II
—Una más y me marcho, Preston. Emily va a matarme.
—Por Dios santo, Trav, no seas calzonazos. Empiezas a parecerte a Parker…
—No digas tonterías —rebatió Travis, como si le hubiese mentado al diablo—. ¿Vas a ir a casa en las vacaciones de primavera?
—No creo. Me apetece hacer una escapada a Londres para ver a mis amigos. La vuelta a Nueva York fue tan precipitada que de algunos ni siquiera pude despedirme. Ni de algunas… —Preston sonrió, al tiempo que indicaba a la camarera con un gesto de su mano que les sirviera otras dos copas y, con una sonrisa, que estaría disponible para lo que ella dispusiera.
—No vas a cambiar nunca, ¿no?
—¡Ojalá! Me va a tocar cambiar dentro de poco. Mi asesor de campaña me obliga a portarme bien.
—Preston, ¿tú estás seguro del paso que vas a dar? ¿No sería mejor que siguieras dando clase y meterte en política dentro de unos años?
—Es que el momento es ahora. Todo el partido quiere hacer una campaña para modernizarse, sobre todo en la costa este. Y yo parezco la persona adecuada. Les gusta el hecho de que haya vivido en Europa, que tenga experiencia en derecho internacional, también una cuestión de imagen…
—O sea, que te quieren por guapito —se burló Travis.
—No es eso, listo. Es por la edad, más que nada. Quieren venderme como el futuro congresista más joven del país.
—¿Y cómo vas a llevar lo de portarte bien?
—Pues mal. Lo que peor llevaré, seguro. —Preston exhaló un suspiro resignado—. Así que tendré que aprovechar el tiempo hasta que mi cara empiece a salir en la prensa.
Travis se distrajo consultando el móvil lo que a él le parecieron cinco segundos. Suficientes para que Preston invitara a sentarse con ellos a dos amigas que debían de ser, como mínimo, modelos de Victoria’s Secret. Cuando volvió en sí de la sorpresa, la mano de una de ellas reptaba por su muslo, dejando muy claras sus intenciones. La cara de Emily se representó en su cabeza como si se hubiese hecho corpórea allí mismo, lo que le hizo sonreír. Se levantó, le guiñó un ojo a su hermano y empezó a despedirse.
—Señoritas, las dejo en buena compañía. Yo tengo que irme.
—¡Oh! ¡Qué pena! —dijo una de ellas, con tono tan impostado que hizo que Travis deseara estar ya en el taxi.
—Mi querido hermano gemelo es un hombre emparejado. Vais a tener que conformaros conmigo. —Preston fingió un puchero. Travis puso los ojos en blanco y trató, sin éxito, de contener la risa, cuando escuchó aquella técnica tan burda, incluso para Preston.
—Adiós, Preston. Nos vemos mañana. A las ocho, ¿de acuerdo?
—¿Mañana?
—Cena en Harlem. ¿Recuerdas?
—Pues, si no me lo llegas a recordar, ni de coña… Nos vemos allí. —Chocó un puño con su hermano y, a continuación, se dirigió a sus dos compañeras de mesa—. Bueno, señoritas, ¿sabéis que tengo un piso en Brooklyn con unas vistas fantásticas de la ciudad?
Las risas de Travis aún se escuchaban mientras se subía al taxi camino del apartamento que compartía con Emily en Hell’s Kitchen.
‖
—Dios mío, esto está increíble, Amy —comentó Lisa, con la boca medio llena. Los tres hermanos Sullivan, junto a Emily, Amy y la propia Lisa llevaban ya más de una hora degustando las delicias de la cocina afroamericana.
—¿Verdad que sí? El restaurante es de un amigo de mi madre. Han abierto hace poco tiempo.
—¿Y tu madre trabaja aquí? —preguntó Emily.
—Sí. Ahora que Katie vive ya con nosotros de forma casi definitiva, puede permitirse los horarios.
—¿Todo listo para la boda? ¿No te has arrepentido aún de casarte con este imbécil? —se burló Preston, ganándose un puñetazo de Parker en el hombro.
—Iremos a Arizona en las vacaciones de primavera para dejarlo todo cerrado —los informó Amy, riéndose todavía de la indignación de su novio.
—Estáis completamente locos.
—Déjalos en paz, Preston. Que tú le tengas aversión al amor, no significa que ellos estén locos por casarse.
—¿Quién más opina que hay que estar mal de la cabeza para casarse antes de los veinticinco? —preguntó Preston, medio en broma, medio en serio, al tiempo que levantaba la mano para emitir su voto.
Todos se rieron, entre otras cosas porque Preston tenía, desde niño, la capacidad para reírse de todo y de todos sin que nadie se ofendiera. Solo Lisa alzó su mano también, ganándose una sonrisa radiante de Preston y un pequeño vuelco interior al ver que él le lanzaba un beso y un guiño desde el otro lado de la mesa.
La próxima boda de Parker y Amy monopolizó la conversación de las chicas, y los planes de despedida de soltero, la de los chicos, pero la cabeza de Lisa estaba muy lejos de aquella mesa. ¿Por qué le había afectado ese beso de broma de Preston? Hacía cinco años que no recibía ningún tipo de atención por parte de un hombre, y eso era justo lo que deseaba. Que nadie la mirara, que nadie se sintiera atraído por ella, pasar inadvertida. Y, ahora, ante la primera muestra de afecto, incluso en aquel tono frívolo, se estremecía por dentro.
Parker y Travis debían de estar muy interesados en la despedida de soltero para no darse cuenta de que Preston tenía la mente en otro lugar. Sabía que el coqueteo era inherente a su comportamiento, pero no tenía ningún sentido haberse puesto tonto con Lisa. Llevaban cerca de un mes coincidiendo con frecuencia, y cada vez le caía mejor aquella chica. Sus hermanos siempre habían bromeado con que era imposible que Preston tuviera una amiga, porque tardaría apenas unas horas en llevársela a la cama. Lisa parecía desafiar aquella afirmación, por mucho que Preston se avergonzara de que el motivo fuera su aspecto físico. Y, ahora, de repente, le lanzaba un beso, le guiñaba un ojo y se comportaba como si de verdad estuviera intentando acostarse con ella.
—Entonces, ¿Las Vegas? —escuchó, como a lo lejos, a su hermano Travis.
—Las Vegas. Sin duda. —Preston retomó el contacto con el mundo real, y se le hizo la boca agua al pensar en lo que Las Vegas podría ofrecerles en esa despedida de soltero.
—Por cierto, Preston, ¿te tiraste ayer a las dos rubias del bar?
—Pseeee… Un caballero no habla de esas cosas.
—O sea, que sí. —Parker se echó a reír, al tiempo que alcanzaba un paquete de cigarrillos del bolsillo de su cazadora y le hacía un gesto a Preston para que lo acompañara fuera.
Hacía una noche excelente, así que salieron a la calle en manga corta. Los seis ojos femeninos siguieron cada uno de sus movimientos, desde los tatuajes de Parker tensándose sobre los músculos de sus brazos hasta las largas piernas de Preston enfundadas en unos vaqueros que le quedaban como un guante.
—Hola, chicas… Sigo aquí —protestó Travis entre risas—. ¡Emily! ¡Al menos tú, mírame a mí!
—No seas bobo, no estábamos mirándolos a ellos —se defendió su novia, apoyando, cariñosa, la cabeza sobre su hombro. Lisa y Amy ni siquiera hicieron amago de justificarse.
En la calle, Preston trataba de convencer a Parker para salir esa noche.
—No puedo. Es la primera vez que dejamos a Katie con una canguro, y quiero ver qué tal le ha ido.
—Eres todo un padre de familia —se burló Preston, encendiendo el cigarrillo que le había ofrecido su hermano.
—Sí, no te lo voy a negar. Tú puedes reírte, pero yo estoy encantado.
—Ya lo sé. Sabes que te lo digo de broma, ¿verdad?
—Claro que sí. —Parker le sonrió—. Y tú, ¿qué rollo te traes con Lisa?
—¿Yo? ¿Con Lisa? —¿Era cosa suya o su voz se había agudizado unos cuantos tonos?—. Nada, joder. Hemos coincidido un montón de veces con Travis y Emily, y me cae muy bien, pero nada más.
—¿Y esos jueguecitos de te-lanzo-un-besito, hago-bromitas-que-nadie-más-entiende y demás?
—¡Yo no hago con ella bromas que nadie más entiende!
—¿Me das uno, Peter? —preguntó Lisa, saliendo en ese momento a la calle.
—No sabía que fumabas, Laura. —Le sonrió, cómplice— No tengo tabaco. Oficialmente, aquí solo fuma Parker.
—Sí. Preston ni fuma ni hace bromas que nadie más entiende —respondió Parker, burlón, tirándoles su paquete de cigarrillos—. Quedáoslo. Nosotros nos vamos ya, y en casa tengo vetado el tabaco.
Cuando regresaron al interior, pese a toda la insistencia de Preston, tampoco Travis y Emily parecían querer acabar la noche en algún local del centro.
—Eres mi última esperanza, Lisa. ¿Vamos a tomar una copa?
—No, estoy agotada. Me marcho a casa. ¿Alguien comparte taxi conmigo?
—Vente conmigo en metro. Tengo que llegar hasta Brooklyn, así que agradecería hacer parte del trayecto acompañado.
—De acuerdo —aceptó Lisa, mientras sus dos parejas de amigos se iban cada uno por su lado.
—¿Has encontrado ya compañera de piso? —le preguntó, mientras bajaban las escaleras de la estación de la calle 125.
—No. Ni me preguntes por el tema, empiezo a estar desesperada. Asumir un alquiler yo sola, por mucho que mis padres me echen una mano, empieza a estar muy por encima de mis posibilidades.
—Seguiré investigando si hay alguien interesado. Ya te avisaré si me entero de algo.
—Genial. Gracias.
—¿Te apetece que le eche un vistazo a tu piso por si alguien me pregunta?
—Emmmm… ¿Qué…? ¿Ahora?
—Sí, tomamos la última en tu casa, ¿te parece?
—No sé… Yo…
—Vamos, Lisa… —Preston se aproximó, dejando a un lado todo atisbo de prudencia, y le acarició la mejilla. Diablos, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero no le apetecía irse a su casa solo, y Lisa le caía realmente bien—. Lo pasaremos de maravilla.
—Preston, creo que hay algo que tienes que saber. Yo no… yo… A mí no me gustan…
—¿Qué? ¿Qué ocurre?
—No salgo con hombres, Preston.
—¡Ah! Vaya. Lo… lo siento.
—No pasa nada.
—Sí, sí pasa. Joder, he metido la pata.
—Preston, en serio, no te preocupes. Ya está, olvidémoslo.
—De acuerdo. —Preston le sonrió, resignado, mientras ella se despedía con un beso en la mejilla y se bajaba del vagón.
Lisa aceleró el paso en el camino hacia su apartamento. Su barrio era muy seguro, así que no era el temor el motivo de su premura. Simplemente, trataba de alcanzar a su corazón, que, tras la proposición de Preston, se había acelerado y debía de llevar ya unas horas sentado en su sofá.