Capítulo 3

Los representantes legales del comandante Rich no estuvieron muy complacientes con Poirot. Éste no esperaba otra cosa. Dieron a entender, sin decirlo, que hubiera sido mucho más conveniente para su cliente el que la señora Clayton no diera ningún paso a su favor.

La visita de Poirot había sido de cortesía. Tenía influencia suficiente en el Ministerio del Interior y en el C.I.D.* para concertar una entrevista con el detenido.

[*Departamento de Investigación Criminal]

El encargado del caso Clayton, inspector Miller, no era uno de los preferidos de Poirot. Sin embargo, no estuvo hostil; se limitó a estar despectivo.

—No puedo perder mucho tiempo con ese viejo chocho —le había dicho a su ayudante, antes de que Poirot fuera introducido ante su presencia—. Sin embargo, tengo que portarme con educación.

Después de saludar con toda cortesía a Poirot, observó alegremente:

—Tendrá usted que sacarse alguna carta de la manga para hacer algo por éste, monsieur Poirot. Nadie más que Rich pudo haber matado al individuo ese.

—Excepto el criado.

—¡Bueno, le concedo al criado! Es decir, como posibilidad. Pero no va a encontrar nada por ese lado. No tenía el menor motivo para matarle.

—No se puede estar tan seguro de ello. Los motivos muchas veces son muy extraños.

—Bueno, no tenía relación alguna con Clayton. Tiene un pasado completamente inocente. Y parece tener la cabeza bien sentada y ordenada. ¿Qué más quiere usted?

—Quiero comprobar que Rich no cometió el crimen.

—Para complacer a la señora, ¿eh? —el inspector Miller sonrió maliciosamente—. ¿Le ha conquistado, eh? ¿No está mal, verdad? Cherchez la femme con ahínco. Si no fuera porque no ha tenido oportunidad, hasta podría haberlo matado ella misma.

—¡Eso sí que no!

—¡Ah, si usted supiera! Conocí una vez a una mujer como ésa. Quitó de en medio a un par de maridos sin un pestañeo de sus inocentes ojos azules. Y en ambas ocasiones estaba destrozada por el dolor. El jurado la hubiera absuelto a poco que hubiera podido..., pero no pudo, porque las pruebas contra ella eran irrefutables.

—Bueno, amigo mío, no vamos a discutir. Lo que sí me voy a atrever a pedirle es que me dé unos cuantos datos dignos de crédito. Los periódicos publican todo lo que es noticia pero no siempre la verdad.

—Tienen que divertirse. ¿Qué quiere que le diga?

—La hora de la muerte con la mayor exactitud posible.

—Que no será muy grande porque el cadáver no fue examinado hasta la mañana siguiente. Se calculó que la muerte tuvo lugar de diez a trece horas antes del examen del cadáver. Es decir, entre las siete y las diez de la noche anterior... Le atravesaron la yugular... La muerte debió ser casi instantánea.

—¿Y el arma?

—Una especie de estilete italiano, muy pequeño y afilado como una hoja de afeitar. Nadie lo ha visto nunca ni se sabe de dónde viene. Pero lo averiguaremos... Es cuestión de tiempo y paciencia.

—¿No podía haber estado por allí a mano y haberlo cogido en medio de una pelea?

—No. El criado asegura que el arma no estaba en el piso.

—Lo que me interesa es el telegrama —dijo Poirot—. El telegrama en el que llamaban a Arnold Clayton con urgencia a Escocia... ¿Era cierto que le reclamaban allí?

—No. No había ninguna complicación en Edimburgo. La transferencia del terreno o lo que fuera, seguía su curso normal.

—¿Entonces quién mandó el telegrama? ¿Será cierto que recibió un telegrama?

—Debió recibirlo... No es que creamos a ojos cerrados lo que dice la señora Clayton. Pero Clayton le dijo al criado que le habían mandado un telegrama, reclamándole a Escocia. Y se lo comunicó también al teniente Maclaren.

—¿A qué hora vio al teniente Maclaren?

—Tomaron un tentempié en el club, el club de los Ministerios. Eso fue a eso de las siete y cuarto. Luego Clayton cogió un taxi para ir a casa de Rich y llegó allí muy poco antes de las ocho. Después... —Miller extendió las manos, en un gesto amplio.

—¿Notó alguien algo raro en la actitud de Rich aquella noche?

—Bueno, ya sabe usted cómo es la gente. Después de que ocurre algo, todo el mundo cree haber notado muchas cosas que estoy seguro que no vieron en absoluto. La señora Spence dice ahora que estuvo distrait toda la noche. Que en varias ocasiones no contestó adecuadamente. Como si «tuviera algo en la cabeza». ¡Ya lo creo que tendría algo en la cabeza, con un cadáver en el cofre! ¡Estaría pensando cómo diablos iba a deshacerse de él! Eso suponía ya un fuerte quebradero de cabeza.

—¿Por qué no se deshizo lo más rápidamente de él?

—No me lo explico. Habría perdido la cabeza. Pero fue una locura dejarlo allí hasta el día siguiente. Nunca iba a presentársele mejor oportunidad que aquella noche. No hay portero nocturno. Pudo haber sacado el coche, meter el cadáver en el portaequipajes..., tiene un portaequipajes muy grande... y salir al campo y dejarlo en algún sitio. Podían haberle visto meter el cadáver en el coche, pero los pisos dan a una calle lateral y hay un patio donde entran los coches. A las tres de la mañana, por ejemplo, tenía bastante probabilidad de poder hacerlo. ¿Y qué es lo que hace? ¡Se va a la cama, duerme hasta tarde y se despierta con la policía en la casa!

—Se fue a la cama y durmió como podía haber dormido un inocente.

—Piense usted lo que quiera. ¿Pero lo cree usted en serio?

—No puedo contestar a esa pregunta hasta que vea por mí mismo al hombre.

—¿Cree que reconoce a un inocente nada más con verlo? No es tan fácil como eso.

—Ya sé que no es fácil y no pretendo poder hacerlo. Lo que quiero saber es si ese hombre es tan estúpido como parece.