y se sonrojó mientras la guardaba. Creo que se había dado cuenta de que las iniciales no coincidían.
Mientras Stoddart hablaba con la ayudante de camerino, Harbord había estado registrando la habitación a fondo y dijo en ese momento:
—Parece que no hay nada aquí. Ningún documento, ni papeles de ningún tipo.
—No hay nada de eso, señor. Miss Karslake nunca recibía cartas. En la puerta de los camerinos había órdenes estrictas de no aceptar flores, ni notas, ni nada para miss Karslake. Y nunca la vi a ella escribir tampoco.
—Bien, no parece que haya aquí nada que nos pueda ayudar. Muchas gracias por su colaboración, Mrs. Latimer. Si se acuerda de algo más, por favor no dude en ponerse en contacto con nosotros.
—Naturalmente, señor. Lo haré encantada. Cualquier cosa que esté en mi mano para que el culpable reciba su castigo, cuente conmigo.
Los dos detectives salieron del camerino y guardaron silencio hasta que se encontraron en el exterior del teatro.
—¡Nada! —exclamó Harbord inhalando con fuerza.
—Bueno… —dijo el inspector sonriendo—, las iniciales de la pitillera son un buen indicio de su verdadero nombre. Y una vez que sepamos quién era ella realmente, la solución no estará muy lejos… He recibido esto esta mañana —añadió sacando una hoja de papel de su cuaderno:
«Si el inspector Stoddart desea saber la dirección de miss Karslake, que se ponga en contacto con Mrs. William Walker, Moira Road 10, Victoria».
El inspector leyó la nota en voz alta y se la pasó a Harbord.
—No hay firma. Ninguna pista salvo que el sello es de Hepton —observó—. Creo que haremos una visita ahora al número de 10 de Moira Road para ver qué nos puede contar Mrs. William Walker.