((La historia de Harper y Bardley))
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TABLA DE CONTENIDO
Argumento
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO
2
CAPÍTULO
3
CAPÍTULO
4
CAPÍTULO
5
CAPÍTULO
6
CAPÍTULO
7
CAPÍTULO
8
CAPÍTULO
9
CAPÍTULO
10
CAPÍTULO
11
CAPÍTULO
12
CAPÍTULO
13
CAPÍTULO
14
CAPÍTULO
15
CAPÍTULO
16
CAPÍTULO
17
CAPÍTULO
18
CAPÍTULO
19
CAPÍTULO
20
CAPÍTULO
21
CAPÍTULO
22
CAPÍTULO
23
CAPÍTULO
24
CAPÍTULO
25
CAPÍTULO
26
CAPÍTULO
27
CAPÍTULO
28
CAPÍTULO
29
CAPÍTULO
31
CAPÍTULO
32
CAPÍTULO
33
CAPÍTULO
34
CAPÍTULO
35
CAPÍTULO
36
CAPÍTULO
37
CAPÍTULO
38
CAPÍTULO
39
CAPÍTULO
40
CAPÍTULO
41
CAPÍTULO
42
CAPÍTULO
43
CAPÍTULO
44
CAPÍTULO
45
CAPÍTULO
46
CAPÍTULO
48
CAPÍTULO
49
CAPÍTULO
50
CAPÍTULO
51
CAPÍTULO
52
CAPÍTULO
53
CAPÍTULO
54
CAPÍTULO
55
CAPÍTULO
56
CAPÍTULO
57
CAPÍTULO
58
CAPÍTULO
59
CAPÍTULO
60
CAPÍTULO
61
CAPÍTULO
62
EPÍLOGO
Argumento
Harper conducía por esa carretera para escapar de una relación que se estaba volviendo muy
complicada. Ella no quería que su coche se averiara en el kilómetro 430, nunca pensó que la reparación la obligaría a detener su huida en un pequeño pueblo perdido y no imaginó que allí encontraría, sin buscarla, una segunda oportunidad para ser feliz.
Después de cuatro horas conduciendo, una especie de humo negro empieza a salir del capó y el coche hace un ruido que no me gusta nada. Paro en la cuneta, abro la guantera y saco el mapa. Por más vueltas que le doy, no tengo ni puñetera idea de donde estoy. Resoplo y lanzo el mapa al asiento del copiloto. Salgo del coche y abro el capó con cuidado. El humo sale entonces con más intensidad y me aparto mientras saco el móvil del bolsillo. Me lo quedo mirando y compruebo que tengo muchas llamadas perdidas y varios mensajes. Bajo el cursor mientras leo el nombre de Eddie repetidas veces.
—Sí, claro. Ahora mismo te devuelvo las llamadas bonito —me digo a mí misma en voz alta. Sigo bajando y veo que mi hermana me ha llamado también. Nota mental, devolverle la llamada cuando esté más tranquila y haya solucionado el tema del coche. Debe estar preocupada al saber que me he ido sin mirar atrás y sin decir nada a nadie, no es mi estilo.
Vamos a ver, centrémonos. El móvil tiene GPS, así que a lo mejor sabe decirme donde estoy y con esa información puedo llamar a una grúa para que me recojan sin quedar como una idiota que no sabe ni dónde está. Aprieto el icono y después de un rato esperando a que el puñetero programa me localizara con los satélites, compruebo horrorizada que estoy a quilómetros de cualquier zona habitada, perdida en algún lugar de la Interestatal 81. Me decido a llamar a asistencia en carretera arriesgándome a entrar en su ranking particular de llamadas graciosas.
—Asistencia en carretera, le atiende Dan. ¿En qué puedo ayudarle?
—Esto… Hola…
—Hola. ¿En qué puedo ayudarla señorita?
—Pues mi coche me ha dejado tirada y necesitaría que mandaran una grúa a recogerme y llevarme a un taller…
—Perfecto. Enseguida. Dígame donde está y le mando una enseguida.
—Ahí está el problema… No sé dónde estoy…
—¿Cómo?
—Pues eso, que no sé dónde estoy.
—Bueno… Dígame en qué carretera está…
—En la Interestatal 81.
Silencio… Ahora es cuando está avisando al resto de sus compañeros y poniendo el altavoz para que puedan oír nuestra surrealista conversación.
—Vale, vamos a ver señorita…
—Simmons, Harper Simmons.
—De acuerdo señorita Simmons. Entonces, además de tener un problema con el coche, ¿está perdida? —No, no estoy perdida, estoy en la Interestatal 81.
—Esa carretera tiene 481 quilómetros y usted no sabe exactamente donde está…
—Tampoco me hace falta…
—Pero a mí sí para poder enviarle la grúa…
Ahí me ha pillado.
—Veamos, he salido de Nueva York hace cuatro horas y me dirijo hacia el norte por la Interestatal 81 a una velocidad media de 100 o 120 kilómetros por hora…
Me callo al oír una carcajada al otro lado del teléfono.
—¿Se puede saber de qué te ríes Dan?
—Perdone… Es que parece un examen de esos del colegio… A ver, hacia el norte… ¿Ha llegado usted al lago Ontario?
—No… creo que no… —contesto algo dudosa.
—Créame, es lo suficientemente grande como para no verlo.
Qué gracioso este Dan…
—Vale, pues entonces ya sé donde puede estar. Llamaré a una grúa de la zona. Les daré su número de teléfono para que se pongan en contacto con usted.
—¿Cuanto tardarán?
—No lo sé… Ya les diré que la llamen cuanto antes.
—Gracias Dan.
—De nada. Y suerte.
Bueno, pues me sentaré a esperar. La verdad es que mi huida no está siendo muy de película y sin coche, que muy buen pronóstico no creo que tenga, poco más lejos podré ir. Cuatro horas desde Nueva York ya es una distancia más que aceptable. Ya he puesto tierra de por medio suficiente para poder sentarme y meditar sobre qué hacer con mi vida a partir de ahora. Está claro que mi actitud frente a la vida tiene que cambiar pero ya. Me he prometido a mí misma que nunca más en la vida voy a colgarme por un tío como lo hice por Eddie. Desde que le conocí, mi mundo empezó a girar a su alrededor y poco a poco me fui alejando de todo mi entorno, de mis amigos y familia, para acercarme al suyo. Me hipnotizó con sus ojos rasgados, su sonrisa encantadora con hoyuelos en las mejillas incluidos, su elegancia y su poder. Mi hermana es la única persona de mi círculo con la que mantengo algo de contacto, mediante llamadas, mensajes y mails, pero vive en Los Ángeles como el resto de mi familia. Así que ahora, después de lo sucedido, me encuentro sola, sin nadie en quien refugiarme y por eso decidí alejarme de todo con la única compañía de una maleta con ropa, libros y mi portátil, el teléfono y el coche.
Quizá un cambio de aires me irá bien para seguir escribiendo mi última novela, que dejé aparcada hace unas semanas por falta de inspiración y ganas. De todos modos, no tengo prisa, las ventas de mi anterior libro fueron muy buenas y puedo permitirme unos meses de relax. Si a eso le sumamos que la editorial que publica mis novelas es propiedad de Eddie, por eso nos conocimos, y no me apetece tener nada que ver con él nunca más, el descanso empieza a sonar con fuerza.
En ese momento el móvil me empieza a sonar. Miro la pantalla y veo un número que no tengo grabado en la agenda de contactos. Espero que no sea otro de los intentos de Eddie para ponerse en contacto conmigo, porque tengo que contestar por si son los de la grúa.
—¿Hola?
—¿Ha pedido una grúa? —¡Sí! He sido yo.
—¿Dónde está exactamente? Vale, mi amigo Dan no le debe haber dado muchas explicaciones… Tendré que volver a pasar por el trago de quedar como una pirada.
—Mmmm… Pues en la Interestatal 81… a cuatro horas de Nueva York… Silencio al otro lado de la línea.
—¿Hola? —digo.
—Se está quedando conmigo, ¿verdad?
—No… hace cuatro horas que salí de Nueva York, he pasado por varias ciudades pero no me he fijado en los nombres… Pero sí sé que la última la he dejado atrás hace unos viente minutos. ¡Ah! Y no he llegado aún al lago Ontario —añado al final orgullosa de poder dar un dato que creo de valor. —Sí, eso me lo imagino. Si hubiera seguido por esa carretera hasta el lago estaría en Oswego y no necesitaría una grúa.
¡Anda! ¡Otro graciosillo! Hoy tengo suerte y estoy hablando con todos los hombres encantadores y comprensivos de la zona… Empiezo a estar muy cansada. Sólo necesito que me lleven a algún lugar civilizado en el que pueda alquilar una habitación de hotel y pegarme una ducha. Oswego… esa ciudad me suena… tocando al lago Ontario, bastante turística así que supongo que con bastantes hoteles donde alojarme… podría pedirle que me dejara allí.
—¿Puede venir a recogerme o no?
—Si no sé donde está, no.
—¿No tiene algún chisme localizador de coches averiados o algo por el estilo? —pregunto casi al borde del ataque de nervios.
—Sí señora, apriete el botón de la radio y su coche me mandará una Batseñal e iré a recogerla en mi Batmovil-grúa.
—¡Qué gracioso es usted! ¿Cuántos años tiene? ¿Doce?
—Señora, lo único que le pido es que me diga donde narices está para poder recogerla, que me pague y dejarla en el taller que usted quiera. Ese es mi trabajo. Para localizar a gente perdida ya está la policía. —No, su deber es encontrar a la gente que se ha quedado tirada en la carretera. En-con-trar-las, antes de recogerlas. Así que encuéntreme —y me quedo callada un rato sin poder creer lo que oigo —¿Oiga? ¡Me ha colgado! ¡Será capullo! ¡Me ha colgado!
Éste tío no sabe con quien está hablando. Vale, a lo mejor no he sido de mucha ayuda pero no se puede dejar colgada a una clienta así por las buenas… Cómo puede este hombre quedarse tranquilo sabiendo que ha dejado a una mujer sola en mitad de la nada a pocas horas de caer la noche. Ese pensamiento me acojona, así que visto que el gracioso es mi única esperanza para poder ducharme esta noche, decido volver a llamarle utilizando esta vez un tono mucho más conciliador.
—A ver, voy a hacer el trabajo por usted —digo cuando contesta de nuevo al teléfono, dando vueltas en círculo para ver si encuentro algo que pueda servir al gracioso de referencia y pueda venir a recogerme —Veo árboles, varios postes de luz…
Me quedo callada al no recibir respuesta. Cansada ya de todo, de las últimas semanas, de los últimos acontecimientos y del remate final de hoy, lo único que me sale decir con la voz entrecortada es una súplica.
—Por favor… necesito su ayuda… Oigo un suspiro al otro lado de la línea y acto seguido me dice.
—En la cuneta, puede que escondida por la maleza, ¿hay alguna baliza de señalización? A lo mejor ahí marca el quilómetro en el que se encuentra.
—Espere, voy a mirar —contesto mucho más animada aunque contrariada de que no se me haya ocurrido a mí antes.
Camino varios metros girándome de vez en cuando para no poder de vista el coche cuando al fin encuentro un poste hecho de cemento parcialmente tapado por unas hierbas.
—¡Sí! ¡Lo tengo! —y sí, sueno entusiasmada porque ya me veía pasando la noche a la intemperie —Pone I-81, quilómetro 430.
—De acuerdo, quédese al lado del coche, en media hora estoy allí.
—Gracias, de verdad, gracias.
Me apoyo en el maletero del coche. Del capó ya casi no sale humo pero prefiero dejarlo abierto un rato más. Enciendo la radio para pasar el rato de espera cuando el teléfono suena de nuevo. Es Suze, mi hermana.
—Hola Suze. Pensaba llamarte en un rato.
—¿Dónde coño estás? —En el quilómetro 430 de la Interestatal 81, pienso —Llevamos una semana llamándote sin parar. No sabíamos nada de ti. Eddie me llamó, y también a papá y mamá. Nos dijo que no sabía nada de ti desde hacía días.
—Suze, necesito un tiempo a solas…
—Harper, te casas con Eddie en menos de un mes… No puedes desaparecer así.
—Créeme, no habrá boda.
—¡¿Estás loca?! ¡¿Que no te casas con uno de los solteros más codiciados de Nueva York?! —Confía en mí Suze. Tengo mis motivos. Necesito un tiempo a solas.
—¿Y qué les digo a los demás? ¿Que no te casas?
—Diles lo que quieran. Adiós Suze. Te llamaré.
Justo en ese instante, una grúa se para enfrente mío. Me incorporo al instante guardando el teléfono en el bolsillo de mi americana mientras veo a un hombre acercándose a mi.
—¡Hola! Gracias por venir.
El hombre pasa por mi lado sin siquiera dirigirme la palabra. Se acerca al capó del coche y hunde su cabeza en el interior de él. Le sigo expectante.
—Soy Harper. ¿Hablé con usted por teléfono?
Le observo esperando una respuesta aunque sin éxito. Está más interesado en mi coche que en mí. Apoya sus manos en la parte delantera y puedo ver sus brazos sucios, aunque bien musculados. Sus manos tampoco están muy bien cuidadas, vamos, como el resto del conjunto. Le observo de arriba a abajo por hacer algo. Lleva unas botas de trabajo gastadas, unos vaqueros llenos de grasa y rotos en los bajos y una camisa de cuadros descolorida de manga corta ceñida al bíceps. Me acerco al coche, y hundo mi cara en el capó del coche. Miro un rato a ese amasijo de cables y piezas sin tener ni idea de qué estoy haciendo o mirando hasta que giro la cabeza hacia el hombre que ha venido a rescatarme. Tiene el pelo revuelto, algo largo, que le cae sobre los ojos. Ademas compruebo que hace días que no se afeita. Tiene la nariz recta y algo grande, aunque no desproporcionada, con una cicatriz antigua. La cara, así como los brazos, están muy bronceados.
Se incorpora de repente e imito su movimiento. Sin siquiera mirarme me indica que la cosa no pinta bien, que cree que es cosa del alternador.
—Bueno, ¿me puede llevar a un taller de Oswego? —le pregunto.
Sin decirme nada empieza a subir mi coche con la grúa, así que me apresuro a coger mi maleta del maletero. Se mete dentro y me acerco con timidez a la ventanilla del copiloto sin atreverme a hablar. Realmente la actitud de este hombre me sorprende y me intimida a la vez.
—¿Sube o qué? —me suelta de repente girándose hacia mí y permitiéndome mirarle a sus ojos azules por primera vez. Reconozco su voz al instante, es mi amigo el graciosillo.