CAPÍTULO XXIV
ASPECTO RELIGIOSO DEL ESPIRITISMO

El espiritismo forma un conjunto de ideas y enseñanzas compatibles con todas las religiones. Sus principios fundamentales son la continuidad de la personalidad humana y el poder de comunicación después de la muerte, hechos básicos que tienen una importancia primordial en el Bramanismo, el Mahometismo, el Parsismo y el Cristianismo. Sin embargo, el espiritismo aventaja a estas religiones por que se dirige a todo el mundo. Sólo existe una escuela con la cual es absolutamente irreconciliable: la escuela del materialismo, que tiene agotado al mundo, y es causa radical de todos nuestros infortunios. La comprensión y aceptación del espiritismo son factores esenciales para la salvación de la humanidad; de lo contrario, cada vez caerá más bajo dentro del campo utilitario y egoísta del Universo. El Estado materialista por excelencia fué la Alemania de antes de la guerra, pero los demás Estados modernos son del mismo tipo, con sólo la diferencia de grados.

Se preguntará por qué las antiguas religiones no salvan al mundo de su degradación espiritual, a lo cual contestaremos que todas lo intentaron, pero todas han fracasado en el intento. Las Iglesias que las representan degeneraron y se han vuelto mundanas y materiales. Perdieron todo contacto con la vida del espíritu, y se contentan con referirlo todo a los tiempos antiguos y entregarse a unas oraciones y un culto externo a base de tan enrevesadas e increíbles teologías que la inteligencia honrada siente náuseas sólo de pensar en ellas. Nadie se ha mostrado tan escéptico e incrédulo acerca de las manifestaciones del espiritismo como el clero, sin embargo de ostentar una creencia que sólo se funda en hechos análogos a los nuestros, ocurridos en los tiempos pasados; su rotunda negativa a aceptar ahora estos hechos da la medida de la sinceridad de sus convicciones. Se ha abusado de la fe hasta el extremo de hacerla imposible para muchas inteligencias serias, las cuales exigen pruebas y conocimiento. Esto es precisamente lo que el espiritismo ofrece. Funda nuestra creencia en la vida después de la muerte y en la existencia de mundos invisibles, no en la antigua tradición o en vagas intuiciones, sino en hechos probados. Por consiguiente, con el espiritismo puede construirse una ciencia de la religión y dar al hombre senda cierta y segura entre las charcas de los distintos credos.

Al afirmar que el espiritismo puede conciliarse con cualquier religión, no queremos decir que todas las religiones tienen el mismo valor, o que los postulados del espiritismo solo no sean mejor que los del espiritismo unido a los de otro credo religioso. Individualmente el autor piensa que el espiritismo suministra por sí solo todas cuantas enseñanzas necesita el hombre, pero ha encontrado muchas personas de alma superior que no pudieron prescindir de las convicciones de toda su vida y abrazaron la nueva verdad sin dejar la antigua creencia. De todas suertes, el que tenga como único guía el espiritismo, no se sentirá en oposición con el cristianismo en lo esencial de éste, sino todo lo contrario. Ambos sistemas predican la vida después de la muerte. Ambos reconocen que la vida que sigue a la muerte está regida por la conducta observada en la tierra. Ambos profesan la creencia en un mundo poblado de espíritus, buenos y malos, llamados por los cristianos ángeles y demonios y por los espiritistas guías, espíritus elevados y espíritus sin desarrollar. Ambos creen que la bondad, la generosidad, la dulzura, la pureza y la honestidad son virtudes necesarias. Sólo la beatería hipócrita es considerada como grave pecado por los espiritistas, al contrario de algunas sectas cristianas que la recomiendan. Para los espiritistas toda perfección es respetable y reconocen que en todas las religiones hay santos, almas superiormente desarrolladas que recibieron por intuición lo que el espiritismo da por conocimiento. Pero la misión del espiritismo no termina con eso. Quiere acabar con el agnosticismo declarado y con el más peligroso de los que aparentan cierta forma de creencia, y en realidad no tienen ninguna.

En opinión del autor el hombre que más beneficios recibe de la nueva revelación, es aquel que estuvo entregado a otros credos religiosos y los encontró igualmente insuficientes. Al llegar a tal estado, se halla como en un valle de sombras, con la Muerte esperándole al final, y sin otra religión práctica que el cumplimiento pleno del deber. Semejante situación produce hombres de gran mérito, de estirpe estoica, pero no siempre felices. Si entonces les llega la prueba positiva de la existencia del Más Allá, ya sea súbitamente, ya por una convicción paulatina, la nube desaparece; ya no está en el valle, sino en la lejanía, y a su vista se extiende un panorama sucesivo de cordilleras, cada una de las cuales más bella que la anterior. Todo es luz donde antes todo eran sombras. La aurora de esa revelación es el día mejor de su vida.

Contemplando la excelsa jerarquía de seres que están por encima suyo, el espiritista se da cabal cuenta de que algún arcángel puede de tiempo en tiempo visitar a la humanidad con misiones de esperanza. Hasta la humilde Catalina King con su mensaje de inmortalidad transmitido a un gran hombre de ciencia, era uno de esos ángeles. Francisco de Asís, Juana de Arco, Lutero, Mahoma, Bad-ed-Din, y tantas otras figuras religiosas, fueron ángeles llegados de lo alto. Pero por encima de todos se halla Jesús, el hijo de un artesano judío. No está en nuestro menguado cerebro calcular el grado de divinidad que en Jesús había, pero sí podemos decir con toda certeza que estaba más cerca de Dios que nosotros, y que sus predicaciones, aún no seguidas por el mundo, son las más bellas, generosas e indulgentes de que tengamos conocimiento, sin exceptuar las de su compañero Buda, también mensajero de Dios.

Y, sin embargo, cuanto más fijemos la atención en las enseñanzas de nuestro inspirado Maestro, menos relación veremos entre sus preceptos y los dogmas y acciones de sus actuales discípulos. Gran parte de aquellas enseñanzas se han perdido y si queremos encontrarlas tendremos que acudir a la Iglesia primitiva, guiada y regida por los que estuvieron en inmediato contacto con El. Entonces observaremos que todos aquellos a quienes llamamos espiritistas modernos, parecen haber pertenecido ala grey de Cristo, que los dones de los espíritus exaltados por San Pablo son exactamente los dones que exhiben nuestros mediums y que los milagros que inculcaron en los hombres de aquellos tiempos la convicción de la realidad de otro mundo, existen y pueden tener los mismos resultados hoy. Después de haber vagado de una ortodoxia a otra, resulta que el humilde y «adogmático» espiritista, con sus mensajes espirituales y su comunicación con los muertos, está más cerca del Cristianismo primitivo que cualquier otra religión.

Es sorprendente que al leer los primitivos escritos de los padres de la Iglesia, hallemos que éstos poseían ya completamente el conocimiento psíquico y las prácticas psíquicas. Los cristianos primitivos vivían en íntimo y familiar contacto con los seres invisibles, y su fe absoluta y constante se fundaba en el conocimiento positivo y personal que adquirían con dicho contacto. Conocían, no por mera especulación, sino como un hecho absoluto, que la muerte significa sencillamente el paso a una vida más amplia, tanto, que podría llamarse más propiamente nacimiento. Y, como consecuencia de ello, no la temían en modo alguno y la consideraban como el Dr. Hodgson cuando exclama:

«¡Apenas puedo resistir la espera!» Sólo en bienes se traducía esto para su conducta en la tierra. Si los habitantes de países no evangelizados demuestran hoy al convertirse al cristianismo que aún se vuelven peores, es porque el cristianismo moderno ha perdido toda la virtud que tenía el primitivo.

Además del testimonio de los primeros padres de la Iglesia, existen otros que prueban cuáles eran los sentimientos de los primitivos cristianos. Principalmente las inscripciones de las catacumbas. Acerca de esas inscripciones cristianas en Roma, escribió el Rev. Spencer Jones, deán de Gloucester, un interesante libro donde constan algunas muy patéticas y que tienen la ventaja sobre todas las pruebas documentales de su autenticidad indudable. El Dr. Jones, que leyó centenares de ellas, dice: «Los primitivos cristianos hablaban de los muertos como si vivieran todavía, pues continuaban sus relaciones con los que habían desaparecido de este mundo». Tal es la doctrina de los espiritistas de nuestros días, doctrina que las iglesias han abandonado. Las tumbas primitivas cristianas presentan contraste extraño con las de los paganos que las rodeaban. Estas últimas se referían siempre a la muerte como cosa final, terrible e irrevocable. «Fuisti vale», es el resumen de toda su ideología. Los cristianos, en cambio, se referían siempre a la feliz continuidad de la vida. «Agape, vivirás para siempre». «Victorina está en paz y en Cristo». «¡Qué Dios renueve mi espíritu!» Con estas inscripciones habría bastante para probar que la humanidad de aquellos tiempos tenía una idea infinitamente consoladora de la muerte.

Las catacumbas son además una prueba de la sencillez del cristianismo primitivo antes de que viniera a complicarle con toda suerte de abstracciones y complejas definiciones la mente griega o bizantina. El símbolo predominante de las catacumbas era el del Buen Pastor, tierna idea del hombre que conduce a las pobres ovejas. Por mucho que se busque en las catacumbas de los primeros siglos, no se encontrará ni rastro de sacrificios sangrientos ni dogmas de un nacimiento virginal. Se encontrará al Buen Pastor, el áncora de salvación, la palma del martirio, y el pez simbólico del nombre de Jesús. Todo demuestra la sencillez de aquella religión y la bondad del cristianismo cuando estaba en manos de los humildes. Fueron los ricos, los poderosos y los eruditos los que lo degradaron, complicaron y arruinaron.

Pero no nos atendremos sólo a las inscripciones o dibujos de las catacumbas. Para ampliar y corroborar su significación acudiremos a los textos de los Padres preniceos, de los que hay tantas referencias que con ellas podría formarse un grueso volumen. Expondremos antes la equivalencia de nuestros pensamientos y frases con los suyos para que se comprenda mejor la verdadera significación de éstos. A la profecía, por ejemplo, la llamamos nosotros mediunidad, y un ángel será sinónimo de un guía o espíritu elevado. Tomemos al acaso algunas citas de los antiguos textos:

San Agustín en su «De cura pro Mortuis», dice: «Los espíritus de los muertos pueden ser enviados a los vivos y revelarles lo que ellos saben merced a otros espíritus, a los ángeles» (es decir, los espíritus guías) «o por revelación divina». Como se ve, esto es puro espiritismo tal como nosotros lo conocemos y definimos. San Agustín no habría hablado con tanta seguridad ni tanta precisión si no hubiera estado perfectamente familiarizado con el asunto. Y en tal creencia, no hay la menor ilicitud.

En su «Ciudad de Dios», insiste sobre lo mismo, describiendo las prácticas que permiten al cuerpo etéreo de una persona comunicar con los espíritus y guías superiores y lograr apariciones. Tales personas eran los mediums, nombre que designa al intermediario entre el organismo encarnado y el desencarnado.

San Clemente de Alejandría hace alusiones análogas, y lo mismo San Jerónimo en su controversia con Vigilancio el Galo. Eso era, no obstante, en fecha posterior, después del Concilio de Nicea.

A Hermas, personaje un tanto misterioso, de quien se dice fué amigo de San Pablo y discípulo de los Apóstoles, atribúyese el notable libro titulado «El Pastor». Tanto si es suyo como si no lo es, el libro revela estar escrito por persona que vivió en los primeros días del cristianismo, y que encarnaba las ideas entonces corrientes. Dice: «El espíritu no contesta a todas las preguntas que cualquiera le dirija, porque, como procede de Dios, no habla a los hombres cuando éstos quieren, sino cuando Dios lo permite. No obstante, cuando un hombre, asistido por un espíritu emanado de Dios (por un espíritu-guía), entra en una reunión de fieles, y se elevan plegarias, el espíritu inunda a ese hombre y éste habla según la voluntad de Dios».

No puede darse una descripción más exacta de nuestras sesiones cuando se verifican de una manera apropiada. Nosotros no invocamos a los espíritus como los críticos ignorantes aseguran, ni sabemos lo que va a ocurrir. Pero oramos —usando el padrenuestro como norma— y aguardamos los acontecimientos.

De esa suerte, el espíritu escogido y autorizado, viene a nosotros y habla o escribe por intervención del medium. Hermas, como San Agustín, no se habría expresado con tanta exactitud si no hubiera tenido la experiencia personal del procedimiento.

Orígenes hace diversas alusiones al conocimiento psíquico. Es curioso comparar la crasa ignorancia del clero de hoy con la sabiduría de los antiguos jerarcas espirituales. Podríamos citar varios textos de Orígenes, pero bastará uno muy breve tomado de su controversia con Celsio:

«Muchas personas abrazaron el Cristianismo a pesar de sí mismas, porque su corazón fué cambiado súbitamente por algún espíritu, ya en sueños, o mediante su aparición.»

De la misma manera, figuras salientes del materialismo contemporáneo cambiaron, gracias a la evidencia psíquica, y creyeron en la vida de ultratumba y en sus relaciones con la vida terrena.

Los varones primitivos son los más precisos en este punto, porque estaban más cerca de la gran fuente psíquica. Así, Ireneo y Tertuliano, que vivieron a fines del siglo segundo, abundan en alusiones a los signos psíquicos, mientras Eusebio, que escribió más tarde, lamenta su escasez y se duele de que la Iglesia se haya tornado indigna de ellos.

He aquí unas palabras de Ireneo: «Oímos de varios hermanos en la Iglesia, que poseen dones proféticos (es decir, mediunísticos), y hablan con los espíritus en toda clase de lenguas, iluminando para bien de todos lo más recóndito, y descubriendo los misterios de Dios». Ningún pasaje describiría mejor las funciones de un buen medium.

Tertuliano, en su controversia con Marcio, hizo de los dones espiritistas argumento principal. Demostró que tales dones eran más numerosos entre sus amigos, figurando entre ellos las comunicaciones en estado de trance, las profecías y la revelación de secretos. De modo que muchas cosas, hoy ridiculizadas o condenadas por tantos clérigos, eran el año 200 piedras de toque del cristianismo. En su «De anima», dice Tertuliano: «Tenemos entre nosotros una hermana que posee dones en forma de revelaciones recibidos por su espíritu en la Iglesia durante los ritos del Día del Señor, y en pleno éxtasis. Conversa con los ángeles —o sea los espíritus más elevados— ve y oye misterios, lee en el corazón de ciertas personas y cura a quienes se lo piden. Entre otras cosas, dijo, se me mostró un alma en forma corpórea, pero no vacía. Por el contrario, parecía como si pudiera tocarse y era blanda, lúcida, de color del aire y de la forma humana en todos los detalles».

En las «Constituciones Apostólicas» hay toda una mina de referencias sobre las opiniones de los cristianos primitivos. No son textos apostólicos, pero Whiston, Krabbe y Bunsen están conformes en que por lo menos siete de los ocho libros de que constan son auténticos documentos ante-niceanos, probablemente de principios del siglo tercero. Su estudio revela hechos muy curiosos. En los servicios usaban el incienso y las lámparas encendidas como en las prácticas católicas de nuestros días. Los obispos y los sacerdotes podían ser hombres casados. Había todo un sistema de represalias para el que infringiera las reglas de la Iglesia. Si un cura compraba un beneficio era repudiado. No había Papa ni jefe supremo de ningún género. El vegetarianismo y la abstinencia absoluta de vino eran prohibidos y castigados. Esta última ley tan singular, probablemente nació la reacción contra una herejía que imponía ambas cosas. El clero debía comer carnes blancas, sin sangre, a la manera de los judíos. El ayuno era riguroso, un día cada semana, al parecer el jueves, y durante toda la Cuaresma.

Sobre el tema de los «dones» o sea las diversas formas de mediunidad, aquellos antiguos documentos arrojan mucha luz. Entonces como ahora la mediunidad adoptaba formas muy diferentes: el don de las lenguas, el de curación, el de profecía, etcétera. Harnack dice que en cada Iglesia Cristiana primitiva había tres mujeres de saber superior: una para curaciones y dos para profecías. El tema está discutido ampliamente en las «Constituciones». Parece que los que poseían dones se sintieron ensoberbecidos por ellos, y se les recuerda que un hombre puede estar adornado por tales facultades y carecer de grandes virtudes, siendo entonces espiritualmente inferior a otros hombres desprovistos de dones.

El objeto de los fenómenos que producían era, al igual que en el espiritismo moderno, convertir a los incrédulos más que entretener a los ortodoxos. Son, «no para aquellos que los lleven a cabo, sino para convencer a los incrédulos, a fin de que quienes no se persuaden por la simple palabra queden confundidos con los hechos, no necesarios para nosotros que creemos, pero sí para los que no creen, como los judíos y los gentiles». («Constituciones», libro VIII, sec. I.)

Más adelante los varios dones que corresponden grosso modo a nuestras diferentes formas de mediunidad, se explican así:

«No le sea permitido a nadie que opera con signos y prodigios juzgar a ningún fiel que no está vocado a lo mismo. Porque los dones que Dios concede por intercesión de Cristo son muy varios y un hombre recibe un don y otro, otro. Así uno recibe la palabra de sabiduría» (don de hablar en trance), «y otro la palabra de conocimiento») inspiración), «otro el discernimiento de espíritus» (clarividencia), «otro la previsión de sucesos futuros, otro la palabra de enseñanza» (espíritus de apostolado), «otro la paciencia». Todos nuestros mediums necesitan ese don.

Y uno se pregunta dónde, fuera de las filas espiritistas, se hallan esos dones o esas observancias en cualquiera de las iglesias que pretenden ser ramas de esta antigua raíz.

Compruébanse de continuo las altas presencias espirituales. Así en la «Ordenación de los Obispos» encontramos que el «Espíritu Santo está también presente, de la misma manera que todos los demás santos espíritus y ministrantes». En conjunto, sin embargo, me inclino a creer que ahora tenemos mayor copia de hechos psíquicos que los autores de las «Constituciones» y que esos documentos representan probablemente una extensión de aquella íntima «Comunión de Santos» que existió en la primera centuria. Esto nos hace pensar que el poder psíquico no es algo fijo e inmutable, sino que viene en oleadas con flujos y reflujos. Al presente estamos en una marea alta, pero sin seguridad de que perdure.

Fácil es suponer que siendo muy limitado nuestro conocimiento de los hechos que forman la historia primitiva de la Iglesia, podríamos tal vez ponernos en relación con alguna elevada inteligencia de las que tomaron parte en aquellos hechos, adquiriendo por su medio nuevas fuentes de información. Así ha ocurrido actualmente obteniéndose algunos inspirados escritos que demuestran la relación existente entre el otro mundo y los religiosos primitivos. Recientemente han aparecido dos de esos escritos trazados por la mano de la medium Miss Cummins, escritos que ésta recibió a la velocidad asombrosa de dos mil palabras por hora. El primero es un relato de la misión de Cristo debido a Felipe el Evangelista, y el segundo un suplemento a las Actas de los Apóstoles, que se pretende emana de Cleofás. El primero ha sido ya publicado («El Evangelio de Felipe el Evangelista») y el segundo lo será en breve.

No se ha hecho aún el examen crítico del escrito de Felipe, pero la atenta lectura del mismo ha convencido al autor de que en dignidad y fuerza está a la altura de los hechos que relata, explicando de una manera clara y lógica muchos puntos que tuvieron embarazados a los comentaristas. El escrito de Cleofás es aún más notable, al extremo de que el autor cree que puede calificarse de sublime y constituye una de las más evidentes señales de origen sobrenatural que registra la historia del movimiento espiritista. Se ha sometido al examen del Dr. Oesterley, capellán del Obispado de Londres y una de las primeras autoridades en tradición e historia eclesiástica, habiendo declarado dicho señor que, según todas las características del documento, es obra de persona que vivió en aquellos días y que estuvo en íntima relación con Jesús y los apóstoles. Consta en el escrito la noticia de varios interesantes puntos de erudición, como el del uso del hebreo Hanan por nombre del Sumo Sacerdote. Otros numerosos pormenores de la obra prueban la imposibilidad de que se deba a una artimaña fraudulenta. Entre muchos puntos interesantes, Cleofás describe la reunión de Pentecostés y declara que los apóstoles se sentaron en círculo, cogidos de las manos mientras el Señor predicaba.

Sería peregrino que la verdadera significación interna del Cristianismo, perdida por espacio de tanto tiempo, quedara al descubierto, gracias al culto ridiculizado y perseguido del espiritismo.

Los dos escritos constituyen, a juicio del autor, dos de las más impresionantes pruebas de la comunicación con los espíritus, siendo imposible que su existencia pueda atribuirse a distintas causas, ni explicarse de otro modo.

Los espiritistas se dividen por razón de creencias en dos ramas: una compuesta de los que aún permanecen en el seno de sus iglesias respectivas, y otra de los que han formado iglesia propia. Estos últimos tienen en la Gran Bretaña más de cuatrocientos círculos donde se reúnen bajo la dirección general de la Unión Nacional de Espiritistas. Su dogma es muy elástico. En términos generales puede afirmarse que están unidos por siete principios esenciales, a saber:

1. La paternidad de Dios.

2. La fraternidad entre los hombres.

3. La comunión con los santos y el ministerio de los ángeles.

4. La supervivencia humana de la muerte física.

5. La responsabilidad personal propia.

6. Recompensa o sanción por las acciones buenas o malas.

7. Progreso eterno de las almas.

Como se ve, todos esos puntos son compatibles con el Cristianismo, a excepción tal vez del quinto. Los espiritistas consideran la vida y muerte de Jesucristo en la tierra, más bien como un ejemplo que como una redención de la humanidad. Todo hombre tendrá que responder de sus pecados y nadie se librará de la expiación. El tirano o el disoluto no escaparán al castigo que merezcan por un seudo arrepentimiento. Bueno es el arrepentimiento si es verdadero, pero a condición de que el arrepentido pague su deuda. Eso no obstante, como la misericordia de Dios es infinita, valdrán al hombre como atenuantes todas las circunstancias de tentación, herencia o influencia del medio. Tal es, en general, el credo de las iglesias espiritistas.

En otro lugar («La Nueva Revelación», págs. 7 − 9), ha indicado el autor que aunque la investigación psíquica sea en sí misma distinta a la religión, las enseñanzas que de ambas podemos sacar «nos revelan por igual la continuidad de la vida del alma, la naturaleza de tal vida y la manera cómo en ella influye nuestra conducta en la tierra. Si esto es distinto de la religión, confieso que no comprendo en qué consiste la diferencia».

El autor habló también del espiritismo como de una gran fuerza unificadora, por lo que tiene de común a todas las religiones. Aunque sus enseñanzas modifiquen el Cristianismo, más bien es con un sentido de explicación y progreso de sus doctrinas que en contradicción con ellas. También ha afirmado el autor que la nueva revelación será absolutamente fatal para el materialismo.

En esta edad materialista es seguro que sin la creencia en la supervivencia del hombre, las predicaciones del Cristianismo caerán en el vacío. En discurso pronunciado ante la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, alude el Dr. McDougall a la relación existente entre la decadencia de la religión y el auge del materialismo.

«Si la investigación psíquica —dice— no pudiera descubrir hechos incompatibles con el materialismo, éste continuaría creciendo. No hay otra fuerza que pueda contenerlo, porque la religión es impotente ante la inundación materialista. Y si ésta continúa avanzando como hasta aquí, todo hace temer que sus efectos serán destructores, que barrerá todas las conquistas de la humanidad, todas las tradiciones morales que son obra del esfuerzo de incontables generaciones en pro de la verdad, la justicia y la caridad.»

Ahora bien, ¿hasta qué grado el espiritismo y la investigación psíquica pueden fortalecer las creencias religiosas?

En primer lugar, tenemos la abdicación de muchos materialistas gracias al espiritismo y a la creencia en el Más Allá, tales como los profesores Hare y Mapes, en América, y los doctores Alfredo Russell Wallace, Elliotson, Sexton, Blatchford, Ruskin y Owen, en Inglaterra, por no citar más que nombres de primera fila.

Si el espiritismo fuera rectamente comprendido, poco costaría armonizarlo con la religión. He aquí la definición del espiritismo tal como lo da en todos sus números el semanario espiritista de Londres, Luz:

«Es una creencia en la existencia de la vida del espíritu aparte e independiente del organismo material, y en la realidad y valor de la comunicación entre espíritus encarnados y desencarnados.»

Pues bien, las dos creencias son artículos de fe cristiana.

Si hay una clase que debiera como ninguna exaltar las tendencias religiosas del espiritismo, es el clero. Pero sólo unos cuantos sacerdotes de los más progresivos lo hicieron así.

El Rey. H. R. Haweis, en una comunicación a La Alianza Espiritista, de Londres, el 20 de abril de 1920, dice que no ve nada de cuanto él cree verdadero en el espiritismo, que sea, en último término, contrario a sus creencias cristianas. En verdad —agrega— el espiritismo tiene estrecho parentesco con el cristianismo, del cual parece una consecuencia lógica, y en modo alguno su contradicción ni su antagonista. La deuda del clero —si entiende verdaderamente sus intereses— para con el espiritismo, es realmente muy grande. En primer lugar, el espiritismo ha rehabilitado la Biblia. No puede negarse que la fe en la Biblia y su respeto habían decaído mucho, a causa del creciente escepticismo por lo que se refiere a sus pasajes milagrosos. La doctrina cristiana contaba con apologistas decididos, pero no toleraban el elemento maravilloso del Antiguo y del Nuevo Testamento. Se veían constreñidos a creer en los milagros de la Biblia, y al mismo tiempo, enseñaban que fuera de los sucesos bíblicos, nada sobrenatural ha sucedido nunca. Pero ahora se han vuelto las tornas. La gente cree en la Biblia, por el espiritismo, y los que no creen en el espiritismo, es por culpa de la Biblia. Llegó a decir el Rev. Haweis que cuando empezó su sacerdocio intentó salvar el obstáculo de los milagros bíblicos explicándolos por vía racional. Pero de lo que no hay modo, según vió más tarde, es de hallar explicación racional a las investigaciones de Crookes, Flammarion y Russel Wallace.

Mencionemos entre todos al Rev. Arturo Chambers, antiguo vicario de Brockenhurst, que ha inculcado en muchas mentes la idea de la vida espiritual aquí y su existencia en el Más Allá. Su libro «La vida después de la muerte» lleva ya más de ciento veinte ediciones. En una conferencia acerca de «El espiritismo y la luz que arroja sobre la verdad cristiana», dice:

«El espiritismo, por sus continuadas investigaciones de los fenómenos psíquicos y por su insistencia en proclamar la intercomunicación entre los dos mundos, ha hecho ver a gran número de personas que existen muchas cosas en el cielo y en la tierra, apenas columbradas antes por la filosofía, cosas que revelan una poderosa verdad mezclada de religión; una verdad que es esencial para la recta comprensión de nuestro lugar en el vasto Universo; una verdad que la humanidad de todas las edades ha colegido a pesar del desdén de los incrédulos y de las condenaciones de los sacerdotes. Tengo para mí que las enseñanzas del espiritismo renovarán las ideas religiosas de nuestro tiempo, contribuyendo a forjarnos una noción más excelsa de Dios y de sus designios.»

En otro hermoso pasaje, dice: «Sí; el espiritismo ha hecho mucho, muchísimo, en pro de la mejor comprensión de los grandes hechos básicos inseparables del espíritu de Jesús. Ha ayudado a hombres y mujeres a contemplar con visión más clara al Gran Espíritu del Dios Padre, en el cual vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser, y ese vasto espíritu universal del que somos ahora y siempre una parte. Como cristiano espiritista tengo gran esperanza, gran fe en lo que ha de ser el espiritismo que tanto ha hecho por la enseñanza cristiana y por el mundo en general, ahuyentando de nosotros el temor a la muerte y ayudándonos a comprobar la magnífica doctrina de Cristo y el reconocimiento pleno de Cristo a la luz de las verdades espiritistas.»

Mr. Chambers refiere que en cartas procedentes de distintas partes del mundo, multitud de personas le comunican a diario cuán grandes fueron el consuelo, la confortación y la mayor confianza en Dios que adquirieron gracias a la lectura de su libro «La vida después de la muerte».

El Rev. F. Fielding-Ould, vicario de la Iglesia en Regent, Park, de Londres, es otro de los buenos sacerdotes que proclamaron los beneficios del espiritismo. En un trabajo acerca de «La relación entre el espiritismo y el cristianismo», dice (21 de abril de 1921):

«El mundo necesita las enseñanzas del espiritismo. El número de personas irreligiosas que hay en Londres hoy es extraordinario sobre toda ponderación. Miles de individuos de todas las clases sociales (y hablo por experiencia propia) carecen en absoluto de toda religión. No rezan, jamás asisten al culto y creen que todo acaba con la muerte. Podrán llamarse protestantes, católicos o judíos, pero son como las botellas vacías, en las que sólo queda la etiqueta.»

Y añade:

«No es cosa desusada que las almas desfallecidas y acongojadas se reconforten con el espiritismo. ¿No veis gentes que habiendo abandonado toda religión vuelven a ella gracias al espiritismo; agnósticos que perdieron toda esperanza en Dios y en la inmortalidad, a los cuales parecíales ya la religión mera forma y puro armazón, y que al cabo vuelven a ella aceptando todas sus manifestaciones? El espiritismo viene a ser para ellos como el amanecer para el hombre que ha pasado la noche febril y sin sueño. Al principio mostráronse asombrados en su incredulidad, pero parando su atención luego, al cabo sintiéronse tocados en el corazón. Dios volvía a penetrar sus vidas; y no saben expresar cuánta es su alegría y su gratitud.»

El Rev. Carlos Tweedale, vicario de Weston (Yorkshire), que ha trabajado mucho y bien en pro de nuestra causa, refiriéndose a la toma en consideración del espiritismo por parte de la Conferencia Episcopal en Lambeth Palace, del 5 de julio al 7 de agosto de 1920, dice acerca de las investigaciones psíquicas: (Luz, 30de octubre de 1920): «Mientras el mundo entero manifiesta acerca de ella un interés sobremanera alerta, la Iglesia, que pretende ser custodia de la verdad religiosa y espiritual, ha hecho oídos sordos, hasta hace muy poco y por extraño que parezca, a la realidad de ese mundo espiritual, el testimonio de cuya existencia es la principal razón de que la Iglesia exista. Aun ahora mismo, sólo empieza a dar algunas señales de la importancia que para ella tiene...

Señal de los tiempos es, sin duda, la discusión de los fenómenos psíquicos en la conferencia de Lambeth, y el que su secretario pusiera en manos de todos los obispos allí presentes un folleto: «Los fenómenos espiritistas y las Iglesias». Otra señal no menos significativa es que por elección se designara a Sir Guillermo Barret para ilustrar al Congreso acerca de los asuntos psíquicos.»

La Relación de Actas de la Conferencia de Lambeth, a que nos referimos, alude como sigue a la investigación psíquica:

«Es posible que nos hallemos en los umbrales de una nueva ciencia, que por otro método de los hasta aquí seguidos, nos confirme en la seguridad de un mundo más allá del que vemos y de algo en nuestro interior que con ese mundo nos ponga en comunicación. No podemos presumir nunca límite alguno a los medios de que Dios se vale para llevar al hombre a la consecución de la vida espiritual.»

Una vez hecha esta declaración tan cauta, la relación añade por vía de salvedad:

«Pero no hay nada en el culto de ciencia semejante que esclarezca, y sí en verdad mucho que obscurece la inteligencia de ese otro mundo y nuestra relación con él, como revelado en el Espíritu de Cristo y en la enseñanza de la Iglesia, y que menoscaba los medios que se nos han dado para alcanzar y habitar en buena compañía ese mundo.

Bajo el epígrafe de «Espiritismo», dice la relación:

«Aunque haya que reconocer que los resultados de la investigación, han animado a mucha gente a encontrar un designio espiritual a la vida humana, ayudándola a creer en la supervivencia después de la muerte, hay muchos peligros en la tendencia a hacer del espiritismo una religión. La práctica del espiritismo como un culto envuelve la subordinación de la inteligencia y la voluntad a fuerzas o personalidades desconocidas, y, por lo tanto, una abdicación de sí mismo.»

Un conocidísimo colaborador de Luz, que firma con el pseudónimo de «Gerson», comenta así lo anterior:

«Hay indudablemente peligro en la subordinación de la inteligencia y de la voluntad a desconocidas fuerzas; pero la práctica de la comunicación espiritista no envuelve, como parecen creer los obispos, necesariamente tal subordinación. Otro peligro, desde su punto de vista, es la tendencia a hacer del espiritismo una religión. Luz y los que participan de sus opiniones, no han sentido nunca la menor inclinación a ese respecto. La posibilidad de la comunicación espiritista es simplemente un hecho en la Naturaleza, y nosotros no intentamos exaltar un hecho natural a la categoría de religión. Al mismo tiempo, una elevadísima forma de religión puede asociarse con un hecho natural. El reconocimiento de la belleza y el orden del universo no constituye en sí una religión, pero en tanto en cuanto inspira reverencia por la fuente de tal belleza y orden, es una incitación a la religiosidad espiritual.»

En el Congreso de la Iglesia inglesa de 1920, el Rev. M. A. Bayfield leyó un estudio sobre la Ciencia Psíquica, como aliada del Cristianismo, en donde dice:

«Muchos sacerdotes miran a la ciencia psíquica con recelo, y algunos con positivo antagonismo y alarma. Bajo su nombre popular de espiritismo ha sido denunciada como anti-cristiana. Sería cosa de demostrar, por el contrario, que esta rama de los estudios es una aliada de nuestra fe. Todo aquel que no es materialista es espiritista, y el cristianismo es esencialmente una religión espiritual.»

Procede luego a poner de relieve los servicios prestados por el espiritismo a la cristiandad, al hacer posible la creencia en un elemento milagroso: en el Espíritu.

El Dr. Elwood Worcester, en un sermón titulado «Los aliados de la Religión», pronunciado en la iglesia de San Esteban, de Filadelfia, el 25 de febrero de 1923, habla de la investigación psíquica como verdadera amiga de la religión y aliada espiritual del hombre. Y dice:

«Ha iluminado también muchos pasajes importantes de la vida del Señor y ayudado a comprender y aceptar acontecimientos que, de otra suerte, rechazaríamos. Me refiero particularmente a los fenómenos concernientes al bautismo de Jesús, su aparición sobre el Mar de Galilea, su transfiguración y, sobre todo, su resurrección y subsiguiente aparición a sus discípulos. Además es nuestra única esperanza de solución del problema de la muerte. De otra fuente no se vislumbra solución alguna nueva de ese eterno misterio para nosotros.»

El Rev. G. Vale Owen nos recuerda que aun cuando hay espiritistas que, al mismo tiempo, son cristianos, el espiritismo no se limita al cristianismo. En Londres hay, por ejemplo, una Sociedad de espiritistas judíos. Al principio la Iglesia se opuso a la Evolución, pero al fin la aceptó en consonancia con la fe cristiana. Y concluye diciendo:

«Así como la aceptación de la Evolución hizo del Cristianismo una concepción más amplia y digna, así también la aceptación de las grandes verdades que persigue la ciencia psíquica, convertirá a los agnósticos en creyentes o hará de un judío un judío mejor, de un mahometano un mahometano mejor, de un cristiano un cristiano mejor y, sin duda alguna, a todos más dichosos y más felices.»

Claramente se desprende de los extractos anteriores que muchos sacerdotes de la Iglesia de Inglaterra y de otras Iglesias están de acuerdo acerca de la influencia beneficiosa del espiritismo en la religión.

Otra importante fuente de juicios sobre los fines religiosos del Espiritismo, es la que procede del mismo mundo de los espíritus. De él salieron materiales de gran riqueza; pero entre muchos, nos limitaremos a la reproducción de un texto obtenido en virtud a la mediunidad de Stainton Meses y copiado por éste, en su libro «Enseñanzas del Espíritu»:

«Amigo, cuando te pregunten acerca de la utilidad de nuestro mensaje y de los beneficios que procura, díles que es el evangelio de un Dios de ternura y de piedad y de amor, no de un engendro de crueldad y de pasiones.

»Díles que, gracias a él, conocerán a las Inteligencias consagradas al amor, a la gracia, a la piedad y a la ayuda del hombre, así como a la adoración del Altísimo.»

O este de la misma fuente:

«El hombre ha ido construyendo gradualmente en torno a las enseñanzas de Jesús un valladar de deducciones, especulaciones y comentarios, semejante a aquel de que los fariseos rodearon la Ley mosaica. Esa tendencia ha crecido en proporción a la pérdida gradual del mundo del espíritu por parte del cristianismo.»

Y así sucede que vemos deducido el materialismo más duro y frío de enseñanzas y doctrinas que tenían por objeto la propulsión de la espiritualidad y el desestimiento de todo sensualismo ritual.

«Nuestra misión consiste en hacer con el Cristianismo lo que hizo Jesús con el Judaísmo. Hemos de renovar las antiguas formas, espiritualizarlas e infundirlas vida nueva. Queremos resucitar, no abolir. Diremos una y otra vez que nosotros no quitamos ni una tilde de la enseñanza que Cristo dió al mundo. Pero deseamos acabar de una vez con las apostillas materiales puestas por el hombre a esas enseñanzas, sacando a luz el espiritualismo que en la doctrina se esconde. Nuestra misión consiste en continuar la antigua enseñanza que el hombre ha alterado por tan extraño modo. Su fuente es idéntica; su curso paralelo, y el mismo su fin.»

Y este de las Cartas de Julia, de W. T. Stead:

«Habéis recibido la enseñanza evangélica; rezáis y cantáis tal cual los santos que aquí y allá constituyen el único ejército del Dios Vivo; pero cuando cualquiera de nosotros, desde la Otra Ribera intenta hacer algún esfuerzo para demostrar esa unidad y haceros sentir que os acompaña tal inmensidad de testigos, entonces es la protesta airada. «¡Ello es contra la voluntad de Dios! ¡Esos son tratos con el demonio! ¡Eso es conjurar a los espíritus infernales!»¡Ay, amigo, amigo, no te dejes llevar de esas lamentaciones! ¿Es que soy un demonio yo? ¿Es que obro contrariamente a la voluntad de Dios cuando constantemente te inspiro una fe mayor en El, más amor por El y por todas sus criaturas, y en fin, cuando quiero llevarte cada vez más cerca de Dios?»

Finalmente, he aquí un extracto de los Mensajes de Meslom:

«Toda doctrina que lleve a la humanidad a creer que hay otra vida y que el alma se fortifica venciendo flaquezas y luchando denodadamente, es buena, porque encierra mucha parte de verdad. Si, de añadidura, cree en un Dios de amor, es mejor; y si la humanidad comprendiera verdaderamente ese Divino amor, todo sufrimiento cesaría, incluso en la tierra.»

Estos pasajes elevados de tono, tienden ciertamente a preparar la mente humana para cosas más altas y para la comprensión de las más hondas intenciones de la vida.

F. W. H. Myers, recobró merced al Espiritismo la fe que había perdido en el Cristianismo. En su libro «Fragmentos de prosa y poesía», dice:

«No puedo equiparar mis presentes creencias con el Cristianismo. Más bien las considero como un desarrollo científico de la moral y de las predicaciones de Cristo.

»Si me preguntáis cuál es el fin de esas enseñanzas, mi contestación será bien sencilla. Es el que no puede menos de ser, el fin que tiene toda buena enseñanza, el primitivo y más verdadero fin del mismo Cristianismo: es una reafirmación, con nuevas pruebas de la existencia de Cristo, de su doctrina relativa a la vida del espíritu y de su mandato para que rijamos nuestra conducta por el amor a Dios y a nuestro prójimo.»

Muchos escritores han hablado de la luz arrojada por la investigación psíquica moderna sobre las narraciones bíblicas; pero la expresión más acabada de semejante punto de vista se encuentra en La Personalidad humana deF.W. H. Myers:

Me arriesgo ahora a una afirmación decidida; es decir, que a consecuencia de los hechos evidentes de ahora, todos los hombres razonables, de aquí a cien años, creerán en la Resurrección de Cristo, mientras que a no ser por esa evidencia, ningún hombre razonable hubiera creído tal dentro de cien años... Especialmente, por lo que hace a la aserción fundamental de la vida del alma después de la muerte del cuerpo, claro está, que cada vez tiene menos fuerza el sólo testimonio de una tradición remota; y necesita apoyarse cada vez más en el testimonio de la experiencia y la investigación modernas. Supongamos, por ejemplo, que muchas historias recogidas por nosotros de primera mano entre los recuerdos de nuestra edad crítica, pierden toda evidencia a la luz del análisis, como producto de alucinaciones, tergiversaciones y otras causas de error. ¿Podemos esperar que un hombre razonable que ve reducidos a la nada esos maravillosos fenómenos si se consideran en un escenario actual, pueda adorar en creencia semejante mucho más si esas maravillas han sucedido en un país oriental y en edad remota y supersticiosa? Si los resultados de toda investigación psíquica fueran negativos, ¿no recibiría la evidencia cristiana —hablo de evidencia y no de emoción— un golpe certero?

En cuanto al testimonio de hombres públicos eminentes, pudieran citarse muchos. Así, Sir Oliver Lodge, escribe:

«Aunque no sea la fe religiosa lo que ha conducido a mi conciencia a su actual estado, todo cuanto he aprendido contribuye a aumentar mi amor y reverencia hacia Cristo.»

Lady Grey de Follodon, rinde elocuente tributo al espiritismo definiéndolo como algo que ha vitalizado la religión y ha confortado a millares de personas. Hablando de él, dice:

«Como entidad actuante, está más cerca del espíritu del Nuevo Testamento de lo que la grey eclesiástica cree. La Iglesia de Inglaterra haría bien en considerar al espiritismo como a un aliado, ya que ataca al materialismo y no sólo identifica el mundo material con el universo espiritual, sino que atesora no pocas doctrinas y enseñanzas consoladoras.»

El Dr. Eugenio Crowell expone el hecho de que la Iglesia Católica Romana acoge como propias todas las manifestaciones espirituales.

En cambio, la Iglesia Protestante, que cree en las manifestaciones espirituales de Jesús y sus discípulos, rechaza los hechos similares que se registran en nuestros días.

«Así —dice— la Iglesia Protestante, cuando a ella acuden los que están espiritualmente agotados —y hay millones de seres que se hallan en tal situación— y la piden ansiosamente un alimento espiritual, no tiene nada que ofrecerles, o a lo más les ofrece unas migajas...

»El protestantismo está hoy aprisionado entre las dos enormes piedras de molino del materialismo y del catolicismo, cada uno de los cuales le cerca con más ahinco para asimilárselo, o reducirle a polvo. En su estado actual, carece del poder y vitalidad necesarios para resistir la acción de estas fuerzas, y su única esperanza reside en la sangre fresca que sólo el espiritismo puede infundir en sus venas exhaustas. Creo, sin ningún género de duda, que esta es una parte de la misión que incumbe al espiritismo, y fundo en mi creencia, tanto en las palpables necesidades del protestantismo, como en la capacidad del espiritismo para llevarla a cabo.» El Dr. Crowell afirma que, a pesar de la difusión de la cultura, los hombres de hoy no se preocupan lo debido de las cuestiones que se refieren a su vida espiritual y a su existencia futura, pero piden pruebas de lo que antes aceptaban por fe. Esas pruebas es incapaz de suministrarlas la teología. Sólo puede darlas el espiritismo, que ha sido enviado para eso.

No terminaremos este capítulo sin hacer referencia a la opinión de los espiritistas unitarios, cuyo jefe, Ernesto W. Oaten, director de la revista Ambos Mundos, es hombre de tan gran corazón como inteligencia. Según esa opinión, de la que sólo disienten algunos extremistas, el espiritismo es una reconstrucción más que una destrucción del ideal cristiano. Después de un reverente relato de la vida de Cristo, hecho a la luz de los actuales conocimientos psíquicos, dice Mr. Oaten:

«Hay quien afirma que yo tengo en poco a Jesús de Nazareth. Sin embargo, creo conocer su vida mejor que ningún cristiano. No hay figura en toda la historia a la que yo profese más estimación. Lo que me indigna es el lugar falso y equivocado en que le han colocado las gentes, tan incapaces de comprenderle como de descifrar jeroglíficos egipcios. Yo amo y admiro al hombre. Le debo mucho de lo que sé, y mucho le debería todo el mundo si le quitara del pedestal de idolatría en que le ha puesto y siguiera las enseñanzas del Jesús que pasó por la tierra.»

Aquí ponemos punto a este tema. Hemos tratado de demostrar la existencia de los signos materiales que los gobernantes invisibles de la tierra envían para satisfacer la demanda de pruebas materiales exigidas por la mente de la humanidad actual. Hemos demostrado así mismo, que a esos signos materiales acompañan mensajes espirituales semejantes a los que recibieron las grandes figuras religiosas del mundo primitivo, renovando la hoguera de creencias, que hoy estaba casi convertida en cenizas. Los hombres habían perdido el contacto con las vastas fuerzas que están a su alrededor, y el espiritismo, que es el más grande movimiento registrado desde hace dos mil años, viene a salvarlos de esa situación, a disipar las nubes que los envuelven y a mostrarles nuevos e ilimitados horizontes. Ya brilla el sol de la verdad en las cumbres; pronto lucirá también en el valle.