Prólogo

Febrero 15 de 1987

—¿Mami, puedo comer un poco más de torta?

—Por Dios Carly, ¿no te has visto en un espejo niña?

—Pero mami, es mi cumpleaños y papi dijo que podía hacer lo que yo quisiera—le dijo la niña con tristeza en su voz.

—Seguramente lo dijo, porque solo se la pasa viajando. No ha tenido oportunidad de ver como comes y lo gorda que estás— le dijo de manera hiriente —.Niña, ¿que no entiendes que si no te cuidas desde ahora, más adelante ningún hombre te va a querer?

—Está bien, mami—. dijo la niña apenada, porque las amigas de su madre no hacían más que mirarla desde que su madre le dijo gorda.

—Claudia, la verdad es que la niña si está un poco pasada de peso, pero todos los niños a esa edad son un poco rollizos y luego se les pasa. Déjala disfrutar de su cumpleaños, luego la pones a dieta— dijo la señora Rosewood, esposa del alcalde de Florida en esos momentos y la que mejor la trataba de las amigas de su madre.

—Oh Ester, la verdad es que tú no tienes nada de qué preocuparte, ya que solo tienes hijos varones, pero tú no tienes ni idea de lo que se sufre cuando se tiene una hija, no puedes descuidarla, porque entonces se echan a perder y ya ningún hombre se fijará en ellas.

—¿Qué haces aquí todavía Carly? Esta es una conversación de mayores.

La niña se fue cabizbaja, con los ojos llorosos, pero al poco tiempo, estaba jugando con sus amiguitos.

Cuando terminó la fiesta, el padre de Carly llamó y se disculpó por no haber estado allí, pero había tenido que quedarse en el aeropuerto, por una fuerte tormenta de nieve.

—Papi ¿Cuándo vuelves?

—Tan pronto se acabe esta tormenta de nieve, amor—. Te oigo triste, ¿Te pasa algo? — preguntó preocupado, pues conocía bien a su esposa y sabía que la pagaba con Carly, cuando él no estaba.

—Es que mami, me dice cosas feas cuando está con sus amigas y me dice que soy gorda.

—Mi caramelito, no te preocupes, eres una niña hermosa y no dejes que nadie te diga lo contrario. Además, aquí tengo tu regalo y cuando llegue a casa, te llevaré a ver los delfines y a comer el helado que más te gusta, pero no le puedes decir a mamá. ¿Está bien?

—Si papi, está bien.

—Será nuestro pequeño secreto.

—Esta bien papi, —se rió. Guardaré el secreto, pero por favor, vuelve pronto, me siento triste sin ti.

—Te prometo, que mañana, cuando abras los ojos, estaré a tu lado y lo primero que verás será esa muñeca que tanto querías.

—¡Papi! Gracias.

—No hay de qué, caramelito—le dijo su padre riendo—, ahora vete jugar con tus regalos y duérmete temprano, que mañana nos veremos.

—Está bien papi, pero, acuérdate que vamos a pasar todo el día juntos, no te olvides

—Claro que no, amor, ¿cómo podría olvidarme de mi princesa?— contestó—. Que pases buena noche, y recuerda siempre que estoy muy orgulloso de mi chica.

—Buenas noches, papito. Te quiero mucho.

—Y yo te amo, mi princesa.

Esa fue la última vez que Carly habló con su padre y después de eso, su vida nunca sería la misma.