IX

 

 

 

Lisa despertó poco después del amanecer, en parte por el golpeteo constante de la lluvia en su ventana, en parte porque desde su llegada a Boston no había logrado conciliar el sueño con un mínimo de profundidad. En su última noche en Nueva York, había conseguido evitar a Preston, con la excusa de estar sufriendo una migraña, y al día siguiente se había marchado al aeropuerto antes de que él despertara. Tener que apagar el móvil para el vuelo le dio la excusa perfecta para no volver a encenderlo. Con el portátil no pudo hacer lo mismo, por más que esa hubiera sido su intención inicial; pretendía acabar la carrera ese mismo curso, por lo que debía trabajar duro durante las vacaciones. Y, claro, una vez que el ordenador estuvo encendido, consultar su correo electrónico fue una tentación imposible de evitar. Allí, encontró una media de cinco correos diarios de Preston. Al principio, preguntándole si le ocurría algo; después, pidiéndole que lo llamara; más tarde, suplicándole que diera señales de vida; y, por último, amenazando con presentarse en Boston si ella no le daba alguna respuesta.

Lisa había tomado la única decisión posible en aquel momento y, sobre todo, en aquel estado anímico. Le había enviado un correo en tono fingidamente despreocupado, diciéndole que se había olvidado el cargador del móvil en Nueva York y que estaba muy atareada con las tareas de su proyecto fin de carrera. Le dejaba caer, como si no tuviera el alma destrozada, que quizá se quedara en Boston el resto del semestre, ya que el trabajo que tenía pendiente podía realizarlo a distancia sin problemas. Y, por último, le deseaba que pasara unas buenas vacaciones en Arizona junto a su familia.

Se sintió hasta sucia cuando acabó de escribir el email. Había escupido tal sarta de medias verdades y de completas mentiras que llegó a plantearse si no sería una opción mejor afrontar una conversación cara a cara. Pero no. No podía enfrentarse a él porque no tenía ni un ápice de confianza en su propia fuerza de voluntad. Se consoló pensando en cuánto iba a cambiar su vida en los meses siguientes. Emily ya no la necesitaba en Nueva York, así que podría continuar con su vida allá donde la llevara una oferta laboral interesante. Quizá un lugar en el que ya no tuviera que esconder su físico. Su breve aventura con Preston le había dejado el corazón roto, sí, pero al menos había hecho que se replanteara la conveniencia de seguir disfrazándose para continuar con su vida.