CAPÍTULO 19
Meto la llave en la cerradura de mi apartamento y cuando llego al pequeño salón no puedo evitar
sentirme rara, como una extraña en mi propia casa. Dejo la maleta y voy hacia la ventana para subir la persiana y abrir para airear un poco. Enseguida el ruido del tráfico inunda la habitación, un sonido que antes formaba parte de mi día a día y que ahora no hace más que acrecentar ese sentimiento de añoranza que crece en mi interior por momentos.
Pongo el Ipod en el reproductor y subo el volumen para mitigar el ruido del exterior y me dirijo al dormitorio a deshacer la maleta. Cuando acabo, me siento en la cama con el teléfono en la mano. Inconscientemente aprieto el icono de las fotos y busco la única que Bradley me dejó que le hiciera. Es de hace sólo unos días, cuando estuvimos en la cabaña y sin embargo parece ya muy lejano. Mira a cámara y sonríe, aunque con una pizca de timidez. Con su pelo despeinado y algo de barba de no afeitarse en varios días y una simple camiseta blanca de manga corta. Tan sencillo y tan complicado a la vez, tan… Bradley. Me doy cuenta entonces que estoy acariciando la pantalla del teléfono, como si le estuviera acariciando a él.
Escribo un mensaje a Bree para informarle que ya he llegado, tal y como me pidió y luego hago lo propio con Matt. Recibo sus respuestas al cabo de un rato, con una sonrisa en la cara, agradecida de haberles encontrado y de que formen parte de mi vida. Me gustaría escuchar la voz de Bradley, o incluso me conformaría con ver un mensaje suyo, pero mi orgullo me impide llamarle o escribirle. El mismo orgullo que me impidió decirle ayer que yo también le quería, que ya no me imaginaba la vida sin él y que estaba dispuesta a pasarme la vida peleando por derribar esa coraza a su alrededor que se niega a desaparecer del todo. Al fin y al cabo, el que se comportó como un capullo fue él y aunque me duela en el alma, le haré pagar por ello, al menos durante unos días. Eso no quita que le vaya preguntando a Matt cuando hable con él, cosa que hago en ese mismo instante.
“¿Cómo está
Bradley?”
“Bueno, su humor ha vuelto a ser el de antes de conocerte… De hecho Phil, que no sabe que te
has ido, me ha venido a preguntar si lo habíais dejado. Aparte de eso, está en pie, respira y me encargaré de que se duche y coma mientras no estás”
“Gracias”
“¿Me echas de menos hermanita?”
“Sabes que sí”
“Yo también. Y Bradley más, pero no le digas que te lo he dicho”
“Será nuestro secreto. Bueno, voy a cenar algo y me iré pronto a la cama que mañana tengo una reunión temprano. Deseáme suerte”
“No la necesitas. Adiós”
Cuando paso por la cocina y veo la puerta de la nevera, me doy de bruces con las fotos enganchadas con imanes. Fotos de Eddie y mías en una gala, en una cena con su amigo David, en su casa de los Hamptons, … Sonreímos en todas y ahora no puedo dejar de preguntarme porqué narices lo hacía. Es evidente que Eddie es guapísimo, pero a su vez cuando esas fotos se tomaron, sabía que se tiraba a todas sus secretarias. Además, siempre va vestido como si fuera a salir en una revista de moda, con esmoquin, traje o pantalón de vestir y camisa. En su armario no existen las camisetas de manga corta, los vaqueros y ni mucho menos las camisas de cuadros. Se me escapa la risa al imaginarme a Eddie viéndose obligado a vestirse con la ropa de Bradley o teniendo que conducir su furgoneta. Él, que sólo se monta en su coche blindado conducido por su chófer o su avión privado para trayectos más largos.Consigo deshacer el hechizo de Eddie, dejar de mirar las fotos y bajar a la tienda a comprar algo de cena y cuatro provisiones para estos días. Una vez de vuelta en casa, doy cuenta de unos fideos chinos bastante insípidos y exhausta, me voy a la cama.
Sueño con él, con su rudeza del principio, con sus frases cortantes, con su camiseta manchada de grasa, con su pelo despeinado y su barba de varios días. Sueño que nos besamos con prisa en el exterior de la librería, devorándonos con rabia y luego le veo marchar, dejándome sola y sin entender nada. Luego me aparecen sus ojos azules cristalinos mirándome con ternura. Me acaricia la mejilla y ríe a carcajadas mientras jugamos en la cama. Se estira encima mío y puedo ver su pecho, fuerte y fibrado. Paseo mis dedos por su vello y luego descienden por sus abdominales. Le miro a la cara y le veo cerrar los ojos y soltar un gemido. Imágenes de los dos haciendo el amor se empiezan a suceder. Los dos sudando, resoplando, mientras nos movemos acompasados.
En ese momento me despierto incorporándome de golpe en la cama. Estoy sudando aunque la temperatura en la habitación es más bien fría. Miro el despertador y compruebo que aún no son las seis de la mañana pero soy incapaz de volverme a acostar. Aún asustada por lo real que me parecía el sueño, me dirijo a la ducha para deshacerme del sudor. Paseo los dedos por mi piel mientras me enjabono y siento como si Bradley la hubiera estado tocando hacía escasos segundos. Poso la mano en mis labios y recuerdo la sensación de tenerlos hinchados por sus besos y sin poder evitarlo mi cuerpo reacciona a esa añoranza y unas tímidas lágrimas empiezan a asomar en mis ojos. Le echo de menos, mucho más de lo que me podría imaginar. Le quiero, y en cuanto volvamos a vernos, se lo diré.
Salgo de la ducha y me visto para la reunión, algo más arreglada de como lo he estado haciendo estas últimas semanas. Me enfundo unos vaqueros ajustadísimos y un jersey de cuello asimétrico que deja ver uno de mis hombros y por supuesto, mis botas negras de tacón por la rodilla. Cuanto os he echado de menos, pienso mientras subo la cremallera y las admiro en el espejo. Me arreglo el pelo y me pinto un poco, al menos para disimular esas ojeras, delatoras de mi tristeza.
Enciendo la cafetera y me hago un café bien cargado. Mientras espero, cojo el móvil y vuelvo a sentir una punzada de ilusión al ver el icono del sobre parpadeante. Esto no puede ser sano… Si cada vez que veo ese icono, mi corazón tiene que pegar un salto mortal con tirabuzón, acabaré en urgencias un día de estos. Lo aprieto y cierro los ojos y como una niña pequeña empiezo a repetir que sea él, que sea él.
“Envío a Jeff a recogerte”
Mierda. Es Eddie. Jeff es su chófer, su inseparable chico para todo. Siempre pulcro y perfectamente vestido con su traje a medida. Con su mirada impasible y su aspecto de tenerlo todo controlado. La verdad es que al final le cogí cariño porque siempre estaba ahí, como si no tuviera vida propia no relacionada con Eddie. Y creo que él también me lo cogió a mí. Nunca me sonrió pero lo podía notar en sus ojos.
“No hace falta. Cogeré el metro”
No tengo ganas de discutir de buena mañana, así que sin pensarlo dos veces, cojo la bolsa con el portátil y salgo de casa antes de que llegue Jeff a recogerme.
“Tarde. Te conozco demasiado y sabría que te negarías, así que Jeff lleva una hora esperándote en la puerta de tu edificio”
Este gesto, hace unos meses me habría hecho mojar las bragas, pero ahora me saca de mis casillas. Resoplo resignada mientras abro la puerta del portal y veo la limusina de Eddie. Como si estuviera mirando la puerta fijamente, cosa que no me extrañaría, Jeff sale del coche y camina rápidamente para abrirme la puerta.
—Buenos días señorita Simmons —me dice.
—Buenos días Jeff. ¿Cómo estás? —le pregunto entrando en el coche.
—Bien. Como siempre —me dice al sentarse de nuevo en el asiento del conductor y mirándome por el espejo añade —Si me permite decírselo, está más guapa que nunca. Estas semanas le han sentado bien. —Gracias Jeff —¿Soy yo o este hombre me está diciendo que estar sin Eddie me sienta bien?
Tras media hora de atasco, Jeff aparca en el sitio reservado justo enfrente del edificio de la editorial, en plena Quinta Avenida. Repite el gesto anterior para abrirme la puerta y se despide de mí con un leve movimiento de cabeza cuando salgo. Julliet está en la puerta esperándome mientras se fuma un cigarrillo.
—Vaya, no ha perdido las viejas costumbres, ¿no?
—Eso parece…
—No deja de ser un detalle. Créeme que el metro no ha mejorado en estas semanas que has estado fuera y sigue oliendo a sudor y meado a las siete de la mañana —da una última calada al cigarrillo y lo tira al cenicero —¿Vamos?
Entramos en el enorme hall del edificio y nos dirigimos a la recepción para que avisen que hemos llegado. La rubia despampanante que está detrás del mostrador es la misma que cuando me fui, Pam creo que se llamaba. Otra que seguro se metió entre las sábanas de Eddie.
—¡Hola! ¿En qué puedo ayudarlas? —nos saluda Pam con la mejor de sus sonrisas.
—Hola —responde Julliet —Tenemos una cita con el Sr. Martin y su equipo. Julliet Dawson y Harper Simmons.
—¡Hola Srta. Simmons! No la había reconocido. Hace tiempo que no nos visitaba… Está usted estupenda —dice mirándome de arriba a abajo con su sonrisa de dentista. Desde luego, para actriz no iba la chica porque eso de reconocerme no se lo cree ni ella… Ni que hiciera 3 años, y no 3 meses, que no me ve —El señor Martin aún no ha llegado pero avisaré que están aquí.
Marca varios números en el teléfono mientras nosotras la miramos sin saber bien qué hacer. La oímos hablar con alguien y cuando cuelga nos dice que podemos subir a la última planta, donde está el despacho de Eddie y varias salas de reuniones, y que nos atenderán enseguida.
Nos dirigimos a los ascensores y apretamos el botón de llamada. Mientras esperamos, pienso que de hecho podríamos habernos saltado la charla con Pam porque sé perfectamente donde está el despacho de Eddie y he pisado esas salas de reuniones en varios ocasiones, pero claro, ahora no soy más que una visita como cualquier otra, no la prometida del jefe.
—Buenos días Sr. Martin —oigo a Pam decir desde el mostrador de recepción.
Eddie ha llegado. Poco a poco levanto la vista hacia la entrada y allí está él, con la mirada fija en mí, caminando con decisión hacia los ascensores y pasando al lado de Pam sin siquiera mirarla. Todos a su alrededor se giran a mirarle como si tuviera un imán, y es que, además de ser muy atractivo, su porte y carácter decidido, sin miedo a nada, son abrumadores. Parece que le veo acercarse a cámara lenta. Vestido con su elegante traje negro, su camisa también negra y una corbata azul oscuro. Su pelo siempre impecablemente cortado y peinado con gomina a un lado. Es increíblemente sexy, lo sabe y además lo explota. Cuando se encuentra a pocos metros de nosotras, sonríe pícaro, haciendo aparecer sus hoyuelos en las mejillas y achinando los ojos.
—Hola Julliet —dice dándole la mano y agachando algo la cabeza con caballerosidad. —Hola Sr. Martin.
—Eddie, por favor. Que no nos hayamos visto en unos meses no quiere decir que me haya convertido en mi padre —responde regalándole la mejor de sus sonrisas y guiñándole un ojo.
Ya está, Julliet ya ha caído en sus redes, ya la tiene en el bote.
—Hola Harper —dice entonces cogiéndome la mano y besándomela.
—Hola Eddie —contesto cortante.
—Estás estupenda —dice sin soltarme la mano mirándome descaradamente de arriba a abajo. —Gracias —si piensa que le voy a devolver el cumplido, lo lleva fino, aunque realmente esté impresionante. Me pregunto cómo se vería Bradley en un traje como éste… Por dios, sí lo sé, estaría tremendo.
En ese momento suena en pitido del ascensor, anunciando que ha llegado abajo. Somos las únicas 3 personas esperándolo, así que en cuanto se abren las puertas, damos un paso al frente para entrar, pero justo en ese momento, Eddie me coge de la mano tirándome para atrás y sacándome de nuevo al vestíbulo.
—Ves subiendo Julliet. Ahora te alcanzamos —y las puertas se cierran dejándonos a los dos solos.
Enseguida el segundo ascensor llega abajo y se abren las puertas. Tira de mí y nos metemos dentro cuando dos hombres intentan entrar con nosotros.
—Por favor caballeros, esperen al siguiente —les dice haciéndoles una señal con la mano, a la que los dos hombres contestan con una sonrisa de complicidad.
Pica el botón de la última planta y pocos segundos después de ponerse en marcha le da al botón de parada. El ascensor, se para como si nada, sin el movimiento brusco que sale siempre en las películas, como si estuviera acostumbrado a hacerlo a menudo. Me imagino a Eddie parándolo cada dos por tres para liarse con alguna de sus secretarias…
—Harper, tienes que perdonarme —dice acercándose a mí. —Eddie por favor —digo poniendo una mano en su pecho alejándole de mí.
—Cometí un error Harper, pero he aprendido la lección. No hace falta que nos casemos, pero dame la oportunidad de volver a salir contigo. Quiero volver a conquistarte. Te echo de menos… —y vuelve a acercarse a mí, rozando su pecho contra el mío.
—Sí, ya —y le esquivo poniéndome en el lado opuesto del ascensor —Cometiste el error de que te pillara con tu secretaria en la cama. Si no te hubiera pillado, seguiría viviendo engañada y tú seguirías tirándote a todas las que te diera la gana.
—Harper, en serio, no volverá a ocurrir nunca más.
—No te creo Eddie —y aprieto el botón para volver a poner en marcha el cacharro.
—Te juro por lo que más quieras —dice volviendo a parar el ascensor —que he aprendido la lección. No más líos. Sólo tú existes para mí.
—Y yo te digo y no me toques más las pelotas parando ésto —contesto subiendo el tono de voz, apretando el botón y dejándolo tapado por mi espalda —que me parece perfecto que te hayas vuelto monógamo, pero búscate a otra a la que demostrárselo.
Eddie me mira con los ojos muy abiertos, extrañado de mi cambio de actitud hacia él. Ya no soy la misma que besaba el suelo por el que él pisaba. Ya no soy esa conformista que miraba para otro lado cuando él se acostaba con otras mujeres. Ya no estoy sola, tengo gente a la que acudir. Mi mundo ya no empieza y se acaba en Eddie.
Las puertas se abren y aparecemos en el vestíbulo de la planta superior. La recepcionista se levanta al verle salir del ascensor. Julliet y los editores con los que está charlando, y que conozco de anteriores encuentros, también se quedan callados al vernos.
Él se coloca bien la corbata y se pasa la mano por el pelo.
—¿Empezamos? —dice con cara de enfado y todos se empiezan a mover como por arte de magia, como si esperaran su permiso para continuar.
Entramos en una gran sala con una mesa ovalada en el centro. Eddie se sienta en la silla de la punta, presidiendo la mesa y el resto de editores lo hacen alrededor suyo, dejándonos a Julliet y a mí los asientos del otro pico de la mesa. La recepcionista entra con nosotros y empieza a servir café y deja algunas botellas de agua. Cuando se acerca a Eddie veo como le sirve el café mirándole con una sonrisa en la cara que no es capaz de disimular, aunque él ni siquiera la mira porque no ha dejado de taladrarme con la mirada desde que me he sentado delante suyo. Estoy segura que si no se la ha tirado ya, se le habrá insinuado, así que es normal que ella tenga esperanzas.
La reunión va sobre ruedas. El equipo de editores de Eddie es brillante, además que ya nos conocemos de haber trabajado antes juntos. En menos de dos horas hemos hecho un repaso a los cambios propuestos por ellos y nos hemos puesto de acuerdo en cuales de ellos cambiar. Para la semana que viene me piden que tenga el nuevo borrador hecho, al no ser muchos lo cambios no habrá problema, así que fijamos una nueva reunión para dentro de siete días justos. Eddie no ha abierto boca en toda la reunión. Cuando no me estaba mirando fijamente, que había sido la mayor parte del tiempo, estaba con los ojos puestos en su Blackberry.
—Sr. Martin, si no tiene nada que añadir, creo que hemos acabado —le dice Rose, una de sus mejores editoras.
Eddie levanta la vista de su teléfono y con cara aún de contrariado, asiente y da la reunión por finalizada. Nos levantamos y Julliet y yo le damos la mano a todos y nos despedimos hasta la semana que viene. Eddie se acerca a nosotras en último lugar.
—Un placer como siempre Julliet.
—Igualmente Eddie —dice saliendo de la sala de reuniones y dejándonos solos de nuevo. —Perdí mi oportunidad, ¿verdad?
—Sí.
—¿Saldrás a cenar conmigo una noche de estas? Como amigos…
Le miro durante un rato, sopesando si creerle o no. ¿Amigos? ¿Con Eddie?
—Venga, por lo que hemos tenido…
—Vale, te prometo una noche.
—Genial. Te llamo para concretar, ¿vale?
—Vale… Pero como amigos, nada de trucos raros.
—Que sí… Confía en mí. Si no te puedo tener encima, al menos te tendré a mi lado… —Eddie… No hagas que me arrepienta.
—Vale, vale, perdona.
Se acerca y me da un beso en la mejilla, alargando demasiado para mi gusto el contacto de sus labios con mi piel. Su olor, mezcla de su propia piel y colonia de 200 dólares el bote, me embriaga, pero ya no surte el mismo efecto que antes. Eddie, eres muy atractivo, rico y poderoso, pero mi corazón pertenece por completo a otro hombre.