Los antiguos mapas

Faro de Vigo, 23 de mayo de 1952.

En estas mismas páginas, y a propósito del mapa de Galicia de don Domingo Fontán, ya dije cuán de antiguo —aquel niño contemplando, emocionado, a la luz de las lámparas, mapas y estampas, que imagina el poema de Baudelaire—, y por cuántas y tan diversas razones me vino, y en mí perdura, la afición a la universal cartografía. Delante de los mapas y las cartas marinas, me pasa lo que al escritor escandinavo, que habiendo dejado la vieja Upsala amaneció una mañana en el puerto de Gotenburgo; eran los días de la Guerra de los Siete Años y vivía Gotenburgo días de excepcional tráfico; el poeta, ante los navíos, los soldados, las mozas, la doble cerveza de marzo, la aventura y la guerra, se preguntaba cómo era posible que la Lógica conservase todos sus predicamenta y predicabilia en tiempos de armas, de amor y de comercio. Ante mapas y estampas, yo solía imaginarme otro mundo, sumido todo él en la embriaguez viajera. Y ya que no navegar, que es necesario, al menos lograr aquello que Villiers de L’Isle-Adam no consiguió: vender cartas marinas en un puerto, en una pequeña tienda próxima a los muelles, en la Bayona del siglo XVII, en el Ribadeo del 1800, en el Vigo de los últimos años del XIX... Villiers pretendió una vez un poco de dinero para establecerse en Boloña de Francia. El nieto de almirantes de Bretaña y maestros de Malta soñaría en los mapas las navegaciones de su estirpe, y seguiría con el dedo índice en las cartas marinas la expedición a Grecia, cuya corona reivindicaba, o la nueva batalla de la Salamina con la reconquista de Constantinopla, de la que hablaba a Léon Bloy. (Se le ve hablar con Léon Bloy: «súbitamente excitado hasta la llamarada, híspido como un erizo heráldico, con los ojos extraordinariamente dilatados en el pálido rostro galoneado con los ocho o diez siglos de su Linaje». «Es un Inocente de Belén», añadía Léon Bloy, «a quien los soldados asesinos de Herodes han degollado mal.») Pero Villiers no pudo realizar nunca sus sueños, ni siquiera el de llegar a ser en Boloña vendedor de cartas marinas...

Las vendió, después de haberlas dibujado, Juan van Keulen, en Amsterdam, vis-a-vis du Pont Neuf. Juan van Keulen dibujó las costas gallegas: publicó sus cartas Klaas J. Voogt en 1698 en La nueva y grande iluminadora antorcha del mar. ¡Qué hermoso título para una colección de cartas marinas! Poseo unas fotocopias de las cartas de Van Keulen, y me gusta seguir en ellas las costas del país; ¡quién pudiera hacerlo en aquellos navíos que el cartógrafo pinta en sus cartas, al amor de los más claros vientos de la Rosa, viendo parpadear en la noche las luces de la marina y al alba aparecer en el pálido cielo el amado y oscuro perfil de la patria! También en Amsterdam imprimieron y vendieron el mapa del reverendo padre Fernando Ocea, dominico, con las armas del Reino y los dos angelotes sosteniendo, letra y música, la cartela del lema: «Hoc mysterium firmiter profitemur»... Contra el padre Ojea tengo yo que habiendo visto en su mapa aquella gran isla de San Ciprián, no paré hasta ir a verla: ya que no una pequeña Irlanda anclada al costado gallego, sería, por lo menos, nuestra isla de Man. La mar mayor batía, verde y salobre, aquel desconchado cantil y aquel penedo áspero y solitario... Van Keulen aun pinta en su carta otra isla, la de San Cariño, frente a Santa Marta. Cuando viví en Ortigueira ni quise verla ni pregunté por ella, por temor a otro desengaño...: quizás esas islas, como la navegante Trapobana, zarparon una mañana de niebla... (La isla de San Cariño, digo yo que debe ser la de San Vicente de los Frailes, ortegana).

En estos antiguos mapas, en el mapa de Tomás López, y sobre todo en el hermosísimo de Fontán, fui aprendiendo el rostro de mi país, los nombres de la tierra. Constituyen, pues, para mí, una gran riqueza, compañeros de las mejores horas. Desde que no hay veleros, ni Villiers ni yo queremos establecernos de vendedores de cartas marinas. Villiers tenía lejanos reinos en la cabeza y en el corazón. Yo sólo tengo este pequeño y cuadrado prado que ahora briza, de mar a mar, la primavera.

El pasajero en Galicia
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