Escena VII

DICHOS y ANA

ANA. -¿Cómo? ¿Tú aquí? (Se acerca lentamente a PLATÓNOV.) Platónov, ¿es cierta esta historia?

PLATÓNOV. -Sí.

ANA. -¿Y lo dices con esa sangre fría?... ¿No comprendes que es una vileza?... Tu acción es baja, ruin... Deberías haberte dado cuenta, querido, de que la mujer de un amigo no debe ni puede ser el juguete de otro. (Eleva la voz.) Tú no la amas. Todo lo que has hecho ha sido por ocio.

VOINITZEV. -Mamá, pregúntale qué ha venido a hacer aquí.

ANA. -Es una vileza. Es ruin jugar con otros. Las gentes son seres como usted, ¡hombre demasiado inteligente!

VOINITZEV. -(Levantándose bruscamente.) ¡Ha venido! ¡Qué insolencia! ¿A qué ha venido? Sé a qué ha venido, pero a nosotros no nos asombrará ni sorprenderá con sus frases hueras.

PLATÓNOV. -¿Quiénes son esos «nosotros»?

VOINITZEV. -Ahora conozco el valor de todas esas frases hueras. Déjeme en paz. Si ha venido a expiar su culpa con verborrea, sepa usted que las culpas no se expían con discursos altisonantes.

PLATÓNOV. -Las culpas no se expían con discursos floridos, pero tampoco se demuestran con gritos y cólera. ¿No he dicho que me pegaré un tiro?

VOINITZEV. -Así no expía uno su culpa. No con palabras, a las que ahora no creo.

¡Desprecio sus palabras! Mire usted cómo el ruso expía su culpa. (Le indica la ventana.) PLATÓNOV. -¿Qué hay allí?

VOINITZEV. -Allí, junto al pozo, yace uno que ha expiado sus culpas.

PLATÓNOV. -Lo he visto...

VOINITZEV. -(Sentándose.) Mamá, pregúntale qué ha venido a hacer aquí.

ANA. -Platónov, ¿qué necesita?

PLATÓNOV. -Pregunte usted mismo. ¿Para qué molesta a su mamá? ¡Todo se ha perdido! Mi mujer ha huido, ¡y todo se ha perdido, no ha quedado nada! ¡Sofía es hermosa cual día de mayo, un ideal tras el cual se ven otros ideales! La mujer sin hombre es como una máquina sin vapor. ¡Ha desaparecido la vida, se han esfumado los vapores! ¡Todo se ha perdido! Y el honor, y la dignidad humana, y la aristocracia, ¡todo! ¡Ha llegado el fin!

VOINITZEV. -¡No le hago caso! ¿Puede usted dejarme en paz?

PLATÓNOV. -Por supuesto. ¡No injuries, Voinitzev! No he venido para que me injurien. Tu desgracia no te da derecho a ultrajarme. Yo soy una persona, y trátame como tal. No eres dichoso, pero nada vale tu desdicha en comparación con los sufrimientos que padecí después de tu partida. La noche fue terrible, Voinitzev, después que te marchaste. Os juro, filántropos, que vuestra desgracia no vale ni pizca de mis suplicios.

ANA.-Es muy posible, pero ¿a quién le importan sus malas noches, sus tormentos?

PLATÓNOV.-¿Tampoco le importan a usted?

ANA.-¡No!

PLATÓNOV. -¿Sí? ¡No mienta, Ana Petrovna! (Suspira.) Tal vez usted tenga razón, a su manera... Quizá... Pero ¿dónde buscar a los hombres? ¿A quién acudir? (Se cubre el rostro con las manos.) ¿Dónde están los hombres? No comprendo... ¡No comprendo!

¿Quién comprenderá? Los estúpidos, los crueles, los insensibles...

VOINITZEV.-No, yo lo comprendo. ¡Lo he comprendido! ¡Yo le comprendo a usted!

Usted es un canalla astuto! ¡Eso es!

PLATÓNOV.-Te perdono, necio, esa palabra. ¡Ten cuidado, no hables más! Y tú (Dirigiéndose a Ana.), ¿qué haces aquí, amante de pasiones fuertes? ¿Estás escuchando?

No tienes nada que hacer aquí. No hacen falta testigos.

ANA. -A ti sí que no se te ha perdido nada aquí. Puedes... largarte. ¡Qué descaro!...

Márchate, por favor.

VOINITZEV. -(Levantándose bruscamente.) No comprendo qué más quieres de mí.

¿Qué quieres, qué esperas de mí? No lo comprendo.

PLATONOV. -Veo que no nos comprendemos, Ana Petrovna. Sí. Tiene mil veces razón el que en su desgracia no acude a casa de sus amigos, sino a la taberna. ¡Tiene mil veces razón! (Va hacia la puerta.) Lamento esta conversación. Me he humillado para nada.

Pensaba que eran ustedes personas civilizadas, pero son como las otras, como los campesinos. Están mal pulidos. (Da un portazo y hace mutis.) ANA. -(Retorciéndose las manos.) Qué bajezas... Corre tras él y dile... Dile que...

VOINITZEV. -¿Qué puedo decirle?

ANA. -Lo que se te ocurra. Platónov ha venido aquí empujado por un noble sentimiento.

Corre, Serguei. Te lo suplico. No es el único a quien hay que censurar. Todos tenemos nuestras pasiones y no somos más fuertes que ellas. ¡Corre! Reconcíliate con él.

Demuéstrale, por amor de Dios, que eres humano.

VOINITZEV. -Yo me vuelvo loco...

ANA. -Vuélvete loco, pero no oses injuriar a las personas. ¡Ah..., corre, por amor de Dios! (Llora.) ¡Serguei.

VOINITZEV. -Déjame en paz, mamá.

ANA.-Iré yo misma... Iré yo misma...

PLATÓNOV.-(Entra.) ¡Oh! (Se sienta en el diván. VOINITZEV se pone en pie.) ANA. -(Aparte.) ¿Qué le sucede? (Pausa.)

PLATÓNOV. -Me duele mucho la mano... Tengo hambre... Estoy tiritando...

VOINITZEV. -(Acercándose a PLATÓNOV.) Mijaíl Vasílievich...

PLATÓNOV. -¿No crees que ya hemos hablado bastante?

VOINITZEV. -Es preciso que nos perdonemos mutuamente. Yo..., yo estoy seguro de que ha comprendido usted mis sentimientos. (Pausa.) Le perdono, por mi honor. Si yo pudiese olvidarlo todo, sería feliz. Intentemos vivir en paz los dos.

PLATÓNOV. -Sí... (Pausa.) Estoy rendido. Tengo mucho sueño y no puedo dormir. Te pido humildemente perdón. (VOINITZEV se aleja de PLATÓNOV y se sienta a la mesa.)

¡No me iré de aquí aunque prendan fuego a la casa! Si alguien no soporta mi presencia, que se vaya de la habitación. (Quiere tumbarse.) Dadme algo caliente... No de comer, sino una manta, por favor. No puedo volver a mi casa... Está lloviendo... Me acostaré aquí.

ANA. -(Se acerca a PLATÓNOV.) Sería mejor que volvieses a tu casa, Mijaíl Vasílievich. Te haré acompañar por un criado... Haré que te cuiden. (Le toca el hombro.)

¡Vete! ¡Vete a tu casa!

PLATÓNOV. -No me iré... Por favor, dame un poco de agua. Tengo sed. (ANA PETROVNA le da un vaso de agua. Bebe.) Me siento mal..., muy mal.

ANA. -Vete a casa... (Le pone la mano en la frente.) Tienes fiebre. Mandaré a buscar a Triletzki.

PLATÓNOV. -(Quedo.) Me siento muy mal..., muy mal...

ANA. -¡Vete! Yo te acompañaré. Tienes que marcharte cueste lo que cueste. ¿Lo oyes?