VI

 

 

 

Preston encontró a Lisa sentada en la pequeña mesa de la cocina a la mañana siguiente. Removía el azúcar de su café con leche con una cadencia rítmica, aunque sus ojeras delataban que esa noche debía de haber dormido tan poco como él.

—Buenos días —le dijo él, prudente.

—Preston, si en algún momento vuelve a pasar algo parecido a lo de anoche, tendrás que irte del apartamento.

—Lo siento muchísimo, Lisa. Por un momento… no sé, supongo que fue el alcohol… y, por un momento, olvidé que a ti no te gustan los hombres. Me siento como una auténtica mierda.

—No te preocupes. Me gusta vivir contigo. Eres un buen chico, y nos divertimos juntos. Olvidémoslo y dejemos que todo siga como hasta ahora.

Preston asintió. Se sirvió un café en una taza desechable y se marchó a su despacho a adelantar parte del trabajo de la semana. Nunca iba al campus en fin de semana, pero ese día sintió la necesidad de alejarse de Lisa. De ella, y de la pertinente sensación de que nunca había sentido con alguien una conexión similar a la que le había producido el beso de la noche anterior.

Lisa se sirvió otro café y volvió a meterse en la cama. No lograba sacarse a Preston de la cabeza y agradecía, en su interior, que él hubiera decidido pasar el día fuera. Pensó en llamar a Emily y desahogarse, como había hecho siempre que algo la atormentaba, pero sabía que su amiga echaría las campanas al vuelo y empezaría a visualizarla con un vestido de novia o algo igual de terrible. Hacía años que no necesitaba somníferos para dormir, pero esa mañana decidió hacer una excepción, se tomó uno –incongruentemente acompañado de su tercera taza de café– y se tumbó en la cama.

 

 

Preston había pasado cuatro días intentando cuadrar su agenda de las siguientes semanas, con todos los actos políticos de presentación de la candidatura que su asesor de campaña le había enviado por email y los trabajos que debía corregir antes de las vacaciones de primavera. A decir verdad, debería también reservar el vuelo a Londres si quería irse a pasar allí las vacaciones, pero toda su vida parecía estar en standby en los últimos días. Las cosas en casa parecían normales con Lisa, y nadie ajeno se habría dado cuenta de una tensión que ellos percibían por partida doble: en sí mismos y en el otro.

Cuando se dio cuenta de que su cerebro no parecía por la labor de cooperar en que aquel día fuera productivo, cogió el teléfono y llamó a la única persona que podría ayudar a solucionar su caos mental. No había nadie en el mundo con quien se hubiera peleado más veces que con Travis. Una vez, incluso, cuando tenían unos quince años, Travis le había roto un diente de un puñetazo, a lo que Preston había respondido dejándole un ojo cerrado durante días. Sonrió al recordar que sus padres, en lugar de llevarlos al médico, los habían castigado a permanecer juntos en la biblioteca del sótano, leyendo, durante una infernal tarde de verano. El motivo que había originado la pelea se les olvidó en cuanto comenzaron juntos a urdir un plan para escaparse a través de un tragaluz. Antes de marcar, apoyó el auricular del teléfono en su labio y se alegró de saber que, por muy inseguro que estuviera con respecto a su carrera política o a su relación –o falta de ella– con Lisa, había tres personas en el mundo que siempre estarían ahí para él, pasara lo que pasara. Apuntó en su agenda en letras rojas «Llamar a Mark», ya que hacía días que no sabía nada del mayor de ellos.

—¿Diga?

—Hola, Trav… ¿Puedes hablar?

—Sí, claro. ¿Qué pasa?

—¿Estás solo en casa? ¿Puedo pasarme?

—Sí. Emily acaba de irse al gimnasio, tardará horas en volver.

—Voy para ahí.

 

 

—¿Whisky? —Fue todo el saludo de Travis cuando abrió la puerta de su apartamento.

—¿Tanto se nota que lo necesito?

—Bastante. ¿No deberías estar trabajando?

—La he jodido, Trav. La he jodido bien.

—Te has follado a Lisa.

—¿Qué? ¡No!

—¿Ah, no?

—Solo… solo la besé.

—¿El sábado?

—Sí. Fue… no sé, Travis… fue genial. ¡Cómo coño he podido hacerle eso!

—¿Besarla? ¡Oh, Dios santo! ¿No has pensado en entregarte a las autoridades? —ironizó Travis.

—No estoy para bromas. ¿Te imaginas que a ti te besara un tío? Imagina que tienes un amigo gay, que sabe que eres hetero, y una noche de borrachera se pone gilipollas y te come el morro. ¿No le partirías la cara?

—Probablemente.

—Lisa es lesbiana, joder. Y yo me comporté como un puto salido.

—Lisa no es lesbiana —confesó Travis. Estaba harto de encubrir aquella mentira piadosa de la mejor amiga de su novia. En una noche de confesiones de pareja, había conseguido arrancarle a Emily los motivos por los que Lisa se comportaba así, y solo la pena que le había dado la triste historia de Lisa había hecho que mantuviera aquel secreto. Pero era Preston quien estaba ahora hecho polvo delante de él, y su orden de prioridades estaba muy claro.

—¿Cómo dices?

—No te puedo contar nada, Preston. Y te juro que me jode mucho tener que decirte esto, pero es algo que tendrás que conseguir que Lisa te cuente. Tú malinterpretaste un comentario suyo, y ella permitió que creyeras que es lesbiana. Le ocurrió algo y… bueno, no quiero hablar de más, pero quiere mantener a los hombres alejados. Pero no es lesbiana. Simplemente, no sale con nadie.

—Me largo. —Preston dejó su vaso con furia sobre la mesa de centro del salón de su hermano y se dirigió hacia la puerta.

—Espera un momento. No hagas ninguna tontería —le pidió Travis, agarrándolo con fuerza.

—Estoy muy cabreado, tengo que ir a casa.

—¡Para, Preston! Cálmate antes de hablar con ella.

—No. Va a tener que oír todo lo que tengo que decirle. Llevo toda la semana sintiéndome como una mierda por haberla besado contra su voluntad. ¡Joder! Ahora entiendo su respuesta al beso… ¡Se lo estaba pasando de puta madre!

—Preston… ¿Qué coño te pasa con esa chica?

—¿Qué?

—¿Qué estás haciendo con Lisa? ¿Por qué te fuiste el sábado con ella en vez de buscarte alguna presa fácil con la que pasar la noche?

—Me… me gusta, Trav. —La expresión inocente de Preston y su encogimiento de hombros hizo que a Travis se le dibujara una sonrisa. No hacía mucho que él se había sentido así de perdido cuando creyó que Emily se le había escapado de las manos para siempre.

—Pero ella… no es tu tipo, Preston.

—Ya lo sé. —A Preston le dio la risa—. ¿Crees que no me doy cuenta? A veces, la miro, con sus gafas pasadas de moda, su ropa espantosa…

—…y te gusta, de todos modos. Quizá más que nunca —Travis acabó la frase por él, asintiendo, comprensivo.

—Sí. Supongo que sí. ¿Cómo lo sabes?

—Porque el día que vi a Emily acercarse a mí arrastrando un bastón supe que me gustaba muchísimo más que cuando me parecía la mujer perfecta en el gimnasio.

—Joder.

—Sí. Joder.

—Deberíamos pelearnos a puñetazos o algo así para olvidar este ataque de sentimentalismo que nos acaba de entrar —bromeó Preston.

—O deberías irte a casa y arreglar las cosas con Lisa.

—Sí, va a ser lo mejor. —Preston se levantó y, con la elegancia innata de los Sullivan, planchó con las manos su pantalón azul marino—. Pero sigo muy cabreado con ella.