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Mark desmontó del impresionante caballo que había adquirido algunas semanas antes y al que aún no había conseguido domar del todo. Abril podía ser un mes primaveral en otros estados, pero Arizona lo consideraba plenamente veraniego. Se sacó la camiseta polvorienta que llevaba y se secó el sudor de la frente con ella.
—Parece que acabes de escaparte de una peli porno de vaqueros. —Escuchó la voz de Parker a su espalda y la risa ahogada de Amy contra el hombro de este.
—Muy graciosos los dos. —Les sonrió—. ¿Qué estáis haciendo aquí?
—Amy quería echar un vistazo a los caballos. Quizá después montemos un rato. —Parker echó un brazo sobre el hombro de su hermano mayor—. Hay otro asunto que queríamos comentarte. ¿Sabes qué le pasa a Preston?
—¿Además de que es un imbécil por ir a meterse en política?
—Sí. ¿Sabes si le ocurre algo más?
—Tiene un mal de amores que se ve desde la Luna. Es eso, ¿no?
—¿Ves? —reprochó Amy a Parker con una sonrisa—. Yo creo que sí, Mark.
—Tiene la misma cara de jodido que tenías tú hace un año —le recordó Mark a Parker.
—Me encontré su portátil medio roto en su escritorio —confesó Parker—. Le he preguntado, y me ha dicho que se le cayó, pero tenía toda la pinta de haberle dado un buen puñetazo.
—Hablaré con él —dijo, al fin, Mark—. Eso es lo que siempre hago, ¿no? —añadió con una mueca sarcástica.
‖
—¿Puedo pasar? —Mark abrió la puerta del cuarto de su hermano con prudencia. Él era el hermano mayor, pero los gemelos siempre habían sido rápidos de puños, y él había aprendido a respetar su intimidad desde que eran adolescentes.
—Sí. ¿Quién te envía? ¿Papá y mamá o Parker y Amy? Suponiendo que no sean las mismas personas…
—¿Te apetece una buena acampada fraternal? —Mark ignoró la pregunta de su hermano.
—¿Acampada? ¿Tenemos doce años otra vez, y no me he enterado?
—No hablo de acampar en el jardín, imbécil. Le robamos una botella de whisky del bueno a papá, cogemos los caballos, vamos hacia el valle, asamos unas hamburguesas y nos emborrachamos. Ese es el plan.
—No suena mal. Pero, ¿me prometes que no empezarás el interrogatorio de hermano mayor hasta que esté borracho?
—Hecho. ¿Tienes tabaco?
—¿Tú no habías dejado de fumar?
—Casi todo el tiempo. ¿Y tú?
—Algo parecido. —Le sonrió—. Por suerte, tenemos un hermano pequeño al que saquear.
‖
Eran casi las nueve de la noche cuando llegaron al lugar del que Mark le había hablado. Su hermano mayor montaba varias horas al día, pero Preston había perdido costumbre y llevaba un buen rato acusando un dolor de espalda que se negaba a reconocer. Habían recorrido la mayor parte del trayecto en silencio; solían hacerlo cuando montaban, incluso cuando eran niños. Su madre siempre decía que los únicos momentos de paz que había tenido cuando aún vivían los cuatro en la casa familiar los habían pasado entre caballos.
—Ya puedes desmontar y dejar de fingir que no te duele el culo, Preston.
—¿Es aquí? —Preston miró alrededor y se quedó impactado con las vistas del anochecer en el valle—. ¡Vaya! Casi me había olvidado de este lugar. Es espectacular.
—Lo sé. Vengo mucho por aquí cuando me apetece desconectar —le contó Mark mientras descargaba las provisiones que habían llevado para la noche.
—¿Desconectar? ¿Necesitas desconectar de la vida en un rancho en mitad de la nada?
—A veces.
—¿Has traído malvaviscos? —Preston se echó a reír—. Parece que, definitivamente, sí tenemos doce años.
—También he traído dos botellas de whisky de dieciocho años.
—Creo que eso también lo hacíamos a los doce.
Los dos hermanos se rieron, recordando las mil diabluras que habían urdido en su infancia. Encendieron una pequeña hoguera, y Mark se encargó de los caballos mientras Preston asaba la carne para la cena. Era casi medianoche cuando llegó el turno de las confesiones.
—¿Me lo vas a contar? —preguntó Mark, pasándole la botella a Preston.
—Hay una chica —respondió él, después de dar un largo trago. Sintió el whisky descender caliente por su pecho, y eso lo animó a hablar.
—Siempre la hay, imbécil. ¿Qué es lo que ha pasado?
—No tengo ni puta idea, Mark. Estábamos tan bien… Es Lisa, mi compañera de piso.
—La amiga de la novia de Travis.
—Las noticias vuelan…
—En la familia Sullivan, sí.
—Pues eso… que es ella. Lisa. Hemos estado viviendo juntos un par de meses, nos llevábamos de maravilla y, al fin, estábamos juntos. Todo iba sobre ruedas. La campaña acaba de arrancar, las clases me van bien, ella acaba la carrera ya ahora… El último día antes de las vacaciones estuvo muy rara; me dijo que se encontraba mal, pero no acabé de creérmelo. El viernes se fue al aeropuerto sin despedirse y ha tenido el móvil apagado desde entonces. Le he enviado… yo qué sé… cien mil correos electrónicos. Y, ayer, al fin, me respondió que quizá se quede en Boston hasta fin de curso. Espero que lo pases muy bien en Arizona —Preston impostó la voz con sarcasmo—. No me lo puedo creer.
—O sea, que al célebre Preston Sullivan le han dado calabazas. Al fin.
—Vete a la mierda —Preston volvió a beber—. No me creo nada, Mark. A Lisa le ha pasado algo. Yo sé lo enamorada que estaba de mí, eso no se puede fingir.
—¿Lo sabes porque tú también lo estabas de ella? —le preguntó Mark, sin asomo de burla en su tono.
—Sí. Y puede que hasta ahora no me haya dado cuenta de cuánto lo estaba. De cuánto lo estoy.
—¿Y qué vas a hacer?
—¿Qué harías tú?
—¿Yo? Yo, posiblemente, lo jodería todo. Pero creo que tú deberías hacer todo lo posible por recuperarla. ¡Vamos, Preston! ¡Eres tú! Ninguna se resiste. Eres el hermano divertido, mujeriego y despreocupado.
—¿Divertido, mujeriego y despreocupado? ¿Eso es lo que soy para vosotros? —fingió ofenderse Preston.
—Claro. Cada uno tenemos tres etiquetas en esta casa. Travis es el deportista, inseguro y soñador. Parker es el rebelde, taciturno e idealista.
—¿Y tú?
—Yo soy el serio, responsable y solitario. Papá y mamá decidieron que éramos así, y a veces creo que hacemos todo lo posible por no decepcionar lo que se espera de nosotros.
—¿Ocurre algo, Mark? ¿Estás bien en el rancho?
—Nada nuevo. La vida aquí es solitaria, y supongo que me he acostumbrado a eso.
—¿Hay alguien?
—Pseeee… Tengo un par de números a los que llamar si me apetece sacarla de paseo.
—¿Sabes, Mark? Nunca lo he hablado con Parker, ni siquiera con Travis, pero siempre he tenido la sensación de nos ocultas algo. ¿Por qué odias Nueva York? ¿Qué te ocurrió allí?
—Vaya… Parece que el turno de los interrogatorios ha cambiado de bando.
—El cazador cazado. —Preston le sonrió—. Pasó algo, ¿no?
—Sí. Cometí errores cuando estaba en la universidad. Errores graves con consecuencias catastróficas. Llevo tiempo queriendo contároslo. Siempre soy el hermano al que pedís consejo… y no merezco serlo. Pero, si al final reúno fuerzas para confesar, quiero que estéis todos presentes.
—Ya apetece estar todos juntos, ¿verdad? —Preston cambió de tema. El alcohol estaba empezando a llamar a gritos a la melancolía.
—No soy yo quien se marchó huyendo de Arizona. Volved aquí, y así las chicas de Phoenix no podrán volver a dormir tranquilas.
—Lo veo complicado. —Preston chasqueó la lengua—. Te recuerdo que, algún día, seré congresista por el estado de Nueva York, así que mi vida estará en la otra costa de forma definitiva.
—¿Tú estás seguro de dónde te estás metiendo?
—¿Por qué todos me decís lo mismo? El abuelo era el gobernador de Arizona cuando éramos pequeños, y no lo recuerdo tan horrible. Y el tío Ed ha sido alcalde de Phoenix muchos años, y no lo he oído quejarse.
—¿Tú te ves a ti mismo como el abuelo o el tío Ed? Preston, por Dios… a ti te gusta divertirte, has vivido como te ha dado la gana en Londres, te tiras a las mujeres a pares… ¿Sabes lo que va a hacer la prensa contigo? Además, en Nueva York, que hay un periodista en cada edificio.
—No sé, Mark… Es como si siempre hubiera estado predestinado a esto, ¿sabes? Hace años que toda la familia dio por hecho que sería yo quien entrara en política, y me he dejado llevar un poco por la corriente.
—No eras tú quien iba a entrar en política, Preston. Era yo. El chico serio, formal, responsable y buen estudiante. Pero la jodí. Richard tuvo miedo de que la prensa escarbara en mi pasado, y tú recibiste la herencia política de los Sullivan.
—Así que tú también conoces a Richard Bryant, ¿no?
—Es un hijo de puta de impresión. Pero, como dice papá, es «nuestro hijo de puta». Cualquier cosa que le quieras pedir, por muy sórdida que sea, él te la conseguirá en menos de dos horas. Ya sea un avión privado, hundirle la vida a un enemigo o una puta de primera categoría.
—Lo tendré en cuenta —respondió Preston, entre risas—. No tenía ni idea de que tú habías sido un día la esperanza política de la familia.
—Estabais en el instituto todavía cuando ocurrió —explicó Mark, sin ir más allá en las explicaciones sobre su pasado—. Escucha, Preston… Tu vida va a pasar a estar en un escaparate. Si hay algo que no quieras que nadie sepa, algo que te haga dudar… piénsalo bien antes de meterte de lleno en el lío. Después, ya será demasiado tarde.
—Sí que lo hay, Mark. Antes de las vacaciones, tuve una discusión con Richard. Quería meter la nariz en todo el asunto de Parker, reunirse con todos nosotros para ver cómo minimizar…
—Minimizar los daños. Oí esa expresión con bastante frecuencia durante una buena temporada. Qué asco. ¿Qué le dijiste?
—Le prohibí husmear en ese asunto. Parker y Amy se merecen empezar su vida sin esa mierda saliendo en la prensa. Podría afectar incluso a la adopción de Katie, joder. Por no hablar de Emily, que se ha portado de maravilla con todos nosotros.
—Es una buena chica, ¿verdad?
—¿Emily? Es fantástica. A Travis le ha tocado la lotería. —Preston rebuscó en la mochila de Mark y sacó dos cigarrillos—. Al final no me has dicho qué harías tú en mi lugar. Con Lisa, me refiero.
—Vete a buscarla. Si la quieres de verdad… —Preston ni siquiera había pensado en su relación con Lisa con términos como quererla, pero, en cuanto su hermano lo dijo, supo que había dado en el clavo—. Si la quieres de verdad, lucha por ella.
—Mañana llamaré a Travis para intentar sonsacarle información. No debería meterlo en medio, pero…
—Pero que se joda. —El alcohol había hecho ya mella en ellos, y se carcajearon—. Es un código: se puede traicionar a cualquier mujer por un hermano.
—Deberíamos dormir. —Tiraron los restos de sus cigarrillos a las ascuas de la hoguera y se metieron en los sacos—. Mark…
—No me digas ninguna mariconada, haz el favor.
Se durmieron entre carcajadas etílicas bajo el manto de silencio de los parajes de su infancia.