El dormitorio de la sexta planta

Von Rumpel cojea al atravesar las habitaciones de viejas y desgastadas molduras, con vetustas lámparas de queroseno y cortinas bordadas, espejos belle époque, barcos en el interior de botellas de cristal y todos los interruptores muertos. La débil luz del crepúsculo traspasa el humo y los listones de los postigos formando brumosas rayas rojas.

La casa parece un templo dedicado al Segundo Imperio. En la tercera planta hay una bañera con las tres cuartas partes llenas de agua fresca. En la cuarta, las habitaciones están totalmente desordenadas. Aún no ha visto ninguna casa de muñecas. Sube hasta la quinta planta sudando, preocupado ante la posibilidad de haberse equivocado. El peso de su barriga se balancea como un péndulo.

Ahora está en una enorme y decorada habitación llena de baratijas y cacharros y libros y partes mecánicas. Un escritorio, una cama, un diván y tres ventanas a cada lado. Ninguna maqueta.

Sube a la sexta planta. A la izquierda hay una pequeña habitación con una única ventana y largas cortinas. Una gorra de chico cuelga de la pared, al fondo se vislumbra un gigantesco armario con bolas de alcanfor entre las camisas.

Regresa al descansillo. Hay un pequeño cuarto de baño, el retrete está lleno de orina. A sus espaldas queda una última habitación. Ve caracolas alineadas sobre todas las superficies disponibles, conchas sobre los alféizares y sobre la cómoda, botes llenos de piedrecitas alineados en el suelo, organizados con un sistema indiscernible y ahí, ahí… ¡Ahí está! En una pequeña mesa, a los pies de la cama, encuentra lo que estaba buscando: una maqueta de madera de la ciudad acurrucada como un regalo. Tiene el tamaño de una mesa de comedor y está cubierta por diminutas casas. A excepción de pequeños trozos de yeso en las calles, la ciudad está intacta. Ahora la copia es más completa que el original. Es un trabajo magnífico.

Está en la habitación de la hija. La ha hecho para ella, por supuesto.

Von Rumpel se siente como si hubiese llegado triunfal al final de un largo viaje. Toma asiento en el borde de la cama sintiendo dos idénticas llamas de dolor en la ingle. Tiene la curiosa sensación de haber estado aquí antes, de haber vivido en una habitación como esta, de haber dormido en una tosca cama igual que esta, de haber coleccionado piedras pulidas y haberlas organizado igual que las que están aquí. Es como si todo el escenario hubiese estado esperando a que él regresara.

Piensa en sus propias hijas, en lo mucho que les gustaría ver una ciudad sobre una mesa. La más pequeña querría que él se arrodillara a su lado. Vamos a imaginar que todo el mundo está cenando, diría. Vamos a imaginarnos a nosotros, papá.

Al otro lado de la ventana rota y de los postigos cerrados, Saint-Malo está tan inmóvil que Von Rumpel puede oír el sonido de sus propios latidos. El humo sale por el techo, las cenizas caen lentamente. En cualquier momento comenzarán de nuevo el ataque. Pero ahora todo está tranquilo. Tiene que hallarse aquí, en alguna parte. Sería típico del cerrajero volver a hacer lo mismo. La maqueta, está en el interior de la maqueta.

La luz que no puedes ver
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