Querido Werner:
¿Por qué no escribes? Xxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxx xxxxxxx. La fundición trabaja día y noche, no para de salir humo de las chimeneas y hace tanto frío que la gente quema cualquier cosa para calentarse. Serrín, carbón duro, carbón blando, cal, basura. Las viudas de guerra xxxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxxxxxx y cada día hay más. Estoy trabajando en la lavandería con las gemelas, Hannah y Susanne, y con Claudia Förster, seguro que te acuerdas de ellas, sobre todo remendamos chaquetas y pantalones. Cada día soy más hábil con la aguja así que al menos no me estoy pinchando todo el tiempo. Justo ahora acabo de terminar mis tareas para casa. ¿A ti te ponen tareas? Como hay escasez de género la gente trae fundas, cortinas, viejos abrigos, dicen que hay que usar todo lo que se pueda. Igual que nosotros aquí. Ja. He encontrado esto bajo tu antiguo catre. Me pareció que te vendría bien.
Te quiere,
Jutta
En el interior del sobre casero aguarda el cuaderno de notas infantil de Werner en cuya cubierta se lee, de su puño y letra: Preguntas. A lo largo de sus páginas hay dibujos, invenciones: un calentador de camas eléctrico que quería construir para frau Elena, una bicicleta con cadenas en las dos ruedas. «¿Afectan los imanes a los líquidos? ¿Por qué flotan los barcos? ¿Por qué nos mareamos al levantarnos?».
Al final hay una docena de páginas en blanco. Seguramente era demasiado infantil como para preocupar al censor.
A su alrededor suena el repiqueteo de las botas, el sonido de los rifles. Provisiones sobre el suelo, barriles contra la pared. Agarra una taza de un gancho, coge un plato de los estantes. Espera en fila hasta que le dan su ración de guiso de carne y sobre él se desploma una ola de nostalgia tan intensa que se le humedecen los ojos.