IV

 

 

 

—¿Estás seguro de que no eres una chica, Preston? ¿Cómo puedes tener tanta ropa? —protestó Lisa, mientras le ayudaba a abrir la enésima caja.

—¿Quieres que te demuestre que no lo soy? —Preston arqueó una ceja. Solo habían pasado tres días desde que Lisa le había propuesto ocupar la habitación que Emily había dejado desocupada, y ya empezaba a incumplir lo que le había jurado a Travis: no coquetear con Lisa, no hacerle daño, respetar su espacio.

—No, gracias, creo que podré sobrevivir sin comprobarlo.

 

 

Las siguientes semanas pasaron entre cajas que desembalar, cervezas improvisadas y pizzas a domicilio. Preston descubrió que Lisa era una buena cocinera. Lisa descubrió que Preston prefería quedarse con ella a ver una película por las noches que seguir con su tradición de cervezas con sus antiguos compañeros de fraternidad. Lisa confesó algunos de sus más vergonzosos secretos, como su pasión por la literatura romántica inglesa y su nada original enamoramiento de Fitzwilliam Darcy. Preston le habló con pasión sobre Londres y le propuso hacer un viaje en el que él le enseñaría la ciudad. Los dos fingieron no sentir especial ilusión por ese plan que probablemente no encontrarían momento para realizar. Parker, Amy, Travis y Emily mantenían que ellos eran los más pareja de los seis. Preston y Lisa lo desmentían, enfadados. Lo negaban en voz alta, pero, por las noches, en la oscuridad de sus dormitorios, las cosas eran bien distintas. Lisa luchaba contra la realidad de que se estaba enamorando de él. Preston no podía luchar contra el hecho de que a ella le gustaran las mujeres. Si eso hubiera tenido solución, él habría puesto todo de su parte, ya que empezaba a asumir que aquella mujer, por poco atractiva que le pudiera parecer al principio, era la única persona con la que le apetecía pasar su tiempo.