Escena XVIII
PLATÓNOV y SOFÍA YEGÓROVNA salen de la casa
PLATÓNOV.-Hasta ahora permanezco en la escuela sin ocupar mi puesto, y el puesto de maestro... ¡He aquí lo que ha sucedido después de separarnos!... (Se sientan.) El mal bulle en torno mío, enloda la tierra, traga a mis hermanos en Cristo y de patria; estoy sentado, cruzado de brazos, como después de un trabajo pesado; estoy sentado, miro, callo... Tengo veintisiete años; a los treinta años seré igual no preveo cambios: después negligencia, grasa, embrutecimiento, indiferencia total hacia todo lo que no es encarnación,
¡y, al final, la muerte! ¡Se acabó la vida! ¡Los pelos se me ponen de punta cuando pienso en esa muerte! (Pausa.) ¿Qué puede hacer uno para cambiar su naturaleza, Sofía Yegórovna?
(Pausa.) No, no intente decírmelo... Y, además, ¿cómo podría usted saberlo? Sofía Yegórovna, ¿no le doy lástima? ¿Qué le ha sucedido? ¿Dónde está su alma pura, su sinceridad, su franqueza, su audacia? ¿Dónde está su salud? ¿Dónde la ha metido? ¡Sofia Yegórovna! Pasar años enteros en la ociosidad, viviendo del trabajo de los otros, deleitándose con los sufrimientos ajenos y al mismo tiempo saber mirar directamente a la cara, ¡esto es libertinaje! (Ella se levanta, pero él la obliga a sentarse.) ¡Déjeme acabar, espere! ¿Qué la ha hecho a usted carantoñera, holgazana, habladora enfática? ¿Quién le ha enseñado a mentir? ¡Con lo que era antes! ¡Un momento! ¡Ahora la dejaré irse! ¡Déjeme hablar! ¡Qué buena era usted, Sofía Yegórovna, qué genial! ¡Amada mía, Sofía Yegórovna, quizá usted aún puede levantarse, no es tarde! ¡Piénselo! ¡Reúna todas sus fuerzas y levántese, en nombre de Dios! (La coge una mano.) Querida mía, dígame francamente, en aras de nuestro pasado común, ¿qué demonios la empujó a usted a casarse con ese hombre?
¿Qué le sedujo a contraer ese matrimonio?
SOFÍA. -Es un hombre excelente...
PLATÓNOV. -¡No diga frases en las que usted misma no cree!
SOFÍA. -(Se levanta.) Él es mi marido, y yo le rogaría a usted...
PLATÓNOV. -¡Que sea lo que quiera, pero yo diré la verdad! ¡Siéntese! (Ella se sienta.)
¿Por qué usted no eligió a un trabajador, a un mártir? ¿Por qué no tomó como marido a cualquiera otro, y no a ese pigmeo enfangado en deudas y en el ocio?...
SOFÍA. -¡Déjeme! ¡No grite! Vienen... (Pasan algunos invitados.) PLATÓNOV. -¡Que el diablo se los lleve! ¡Que lo oigan todo! (Quedo.) Perdóneme por la brusquedad... ¡Yo la amaba a usted! La amaba más que a todo en el mundo, y por eso también ahora me es entrañable. Yo amaba tanto estos cabellos, estas manos, esta cara...
¿Por qué se empolva, Sofía Yegórovna? ¡Déjelo! ¡Ah! ¡Si hubiera dado con otro hombre, se levantaría pronto, pero aquí se encenagará aún más! Pobre... Si yo, desgraciado, fuese más poderoso, me arrancaría de raíz a mí mismo y a usted de este cenagal... (Pausa.) ¡La vida!
¿Por qué vivimos no tal y como podríamos?
SOFÍA. -(Se incorpora y se cubre la cara con las manos.) ¡Déjeme! (En la casa hay ruido.) ¡Márchese! (Se va hacia la casa.)
PLATÓNOV. -(Siguiéndola.) ¡Quítese las manos de la cara! ¡Así! ¿No se marchará?
¿No? ¡Seamos amigos, Sofía! ¿No se irá? ¿Seguiremos viéndonos? ¿Sí? (En la casa arrecian el ruido y las carreras por la escalera.)
SOFÍA. -Sí.
PLATÓNOV. -Seamos amigos, querida mía... ¿Por qué ser enemigos? Permítame... Un par de palabras más... (Sale corriendo de la casa VOINITZEV seguido por más invitados.)