El mercado de hierba en «as San Lucas», de Mondoñedo
De la serie «Retratos y paisajes». Faro de Vigo, 18 de octubre de 1958.
Si yo fuese pintor, ya habría pintado veinte veces el mercado de hierba verde, heno y paja que se celebra, los días que duran «as San Lucas», en la plazuela de la Fuente Vieja,' junto a la Porta da Vila, en mi Mondoñedo natal. Creo que solamente el mercado de rosas en el Farfistán o el mercado de tulipanes en Harlem serán más bellos. Y en perfume, no cede a ningún mercado del mundo. Entre los montones de haces se abre calle para que pasen las «greas» del caballar bravo, y los de Bretoña, Reigosa, Baltar y Bian tratan a voces la hierba que ha de alimentarlas, sin apearse de las rotundas yeguas madres. Entre los britones hay mucha familia de rubio pelo y claros ojos. Bajan desde los altos campos nativos a través de la fraga de Rioseco, amiga del lobo y donde cuando yo era mocete todavía se veía galopar el gentil corzo en las brañas, y en Lindín —un balcón abierto sobre las oscuras sierras y la dulzura dorada del valle— toman la calzada que construyó el romano y aún conserva el sólido pétreo firme de cuando pasaron las legiones. Alcanza la calzada del valle sobre él río Ares, donde dicen Ponte do Pasatempo. Aquí fue donde le salieron a la hija del Mariscal Pero Pardo, que traía el indultó de los Reyes Católicos y se apresuraba desde Valladolid para llegar con él antes de que su padre fuera decapitado, y le dijeron a la doña que no había prisa, y que podía quitarse el polvo del viaje, lavarse en las claras aguas y abrevar los caballos, y la hija de Pero Pardo les hizo caso, y ya tenía las manos en el agua fresca y viva, cuando oyó la campana de la agonía. Ya había rodado la cabeza del insurrecto, el caballo de bastos de la baraja militar gallega... Rodó literalmente treinta varas castellanas o más —el empedrado que rodó y ensangrentó hay que medirlo, en esta ocasión, precisamente en varas de Castilla—, y se le oía decir a la cabeza loca: «Credo, credo!», y gustó al señor de la ciudad y a su curia oír cabeza tan terca hacerse tan sumisa... Pero hablábamos de los britones que llegan con sus «greas» a la ciudad y, para subir al ferial en los Remedios, pasan por el mercado de hierba en la Fuente Vieja.
La fuente, tal y como ahora la vemos, fue construida por el obispo Soto y Valera el año 1548, y Soto le puso, en lo alto, entre columnas con el «Plus Ultra», el escudo del César Carlos. Soto era paje en Tordesillas el año 1517, cuando Carlos, proclamado rey de Castilla y de Aragón en Bruselas, y su hermana Leonor, llegaron de los Países Bajos e hicieron visita a su madre, doña Juana la Loca. En Pfandl leía yo el otro día a unos amigos la audiencia. Los dos hermanos hicieron tres reverencias, una en la puerta, otra en medio de la habitación, y la tercera inmediatamente delante de su madre. Esta los abrazó, y Carlos, que todavía no hablaba bien el castellano, dijo en lengua francesa:
—Señora, vuestros obedientes hijos se alegran de encontraros en buen estado de salud, y os ruegan que les sea permitido expresaros su más sumiso rendimiento.
La reina inclinó la cabeza, meditó durante un momento, y dijo:
—¿Sois vosotros mis hijos? (Pausa). ¡Cuánto habéis crecido en tan poco tiempo! (pausa). Puesto que debéis estar cansados de tan largo viaje, bueno será que os retiréis a descansar.
Esto es todo lo que a la madre se le ocurrió decir a sus hijos después de doce años de separación. La audiencia había terminado. El que había de ser obispo de Mondoñedo estaba allí, quizás alumbrando con un candelabro, quizá sosteniendo la pesada cortina de buró junto a un ventanal, para que entrase algo de luz... La fuente que construyó Soto y Valera tenía dos grandes caños, y al lado había pilón para que abrevase el ganado. De todas las hierbas que forman los haces la de más delicado aroma es una gramínea, la anthexanthum odoratunu que algunos llaman amargosa. Festucas y glicerias la acompañan. En los haces de heno uno puede encontrar una marchita amapola. El mercado está en su apogeo al atardecer. A última hora se acercan a los haces los gitanos, buscando precios más cómodos. Y cuando queda desierta la plazuela, noche ya, se oye caer el agua en la fuente y se aspira el fino y fresco olor de la amargosa; así deben de oler las hadas de los campos, las infantas de Irlanda y de Bretaña, las horas del alba en los prados húmedos de rocío. Si yo fuese perfumista en París, para alguna mujer hermosa —para muy pocas, pero sí para alguna—, tendría en un frasquito unas gotas de este perfume tan camal y tan alegre. Recojo unas briznas del hierba y paseo con ellas en la mano, en el silencio nocturno. No es como pasear, claro está, con Julieta, pero sí es pasear con el olor de Julieta.